En medio de aquella ventisca parecía que nada podía caminar por encima de la nieve, y mucho menos por debajo de las nubes que asolaban cualquier rastro de luz solar. Témpanos de hielo afilados como las palabras de despecho decoraban los árboles, sacudidos por el gélido viento del norte. A medida que el viajero ascendía el viento era mas inmisericorde, como si una mano divina quisiera impedir su llegada al destino. Dicho hombre, o mas bien niño, caminaba con dificultad, sufriendo las inclemencias temporales con mas entereza que muchos hombres curtidos. Apenas debía de tener quince pero su valor era digno de un soldado de cuarenta. Sus ansias le empujaban paso a paso hacia aquella historia que había oído, de la que quedaba solo un testigo conocido. O vivo. O cuerdo.
Su anfitrión vivía solitariamente, con toda la dignidad que era posible en los tiempos que contemplaban aquel lugar infestado de impuestos altos y señores abusivos. Justo en ese momento se despertaba de su siesta de varias horas, con los recuerdos nebulosos del último sueño. De nuevo aquel sueño, aquel fragmento del pasado repitiéndose en bucle. Aun se le repetía en cada sentido las sensaciones que percibió en esos segundos; el humo, el brillo del fuego y este siendo extinguido por el batir de las alas. Recordó que lo último que contempló momentos antes de verla aparecer era el cadáver de uno de sus hombres, rogando a Dios por una salvación a su alma pecadora. Murió en sus brazos con apenas dieciséis. Lamentaba cada muerte en cada momento de su vida. Antaño se habría desesperado, ahora todo se limitaba a un suspiro y una mirada al vacío, sumiéndose en sus propios pensamientos. La vida dura de la montaña hacía que apenas se percatara de que llamaban a la puerta, pensando aquel hombre ya anciano que era el viento. hasta que escuchó una voz.
-¡Abra!¡Por el amor de todo lo bueno, abra la puerta, por favor!-Los golpes se volvieron algo mas débiles.
El joven que estaba al otro lado de la puerta estaba aterido de frío. Aquel invierno no era normal. De pronto la puerta se abrió y encontró dos ojos que lo miraban inquisitivamente. parecía ignorar el hecho de que una de las peores ventiscas del último medio siglo estaba azotando todo aquello con la furia de mil demonios.
-¿Quien eres? ¿Que quieres?-Preguntó con voz firme, en un tono lo suficientemente alto para hacerse escuchar sin esforzarse..
A pesar de su vida de ermitaño, era un hombre de buena planta, con ojos oscuros y que no permitían asomar la compasión o la amabilidad, al menos en un principio. Por detrás de él apenas se podía vislumbrar una mesa, dos sillas y una chimenea improvisada.
-¡Soy Roderic Penton, soy estudiante de historia y mitólogo, y me interesa mucho su historia, comandante Bellestorm!-Dijo el hambre.-¡Por el amor de todo lo bueno en el mundo, voy a morir de frío!
Tras unos cuantos segundos de consideración el hombre se hizo a un lado y el estudiante conocido como Roderic Penton entró y se lanzó casi de cabeza contra la chimenea.
El anciano miró al reciñen llegado mientras se calentaba. Un buen espécimen de humano que probablemente tenía mas de una atención por parte del sexo opuesto, delgado, quizás en exceso, apenas duraría tres minutos en un campo de batalla sin la providencia de Ella.
-Hacía tiempo que no escuchaba mi apellido.-Dijo el anciano sentándose en una silla mientras contemplaba lo que era mínimamente visible a través del cristal cubierto casi en su totalidad de nieve.-la última vez que escuché mi apellido fue por boca de otro chaval como tú, con ansias de protagonismo por conseguir una buena historia que contarle a sus amigos. Lo eché a bastonazos de aquí.- Dijo el hombre mas mayor de la cabaña agarrando su bastón, enviando así un mensaje.
-Yo solo quiero escribir sobre su historia, comandante, sobre lo que vio hace tanto tiempo en aquel campo de batalla.-Dijo Penton.
El comandante Bellestorm lo miró. Ese niño apenas era una sombra del arrogante "caballero" que le vino a preguntar. y no había pizca de ambición, solo sed de conocimiento.
<<Éramos una de las compañías menos prometedoras de todo el ejército. Toda esa paparrucha de los salvadores de la patria vino después, para ensalzar la imagen de un ejército que casi e aniquilado por completo antes siquiera de que choquen las fuerzas mas directas. El imperio era bueno. Tuve la oportunidad de ver sus ejercicios y demostraciones de artillería en los tiempos en que yo era un cadete y hasta el día de la batalla habían aprendido un par de cosas contra los bárbaros del oeste. Eran buenos, muy buenos. Su disciplina era ejemplar. Tenían una costumbre. Los lideraba un tipo de piel aceitunada que solía considerar que era suficiente para darle algo de chance a la infantería. Nunca lo descargaban todo, como hacíamos nosotros. Es como si se repartieran responsabilidades o méritos.>>
<<Ese día fue terrible, una auténtica masacre que solo Ella pudo salvar. Teníamos una desventaja de cinco a uno, con el viento en contra, lo que favorecía el alcance de ellos y nuestra posición solo favorecía a la caballería que había sido hostigada durante semanas hasta que llegaron la mayoría heridos y totalmente desequilibrados. Miré a mis hombres y ellos me devolvieron la mirada ese día. Una mirada como pocas he visto. Sin decir nada, sabiendo que ese día podríamos morir todos nosotros, supe que no me dejarían caer. Y yo a ellos, esa panda de bastardos salidos de las peores cloacas de la capital, tampoco.>>
-Sin duda la versión oficial es mucho mas...-Penton no supo que palabra usar.
-¿Bella? ¿Poética? ¿Halagüeña? No hijo, la guerra es terrible, es una de las mayores mierdas que hay en este mundo creada por el hombre después de la envidia o los celos. Sentir que no tienes opción, que te vas a filas o que matan de hambre y frío a tu familia porque te encarcelan, que te obligan a empuñar una espada o un arco o lo que sea que tengas en casa si no te puedes permitir una simple daga. Pero bueno, vamos a darte tu historia.
<<Nuestra caballería estaba totalmente destrozada y nosotros estábamos al frente con azadas y poco mas. Y entonces los vimos aparecer a lo lejos. Los Corazones Puros, la élite del ejército imperial que hasta el momento nadie había derrotado en combate. "Necesitamos un milagro", dijo uno de mis hombres cuando vimos avanzar las monturas en lo que las filas de la infantería enemiga se abrían para dar paso. Sí, en verdad lo necesitábamos. Y el milagro llegó.>>
El anciano perdió la mirada en un punto y rememoró.
Recordaba cada instante previo, desde el aroma del humo hasta el relincho de los caballos asustados por lo que se veía encima. Varias toneladas de carne y hierro se acercaban hacia ellos. Ese día llovía como pocas veces se había visto, el barro en ciertos puntos de aquel lugar cubría muy por encima del pie, dificultando el caminar y mas aun escapar de las hordas enemigas. Un hombre joven de buena planta y, en ese momento, con uno de sus hombres muriendo a sus pies, vio como aquel muro negro se acercaba cada vez mas rápido. Era increíble lo maravilloso de aquellos jinetes, a los que parecía no influirle el barro ni la lluvia. Un muro, como bien se dijo, alto, rápido y muy ruidoso. la muerte era inminente y dedicó sus últimos recuerdos a su amada... hasta que las nubes de pronto se abrieron.
Eran, como poco, dos centenas. Iban todas montadas en magníficos caballos alados, o lobos, o hipogrifos, o lo que fuere que pudiera tener alas e impusiera el terror. Al frente iba aquella mujer. La belleza que desprendía era salvaje, indómita, capaz de atravesar murallas y corazones con aquellos ojos que rebosaban la sabiduría y la garra suficiente como para acongojar a mas de un general. Su cabeza estaba coronada por la noche y mil espinas, y en cada espina había un juramento de venganza y justicia. En una mano llevaba una espada llameante y en la otra una balanza, y a su vez, en sendos platos una copa y un pájaro. La espada era la ira de los cielos y del reino de las Valquirias. Eso era ella, una Valquiria que volaba por los cielos repartiendo justicia a lomos de un hipogrifo negro de pico plateado y ojos color añil. .
La escena por un momento se congeló, justo al momento en que los caballeros pertenecientes a Los Corazones Puros se cernían sobre la compañía de ese joven soldado que había sido llamado a filas por la fuerza. Al momento los cielos estaban vacíos y en el siguiente instante todas aquellas monturas tocaban tierra para proteger... ¿a quien?. Aquel futuro anciano ermitaño no recordaría nada mas que esos ojos mirándole y una mano que se extendía hacia él. Una mano pálida pero firme en su ofrecimiento. la espada de llamas había sido envainada y sin pensarlo mas, aceptó aquel ofrecimiento. Tomó aquella mano. Lo que siguió fue aun mas confuso si cabe. Vio mundos enteros a sus pies, vidas posibles lo que fue, lo que pudo haber sido, sintió su cuerpo recorrido por mil sentimientos y emociones, todos ellos inefables. Escuchó estruendos y sonidos similares a enjambres de avispas, silbidos mas agudos que los de cualquier flecha cortando el aire. Y finalmente él y su compañía estaban ahí, en medio de un campo, en casa.
-¿Así?¿Sin mas?.-Preguntó el impresionado recién llegado, al que el viejo le había ofrecido una taza de chocolate caliente mientras contaba su relato.-Es lo mas... espectacular que me han contando nunca.
-Pues créeme hijo. Para mi fue nada mas y nada menos que un milagro de los cielos.