jueves, 14 de septiembre de 2017

El caballero y el médico.

   El caballero se desmontó de su montura. En medio de aquel lugar, de aquel verdoso paisaje no existía nada mas que probara la presencia de gente que aquella pequeña taberna. Era un edificio de dos plantas, con cuatro habitaciones para huéspedes en aquella planta superior. A la altura del tejado estaba todos los suministros, las reservas para que a los clientes nunca les faltara nada a la hora de comer. Un estómago lleno era un problema menos. Los cansados ojos del hombre miraron aquel sitio. No se veía realmente poco lustroso, pero tenía algo que denotaba el paso de los años y cierto descuidado en el exterior. El signo inapelable de que era una taberna era un cerdo asado que pendía de las típicas dos cadenas ligeramente chirriantes. El clima no acompañaría en los siguientes días aunque las primeras lluvias se manifestaban con aire frío y unas pocas gotas, pero pronto arreciaría.

   El interior de aquel lugar era bastante agradable a pesar de la presentación humilde de cada uno de los elementos. Era una taberna tan típica como acogedora en verdad. Al principio uno puede tener la impresión de que es una taberna mas pero con el paso de los minutos, cuando uno se sienta en alguno de los pequeños bancos, sillas o taburetes, siente que ha estado ahí mas veces, le acoge un sentimiento de familiaridad. Los laterales de aquella estancia estaban decorados con un par de tapices que representaban por un lado lo que toda taberna tendría que tener: gente bebiendo. Por otro había una escena de una batalla entre un caballero de blanca armadura y una bestia extraña, que el recién llegado nunca había visto. Tenía forma y al mismo tiempo no la tenía, parecía tener garras, pero estas pasaban de tener una presencia sólida a parecer que se difuminan en el fondo. Lo mismo con lo que parecían unas alas y unas patas bastante deformes.

   -¿Que le pongo, noble caballero?.-Preguntó la dueña de aquel lugar, con una sonrisa entre afable y coqueta. Era una señora bien entrada en carnes que poseía ese típico atractivo basado no solamente en físico sino también en carisma o, sencillamente, aura.
   -La nobleza es algo que perdí hace tiempo, mi buena señora.-Dijo el caballero mientras se acomodaba en la silla, algo astillada pero que daba una buena base a su espalda para descansar después de la tensión del viaje. El tono usado para esa frase fue entre circunspecto y amable.-Cualquier carne que tenga será suficiente. El camino ha sido largo, las aventuras pocas pero intensas, me he encontrado alguna pasión junto a la muerte y ahora mismo deseo aislarme de todo eso para reflexionar y guardar luto por los compañeros caídos.
   -Lamento sus pérdidas.-Dijo la mujer con un rosto apenado y una humildad llena de conmiseración y empatía.-Ahora le traeré el guiso mas delicioso del mundo.
   En efecto. Era el guiso mas delicioso del mundo para un hombre que había llegado de la batalla, que durante el camino de vuelta a su castillo había lidiado con los fantasmas y las imágenes de lo acontecido.
   Fue entonces que se abrió la puerta y entró otro par de invitados de lo mas dispares.
   El noble era eso, un noble como los que ya no quedaban, con la cabeza levantada de orgullo por la familia, por la tierra, por la patria. Se sentó recto, como su sentido interior de la justicia, como si su espalda estuviera compuesta por una solida vara de hierro con la que su padre le había pegado en alguna que otra ocasión. Alzó una ceja ante el ambiente que se respiraba en aquel lugar, tan lejos de aquel palacio que había abandonado hace unos meses. Observó el entorno y fue cuando tuvo una idea de seguridad ante la presencia de la dueña del establecimiento que apenas se permitió relajarse. No iba solo. Le seguía un angelito de unos cinco años, de sonrisa enorme y ojos casi tan grandes como el corazón de quien la había traído hasta ahí. Ambo estaban vestidos con tela de colores discretos pero a simple vista se notaba la buena factura, no todo el mundo se podía permitir esos precios.  Ella exudaba inocencia, con sus tirabuzones y piel morena, sus ojos claros, que destacaban en contraste al color de la piel bronceada por el sol del camino y los juegos en los campos. 
   El caballero los observó y la inocencia de la niña junto a la experiencia del hombre de armas se cruzaron en forma de larga mirada, con un saludo de la pequeña manita al final. El gentil maestro de la espada y la lanza hizo un saludo realmente respetuoso a la pequeña dama. Ella bajó la mirada en un repentino gesto de timidez. 
   -Hija.-Dijo el noble con tono pomposo.-No deberías hacer esperar a la buena mujer que nos atiende. ¿Que es lo que deseas para comer?-Dijo con pomposidad pero una leve sonrisa. 
   -Lo que está comiendo ese señor., señalando muy discretamente al viejo hombre de armas, que seguía con su guiso tranquilamente.-Y de beber un poco de vino. 
   -Mi encantadora hija tomará agua.-Dijo el noble obviando la última petición de la que era su hija.-Yo tomaré un poco de sopa y agua también. 
   -Pero papá...-Comenzó la niña con un puchero. 
   -Nada de vino hasta que seas mas mayor. Ya lo hemos hablado, hija.-Dijo el noble. 
   La escena pareció hacerle gracia a la tabernera que se afanaba con una sonrisa en servir lo demandado con tanta educación. La niña y el noble, quien era su padre, estaban francamente impresionados por el buen sabor de la comida.
   -Prueba esto, papá, está muy rico.-Dijo con una vocecita realmente encantadora. 
   -Disculpe mi buena señora.-Dijo con una leve sonrisa de satisfacción el noble, tras probar un poco de guiso de su hija.-No soy un cocinero experto pero ¿detecto lo que podría llamarse en ciertas tierras como "el oro rojo"?.
   La mujer se giró después de servir un poco mas de bebida al caballero que había llegado antes que ellos. En su rostro había una sonrisa cómplice. 
   -Mi cuñado, un hombre de aventuras y peligrosas tramas que se arriesga a todo con tal de que su cuñada sirva buenos guisos y demás viandas a los invitados. Aunque en sí el buen sabor se debe a las ganas que le pongo en cada plato. Mi abuela siempre me decía que hay que poner una parte del corazón en lo que se hace, que es así como se consigue lo mejor de una mismo. 
   -Un sabio consejo.-Dijo el caballero de improviso, mientras terminaba cuenco de guiso.-Creo que iré a dormir. ¿Queda alguna habitación libre?-Dijo el caballero, pero antes de que pudiera decirle nada la dueña la puerta se abrió de golpe. 
   -¡SOCORRO!.-Era un hombre joven, poderoso físico, que al entrar en la taberna casi tira la puerta abajo del poderoso envite que le dio.-¡Necesito ayuda!¡Mi esposa se muere!¡Algo la ha poseído!
   -Papá.-Dijo la niña, pero antes de que pudiera hacer o decir nada  mas, su padre ya se había levantado. 
   -Lléveme hasta ella, por favor. 
   A medio camino entre la puerta de la taberna y la carreta que probablemente transportaba a los recién llegados, una mujer se encontraba en el suelo. Su cuerpo se encontraba temblando violentamente y de su boca salía mucha espuma, sus ojos estaban en blanco. El noble no dudo un solo segundo en actuar. Sin mucha delicadeza tomó el rostro de la joven y trató de abrirle la boca. Lo logró. Sacó de entre las telas de su ropa un objeto de madera y lo colocó entre los dientes de la mujer, a la que después le giró el rostro.
   -Necesito un trapo húmedo.-Dijo.-Por favor ayúdeme a ponerla en un lugar fresco. la sombra del carromato será suficiente. 
   El hombre fuerte ayudó en seguida al noble para resguardar a su amada en un lugar fresco. Al momento de llegar el trapo húmedo se lo pusieron en la cabeza y comenzó un cierto proceso en el que las aguas se pudieron en su lugar. El caballero había mirado la escena atónito ante la rápida actuación del que podría ser el salvador de una vida. Esperaba encontrar una indiferencia ante la vida o quien sabe que cosas propias de los elitistas nobles de la corte, pero no. La actuación había sido perfecta.
   Pasados los minutos, con toda la escena de aquel momento mas tenso ya siendo parte del pasado, colocaron a la mujer en una de las camas de la habitación de arriba. 
   -Hay que desvestirla y lavarla. Asegurarse de que tiene ropa fresca puesta y que coma algo en cuanto despierte.-Dijo el noble con toda tranquilidad.-Aceptaré obviamente una negativa de mi ayuda en relación a desvestirla. 
   -No, no tiene una negativa por mi parte, señor. Usted le ha salvado la vida.-El hombre se quedó mirando a su amada con esos ojos de absoluta devoción.-Sin ella yo no se que haría en la vida.-Miró de nuevo al noble.-Vamos a ello. 
   Se afanaron con el máximo cuidado posible en desvestir a la mujer. Era de esas bellezas que no sabes decir exactamente donde radica lo mas destacado de su rostro pero tenía aura, ángel, como se diría en latitudes mas campesinas a los ojos del noble. Su cuerpo era menudo, seguramente ella le llegaría por el pecho a él. La encargada de aquel lugar de aprovisionamiento y descanso les echó una mano en cierto momento trayendo toallas, mantas y todo lo que necesitaran. Desde el carromato que la pareja tenía fuera llegaron las ropas limpias y mas livianas. 
   -Es importante ponerle ropa que no apriete, que deje pasar la circulación de la sangre y el aire por la piel. Suena muy obvio pero poca gente lo piensa al momento.-Dijo el noble. 
   -Señor.-Dijo el caballero.-Sois hombre instruido en las artes de la sanación. Yo pensaba en algún tipo de posesión demoníaca. 
   -Su majestad suele padecer este tipo de ataques a menudo..-Dijo con toda ligereza y normalidad.-En palacio estamos acostumbrados.
   -¿Sois el médico del rey?.-Preguntó el caballero, asombrado pero al mismo tiempo no le extrañaba aquella información.
   -Médico al servicio de su majestad en general y del Reino en particular. Y vos sois Caballero Juramentado de la Orden de Protectores Reales..-Dijo el médico real al Caballero, mirando enfáticamente el anillo con la cabeza de león plateada que llevaba el hombre de armas en el dedo.
   -¡Señores!.-Dijo la mujer que atendía aquel lugar con tanto aprecio y cariño.-Ha despertado. 
   -Magnífico.-Dijo el médico con toda elegancia y pompa, dirigiéndose a las escaleras, para llegar hasta la habitación, seguido de su hija y el caballero.-Demasiada gente.-Dijo el médico noble.-Hija, señor, señora, por favor dejen al profesional trabajar. usted no, buen hombre, los familiares se pueden quedar. Ah eso sí, mi buena señora. tenga a bien de traer algo ligero, un caldo, quizás algo de pan.
   Entonces en el rostro del médico se produjo un cambio facial asombroso. Su pompa y tono elitista pasó a ser un tono tierno. Tomó la mano de la mujer y apretó levemente su muñeca. 
   -Buenos días señorita. Voy hacerle unas cuantas preguntas antes de que pase nada. Le aclaro que son de los mas sencillas.-Y sonrió de forma encantadora por unos momentos.-Bien, comencemos. 
   Le hizo preguntas de lo mas básica como su nombre, su edad, de donde venía, a donde se dirigía, que era la último que recordaba antes de despertarse. La mujer contestaba con cierta dificultad pero eran respuestas acertadas en lo que su amado confirmaba cada cosa. Una vez que la sopa llegó la mujer tomó una poca y se dio cuenta del hambre que tenía. 
   -Este tipo de cosas da mucha hambre. Se pierde mucha energía durante el proceso y es importante la hidratación. Mi buena señora, por favor traiga un poco de agua para la señorita.
   -En seguida, doctor.-dijo la buena mujer, al momento trajo una jarra llena de agua del pozo cercano. 
   Una vez alimentada e hidratada todo el mundo se fue tranquilizando con el paso de las horas. Quien no se despegaba de aquella cama era el hombre fuerte, que como mínimo agarraba la mano de su amada con toda delicadeza. Era asombroso como esas manazas se deslizaban por la mejilla de ella, con una suavidad y nunca visto por ninguno de los otros dos hombres hasta el presente. A la posadera aquellas maneras le dieron cierta envidia. 
   Fue entonces que pasaron una noche realmente apacible. Donde no faltaron los cuidados y las anécdotas. El Caballero venía de ver un infierno, el doctor noble, de ver a una distinguido paciente de identidad y síntomas desconocidos. Su hija le había hecho una corona de flores a la paciente, que se lo agradeció con una gran sonrisa. Los amantes se quedaron dentro de la habitación mas cercana a las escaleras de acceso. 
   Llegó el día siguiente y la mujer estaba mejor. El hombre de las medicinas le recetó un par de hierbas relajantes. En caso de que pasara de nuevo aquella crisis el médico le indicó como debería de actuar aquel hombre fuerte y rotundamente enamorado de quien había sido para él la salvación de su alma. 
   Partieron el noble y la niña junto al Caballero pues el mismo destino les aguardaba, en palacio real, a uno en su laboratorio y al otro junto a sus hombres. 
   -¿Puedo saber como murió su padre?
   -En batalla... decapitado. 
   -Con la cabeza bien alta. 
   -Exacto. 
   -Es decir que dejó expuesto el cuello a la espada de quien se la cortó. 
   El noble miró al hombre que tenía a su lado. De pronto la espalda de aquel señor de orgulloso porte comenzó a arquearse un poco mientras miraba al frente. La verdad que le acababan de rebelar le dio un buen golpe. 
   -Él siempre decía que su muerte iba a ser una ironía.
   -Entonces el abuelo era adivino.-Dijo la niña, entre los brazos de su padre, sobre la silla de montar.
   EL noble se quedó reflexivo durante casi todo el camino salvo para dirigirse a su hija cuando esta le hacía alguna pregunta. Fue un camino tranquilo, lleno de bellos paisajes y de anécdotas de la vida guerrera y médica, las cuales no se diferenciaban en mucho.