sábado, 28 de junio de 2014
Piano conccerto
Las sutiles notas de piano sonaban cálidas y cristalinas, contenidas por las cristaleras de aquel lugar tan amplio. Dentro podrían reunirse varios cientos de personas que escucharían aquel recital lento y monótono pero lleno de sentimientos ambiguos, como el vaivén del viento. A veces una nota fuerte y otras una nota mas ligera, suave. El pianista dejaba volar la mente a través de cada espacio entre nota y nota, soltando de vez en cuando un suspiro disimulado para no quebrar el bello palacio que estaba formando a través de las notas. Los cimientos eran los graves y las cristaleras, como las de aquel lugar, eran las notas mas agujas, sin apenas filo y suaves como la caricia de una amante ruborizada pero decidida a complacer.
Era una noche totalmente despejada y las estrellas parecían un público en perfecta sintonía con lo que ahí se interpretaba. Y así era, pues cada nota hacía parpadear a una de las estrellas y luego la misma nota podía quizás hacer brillar con mas intensidad a otra. Solo les faltaba moverse a través de la bóveda celeste, danzando, o quizás repetir la nota para crear una reverberación mágica que despertara los sentidos o sosegara el alma. Las bailarinas, pues, no eran las estrellas, sino las hojas de los árboles que en el exterior eran mecidas por la brisa, a la que le gustaba rondar aquel lugar ente las flores, llevando los aromas de perfumes elaborados por Gaia a todos los rincones de aquel lugar. Cada nota podía ser quizás un aroma y con esa melodía formarse una fragancia seductora o acorde a lo que cada puntada musical transmitiera.
Y esa música era un reflejo del alma del pianista, que era todo aquello mencionado y a la vez mucho mas. Y a la vez nada de eso. Era un ser material metido en un mundo inmaterial, lleno de sueños, ilusiones, versos, canciones, risas, fiestas, bailes, miradas. La mirada. Su mirada. Pensó en sus ojos y la música pasó a ser extraña, sutil e inevitable, suave pero firme, cálida y sensual. Las estrellas titilaban desplegando una batería de brillos anaranjados, enérgicos y azules claros, sosegados y quizás algo olvidadizos. Cada nota daba a todo lo que la música tocaba un aura de extrema delicadeza, como si se fuera a romper cada detalle con solo pensar en él. Así era ella para él, un ser divino pero no exento de una exquisita delicadeza, capaz de romperse ante el pensamiento excesivamente fuerte que se le pudiera dirigir.
Dos manos se deslizaron entonces desde sus hombros a lo largo de su torso y rodearon suave y cálidamente su cuello. Poco a poco se fueron cerrando alrededor de este a la vez que unos labios besaban con delicadeza su hombro y subían en una caricia constante hasta su cuello, el cual presionaron un poco mas antes de subir a su oído y dejar salir un suave y sutil suspiro. Cada gesto era una señal para despertar los instintos y a la vez la ternura depositada en cada acción invitaba a la quietud. Él dejó de tocar el piano para depositar ambas manos sobre sus brazos y girar el rostro para encontrarse con esos ojos.
Mirar sus ojos era caer en un abismo que llevaba al cielo mas divino, mas perfecto, donde ella sería la única palabra que se pronunciara, la última antes de volver a reencarnar en medio de gritos de impotencia porel inevitable tránsito a la siguiente vida. Era luz y oscuridad. Una luz celestial y una oscuridad diabólica e insondable, sabia y a la vez ingenua. Cada contradicción era una pincelada para componer el retrato de la dama que había inspirado la últimas notas de esa noche, tan misteriosas y fascinantes como claras y transparentes. Los minutos pasaron en total silencio mirándose mutuamente hasta que los dedos comenzaron a moverse de nuevo tocando cada tecla con la intención de expresar algo prácticamente imposible de abarcar con palabras.
Cada nota era un sentimiento, una sensación, una idea o una historia que se entrelazaba con otras tantas parejas posibles en ese baile de imaginación, y de cada enlazamiento surgía una joya única narrada sin palabras, solo a través de aquellas miradas que él solo tenía para ella. Sintió su mano acariciarle la mejilla suavemente mientras le dedicaba esa sonrisa que hacía perder la compostura y todo el desánimo ante la vida. Con sosiego y ternura se miraron unos segundos mas y ella se sentó a su lado, dejando caer la cabeza sobre su hombro, esperando que continuara el concierto. Y él no la defraudó. Tocó notas de todos los colores y todas las formas, olores y sabores.
Tocó notas que hablaban de historias sencillas como una risa perdida en la brisa, la caricia de una madre a su hijo o una amante a su amado. Dejó volar los dedos por las teclas narrando como un suspiro se encontró con otro y de la nada formaron el fuego y la vida. Describió con perfecto detalle a través de ritmos lentos el crecimiento de un árbol y después de un bosque, el corretear de las ardillas. Su música habló de una casa en medio de la nada rodeada de todo. Le hizo sentir en la piel la mirada del deseo cuando sus ojos se encontraron con los de ella y entonces quiso dejar de tocar, abrazarla, decirle que no la dejaría nunca atrás, pero eso sería un cruel final para tan bella melodía. Sencillamente se dejó llevar por la propia música que destilaban sus manos finas, suaves y capaces de dar sensibles y tiernas caricias a aquella dama que podría llevárselo consigo y no extrañaría nada de lo que dejara atrás.
Poco a poco ella se fue quedando dormida y él no cesó en su música hasta que estuvo bien abrazada a su sueños. Elegantemente, como si de un sueño dentro de la realidad se tratara, ella fue deslizándose hasta apoyar la cabeza en sus piernas y él, a través de delicadas y sutiles notas fue cuidando su sueño toda la noche.
martes, 3 de junio de 2014
Tres besos.
La noche llegaba a su fin. Desparramadas entre la hierba, colgando con lánguida y rechoncha elegancia, las gotas de rocío daban paso a la mañana soleada que se ocultaba tras esa noche estrellada. La brisa cambiaba su registro para hacer al gallo cantar y a los pájaros despertarse, uniéndose al coro de sonidos matutinos. la gran extensión de bosque contaba con un claro en el cual yacían dos figuras que se encontraban dormitando, a punto de recobrarse de un sueño profundo. Las flores de miles de colores los contemplaban desperezarse. Como salidos de una película, un gran número de animales se acercaron a ellos y los observaron con la curiosidad innata del ser irracional que encuentra algo poco propio de su mundo. La bella dama, con el cabello revuelto se quedó observando maravillada a esas criaturas tan peculiares, pues a pesar de su aspecto tan común los colores eran otro tema aparte. Las ardillas eran rojizas con pequeñas líneas verdes pardo o grises. Los ciervos eran rojos, alguna urraca era de color magenta y los petirrojos eran completamente azul claro con una gran mancha blanca en el pecho.
Los ojos de esa bella mujer se posaron entonces sobre los de aquel ser que la había acompañado toda la noche. Se metió entre dos grandes alas que resplandecían con todos los colores del arco iris según la luz del sol naciente incidiera de un modo u otro. Su protector le acunó entre sus brazos por unos instantes antes de dar un suave beso en su frente y luego otro tras posarse sobre ella, pero esta vez en el corazón. Una serpiente rojiza o rosada, según se aprecie, se deslizó lentamente a lo largo de la tersa y suave piel que unía dos colinas: sus senos fueron rodeados con besos y delicados mordiscos que formaron el símbolo de un infinito como el infinito cariño y profundo sentimiento de amor que podría profesarle sin palabras el poeta a la Musa. Y así lo hizo. De pronto el rostro de ese caballero se perdió entre las plumas y unas manos acariciaron con cuidado una zona muy concreta de aquel poema hecho carne y placer.
Dicha serpiente rojiza se fue paseando con total impunidad entre los bellos pilares de sílfide de la dama, saboreando la exótica diferencia de matices entre regiones tan cercanas como el vientre y las zonas mas íntimas de su ser. Las manos rodearon lentamente las dos piernas y las separaron otro poco mientras otras dos manos agarraban con suavidad el cabello del amante, como renegando y al mismo tiempo exigiendo mas cercanía, mas de ese calor que le hacía cerrar los ojos, dejarse llevar ante las oleadas de anticipado placer, de musical armonía con la naturaleza, que aquel ser le propiciaría cada vez que tuviera la oportunidad. Un suspiro hizo callara todo el bosque y un sinuoso movimiento de caderas fue un grito silencioso, demandante de mas. Dos labios se abrieron un poco mas para recibir el profundo beso de una serpiente roja que había emergido dedos pálidos labios para invadir ese idílico espacio.
En el revuelto de plumas y cuerpos poco se podía adivinar y poco se dejaba a la imaginación ante los deliciosos sonidos que la bella mujer, amante, Musa, aquella Flor pura y, aun mismo tiempo, hecha para pecar. De sus labios brotaba poco a poco la esencia del placer, el néctar de Astarté que se deslizaba entre dos labios delicados que con voraz ternura buscaban tan anhelado tesoro líquido natural de los manantiales de la lubricidad. los dedos presionaban la piel dulcemente, con una delicadeza impropia y contraria a lo que la boca estaba haciendo en aquellos instantes. Los suaves roces de labios a veces ocultaban a dicha serpiente ecarlata, la cual volvía a lanzarse al ataque una vez se sentía realmente preparada para sorprender a la excelsa víctima.
El gusto de aquel delicioso y esencial fluido era adictivo, no solo por su fuerte sabor sino también por el acompañamiento de deliciosos sonidos que la bella dama le regalaba en cada paseo de su lengua. La voz de ella era deliciosa a la hora de expresar las sensaciones en forma de discordantes y aun mismo tiempo armoniosas. Las manos de ella no dejaban de pasear por su cabello a la par que movía con delicadeza las caderas en una sutil demanda de mas. La respiración se agitaba y relajaba a tiempos desiguales. Las sorpresas en ese lugar tan apartado y a la vez cercano eran constantes; las pausas se intercalaban con rítmicas caricias y luego cesaban para poder introducirse de nuevo pocos segundos después en aquel interior tan acogedor.
Poco a poco la tensión se hizo mas y mas ante los ataques al punto mas delicado de esa constitución tan elegante, ahora exaltada ante las emociones y las sensaciones de constante placer. Los dulces besos se convirtieron en un inesperado mordisco en un lateral que hizo saltar esas excitantes caderas de la sorpresa y soltar una estridente y perfecta carcajada. Sencillamente perfecta. Las mentes, desestabilizadas por los las emociones, las caricias, los besos, lamidas, aromas, sensaciones, deseos, se unían y separaban constantemente, en un baile que desmontaba la vida ante los ojos mismos y la volvía a formar rodeada de cientos o miles de brillantes matices.
El grito final fue estremecedor. Excelsamente estremecedor. Ambos temblaron de placer cuando este se hizo presente en el cuerpo de quien inspiraba los mas dulces versos susurrados en el oído de la dama mas bella del mundo. De su mundo. Aquella esencia fue devorada, bebida con fruición entre respiraciones agitadas y movimientos de cadera cargados de deseo y sensualidad. Las manos ascendieron entonces por la extensión de todo su cuerpo y rodearon la figura algo sudorosa de quien en las noches encendía la llama de la pasión en su interior con apenas una mirada o unas pocas palabras. Se miraron fijamente mientras recobraban la compostura y en el tercer beso del día rieron y disfrutaron de una gloriosa mañana.
Los ojos de esa bella mujer se posaron entonces sobre los de aquel ser que la había acompañado toda la noche. Se metió entre dos grandes alas que resplandecían con todos los colores del arco iris según la luz del sol naciente incidiera de un modo u otro. Su protector le acunó entre sus brazos por unos instantes antes de dar un suave beso en su frente y luego otro tras posarse sobre ella, pero esta vez en el corazón. Una serpiente rojiza o rosada, según se aprecie, se deslizó lentamente a lo largo de la tersa y suave piel que unía dos colinas: sus senos fueron rodeados con besos y delicados mordiscos que formaron el símbolo de un infinito como el infinito cariño y profundo sentimiento de amor que podría profesarle sin palabras el poeta a la Musa. Y así lo hizo. De pronto el rostro de ese caballero se perdió entre las plumas y unas manos acariciaron con cuidado una zona muy concreta de aquel poema hecho carne y placer.
Dicha serpiente rojiza se fue paseando con total impunidad entre los bellos pilares de sílfide de la dama, saboreando la exótica diferencia de matices entre regiones tan cercanas como el vientre y las zonas mas íntimas de su ser. Las manos rodearon lentamente las dos piernas y las separaron otro poco mientras otras dos manos agarraban con suavidad el cabello del amante, como renegando y al mismo tiempo exigiendo mas cercanía, mas de ese calor que le hacía cerrar los ojos, dejarse llevar ante las oleadas de anticipado placer, de musical armonía con la naturaleza, que aquel ser le propiciaría cada vez que tuviera la oportunidad. Un suspiro hizo callara todo el bosque y un sinuoso movimiento de caderas fue un grito silencioso, demandante de mas. Dos labios se abrieron un poco mas para recibir el profundo beso de una serpiente roja que había emergido dedos pálidos labios para invadir ese idílico espacio.
En el revuelto de plumas y cuerpos poco se podía adivinar y poco se dejaba a la imaginación ante los deliciosos sonidos que la bella mujer, amante, Musa, aquella Flor pura y, aun mismo tiempo, hecha para pecar. De sus labios brotaba poco a poco la esencia del placer, el néctar de Astarté que se deslizaba entre dos labios delicados que con voraz ternura buscaban tan anhelado tesoro líquido natural de los manantiales de la lubricidad. los dedos presionaban la piel dulcemente, con una delicadeza impropia y contraria a lo que la boca estaba haciendo en aquellos instantes. Los suaves roces de labios a veces ocultaban a dicha serpiente ecarlata, la cual volvía a lanzarse al ataque una vez se sentía realmente preparada para sorprender a la excelsa víctima.
El gusto de aquel delicioso y esencial fluido era adictivo, no solo por su fuerte sabor sino también por el acompañamiento de deliciosos sonidos que la bella dama le regalaba en cada paseo de su lengua. La voz de ella era deliciosa a la hora de expresar las sensaciones en forma de discordantes y aun mismo tiempo armoniosas. Las manos de ella no dejaban de pasear por su cabello a la par que movía con delicadeza las caderas en una sutil demanda de mas. La respiración se agitaba y relajaba a tiempos desiguales. Las sorpresas en ese lugar tan apartado y a la vez cercano eran constantes; las pausas se intercalaban con rítmicas caricias y luego cesaban para poder introducirse de nuevo pocos segundos después en aquel interior tan acogedor.
Poco a poco la tensión se hizo mas y mas ante los ataques al punto mas delicado de esa constitución tan elegante, ahora exaltada ante las emociones y las sensaciones de constante placer. Los dulces besos se convirtieron en un inesperado mordisco en un lateral que hizo saltar esas excitantes caderas de la sorpresa y soltar una estridente y perfecta carcajada. Sencillamente perfecta. Las mentes, desestabilizadas por los las emociones, las caricias, los besos, lamidas, aromas, sensaciones, deseos, se unían y separaban constantemente, en un baile que desmontaba la vida ante los ojos mismos y la volvía a formar rodeada de cientos o miles de brillantes matices.
El grito final fue estremecedor. Excelsamente estremecedor. Ambos temblaron de placer cuando este se hizo presente en el cuerpo de quien inspiraba los mas dulces versos susurrados en el oído de la dama mas bella del mundo. De su mundo. Aquella esencia fue devorada, bebida con fruición entre respiraciones agitadas y movimientos de cadera cargados de deseo y sensualidad. Las manos ascendieron entonces por la extensión de todo su cuerpo y rodearon la figura algo sudorosa de quien en las noches encendía la llama de la pasión en su interior con apenas una mirada o unas pocas palabras. Se miraron fijamente mientras recobraban la compostura y en el tercer beso del día rieron y disfrutaron de una gloriosa mañana.
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