Las calles eran iluminadas por aquellos nuevos ingenios.
Bombillas les llamaban. El bombillero recorría las calles colocando aquellas
pequeñas esferas de luz en unos soportes con cables. Iba escoltado de dos
guardias, que guardaban la valiosa carga de aquellos extraños y recientes
aparatos. Algunas tiendas, las de mayor
éxito, se habían podido permitir aquella iluminación. Electricidad lo llamaban
y parecía estar destinada a quedarse en aquel nuevo mundo que abría las puertas
a nuevos descubrimientos. Los carruajes llevaban a los mas poderosos de aquí
para allá. Otros coches mas humildes transportaban a hombres y mujeres apurados
hacia sus destinos. Las calles estaban ligeramente húmedas, producto de la
llegada del invierno.
Entre los pocos transeúntes caminaban dos figuras de
estatura muy diferente. la mas pequeña iba de la mano del mas mayor. El caballero
era de porte elegante, distinguido en las maneras y el proceder. Tenia rasgos
finos pero marcados y las mejillas ligeramente hundidas, con muchas
angulosidades. La dama tendría unos cinco años, iba bien vestida, con una
postura recta, enseñada por su padre para mantener sana la columna vertebral y
parecía gustar de probar la resistencia de otro nuevo invento revolucionario:
las botas para la lluvia.
-¡papi!.-Dijo de pronto la niña.
Aquel hombre miró a su hija adorada.
-¿Sí, hija?.-Dijo con una pequeña y discreta sonrisa, aun
había posibles testigos.
-Me gustó mucho la ópera. Me gustaron los señores
disfrazados.
-¿De verdad?.-El hombre se maravilló ante aquello.-¿te
gustaría volver? ¿no se te hizo aburrido?
-No, me gustó mucho.-la niña rio.-Yo ayer me disfracé en el
colegio.-Dijo la niña dando pequeños saltos en los charcos cada vez que pasaban
por uno.
-De árbol bailarín.-Dijo su progenitor, saludando a unos
conocidos que pasaron por su lado.
-¡Siiiiii, de árbol bailarín!-a niña comenzó hacer la danza
del árbol bailarín.
Aquel hombre, fiel a los principios regios de la paternidad,
se sintió embargado de la misma felicidad que su hija sentía al interpretar una
danza. Apenas podía disimular la sonrisa cuando la veía tan feliz.
-¡Papi mira, brilla!.-Dijo señalando una de esas novedosas
esferas de luz.-¿Por que brilla?¿Tiene luciérnagas dentro?
-No, hija. Se llaman bombillas y sirven para darle luz a las
calles.
-¿Y porque no hay velas?.-Preguntó la niña, con los ojos de
su madre en el rostro.
-Eso es lo que me estoy preguntando desde hace semanas.-Dijo
ese hombre pertrechado con sus mejores galas.
-¡Papi, mira!.-Dijo aquel pequeño ángel.-¡Aun queda una
tienda de dulces abierta! ¿podemos ir?
El hombre entonces miró su reloj de bolsillo y el cielo, plomizo
que amenazaba lluvia. La tienda estaba situada en la esquina entre una de las
calles principales y una calle secundaría.
-Está bien, pero no deberíamos retrasarnos, mañana tienes
que ir a la escuela y hay que ir a la cama.-El padre tomó a la niña de la mano
con toda delicadeza y solamente la soltó cuando ella, producto de la emoción,
trató de abrir la puerta, demasiado pesada para ella.
El hombre de porte distinguido abrió la puerta, haciendo
sonar una pequeña campanita que avisaba de la llegada de un cliente. Les salió
a atender un hombre entrado en años, muy entrado en años realmente, de baja
estatura, seguramente a punto de retirarse de aquel negocio si la pálida dama
no se adelantaba antes.
-¡Buenas noches a los últimos clientes del día!, por favor
no duden en mirar cuanto gusten, tenemos algunos muestras gratuitas de dulces
llegaros de algún país muy exótico.
-Buenas noches tenga usted, buen hombre. Mi hija no ha
podido resistir la tentación.-Aquel señor se volvió hacia su hija.- Cariño no
deshagas ni rompas nada.
-¡Ja! No se preocupe, señor.-El vendedor tomó una bolsa de
papel.-Toma encanto, llénala hasta los topes y tráela.-Y volviéndose de nuevo
al padre le informó.-Siempre mis primeros y últimos clientes tienen mitad de
precio.
-Una magnífica oferta.-Dijo el hombre mientras no perdía de
vista a su hija.
-Una pequeña idea que practico como detalle a los clientes
desde hace mas de cuarenta y cinco años.
En todo momento el caballero permanecía de espaldas al anciano
vendedor, apoyado en el mostrador, con el sombrero de copa levemente bajado.
-Si no es mucha indiscreción, le veo muy bien vestido
¿vienen de algún evento importante?
-De la ópera.-Dijo aquel padre.
-¿De la ópera? Vaya, una niña con inquietudes
culturales.-Dijo ese anciano entrañable, realmente querido por todos los niños
del barrio.
-Desde luego. Ella me arrastró a mi por si se lo está
preguntando.
El anciano rio ante ese pequeño detalle. Era una risa suave
acompañada de alguna que otra tos.
De pronto la niña volvió con la bolsa llena de dulces. El
padre muy solícito ayudó a la niña a subir la bolsa al mostrador.
-¡Quiero pagar yo!.-Dijo la niña, extendiendo su inocente
manita.
El anciano reía de nuevo con mas tosecillas. El hombre
recién llegado de la ópera con su hija llevó la mano a la cartera y le dio unas
cuantas monedas a su hija, que a su vez las depositó en el mostrador con una
sonrisa.
-Muchas gracias señorita, que tenga buena noche caballero y
que disfruten de los dulces.-Los despidió el buen hombre, anciano vendedor e
ilustre ciudadano.
Padre e hija caminaron hablando alegremente hasta la casa.
Era una casa de buena arquitectura, detallada en el exterior y en el interior
reinaba la sobriedad y la humildad para ser aquel barrio de tanta riqueza
andante y existente. Casi todo el esfuerzo dentro de aquel hogar estaba puesto
en la habitación de ella, la razón de la existencia de aquel hombre atormentado
por el pasado. En la entrada les esperaba la señora Amy Clement, ama de llaves,
limpiadora, esclarecedora de misterios como calcetines desparejados y cocinera
a tiempo casi completo. Una mujer que había tenido una vida difícil en los
campos de cultivo, donde mucha gente de piel oscura moría día sí y día también
a causa del hambre, las heridas y la falta de esperanza.
-Hola Amy.-Dijo la princesa de la casa mostrando su bolsa de
dulces.-¿quieres?.
-No señorita, muchas gracias.-Dijo la señora Clement con un
tono de voz cargado de sincera ternura y adoración hacia aquel ser de luz.
-Creo que debería acostarme ya.-Dijo la niña, bostezando
ostensiblemente.-Buenas noches papi.-
-Buenas noches, princesa.-Dijo aquel hombre, enternecido por
el lento caminar de esa criatura.
-Señor.-Dijo la señora Clement.-¿Puedo hablar con
usted?.-Estaba sonriendo pero su voz estaba cargada de algo que no era
precisamente una promesa de conversación distendida en temas intelectuales.
Lo que siguió fue un recordatorio de lo que significaba la
palabra "horario de sueño" y "horario escolar", todo ello
acompañado de palabras en el idioma natal de la señora Clement que aquel hombre
tenía algo oxidado pero podía extrapolar su significado a través de la
expresión de su rostro, el movimiento de sus manos y la respiración acelerada.
Ya entrada la noche, tres sombras se colaron en aquel barrio
de gente adinerada. Tres hombres de vida conflictiva y costumbres violentas,
afanados en el chollo del secuestro y otros asuntos realmente turbios. Con las
ganancias de sus últimos quehaceres se habían podido comprar un carro,
totalmente pintado de negro con una capota, que hacía las veces de tapadera
para camuflar sus golpes en forma de transporte para transeúntes.
-¿Es esa la casa?.-Peguntó uno de aquellos maleantes.
-Esa es.-Dijo el otro mientras preparaba el gancho y la
cuerda.-Recordar, entramos, secuestramos a la niña y dejamos la nota pidiendo
un rescate. Es muy rico ese tipo así que no escatimaré en el precio.-Dijo con
una sucia sonrisa el secuestrador.
Uno de los hombres se quedó en el puesto de conductor
mientras los otros dos lanzaban un gancho hasta el tejado. Con todo ingenio
habían recubierto las puntas de aquel gancho con telas para que no hiciera
tanto ruido. Sacrificaban el agarre mas efectivo a cambio de un poco mas de
sigilo. Tras unos pocos intento aquella cuerda pudo permanecer tensa mientras
los hombres escalaban por ella y abrían la ventana que daba a la habitación del
único motivo de cordura para aquel señor de fama incierta.
En cuando agarraron a la niña esta hizo lo obvio y se puso a
gritar, mas rápidamente le taparon la boca. Sin embargo parecía que alguien se
había despertado.
-Rápido, atranca la puerta.-Dijo el que parecía el líder de
aquella banda. Su voz era calmada, denotando mucha profesionalidad en aquellos
tejemanejes.
Una pequeña silla donde la niña se sentaba para jugar al te
con sus amigas de trapo en los momentos de soledad parecía ser suficiente. Se
equivocaban.
De pronto la puerta salto hacia adelante, quedando tumbada y
atravesando el dintel entraron ochenta kilos de rabia e instinto maternal hecho
mujer. La señora Clement portaba dos cuchillos de longitud respetable y vio tan
solo como la niña desparecía por la ventana. En la habitación quedaban ella y
el otro secuestrador. Este sacó un cuchillo.
-Créeme, soy lo mejor que te ha pasado esta noche, cariño.-
Y con toda determinación casi homicida la señora Clement se abalanzó contra ese
hombre, que probablemente no saldría de ahí. No al menos con todos los dedos o
las dos orejas.
Mientras esto sucedía, el secuestrador que tenía aquel sueño
hecho niña había llevado a la secuestrada al carro y dio dos golpes indicando
que se movieran. La niña aun estaba siendo sostenida por aquel hombre,
pataleando pero apenas le quedaban ya fuerzas. Sus lágrimas caían amargamente,
quería que papi viniera y la abrazara, tenía miedo al no entender que sucedía.
El hombre dio dos golpes en el techo para indicar al conductor que se moviera,
que tenían que arrancar. No sucedió nada. De nuevo otros dos golpes. Nada. El
líder del grupo asomó la cabeza. Su compañero conductor y los caballos parecían
paralizados.
La luna incidió sobre una figura en medio de la carretera.
Parecía un hombre. Apenas había unos pocos metros de distancia entre él y los
caballos que tiraban del carro donde el principal motivo de aquel ser para
existir y dejar a la humanidad existir estaba llorando de miedo. la figura
avanzó casi como si flotara, sin dejar de mirar a esa comitiva de malhechores.
De pronto, como por arte de magia, a un sencillo gesto de la mano, los dos
caballos cayeron al suelo, como adormecidos. El demonio poseía unos ojos
penetrantes como el golpe de un látigo bien usado por un hombre lleno de
crueldad. El conductor se agarró el pecho, donde estaba una cruz regalo de su
hermanastra y comenzó a santiguarse. El líder se metió de nuevo dentro del
carruaje y cerró las ventanas. La niña apenas tenía ya fuerzas para llorar pero
estas se renovaron cuando papi abrió la puerta a pesar de que esta estaba
atrancada por dentro.
-¡PAPIIIIIIIIIIIII!.-Lloraba la niña desconsolada, saltando
a los brazos de su amado padre y rescatador.-¡Tengo miedo! ¡tengo mucho miedo!.
-Tranquila mi amor, tranquila, papi está aquí, papi no se va
a marchar.-Su rostro era el reflejo de un hombre preocupado, de un padre que
quería a la luz de sus ojos, abrazó a su hija.-¿Estás bien, tienes alguna
herida?.-Dijo, examinando a su hija.
-¡No, pero tengo miedo!-Volvió a llorar la niña.
Apareció entonces la señora Clement. Antes de que pudiera
hacer nada, el hombre puso en brazos de la valiente ama de llaves al motivo de
su cordura.
-Señora Clemen, por favor, lleve a mi hija a su habitación y
dele un poco de chocolate caliente. El chocolate aleja la tristeza.-Dijo con
todo encanto y ternura.-Tranquila, mi dulce verso hecho princesa, volveré en
seguida.
Mientras el último "tuve mucho miedo" seguido de
un "tranquila, cariño, papá va hablar con ese señor malo para que no haga
mas cosas malas" se perdía por la puerta de la casa, un hombre de
distinguida estampa entraba en el carro y se sentaba frente al líder de aquella
banda. Por extraño que parezca, durante toda la breve conversación entre padre,
hija y cocinera experta, aquel hombre había sido atenazado por una fuerza que
lo había paralizado completamente. La pequeña puerta del carro se cerró.
-Ella es mi vida.-Dijo aquel hombre que hacía unas pocas
horas compartía una bella velada de ópera con su hija.-Su madre partió a los
brazos de Dios hace dos años. A pesar de que mi sospecha es que el Señor me la
arrebató, siempre le dije a mi pequeña que Él la había reclamado porque el
mundo no merecía tanta belleza y bondad. Y cada día, dentro de mi negro corazón
de piedra, vivo con un miedo sincero a que me arrebaten a mi pequeña.
La luna fue ocultada por unas pocas nubes y se hizo la
oscuridad, salvando aquellos revolucionarios artefactos, las bombillas, que
pronto comenzaron a titilar y apagarse una a una. Y de pronto la oscuridad, con
la salvedad de dos luces rojizas que brillaban en el interior de un carro. Un
escalofrío recorrió al espalda del secuestrador.
-Ella es muy inteligente, y no soy el mejor padre del mundo.
La señora Clement, nuestra encantadora ama de llaves, me expuso de forma muy
vehemente mi error de llevar a mi hija a sesiones de ópera en semana de
escuela. No soy perfecto. Y he tenido muy mala suerte en la vida. Pero tú.-Su
voz era una cuchilla de acero en el corazón de ese pobre desgraciado. Esas dos
brasas infernales parecieron recobrar mas intensidad-Tú trataste de arrebatarme
el único remanso de paz que encuentro en toda esta podrida humanidad.
De pronto el carro comenzó a temblar, se escucharon gritos
apagados y finalmente, el silencio. La puerta se abrió y aquel padre
responsable de vida ocupada se subió y se sentó junto al conductor.
-¿Trabajáis solos o tenéis un jefe por encima de ese patán
que os comandaba?.-Dijo con seriedad.
-Trabajábamos solos.-El miedo atenazaba cada músculo de
aquel pobre diablo.
-Mas te vale que sea verdad, aunque supongo que con toda la
experiencia de tu jefe debía de disponer de un contable, que ahora mismo podría
estar emborrachándose en la taberna de turno. -El hombre de elegante porte miró
atentamente a su interrogado y vio esa señal de verdad descubierta".-Lo
sabía. Dile que lo que hay dentro del carro es el destino de cada uno de ellos
como osen siquiera tener la idea de tocarle un pelo a mi hija.
Y de pronto los caballos despertaron y aquel hombre los
espoleo, ya solo en su puesto, corriendo calle abajo como alma que no se llevó,
al menos ese día, el diablo.
La pequeña princesa de la casa estaba acompañada de la
señora Clement. Estaba mucho mas tranquila e incluso se había animad hablar de
los señores disfrazados de la ópera. El ama de llaves sonreía y se interesaba
por todo lo que la niña le decía. En verdad tenía el aura de un ángel. Cada
sorbo de chocolate le devolvía un poco el color a sus mejillas. A los pocos
minutos aquel caballero nocturno entrada por la puerta y abrazaba a su hija,
sentándose a la mesa. Los ojos rojos de papá estaban cargados de absoluto amor.
-Amo, es hora de irse a la cama.-Dijo aquel padre después de
un rato.
-¿Puedo dormir hoy contigo?.-Preguntó la niña, con esos
grandes ojos calco de los de su madre.
-Por supuesto que puedes.-Dijo la figura paterna de la casa.
Y padre e hija se metieron en la cama de él, grande y
espaciosa, mas vacía que nunca desde hacía tres años desde que la tisis le
había arrebatado a uno de los dos únicos motivos de felicidad en toda su larga
vida.
-Papá.-Dijo la niña, ya quedándose algo adormilada por el
chocolate.-¿Por que no te late el corazón?
Aquel envolvió a su hija, al motivo de su cordura entre sus
brazos.
-Porque hace mucho tiempo le di la mitad de mi corazón a tu
madre, que se lo llevó a los cielos y la otra mitad te la di a ti, por eso tu
corazón sí que late.-ese caballero a la princesa mas bella de todo el reino.
A las pocas semanas aquel momento había pasado a ser un
recuerdo nublado en la memoria de esa pequeña princesa de la casa. Una mañana
ella se levantó para desayunar con la insistencia de la señora Clement. La
cocinera de la casa siempre tenía algunas ideas originales para amenizar el
desayuno, y dado que su jefe le daba carta blanca en el uso de ingredientes
ella tenía plena disposición de darle sorpresivos y nutritivos desayunos a la
mas pequeña. La pequeña tenía entre sus brazos una muñeca de trapo recién
comprada por su padre como regalo de cumpleaños. Era una muñeca muy bonita,
procedente de uno de los mejores jugueteros de la ciudad. Aquel caballero fue
testigo de como la muñeca y la niña tenían un flechazo de amor y absoluta
afinidad. Solo por eso al juguetero le llegó de forma anónima un sobre con el
doble del precio y en billetes recién salidos de la imprenta.
-¡Papi!.-Dijo de pronto la niña. Se le había ocurrido una
magnífica idea.-¿Puedo llevar a Felicia para que juegue con mis amigas? Les
hablé de ella el otro día y la quieren conocer.
-Por supuesto mi niña.-Dijo con una pequeña y complaciente
sonrisa aquel hombre muy querido por sus vecinos y respetado por superiores y
subalternos.
-¡Gracias papi!.-Y se agarró a la mano de la señora Clement
que la acompañó hacia la escuela.
Un reconocido ministro había ideado un sistema de transporte
para los colegios que permitía una red de diligencias, carros y carruajes para transportar
a los niños desde sus casas hasta el colegio de forma segura. El vehículo
tirado por caballos tenía dos pisos, nada mas y nada menos. La señorita que
atendía a los niños y los recogía siempre se mostraba sonriente.
-Oh ¿muñeca nueva?.-Dijo aquela amable mujer amante de los
niños mientras entre ella y la señora Clement ayudaban a la pequeña a subir.
-¡Sí! ¿verdad que es bonita? Se llama Felicia.
-Encantada Felicia.-Dijo la señorita del carromato Mientras
este se ponía en movimiento.
-Señor, su hija ya está de camino al colegio, que tenga un
buen día en el trabajo.-Dijo la señora Clement a su jefe.
-Muchas gracias por sus buenos deseos, señora Clement pero
hay un inconveniente.-Y entonces le mostró su agenda del día.-Hoy tengo el día
libre. No hay clientes que recibir ni encargos ni nada.-El hombre se quedó
pensando que hacer.-Creo que terminaré esa maqueta de aquel castillo tan
famoso.
-Me parece una idea magnífica, señor.-Dijo el ama de llaves
mientras recogía el cesto de la ropa sucia.-Iré a lavar y tender la ropa.
Pocas horas después, estando centrado en construir y
terminar una torre de homenaje, ese hombre de negocios con el día libre de
pronto sintió al advenimiento de uno de esos momentos. Entonces vio una imagen
terrible pasando como un relámpago por delante de sus ojos. Su niña lloraba,
con Felicia en sus brazos. A la muñeca le faltaba un brazo y una sombra con
risa burlona se alejaba. Apenas fue unos segundos pero cuando volvió en si la
torre de homenaje estaba destrozada entre sus dedos.
-¡Señora Clement!.-Llamó a través de la ventana.-¡Es
urgente!
-¡Enseguida señor!.-Se despidió de otra ama de llaves,
empleada de sus vecinos, poderosos banqueros y corrió escaleras arriba.
Cuando llegó se encontró a su señor sentado en el sofá, con
los ojos perdidos, mirando lo que quedaba de la maqueta destrozada. Pocas veces
su señor era tan poco cuidadoso con la construcción de sus maquetas, uno de las
pocas aficiones capaz de abstraerlo lo suficiente.
-Señora Clement, hoy saldré yo a recibir a mi hija. Quiero
que usted prepare un chocolate caliente para mi niña.
Momentos después el hombre estaba en la entrada de la casa,
con el rostro tenso. Dos calles antes llegaron los sollozos de su hija. Le
partía el alma verla llorar. Iba murmurando un nombre masculino y otro
femenino. El femenino era "Felicia", el nombre de su bella muñeca.
La niña se bajó llorando.
-Tuvo una pelea con un niño y su muñeca Felicia se rompió.
Mire el brazo de la pobre, está colgando de un hilo.-Explicó la cuidadora
mientras ponía a la niña en brazos de aquel hombre de rasgos tan perfectos.
-Papi.-Lloraba la niña.-La ha roto ese tonto niño la ha
roto.
-Mi princesa.-Susurró el padre a su hija.-¿te ha hecho algo
a ti?
-No...-Dijo la niña sorbiéndose los mocos con el pañuelo que
papá le ofrecía.-Un niño nuevo que quería quitarme a Felicia. Me la quiso
quitar y le pegué y me la quitó y la rompiço.-las lágrimas afloraban de nuevo.
El hombre miró a la preocupada cuidadora.
-Yo me encargo a partir de este punto, señorita. Muchas
gracias.-Y hasta se permitió una sonrisa sutil, de medio lado.
Una vez dentro la señora Clement le ofreció un chocolate
reciñen hecho. Ambos adultos se sentaron a cada lado y esperaron pacientemente
mientras Felicia reposaba en una estantería en la entrada, junto a los
documentos y papeles del trabajo de papá.
-¿Se puede curar?.-preguntó finalmente la niña.
El padre miró a la mujer adulta de la casa.
-¿Señora Clement?.-Preguntó el hombre, visiblemente
preocupado y triste por la tristeza de su hija.
-Preferiría dejarlo en manos de un profesional.-Dijo, con
toda sinceridad, la sabía de los tres.
-Que así sea.-La sombra, el demonio, el asesino despiadado
envolvió en sus brazos a su hija y la abrazó suavemente comenzando a tararearle
una suave canción de la tierra natal de aquel hombre.
Mientras lo hacía subió a la niña y la dejó dormida en
compañía de uno de sus peluches favoritos. Bajó a la entrada de la casa donde la
Señora Clement tomaba a la muñeca.
-Parece que está muy rota. Si tira un poco mas se había
desgarrado del todo.
-Podría encontrar a los padres de ese pequeño miserable y
hacerles la vida imposible durante generaciones enteras.-Dijo el hombre, con
los ojos encendidos en maldad.
-Pero no lo hará porque a mi no me da la gana y porque su
hija no dejaría de ser desdichada de esa forma.-Dijo la señora Clement.-Y en el
fondo usted lo sabe.
El hombre no tuvo mas remedio que bajar la cabeza aceptando
aquella verdad.
-Tengo una idea.-Dijo la señora de pronto.-Deme papel y
pluma. Enviaré un mensaje a un amigo.
Felicia fue depositada en una pequeña cama al lado de la
cama de la princesa de la casa. Esa dulce y bella niña la atendía en lo
posible. Aquel demonio en la tierra la miraba todos los días y participaba en
las terapias de rehabilitación, las cuales apenas avanzaban.
Sonó el timbre y el buen hombre recibió en su casa a un
hombre espigado y de rostro pedante. Por instinto el anfitrión se colocó a la
misma altura y adoptó el mismo rostro que el invitado.
-¿En que le puedo ayudar, señor?.-Preguntó el anfitrión.
-Soy el doctor, creo que tengo que atender en esta casa a
una muñeca.
Siguieron unas muy formales presentaciones, la felicidad de
la señora Clement al ver a su amigo de la infancia y un afectuoso abrazo. El
docto fue formalmente presentado a la niña, que abrió los ojos como platos.
-¿Es usted médico de muñecas?.-preguntó, y miró a su padre.
-Y mecánicos de trenes de juguete, y general de soldaditos
de plomo, un largo etcétera, señorita ¿donde está mi paciente?
-Aquí.-Dijo la niña toda triste señalando a la muñeca,
tendido en la cama y rodeada de otras amigas de trapo que venían siempre a
desearle algún bien.
El doctor examinó a su paciente durante unos cuantos
minutos.
-Es grave pero puedo hacer algo. Intentaré que sea lo mas
rápido posible y no quiero interrupción de ningún tipo.
Padre, hija y ama de llaves salieron mientras las amigas de
Felicia se retiraban una a una con ayuda de la niña. La niña se sentó en las
rodillas de su progenitor mientras balanceaba las piernas y miraba la puerta de
su propia habitación.
-Mi pequeña.-Dijo ese hombre capaz de cualquier cosa por ese
pequeño ángel.-¿Ese niño te hizo algo malo aparte de romper a Felicia?
La niña negó con la cabeza. El padre la abrazó mientras
esperaban pacientemente a que el doctor de juguetes hiciera su trabajo lo mejor
posible. Le asombraba hasta que punto ese niño y él se parecían, capaces de
hacer el mal por el mal. Sus recuerdos volaron hasta los momentos en los que él
había sido una miserable bestia insaciable.
Mientras tanto, el médico de juguetes estaba encendiendo
incienso y recitaba un cántico en palabras antiguas. Convocaba a los espíritus
y les hablaba sobre sus deseos de recuperar a esa muñeca de su maltrecho
brazo. Los espíritus le escucharon y
acudieron en su ayuda, bailando y cantando con él.
Al otro lado de la puerta, el padre lo escuchaba todo
mientras acunaba a su hija. Seguidamente miró a su ama de llaves.
-Señora Clement, no quiero prejuzgar a su amigo pero
solamente una vez escuché cosas similares y fue en un ritual de magia
negra..-Sus ojos estaban comenzando a incendiarse.
-No no no, no hay de qué preocuparse, jefe, él tiene su
método de trabajo. Si se da cuenta no se irradia nada negativo.-Dijo la señora
Clement.
Era verdad. Aquel hombre era capaz de identificar a aquellos
que se asemejaban y a los que eran contrarios a él. Y esto era algo muy
contrario a su naturaleza, contra la que luchaba desde hacía décadas para poder
salvaguardar a sus seres queridos. Bueno, mas bien a su ser querido.
Aparentemente la niña no había escuchado ni visto nada, pues
trataba de concentrarse en algo que no fuera el dolor de la que se había
convertido en su muñeca favorita.
-Antes de que hicieran daño a Felicia estuvimos aprendiendo
un baile para la obra de teatro, papi.-Dijo de pronto aquella pequeña bendición
de ojos color miel.
-Oh, eso es maravilloso, cariño.-Dijo la señora
Clement.-¿Nos lo muestras?
La niña saltó de las piernas de su padre y se puso a bailar.
Es probablemente lo que mas le gustaba hacer a su pequeña, bailar. Cada vez que
bailaba parecía olvidarse hasta del mas mínimo de sus problemas. Y alegraba el
alma verla bailar. De pronto la puerta se abrió.
Apareció aquel hombre de piel oscura con el rostro perlado
de sudor, entre una nube de incienso. Ahí dentro pareciera que hubiera
estallado una batalla. El hombre finalmente sonrió cuando en su baile, la niña
iba hacer el vuelo del colibrí que pasa cerca del río.
-La operación ha sido todo un éxito.-Dijo el doctor y dejó
pasar a la niña que abrazó a su recién curada amiga de trapo.
-¡Muchas gracias!-Dijo la niña, abrazando muy fuerte a
Felicia.
El padre de aquella criatura miró a su pequeño ángel feliz y
llevó la mano al bolsillo para pagar a ese hombre.
-Oh no no, esto es un servicio gratuito, parte de mi
hobbie.-Dijo, negándose a aceptar el dinero.
-Pero de alguna manera le tengo que pagar, caballero.-Dijo
el hombre.
-Ya me invitarán a algo algún día.-Dijo ese señor y con una
inclinación de cabeza se retiró tranquilamente.
Aquella casa volvía a ser, a pesar de su anfitrión de pasado
oscuro, un remanso de paz. Sin embargo, por precaución, Felicia se quedó en
casa durante unas cuantas semanas. Aquel niño parecía gustar de hacer la vida
imposible a las señoritas de la escuela y sus amigas de trapo.
Pasaron unas cuantas semanas mas. Llegó el invierno. La
nieve caía por todas partes y lo inundaba todo de blanco. Los muñecos de nieve
empezaban a aflorar en aquel barrio pudiente y en los barrios pobres también.
Era algo universal, al alcance de cualquier mano, ya estuviera enfundada en
guante de piel o desnuda. Los niños se divertían. Algunas amigas de la hija
fueron invitadas a esa bella casa para tomar algo y de paso jugar en la nieve
del patio trasero, que era realmente amplio. Desde su despacho, aquel hombre de
ojos rojizos terminaba parte de su trabajo, con documentos históricos y legales
de por medio. Dejó salir un suspiro. Podría hacer eso todos los días, era algo
que le gustaba pero realmente tedioso. Miró al otro lado de su despacho donde
estaba la maqueta a medio construir de un barco pirata muy famoso en ciertas
latitudes tropicales. Por un momento sintió la tentación apoderarse de él. Pero
no, debía de terminar aquello. El hombre de la casa había puesto a la señora
Clement como improvisada vigilante de las actividades lúdicas de su hija y sus
amigas. Igualmente tenía un oído puesto en el patio, con la ventana levemente
entreabierta aprovechando que la nieve se había detenido y entraba una brisa
invernal que le recordaba a su antiguo hogar.
De vez en cuando escuchaba a la señora Clement riendo, hablando
o entreteniéndose con la niñas. Ella era una de las pocas mujeres que podían
ponerle en su sitio cuando sus instintos se disparaban o cometía alguna falta
de tipo paterno-filial. Ser padre era duro, incluso en una situación de riqueza
como aquella. Aquel hombre se dedicaba a escribir a máquina unas copias para
cierto ministro cuando de pronto escuchó otra voz femenina, la intervención de
la señora Clement y unos pasos hacia la casa. Los dedos dejaron de escribir
para quedarse totalmente quietos con una "N" a medio avanzar hasta el
papel.
-Señor, tenemos visita.-Dijo la señora Clement cuando entró
por la puerta.
Los ojos del señor de la casa miraron la agenda con rapidez.
No tenía visitas programadas para esa hora. Entrecerró los ojos, con sospecha,
se levantó y bajó las escaleras precedida del ama de llaves. En el salón de
invitado se encontraba su pequeña, con un chocolate caliente en las manos y una
mujer madura, de unos cuarenta y tantos, con nariz fina, ojos ambarinos y aun
conservando un cierto atractivo de épocas pasadas. El hombre miró a su hija,
que le sonrió con un bigote de chocolate, señal inequívoca de que no era nada
malo.
-Usted debe de ser el padre de esta señorita.-Dijo aquella
mujer. Acento de tierras del este.
-Soy yo, sí... ¿en que puedo ayudarla?.-Preguntó el hombre
sentándose frente por frente.
-Soy la maestra de teatro y coreógrafa de la escuela de su
hija.-Dijo aquella mujer de mirada penetrante.
-Es la que me enseña las danzas papi, como la del árbol
feliz y las ardillas sonrientes.
-Oh.-Dijo el buen hombre. No sabía que mas decir.-Hija, ven
un momento con papi.-Dojo con una cálida sonrisa. La niña obedeció y tomando
las manos de su hija preguntó.-¿te ffias de esta mujer?
-Sí, es bastante seria y pone esa cara que pones cuando algo
no te gusta.-Dijo la niña soltando una pequeña risita.
-¿Cual cara?.-Dijo todo serio, alzando levemente una ceja.
-Justo esa.-Dijo e nuevo con otra risita.-A mi me cae bien
aunque el resto de niñas le tienen un poco de miedo.
-Mmmmmmmm comprendo.-Invitó a su hija a sentarse de nuevo. y
él hizo lo propio mirando de nuevo a aquella mujer.-Creo que viene a proponerme
algo.
-Pues sí.-Dijo la mujer, sentándose algo mas derecha.-Quiero
que su hija haga una prueba para el ballet nacional.
El hombre miró durante un rato que pareció eterno a aquella
mujer, que no había dudado ni vacilado un solo instante en su proposición. A
continuación miró a su hija, a su niña, su pequeña. Aquellas palabras de la
mujer encendieron su rostro como pocas veces había hecho él.
-Hija.-Dijo la pesadilla de muchos hombres
poderosos.-¿quieres hacer esa prueba?
-¡SIIIIIIIIIIIIIIIIII!-Y se puso a saltar de felicidad.
El padre hizo un gesto con la mano hacia la señora
-Adelante pues.-Dijo el caballero.
Pasaron las semanas, y los meses y los años. Durante todo
ese tiempo aquel hombre vio crecer a su ángel. Cada día se ponía mas guapa y
mas alta. Su cuerpo parecía tener un plan perfectamente estructurado de
crecimiento. Aquel hombre se sentía feliz de ver que su niña cumplía su sueño.
Vio con dolor como sus pies eran destrozados por las pruebas, los ensayos, vio
las lágrimas de aquella princesa de cuento hecha mujer. Secó sus lágrimas y
haciendo un esfuerzo titánico limpió sus heridas. Las carnicerías de toda la
ciudad recibían a la señora Clement como si fuera la reina del país entero ante
las cantidades de dinero que dejaba por riñones y sangre. A veces ese hombre
miraba a su niña ensayando, invitada por ella. Le hablaba de las compañeras, de
los compañeros, de sus profesores. Un día repitió mas de tres veces en la
semana el nombre de un chico. Cuando un día vio el rubor en las mejillas de su
niño tras hablar con ese chico se dio cuenta: el primer amor. La señora Clement
era una bendición, mas que nunca, cuando atendía los pies de su hija en su
lugar porque él tenía que recibir a banqueros, ministros, diplomáticos y demás
gente importante. Renegó del club de caballeros ante lo inesperadamente mal
visto que era que un hombre se encargara el solo de su hija. "Tienes una
criada para algo" le habían dicho.
Trece años pasaron, llenos del primer desamor, restaurantes
caros y baratos, épocas buenas y malas, una oleada de asesinatos en la ciudad.
Épocas de terror. Su princesa crecía sin ser ajena a todo aquello, su cabeza se
llenó de ideas de libertad. Las exponía constantemente en la mesa. Llegó
entonces el gran día.
El público entraba por la puerta de forma ordenada. Entre
esas personas un hombre distinguido y a su lado una mujer entrada en carnes con
la piel negra. La gente los miraba con extrañeza pero era orden absoluta e
indiscutible que los dos estuvieran presentes. El gran teatro hacía sido
estrenado hacía un par de años y aquel hombre de porte y elegante vestir había
sido parte fundamental en los acuerdos de construcción y la elaboración de los
planos.
Su rostro era una máscara blanca de impasibilidad pero
adquiría los tintes de la cordialidad en persona cuando un amigo o un compañero
de trabajo se le acercaba. La mujer se color se sentía algo intimidada por todo
ese despliegue de poder.
-Está claro que nunca he estado en un teatro, esto es
precioso.-Dijo la señora Clement. Iba muy guapa acorde a la ocasión.-Señor, iré
buscando los asientos.
-Adelante señora Clement.
Aquel hombre estaba realmente nervioso a pesar de
disimularlo muy bien. pasaron los minutos y los invitados fueron llamados a
sentarse. Sus Majestades presenciarían aquel espectáculo en el palco real. Cuando
todos estuvieron en sus asientos, los reyes entraron con toda la gala y
elegancia. Los espectadores se pusieron en pie y miraron en dirección al palco.
Los reyes saludaron, el público saludó, los reyes se sentaron y el público se
sentó. La señora Clement se sentó a la izquierda de su jefe. A la derecha un
asiento vacío. Se levantó el telón. Comenzó el espectáculo.
Una obra que nunca pasaría de moda comenzó su desarrollo con
aquella icónica melodía inicial. El padre miraba como su niña interpretaba,
como sentía la música y se convertía en ella. Entraban mas bailarinas y
bailarines, entre ellos el tres veces nombrado, el único que había conocido a
aquel hombre en una faceta poco amigable y había sobrevivido. El padre de
aquella princesa de la casa miró a sus majestades y luego a los palcos
superiores. había todo tipo de rostros: alegres, emocionados, aburridos. Miró
sus ojos. A pesar de la distancia podía ver varios pares de ojos incendiados
como los suyos. Sus intenciones eran desconocidas pero se portaban acorde a lo
establecido en la sociedad y esa noche nadie molestaría a su niña en su gran
día. Volvió a mirar al escenario, disfrutando de ver a su niña y aquella danza.
De árbol feliz a elegante cisne.
-Estoy muy orgulloso de nuestra hija.-Dijo entonces el padre
muy bajito.
Un brazo blanco rodeó su brazo derecho y una cabeza se apoyó
sobre su hombro.
-Y yo estoy muy orgullosa de ambos, mi amor.-Aquella voz era
terciopelo, hecha para cantar. Su aroma era el mismo.-Lo has hecho muy bien en
mi ausencia.-Unos labios se posaron en su mejilla.
-Te echo tanto de menos, Petra-Musitó en apenas un susurró.
-Y yo a vosotros, cariño.-Una fantasmagórica mano se deslizó
por su rostro.-Él me ha permitido estar hoy aquí como gesto de solemne respeto.
Y juntos, miraron como esa niña, la niña de sus ojos, con
los ojos de su madre, cumplía su sueño y nacía como leyenda del ballet ante el
mundo.
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