El doctor se había levantado como cada mañana y se había despedido de su mujer, como cada día. Las grandes personas tenían grandes horarios, pero él no era un gran hombre, solamente un médico de criaturas fantásticas. Un tipo de especialista en seres no-humanos, criaturas vivientes, formas de vida no clasificadas, especímenes raros, entidades inefables y la lista continuaba. Como siempre, llegó puntual. Ah por cierto, que ese médico no era especialista exactamente en todo eso. Era doctorado en el cuidado y bienestar de las crías, bebés, cachorros o creaciones recientes de todos los entes anteriormente mencionados. Y mas, mucho mas. Poco tiempo había pasado desde que el primer par de hadas habían estudiado leyes en lo que se consideró uno de los grandes choques culturales entre la humanidad y la no-humanidad (El concepto "no-humanidad" aun estaba en debate entre muchos filósofos y biólogos). No duraron muchos años, apenas completaron un par de cursos pero la facultad de derecho tiene los mejores jardines de todo el país. A día de hoy los jardineros de la universidad cercana no se han tenido que preocupar por un solo pétalo.
Llegó debidamente tranquilo, conforme a sus pacientes fueran llegando trataría de cumplir el servicio a la sanidad pública lo mejor posible y para casa. La consulta parecía normal, con sus lámparas, sus instrumentos y todo eso, pero si uno afinaba la vista veía de todo, y cuando se dice de todo es que es de todo. Se abrió la puerta y entró una madre con su bebé. esta parecía bastante alarmada y sinceramente a punto del ataque de nervios. La enfermera presente trató de calmarla mientras rápidamente el doctor, con su apacible tranquilidad se encargaba del niño. Era regordete, de sonrisa encantadora, manitas y pies muy activos, mirada inquieta y ojos grises. Sería todo un portento entre las damas. Aun no tenía los dientes. se le veía saludable. Midió pulso, temperatura... todo normal. El doctor alzó la ceja levemente, preguntándose a que venía tanto revuelo por parte de su madre.
-¡Doctor!.-Dijo la progenitora de la criatura.- ¡Mi hijo se ha vuelto verde!.-
El médico se giró de nuevo al niño, que le devolvió una mirada brillante y llena de encanto:
-Ah, pues sí.-Dijo con toda tranquilidad. Sonrió levemente.- Pues sí, es verde. Tomó al niño en brazos y lo sentó en la mesa de las consultas, frente a él.- A ver, muchachito. Vamos hacer la prueba de fuego.
Encima de la mesa había un jarrón con unas flores, para darle un toque alegre a todo lo blanco de aquel lugar. Tomó una de las flores y la puso al alcancé de la mano del niño. Este instintivamente la agarró y la flor, cerrada hasta ese momento, se abrió de golpe.
-Señora...-Dijo el médico pero la mujer le interrumpió.
-¡Señorita, que soy soltera y muy orgullosa!
No aguantaba a ese tipo de madres, preocupadas mas del título o estado civil que de sus hijos.
-Señorita.-Dijo el buen hombre tras tomar aire para tranquilizarse.-Su hijo ha sido bendecido por un espíritu venusiano, creadores innatos de vida. El color verde se irá haciendo cada vez mas pálido pero dejará una marca en alguna parte de su cuerpo. A partir de ahora nada de carne, solo alimentos vegetales y mucha fruta.
-Pero pero...-La mujer se quedó como en shock.-¿No será normal nunca mas?
-Solo hasta donde el quiera serlo. Él y solo Él-Recalcó el "Él" muy bien, pues intuía de que pie cojeaba la señora- Puede decidir su destino.
El rostro de la mujer pasó de confusión a indignación, seguidamente a ofensa, y luego tomó a su hijo y se fue sin mucha educación.
El siguiente paciente no tardó mucho en llegar. Este sí que era preocupante. Desde lo que probablemente sería un embalse natural, un matrimonio de castorianos trajo a su hijo. Al momento estaba en la cama. Eran seres realmente curiosos, conservaban grandes rasgos humanos, podían caminar a dos patas pero tanto las manos como los pies eran palmeados. No llegaban a mas de un metro cincuenta y solían evitar las urbes. Salvo que fuera cuestión de vida o muerte.
El pequeño estaba totalmente paralizado, con la mirada desencajada, como si estuviera viendo los mas grandes horrores. Sus dientes, tan útiles para morder la madera, estaban temblando.
-No sabemosh que le pasha a mi niño doctor.-la madre estaba al borde de un ataque de nervios. Quien hablaba era el padre, que se abrazaba a su desconsolada esposa.
El hombre encargado de aquel asunto descorrió las persianas. La ventana daba al mar. La visión del mar era buena para los castorianos y los tranquilizaba. Mismamente la madre y esposa, así como su marido parecieron sentir el influjo del vaivén de las olas. Con el fonendoscopio escuchó el corazón ty la respiración.La respiración fallaba.
-Señora.-Dijo el doctor.- Necesito que me diga lo mas rápida y completamente posible la vegetación predominante en su hogar.
La memoria de los castorianos para lo que había y no había en su territorio era algo demencial:
-Shietemil doscientos cincuenta eucaliptos, cuatrocientosh dos roblesh, ciento veintitresh abedulesh y...-la señora castoriana se puso pálida.-No...-La mujer miró a su hijo.-Le dije que no se acercara.
-Enfermera, pinzas.-Dijo y sin ningún tipo de delicadeza, abrió la boca del niño e introdujo las pinzas en la garganta cuando aquella mujer se las alcanzó. El cuerpo del pequeño se sacudió, las manos palmeadas casi le arañan la cara. Los castorianos estaban acostumbrados a defender su territorio con uñas y dientes. Fueron minutos angustiosos pero al fin, en alto, las pinzas sostenían un fragmento de madera color pardo rojizo con un poco de sangre del pobre niño.
-Enfermera, pinzas.-Dijo y sin ningún tipo de delicadeza, abrió la boca del niño e introdujo las pinzas en la garganta cuando aquella mujer se las alcanzó. El cuerpo del pequeño se sacudió, las manos palmeadas casi le arañan la cara. Los castorianos estaban acostumbrados a defender su territorio con uñas y dientes. Fueron minutos angustiosos pero al fin, en alto, las pinzas sostenían un fragmento de madera color pardo rojizo con un poco de sangre del pobre niño.
Al momento el chico pareció despertarse de un mal sueño, estaba pálido y sudoroso, temblaba y parecía algo desorientado. Al ver a su madre, alargó los brazos entre lágrimas y padre, madre e hijo se abrazaron mientras el doctor depositaba la astilla en un tarro y lo cerraba. Les dejó un rato para que todos se tranquilizaran y una vez sentados cada uno en su lugar, con el niño refugiado en el pecho de su madre, les extendió un papel.
-La dirección de un ferretero también especializado en maderas. Denle esto.-Acuñó y firmó el papel.-maderas blandas durante un mes, nada de exquisiteces como bog y bambú. Y ébano mucho menos.
-¿Esho es madera blanda, doctor?.-preguntó entonces el niño mirando el tarro lleno de depresores de madera lingual.
-Sí, pero creo que durante el proceso alguien fue acusado de acercarse a cierto árbol al que se le dijo que no se acercara..-Dijo el doctor.- Pero también soy consciente delo que es el miedo a este tipo de cosas así que toma.-Le dio un par de ellos.-Creo que eso es todo.-Dijo levantándose al mismo tiempo que los padres y el niño y acompañándolos a la salida.
Nada mas salir, el rostro de ese hombre se volvió serio y anotó en un papel que debía de telefonear al departamento de guardas forestales para que tomaran cartas en el asunto. No se podía permitir nunca que un tejo estuviese en las cercanías de un bosque habitado por castorianos. Los niños podrían atragantarse.
-Que pase el siguiente.-Dijo el hombre que se encargaba de curar a eso pequeños querubines.
Cerca de él, donde se encontraban las flores en el jarrón, todas empezaron a florecer de repente. El médico se las quedó mirando un instante hasta que se abrió la puerta y la enfermera hizo pasar a los reyes del bosque.
-Majestades.-Dijo el hombre poniéndose en pie y haciendo una reverencia, componiendo su mejor sonrisa.
Los reyes del bosque eran los dos seres mas poderosos del bosque, los que estaban mas en armonía con la vida hasta el punto de hacer aparecer esta con solo su presencia. El Rey Fauno y la Reina Ninfa, la pareja mas bella del mundo. El mitad hombre y mitad cabra (se ofendía si le decían eso) siempre iba ataviado con sus ropajes agrestes, su orgullo y su absoluto deseo de que se le obedeciera en todo, aunque siempre era cabal y se sometía a las indicaciones médicas pertinentes. Reconocido internacionalmente como uno de los mejores músicos de la época, causaba la admiración de muchas y la envidia de muchos. La marcada virilidad de sus facciones eran a su vez el marco de unos ojos azules y de extrema frialdad. Todo ello estaba enmarcado con un cabello negro que parecía traslucir tonos verdes.
La Reina Ninfa era casi el opuesto a su marido en carácter. Era bondad y belleza absolutas. Se decía que la misma muerte se había enamorado de ella y que por eso a ella ya su marido les había concedido la inmortalidad. A su estilizada figura se acompañaba un aura de algo que no se podía describir. La vida le rodeaba por todas partes. Dos orejas puntiagudas sobresalían por los lados de la cabeza, enmarcada en una cabellera similar a la de su marido pero con todos dorados. Cada paso era como si flotara. Sus ojos eran del color de la miel mas pura y la dulzura con que lo miraban todo era proporcional. Todos los ojeadores de belleza se fijaron en ella. Sus gestos destilaban pulcritud, dignidad y amor absoluto hacia todo aquello que fuera bueno. Su cuerpo estaba cubierto con un vestido de gasa blanco que confería pureza a toda la atmósfera. Era realmente complicado no quedarse estático ante la impresión de su estampa.
Detrás de ellos estaban los pacientes. Una pareja mixta de gemelos que habían nacido hacia muchos años. Ella era un calco de su madre pero tenía los ojos de su padre, incluida la frialdad. El niño tenía pequeños cuernos en la cabeza, apenas unos puntos a ambos lados de la frente. El niño rezumaba felicidad, aunque se llevaba de vez en cuando las manos a los cuernos y componía una cara de dolor muy notable para el observador aunque discretamente disimulada por el orgullo. Su hermana una cara de pocos amigos como pocas se han visto en la historia de esa consulta. Nunca se separaban ambos hermanos.
-Al Príncipe le duele la cabeza.-Dijo la niña al momento con sonrisa burlona.
-¡No es verdad!.-Dijo el niño, llevándose al momento las manos a la cabeza.
-¡Comportaos, no avergoncéis a la familia!.-Dijo el Rey mientras se adelantaba un paso. Un genio vivo de voz profunda.
-No curre nada Majestad.-Dijeron el doctor y la enfermera al mismo tiempo. se miraron,sonrieron y el médico habló.-Veamos.
El médico se acercó al niño, haciendo amablemente a un lado a la niña, bajo la mirada atenta de sus padres. Posó sus manos sobre la cabeza del niño. Palpó largo rato. Notaba la continuación de los pequeños cuernos. El niño miraba a la nada con su rostro teñido de dolor, dignidad y orgullo. Era un valiente, digno calco de su padre.
-Bien.-Dijo entonces el doctor apartándose.- Si me permite, me gustaría que levantara los brazos lo mas arriba que pueda.-Dijo levantando él también los brazos, alcanzando una enredadera que había salido mágicamente del techo. El aura de vida de aquella pareja llegaba a los rincones mas inesperados.-Ahora estire.-El niño estiró todo lo que pudo mientras ignoraba el clavel que salía del suelo.-mas-
-No puedo estirar mas, doctor.-Dijo el Príncipe. Ambos padres se habían encargado de que sus hijos no ostentaran su posición y trataran con educación y respeto a los profesionales de todos los empleos habidos y por haber.
-Y ahora hace así.-Bajó los brazos de pronto sin dejar de tenerlos estirados, hasta parecer que era una momia de las clásicas películas de hace décadas.
El niño lo imitó y entonces se produjo el milagro. Los cuernos salieron. Sin embargo eso trajo consecuencias; toda la sala explotó en vida y de pronto las pocas plantas que había empezado a germinar se multiplicaron. Esto fue apenas unos pocos segundos. El médico miró en todo momento el rostro del niño, que era la viva imagen del dolor y el placer. Mas dolor que placer. Cuando te sacan los cuernos de golpe no es precisamente algo fácil de asimilar. Unos flamantes cuernos con puntas rojizas adornaban la cabeza del príncipe. Esto no le impedía estar conteniendo un grito de dolor. Su madre se adelantó y se puso a su altura tras apartar un pequeño matorral.
-Has sido muy valiente hijo.-Dijo con el infinito amor que le caracterizaba pero probablemente su corazón temblaba de tristeza al haber visto el dolor en uno de sus principales motivos de existencia.
Quien se había quedado totalmente congelado era el progenitor. Miraba a su hijo con ojos desorbitados. No se creía lo que acababa de ver y luego dirigió la mirada al doctor.
-¿Como lo ha hecho? ¿Como lo sabía?.-El Rey compuso de nuevo su gesto digno y orgulloso, el cual realmente nunca había perdido. No del todo.
-Verá Majestad.-Dijo el doctor mientras escribía en un papel.- El primer día que vine aquí a trabajar me pusieron como primer caso una niña con gripe. No fue problema y la despaché pronto. Mi siguiente caso fue un niño, un bebé mas bien, que cuando estornudó desapareció delante de mis narices. Su madre se puso histérica porque nunca sabía donde iba a parar. Tuve que pensar rápido y entonces le pregunté cuales eran los gustos culinarios de su hijo. Ella empezó a decirme y descubrí que cerca de aquí hay una tienda de golosinas. Solo tuvimos que esperar y entonces cayó en la trampa.-El médico sonrió entregándole el papel.-Imaginación. Solo he usado la imaginación..
El Rey Fauno inclinó la cornuda cabeza en señal de respeto y los niños, pegados a sus padres se marcharon también con digna reverencia. Algo unía a los gemelos que hizo que en el momento del latigazo de dolor, la hermana dejara la sonrisa burlona y abrazara a su hermano,susurrándole palabras tranquilizadoras. Probablemente a ella le esperaba el largo y lento proceso de crecimiento de las orejas, y siempre podrían contar con el doctor para cualquier problema.
Entonces este se giró para hacer balance de daños. Se habían caído unos cuantos frascos, instrumental que fue directamente a la basura, pero nada grave. Era algo que muchas veces suponía un gran esfuerzo a las cuentas y al presupuesto. En ciertas ocasiones el propio doctor había tenido que poner de su bolsillo para mantener todo el material a punto y los aparatos en su sitio. Fue justo cuando ponía en una esquina la máquina de electrocardiograma cuando se dio cuenta de que aquellos seres apenas gastaban electricidad.
La puerta se abrió de nuevo y encontraron un padre con su niña, ambos realmente pálidos. Se sentaron y el doctor miró al caballero y luego a la bella criatura, con una sonrisa. El hombre era realmente atractivo, de rasgos suaves, rezumaban confianza, autoridad, seducción. Tenía buen gusto para la ropa, como tratando con mucho éxito de mantener un toque clásico pero a un mismo tiempo estar a la moda. La niña traía un La enfermera, fuera del campo de visión del doctor miraba a ese hombre, tan elegantemente vestido. La niña era un caso similar, de piel realmente pálida, ojos azul claro, como su padre. Se sabía que eran parientes por no solo el color sino por todo el contorno, la forma de mirar y un par de gestos muy característicos de su especie: reacción instintiva al sonido y análisis del entorno. Miraron a todos lados, como buscando una amenaza.
-¿Y bien? ¿Que les trae por estos humildes lares, caballero y señorita?.-Dijo el doctor al ver que ninguno de los dos iniciaba la conversación o exponía el problema.
-Verá doctor.-Dijo el padre.- Mi hija ha tenido un pequeño accidente. Vamos cariño, enséñale lo que tienes en la mano.
La niña miró a su padre con algo que parecía resentimiento y futuros planes de venganza ante una ofensa que el doctor no captaba. Entonces, derrotada e impotente, alzó una de sus manos y el doctor se sorprendió al descubrir que en la extremidad faltaban dos dedos. En su lugar había dos muñones que echaban lo que parecía humo.
-Oh, entiendo. Pues creo que...-Se interrumpió al irse la luz.-Pues vaya por dios.
En aquellos días habías muchas tormentas y a veces la red eléctrica fallaba pero no solían ser apagones muy prolongados. A cambio, al quedar la habitación a oscuras se sabía que posición ocupaba el adulto y cual la niña porque en medio de la oscuridad se veía un par de esferas a mayor altura que otro par de haces de luz azul.
-¿Ocurre algo doctor?-preguntó el padre, intrigado. Los vampiros no notaban en lo mas absoluto la diferencia entre oscuridad y luz artificial como la de los fluorescentes que se habían apagado de pronto.
-Un apagón tan solo.-Dijo el doctor mientras rebuscaba en un cajón. Encontró un mechero y lo encendió. Prendió un par de velas de emergencia y las dejó a un lado para escribir una nota para el boticario. Los boticarios volvieron a resurgir tras ese contacto entre el mundo humano y el mágico.-Échele esto en la herida un par de días. En ese tiempo tendrá de nuevo los dedos bien.
Las dos esferas mas altas y las dos mas bajas se elevaron un poco al mismo tiempo, indicando que se habían puesto en pie tras tomar el papel con toda delicadeza.
-Gracias doctor. Que tenga buen día. - Y sin mas se fueron.
-Gracias doctor.-Dijo la niña, pero su voz no sonó desde la puerta, sino justo en su oído, antes de que la fría presencia se desvaneciera.
-A este paso me jubilo antes delos cuarenta.-Dijo el médico en medio de la oscuridad.-¿Alguien mas? O mejor aun, esperemos a que se restablezca el flujo de corriente, por favor.
-Sí, doctor.-Dijo la enfermera mientras se acercaba a las velas para rellenar informes varios de pacientes.
Tras volver la luz pasó el siguiente caso. Dos masas incorpóreas y oscuras llegaron a través de la pared. Iban seguidas de una tercera masa que era mas blanquecina y se mostraba remolona. Parecían emitir pequeños latidos y pulsos de calor. Para los días fríos eran perfectos aunque solían ser entidades muy independientes.Y ese era un día frío, como casi siempre en aquella ciudad (de ahí la presencia de vampiros). La masa mas pequeña, blanquecina, se mantenía al margen. Los fumus se situaron en dos lugares distintos de la consulta pero se observaba la unión de ambos con la pequeña masa blanquecina.
-Muy bien, veamos que pasa.-Dijo el doctor, sacando de uno de los cajones de la mesa una linterna. Se dio cuenta entonces de que podría haberla usado en el apagón.-Soy tonto, pero que se le va hacer. Comenzó entonces a hacer señales de morse apuntando a ambas nubes oscuras.-enfermera encárguese de l niño, son mas propensos a atender a razones de mujeres.
Como era posible que una entidad sin oídos ni orejas pudiera distinguir el género de una persona era extraño, todo un misterio, pero así era con los fumus. Al parecer la nube A era el padre y la B la madre. No había urgencia como tal, solamente el chequeo rutinario de la pureza.
-Muy...bien...ahora ...procederé a... ver....como....está....el...chaval.-Dijo el doctor y se acercó a la nube blanca, a la que la enfermera estaba indicándole que se acercara a la camilla y se posara en ella. Porque decirle a una nube que se tumbara era muy relativo.
El doctor se puso a mirar entre los frascos mientras la enfermera le indicaba a la nube blanca que se elevara un poco. Era un proceso complicado. Primero había que poner una placa de cristal debajo del paciente. Entonces el doctor eligió uno de los frascos de mas arriba. Contenía una mezcla de agua pura con colorante. Agitó un poco el frasco, llenó un cuentagotas y echó tres gotas sobre la nuba. Estas atravesaron limpiamente al fumus dejando tras de su un rastro vertical que se fue extendiendo, revelando lo que para muchos eran venas. En realidad era la maduración "cerebral" del individuo. Las tres gotas se deslizaban dejando su rastro en la sección central de la pequeña nube y se dejaron caer remolonas sobre la placa de cristal que fue recogida y depositada bajo el microscopio que esperaba en un rincón a ser usado. No había nada realmente preocupante. el doctor le reveló el diagnóstico a los padres o creadores de esa pequeña criatura etérea y se marcharon, dando por finalizada la sesión de consultas. Las entidades se fueron atravesando una de las paredes y se quedó todo mas frío pues la principal fuente de calor se había desvanecido.
Una vez terminados todos los papeleos y demás, el doctor se dirigió a su casa. El día había sido realmente movido, lleno de pequeños inconvenientes pero todo había salido a pedir de boca. Por el camino reflexionó sobre algunos pequeños detalles como aquella madre tan...especial que no aceptaba que su hijo o fuera a ser "normal" nunca mas. Reflexionó sobre los vampiros, los zombies, los fumus, los silfos, elfos, faunos, ninfas y todo aquello que les podía aquejar. Pensó en aquella niña vampiro que tenía los dedos quemados. No la conocía, no sabía que deseos tendría en relación a los demás niños, si los quería conocer o prefería evitarlos. Aun se maravillaba de como se había producido el acercamiento entre aquel mundo tan gris, artificial, progresivo, tecnológico y dirigido por unos pocos con ese mundo lleno de color, magia, misterio, fascinación y equidad. Había una jerarquía pero los puestos en dicha jerarquía no los determinaba el dinero, sino la madre de todos. Gaia.
Nada mas salir, el rostro de ese hombre se volvió serio y anotó en un papel que debía de telefonear al departamento de guardas forestales para que tomaran cartas en el asunto. No se podía permitir nunca que un tejo estuviese en las cercanías de un bosque habitado por castorianos. Los niños podrían atragantarse.
-Que pase el siguiente.-Dijo el hombre que se encargaba de curar a eso pequeños querubines.
Cerca de él, donde se encontraban las flores en el jarrón, todas empezaron a florecer de repente. El médico se las quedó mirando un instante hasta que se abrió la puerta y la enfermera hizo pasar a los reyes del bosque.
-Majestades.-Dijo el hombre poniéndose en pie y haciendo una reverencia, componiendo su mejor sonrisa.
Los reyes del bosque eran los dos seres mas poderosos del bosque, los que estaban mas en armonía con la vida hasta el punto de hacer aparecer esta con solo su presencia. El Rey Fauno y la Reina Ninfa, la pareja mas bella del mundo. El mitad hombre y mitad cabra (se ofendía si le decían eso) siempre iba ataviado con sus ropajes agrestes, su orgullo y su absoluto deseo de que se le obedeciera en todo, aunque siempre era cabal y se sometía a las indicaciones médicas pertinentes. Reconocido internacionalmente como uno de los mejores músicos de la época, causaba la admiración de muchas y la envidia de muchos. La marcada virilidad de sus facciones eran a su vez el marco de unos ojos azules y de extrema frialdad. Todo ello estaba enmarcado con un cabello negro que parecía traslucir tonos verdes.
La Reina Ninfa era casi el opuesto a su marido en carácter. Era bondad y belleza absolutas. Se decía que la misma muerte se había enamorado de ella y que por eso a ella ya su marido les había concedido la inmortalidad. A su estilizada figura se acompañaba un aura de algo que no se podía describir. La vida le rodeaba por todas partes. Dos orejas puntiagudas sobresalían por los lados de la cabeza, enmarcada en una cabellera similar a la de su marido pero con todos dorados. Cada paso era como si flotara. Sus ojos eran del color de la miel mas pura y la dulzura con que lo miraban todo era proporcional. Todos los ojeadores de belleza se fijaron en ella. Sus gestos destilaban pulcritud, dignidad y amor absoluto hacia todo aquello que fuera bueno. Su cuerpo estaba cubierto con un vestido de gasa blanco que confería pureza a toda la atmósfera. Era realmente complicado no quedarse estático ante la impresión de su estampa.
Detrás de ellos estaban los pacientes. Una pareja mixta de gemelos que habían nacido hacia muchos años. Ella era un calco de su madre pero tenía los ojos de su padre, incluida la frialdad. El niño tenía pequeños cuernos en la cabeza, apenas unos puntos a ambos lados de la frente. El niño rezumaba felicidad, aunque se llevaba de vez en cuando las manos a los cuernos y componía una cara de dolor muy notable para el observador aunque discretamente disimulada por el orgullo. Su hermana una cara de pocos amigos como pocas se han visto en la historia de esa consulta. Nunca se separaban ambos hermanos.
-Al Príncipe le duele la cabeza.-Dijo la niña al momento con sonrisa burlona.
-¡No es verdad!.-Dijo el niño, llevándose al momento las manos a la cabeza.
-¡Comportaos, no avergoncéis a la familia!.-Dijo el Rey mientras se adelantaba un paso. Un genio vivo de voz profunda.
-No curre nada Majestad.-Dijeron el doctor y la enfermera al mismo tiempo. se miraron,sonrieron y el médico habló.-Veamos.
El médico se acercó al niño, haciendo amablemente a un lado a la niña, bajo la mirada atenta de sus padres. Posó sus manos sobre la cabeza del niño. Palpó largo rato. Notaba la continuación de los pequeños cuernos. El niño miraba a la nada con su rostro teñido de dolor, dignidad y orgullo. Era un valiente, digno calco de su padre.
-Bien.-Dijo entonces el doctor apartándose.- Si me permite, me gustaría que levantara los brazos lo mas arriba que pueda.-Dijo levantando él también los brazos, alcanzando una enredadera que había salido mágicamente del techo. El aura de vida de aquella pareja llegaba a los rincones mas inesperados.-Ahora estire.-El niño estiró todo lo que pudo mientras ignoraba el clavel que salía del suelo.-mas-
-No puedo estirar mas, doctor.-Dijo el Príncipe. Ambos padres se habían encargado de que sus hijos no ostentaran su posición y trataran con educación y respeto a los profesionales de todos los empleos habidos y por haber.
-Y ahora hace así.-Bajó los brazos de pronto sin dejar de tenerlos estirados, hasta parecer que era una momia de las clásicas películas de hace décadas.
El niño lo imitó y entonces se produjo el milagro. Los cuernos salieron. Sin embargo eso trajo consecuencias; toda la sala explotó en vida y de pronto las pocas plantas que había empezado a germinar se multiplicaron. Esto fue apenas unos pocos segundos. El médico miró en todo momento el rostro del niño, que era la viva imagen del dolor y el placer. Mas dolor que placer. Cuando te sacan los cuernos de golpe no es precisamente algo fácil de asimilar. Unos flamantes cuernos con puntas rojizas adornaban la cabeza del príncipe. Esto no le impedía estar conteniendo un grito de dolor. Su madre se adelantó y se puso a su altura tras apartar un pequeño matorral.
-Has sido muy valiente hijo.-Dijo con el infinito amor que le caracterizaba pero probablemente su corazón temblaba de tristeza al haber visto el dolor en uno de sus principales motivos de existencia.
Quien se había quedado totalmente congelado era el progenitor. Miraba a su hijo con ojos desorbitados. No se creía lo que acababa de ver y luego dirigió la mirada al doctor.
-¿Como lo ha hecho? ¿Como lo sabía?.-El Rey compuso de nuevo su gesto digno y orgulloso, el cual realmente nunca había perdido. No del todo.
-Verá Majestad.-Dijo el doctor mientras escribía en un papel.- El primer día que vine aquí a trabajar me pusieron como primer caso una niña con gripe. No fue problema y la despaché pronto. Mi siguiente caso fue un niño, un bebé mas bien, que cuando estornudó desapareció delante de mis narices. Su madre se puso histérica porque nunca sabía donde iba a parar. Tuve que pensar rápido y entonces le pregunté cuales eran los gustos culinarios de su hijo. Ella empezó a decirme y descubrí que cerca de aquí hay una tienda de golosinas. Solo tuvimos que esperar y entonces cayó en la trampa.-El médico sonrió entregándole el papel.-Imaginación. Solo he usado la imaginación..
El Rey Fauno inclinó la cornuda cabeza en señal de respeto y los niños, pegados a sus padres se marcharon también con digna reverencia. Algo unía a los gemelos que hizo que en el momento del latigazo de dolor, la hermana dejara la sonrisa burlona y abrazara a su hermano,susurrándole palabras tranquilizadoras. Probablemente a ella le esperaba el largo y lento proceso de crecimiento de las orejas, y siempre podrían contar con el doctor para cualquier problema.
Entonces este se giró para hacer balance de daños. Se habían caído unos cuantos frascos, instrumental que fue directamente a la basura, pero nada grave. Era algo que muchas veces suponía un gran esfuerzo a las cuentas y al presupuesto. En ciertas ocasiones el propio doctor había tenido que poner de su bolsillo para mantener todo el material a punto y los aparatos en su sitio. Fue justo cuando ponía en una esquina la máquina de electrocardiograma cuando se dio cuenta de que aquellos seres apenas gastaban electricidad.
La puerta se abrió de nuevo y encontraron un padre con su niña, ambos realmente pálidos. Se sentaron y el doctor miró al caballero y luego a la bella criatura, con una sonrisa. El hombre era realmente atractivo, de rasgos suaves, rezumaban confianza, autoridad, seducción. Tenía buen gusto para la ropa, como tratando con mucho éxito de mantener un toque clásico pero a un mismo tiempo estar a la moda. La niña traía un La enfermera, fuera del campo de visión del doctor miraba a ese hombre, tan elegantemente vestido. La niña era un caso similar, de piel realmente pálida, ojos azul claro, como su padre. Se sabía que eran parientes por no solo el color sino por todo el contorno, la forma de mirar y un par de gestos muy característicos de su especie: reacción instintiva al sonido y análisis del entorno. Miraron a todos lados, como buscando una amenaza.
-¿Y bien? ¿Que les trae por estos humildes lares, caballero y señorita?.-Dijo el doctor al ver que ninguno de los dos iniciaba la conversación o exponía el problema.
-Verá doctor.-Dijo el padre.- Mi hija ha tenido un pequeño accidente. Vamos cariño, enséñale lo que tienes en la mano.
La niña miró a su padre con algo que parecía resentimiento y futuros planes de venganza ante una ofensa que el doctor no captaba. Entonces, derrotada e impotente, alzó una de sus manos y el doctor se sorprendió al descubrir que en la extremidad faltaban dos dedos. En su lugar había dos muñones que echaban lo que parecía humo.
-Oh, entiendo. Pues creo que...-Se interrumpió al irse la luz.-Pues vaya por dios.
En aquellos días habías muchas tormentas y a veces la red eléctrica fallaba pero no solían ser apagones muy prolongados. A cambio, al quedar la habitación a oscuras se sabía que posición ocupaba el adulto y cual la niña porque en medio de la oscuridad se veía un par de esferas a mayor altura que otro par de haces de luz azul.
-¿Ocurre algo doctor?-preguntó el padre, intrigado. Los vampiros no notaban en lo mas absoluto la diferencia entre oscuridad y luz artificial como la de los fluorescentes que se habían apagado de pronto.
-Un apagón tan solo.-Dijo el doctor mientras rebuscaba en un cajón. Encontró un mechero y lo encendió. Prendió un par de velas de emergencia y las dejó a un lado para escribir una nota para el boticario. Los boticarios volvieron a resurgir tras ese contacto entre el mundo humano y el mágico.-Échele esto en la herida un par de días. En ese tiempo tendrá de nuevo los dedos bien.
Las dos esferas mas altas y las dos mas bajas se elevaron un poco al mismo tiempo, indicando que se habían puesto en pie tras tomar el papel con toda delicadeza.
-Gracias doctor. Que tenga buen día. - Y sin mas se fueron.
-Gracias doctor.-Dijo la niña, pero su voz no sonó desde la puerta, sino justo en su oído, antes de que la fría presencia se desvaneciera.
-A este paso me jubilo antes delos cuarenta.-Dijo el médico en medio de la oscuridad.-¿Alguien mas? O mejor aun, esperemos a que se restablezca el flujo de corriente, por favor.
-Sí, doctor.-Dijo la enfermera mientras se acercaba a las velas para rellenar informes varios de pacientes.
Tras volver la luz pasó el siguiente caso. Dos masas incorpóreas y oscuras llegaron a través de la pared. Iban seguidas de una tercera masa que era mas blanquecina y se mostraba remolona. Parecían emitir pequeños latidos y pulsos de calor. Para los días fríos eran perfectos aunque solían ser entidades muy independientes.Y ese era un día frío, como casi siempre en aquella ciudad (de ahí la presencia de vampiros). La masa mas pequeña, blanquecina, se mantenía al margen. Los fumus se situaron en dos lugares distintos de la consulta pero se observaba la unión de ambos con la pequeña masa blanquecina.
-Muy bien, veamos que pasa.-Dijo el doctor, sacando de uno de los cajones de la mesa una linterna. Se dio cuenta entonces de que podría haberla usado en el apagón.-Soy tonto, pero que se le va hacer. Comenzó entonces a hacer señales de morse apuntando a ambas nubes oscuras.-enfermera encárguese de l niño, son mas propensos a atender a razones de mujeres.
Como era posible que una entidad sin oídos ni orejas pudiera distinguir el género de una persona era extraño, todo un misterio, pero así era con los fumus. Al parecer la nube A era el padre y la B la madre. No había urgencia como tal, solamente el chequeo rutinario de la pureza.
-Muy...bien...ahora ...procederé a... ver....como....está....el...chaval.-Dijo el doctor y se acercó a la nube blanca, a la que la enfermera estaba indicándole que se acercara a la camilla y se posara en ella. Porque decirle a una nube que se tumbara era muy relativo.
El doctor se puso a mirar entre los frascos mientras la enfermera le indicaba a la nube blanca que se elevara un poco. Era un proceso complicado. Primero había que poner una placa de cristal debajo del paciente. Entonces el doctor eligió uno de los frascos de mas arriba. Contenía una mezcla de agua pura con colorante. Agitó un poco el frasco, llenó un cuentagotas y echó tres gotas sobre la nuba. Estas atravesaron limpiamente al fumus dejando tras de su un rastro vertical que se fue extendiendo, revelando lo que para muchos eran venas. En realidad era la maduración "cerebral" del individuo. Las tres gotas se deslizaban dejando su rastro en la sección central de la pequeña nube y se dejaron caer remolonas sobre la placa de cristal que fue recogida y depositada bajo el microscopio que esperaba en un rincón a ser usado. No había nada realmente preocupante. el doctor le reveló el diagnóstico a los padres o creadores de esa pequeña criatura etérea y se marcharon, dando por finalizada la sesión de consultas. Las entidades se fueron atravesando una de las paredes y se quedó todo mas frío pues la principal fuente de calor se había desvanecido.
Una vez terminados todos los papeleos y demás, el doctor se dirigió a su casa. El día había sido realmente movido, lleno de pequeños inconvenientes pero todo había salido a pedir de boca. Por el camino reflexionó sobre algunos pequeños detalles como aquella madre tan...especial que no aceptaba que su hijo o fuera a ser "normal" nunca mas. Reflexionó sobre los vampiros, los zombies, los fumus, los silfos, elfos, faunos, ninfas y todo aquello que les podía aquejar. Pensó en aquella niña vampiro que tenía los dedos quemados. No la conocía, no sabía que deseos tendría en relación a los demás niños, si los quería conocer o prefería evitarlos. Aun se maravillaba de como se había producido el acercamiento entre aquel mundo tan gris, artificial, progresivo, tecnológico y dirigido por unos pocos con ese mundo lleno de color, magia, misterio, fascinación y equidad. Había una jerarquía pero los puestos en dicha jerarquía no los determinaba el dinero, sino la madre de todos. Gaia.