viernes, 8 de diciembre de 2017

Las tres tormentas (o "Tres Reinas: segunda parte)

   Aquel reino era sin duda de lo mas provechoso en cuando al comercio, el arte y la viva representación de las buenas gentes era aquel palacio que parecía detallado al milímetro por el cincel de un dios. Ese reino era quizás el mas lejano, algunos decían que solo se podía llegar a el con la imaginación aunque la llegada de gentes de todo tipo demostraba lo contrario. Todo parecía ir en marcha, desde los molineros con el trigo hasta los orfebres con sus cargamentos de joyas en el almacén esperando a ser convertidos en joyas. Las tres reinas gozaban de la admiración y el apoyo de sus súbditos, eran un ejemplo de ética, buen saber y cultura, de fuerza y belleza, elegancia, sutileza y deseos de ver a su pueblo en buen estado. Había entre los súbditos uno muy especial, que gozaba con el favor de aquellas mujeres. Un loco andante que sabía escribir, que gustaba de usar la imaginación para algo mas que ganar dinero, inventar excusas o hacer el mal en el mal en  el mas general de sus aspectos. Redactaba historias de todo tipo y por supuesto aquellas mujeres eran parte de las musas que le llevaban a conciliar todo tipo de escenas en forma de letras. Pero un día algo salió terriblemente mal.

   Saliendo de una taberna, dejando atrás a los amigos para abrazar la cama y quien sabe si algún sueño, con las tres reinas dormidas en sus aposentos en aquel palacio tan magnífico, dos hombres asaltaron a ese hombre, el cual se resistió al principio pero fue llevado totalmente inconsciente fuera de la ciudad. Lo que los secuestradores no sabían era que durante aquel acto contra el bien hubo un testigo; Un solitario mochuelo que voló hacia el castillo. Fuera de los muros de la ciudad, entre los bosques, esperaba un ejército que había aprovechado una noche de bruma para poder acampar y al día siguiente atacar la ciudad. Era un ejército llegado de tierras lejanas que se conformaba por hombres y mujeres malvados, bajo las órdenes de un cruel general que nada mas tomar una ciudad siempre mataba a mucha gente solo por disfrutar.

   -Los tomaremos por sorpresa cuando hayan llegado todos nuestros hombres y no sabrán que les ha golpeado.-Decía el general.-Tú eres el arquitecto de la ciudad.-le dijo a aquel hombre secuestrado.
   -Sí y no te pienso revelar un solo detalle.-Dijo desafiante, lo que e costó una bofetada y un puñetazo.

   Lejos de ahí, entre los muros del castillo, el mochuelo recitaba un secreto a la reina sabia. Esta abrió los ojos y salió de la cama para despertar a las otras dos damas de aquella particular realeza sin reyes. Al momento la guardia de la ciudad se estaba movilizando por orden de las tres reinas, que se encargaban de poner a salvo a toda aquella población de repente arrancada de la cama y asustada por los golpes en la puerta y el aviso de inminente ataque enemigo. Cada perso na y varias de las obras de arte o patrimonio de la ciudad fue llevada al puerto. Ahí varios barcos se preparaban para trasladar a la población, en caso de necesidad, a un área mas segura.

   Mientras la reina mas bella coordinaba acciones de salvaguarda de monumentos y elegía posiciones estratégicas para refugiar a la gente que vivía lejos del puerto y no podrían llegar a tiempo, la reina sabia tenía una pequeña discusión con cuatro generales del mas alto rango.
   -Majestad, con apenas un par de balistas y unos cuantos caballos puedo reducir al grueso de su ejército. Todos los años en el desierto del sur me han servido de mucho.-Dijo el primero de los generales, un hombre de buena familia que tenía la tradición militar en la sangre.
   -Tonterías.-Dijo otro hombre de cabello entrecano, ojos marrones con un atisbo de locura.-Debemos atacar de frente, ser sólidos, estar juntos y darles donde mas les duele.
   -Siempre pensando en destrozar todo lo que tienes por delante, es mejor esperar, ser paiente y ablandarlos con con las máquinas de defensa de los muros.-Dijo un hombrecillo irritante e irritable que poseía esa cualidad autónoma de tener siempre la razón.

   La reina mas fuerte, aquella guerras, encontraba todas las opciones maravillosas aunque estaba mas ocupada pensando que hacer para que no saliera herido aquel hombre que deleitaba a las tres con su visión del mundo.
   -¡SEÑORES!.-Dijo de pronto la reina sabia.- Si no se ponen de acuerdo y proponen opciones tan dispares desde luego que no conseguiremos nada aparte de que hay un hombre nuestro ahí dentro y no vamos a dejarle morir. Gracias a él ustedes tres están aquí.

   Fue entonces que por toda la ciudad se fue haciendo el silencio. Ls tres mujeres se quedaron calladas y escucharon. Gritos. Gritos de un dolor intenso. Gritos que llegaban desde el otro lado de las muradas, desde la dirección exacta de aquel campamento.

   El látigo se estrellaba contra la espalda de ese joven poeta y contador de historias, arquitecto de reinos y mago ocasional. Los gritos salían de su boca como insultos a aquel fragante bosque que ahora había sido ocupado por tan indeseables seres.  Era puñales que taladraban el oído de quien no disfrutara del dolor ajeno. pero el hombre del látigo lo disfrutaba, aquel torturador insaciable de sangre.
   -¡Habla!.-Decía el miserable.-¡Habla antes de que sea tarde, maldita escoria!-Decía el hombre, dándole de latigazos a ese soñador. Entonces sin mas se puso frente por frente y se extrañó.-¿Por que diablos estás sonriendo?.
   Entonces el hombre miró a ese torturador, antes hombre y ahora bestia sin criterio ni casi razón y susurró apenas:
   -Yo que tú me ponía algo de abrigo.-Y sin mas cayó inconsciente.
   -Ha perdido la razón.-Dijo sin mas el torturador, que se contentó con darle un par de puñetazos en el estómago.-Sí, inconsciente. Desatarle y llevarlo a la celda.-Ordenó a unos cuantos ayudantes.

   El general se encontraba mirando un mapa de lo que aproximadamente sabían de la ciudad. Era una obra magnífica con los pocos detalles que conocían. reconocía la genialidad con la que estaba diseñado cada rincón hasta donde sus espías le habían revelado. Todo el estado mayor se encontraba alrededor de aquel hombre infame cuando de pronto entró un soldado.
   -¡General, en las murallas de la ciudad!.-Dijo el mensajero.
El general salió de su tienda y vio que en lo alto de la muralla había tres figuras.
   -¡Ja! vienen a rendirse.-Concluyó el general con una sonrisa triunfal.-Creo que es nuestra conquista mas rápida.

   En lo alto de las murallas las tres reinas miraban hacia el campamento. Sus rostros, desde la distancia a la que se encontraba el general no se podían distinguir pero quien los viera de cerca se plantearía que decir o hacer unas cuantas veces. la reina mas bella ya no tenía en su rostro aquellas dos precisas praderas, a cambio de eso se habían formado dos esferas completamente blancas. El vestido negro que portaba, hasta el momento carente de movimiento, comenzó a agitarse, entonces la reina mas bella tomó un cabello y lo dejó volar con el viento, diciendo una sola palabra.
   -Dolor.-Su voz no era un grito, pero pareció reverberar en los corazones de quienes la lograron escuchar.

De pronto lo que era un cielo despejado se convirtió en un banco de nubes. No tardaron en llegar los relámpagos y las nevadas. En apenas unos pocos segundos todo estaba cubierto de una nieve espesa. Los hombres comenzaron a intentar abrigarse, a buscar una respuesta a aquel evento tan desastroso. El frío era tan intenso que cortaba la piel en un par de segundos de exposición. La dama de cabellos de platino señaló al campamento y los vientos parecieron obedecer y tomar una sola dirección. Era curioso el fenómeno visto desde las propias murallas, porque dentro de la ciudad seguía el mismo cielo despejado, con las estrellas y la luna. las tiendas de campaña comenzaron a volar y los animales tales que caballos o mascotas de los pelotones enemigos comenzaron a correr, huyendo de aquel horror.

   La segunda reina entonces tomó un cabello negro como la noche y lo dejó volar con aquel viento huracanado y susurró una palabra.
   -Locura.-la reina sabía sonrió terriblemente, con ese ácido sarcasmo, esa broma muda que volaba a tanta velocidad hacia las mentes inteligentes.

   De pronto de entre las nubes surgió una bandada de cuervos. Graznaban y cubrieron todo el cielo. Apenas podía verse nada, los fuegos y las velas estaba inservibles por aquel frío, los hombres se tambaleaban mientras buscaban algo que reconocieran. La locura viajó entre ellos, desquiciando las mentes, haciéndoles ver y pensar o creer cosas imposibles. De entre las alas de los cuervos llegaron las pesadillas, que danzaban entre aquellos malvados. Pronto la gran mayoría de aquellos seres inmundos cedieron a la locura. Con un ojo medio abierto y otro cerrado por el moratón que le dejó un puñetazo, el secuestrado vio con sus propios ojos como un hombre del general comenzó a dar vueltas recitando canciones de cuna, otros se pegaban entre ellos, pensándose enemigos acérrimos. Sin embargo pasaba algo curioso. por mucho que se matan entre ellos, por mucho que se cortara, amputaran y atravesaran, la muerte no les sobrevenía. Se veía por todos lados, cada uno de aquellos hombres caminaba con huesos rotos y se retorcía ante los picotazos de los cuervos o el corte del gélido viento, pero no morían. 

   Durante unos cuantos instantes la tercera reina contempló aquel espectáculo. Se escuchaban los gritos desde aquellas distancias. Gritos que suplicaban a todos los dioses que terminara ese tormento. Entonces aquella mujer fuerte, digna de altares y poemas, tomó uno de su cabello y se deshizo con el viento, dejando aquel pequeño hilo volar con el viento.
   Las nubes se deshicieron de pronto cuando la reina mas bella bajó la mano y la mas sabia con un elegante gesto mandó las pesadillas a su reino junto a los cuervos. Cuando el cielo se despejó, sin embargo, no les llegó toda la luz que debiera. 
   -Misericordia.-Dijo entonces la tercera reina, desde los cielos, montada sobre una criatura alada. A su lado, a su alrededor, cientos de jinetes montaban en aquellos seres con cuerpo de león y cabeza de águila. Todos portaban una armadura plateada, a excepción de aquella mujer, que era oscura como la noche y en su casco se adivinaban dos alas a imitación de las de sus compañeros alados.-¡Carga!.-Dijo con decisión y cientos de aquellos hombres y mujeres la siguieron a la batalla. 
   Apenas quedaba nada que pudiera responder a ese ataque entre las filas enemigas. Los enloquecidos heridos cayeron, los hombres sanos apenas pudieron resistir el envite mientras el general daba órdenes desesperado, con heridas profundas en su pecho, por el ataque de uno de sus propios hombres y un corte profundo y quemaduras en la cara. El poeta secuestrado vio aquella gloriosa imagen de los hombres y mujeres del reino al que servía cargando desde los cielos para terminar con la amenaza de la paz. Siguió con la mirada el vuelo de aquella reina guerra, de esa auténtica Valquiria que que no temía a nada ni nadie. 
   
Con el ejército en retirada, aquel humilde servidor de la bondad, la sabiduría y la belleza fue liberado y curado de sus heridas, quedando en deuda con aquellas tres mujeres tan excelsas e inspiradoras para su imaginación, un ejemplo de libertad, fuerza, elegancia y poder. 

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