La diosa se despertó. Era una divinidad oscura, retorcida, deseosa de ser complacida. Ese día se levantó con ganas de que todo fuera nuevo para ella. Su cuerpo estaba tendido en la cama mientras su mente viajaba a mil rincones perdidos e inhabitados a donde solo los sueños podían llegar. Su mas fiel acompañante enroscaba ese cuerpo de mujer exquisitamente elaborado para el pecado de la carne, moviéndose sutilmente pero de forma constante. En la habitación apenas existía mas decoración que la cama y un espejo de cuerpo entero, bruñido hasta que pudiera reflejar de de la forma mas detallada posible aquel entorno tan pobre de mobiliario mas rico en poder y belleza.
Unos pocos hombres y mujeres estaban ahí para atender sus demandas. Habían sido elegidos entre los mas bellos seres con capacidad de vivir y morir, y habían postrado sus cuerpos, mentes y voluntad a esa mujer hecha en otro mundo.
Quien sí poseía el placer y el privilegio de tocar por obra y gracia el cuerpo de la diosa era un ser diabólico, casi caprichoso, lleno de un veneno letal, que con su oscuro y fino cuerpo estaba advirtiendo a todos aquellos que deseaban a la mujer que no se acercaran mientras ella descansaba o él estuviera cerca. Esa actitud posesiva complacía a la diosa, que muchas veces terminaba cediendo a los deseos de la serpiente ¿o eran sus deseos en todo momento? quien sabe.
La diosa oscura, complacida por la fiel compañía de su consejero, amigo, amante y potencial asesino, ya despierta del todo, posó los pies sobre el suelo y caminó hacia el espejo tras desasirse de aquel oscuro y elegante reptil, mirando su propia desnudez en el espejo. Todos se habían postrado al paso de la exquisita obra del mal, que admiraba su propia belleza con vanidad, ambición, ego, deseo y una completa seguridad en que ella no tenía rival. Sin duda había sido engendrada para tener las miradas de todos puestas en ella, ser tomada como ejemplo, como guía de sus maldades y de su destino.
—Querido.-Dijo entonces, con una pequeña sonrisa.—No remolonees. A mi cuerpo le falta tus escamas.
La serpiente salió de la cama, oliendo el aire con su lengua bífida. En la habitación se respiraba un aroma a deseo y placer nocturno. Muchos eran los que podían yacer con esa mujer por capricho de esta, aun entre torbellinos de recelo y muertes prematuras por causa de su amada serpiente. Avanzó, provocando los estremecimientos de las pieles ajenas cuando pasaba cerca de estas, rozando su cuerpo con el de las mujeres y asustando a los hombres con inesperados bufidos de irritación. La criatura ascendió por una de sus torneadas piernas, dando varias vueltas hasta que pasó con deliberada y deseable lentitud con un roce continuo sobre su feminidad. Se deslizó hasta que su cabeza sobrepasó el exquisito canal que formaban sus senos y apoyó la cabeza sobre su hombro, cerca del oído, con los colmillos siempre cargados de veneno y las intenciones cargadas de desesperada y oscura intención.
—Me pregunto que podría ponerme.—Dijo la mujer, con una pequeña sonrisa de exquisita placidez.
—Oh, vamos, querida.—Dijo la serpiente. Su voz era baja, como si no quisiera que nadie mas salvo ella la escuchaba e innegablemente oscura.—Aun no ha llegado ningún dios que hile prendas de vestir para deidades como tú.-El cuerpo de la serpiente apretó mas su cuerpo contra el de la mujer.-Sabes que nadie puede decirte lo que debes y no debes hacer.
La mujer se contempló a si misma, con la serpiente enroscada alrededor de su cuerpo, sin impedirle los movimientos. Para ser un animal tan largo, no notaba el peso y se podía mover con la libertad necesaria para que, al agitar sus caderas, todos la miraran con una devoción rayana en la locura. La mujer, si es que realmente podía referirse a una criatura tan bella y oscura con ese apelativo, no parecía muy convencida.
—Eres exquisita y perfecta. Y eso lo sabemos ambos, querida.—Dijo la serpiente.
—Puedo tener lo que yo quiera.—Dijo la mujer. No era una pregunta, era una clara afirmación.
—Todo lo que tu quieras.—En cada palabra había veneno, pero la diosa oscura sabía que aquel veneno para ella era lo que le daba vida.
La mujer miró a una de las siervas. Era una criatura de aspecto encantador, con un cuerpo fino y lleno de gracia. Sus ojos azules estaban iluminados por la entera devoción de servir a quien había posado los ojos en ella. La serpiente miró a la pequeña muñeca y emitió lo que parecía una pequeña risa.
—Mírala, querida.—Dijo la serpiente.—Parece que esté a punto de desmayarse al contemplarte.
—¿Por que nunca te miran a ti?.—Preguntó la diosa, deslizando suavemente los dedos por el cuerpo del ofidio.
—Porque yo solamente soy una extensión de tí, querida, soy la voz que te dice que tu cuerpo, tu mente y tu alma deberían estar al mas alto nivel a los ojos de la simple raza humana.
—Tú también eres exquisitamente bello.—Dijo la criatura de ojos grises que era su amante ocasional.
—Ambos sabemos que tú eres mas bella que yo.
—Puede ser. Sí, seguramente sea así.
La diosa avanzó hacia la joven y bella mujer. Le hizo un gesto para que se pudiera en pie y tomando su mano la llevó a la cama, donde la acostó y, acariciándose ambas mutuamente, comenzaron a demandar devoción la una y a expresarla con viveza la otra.
Los testigos de aquel espectáculo no podían contener apenas sus deseos de unirse, pero aquella gran serpiente negra estaba alrededor de sus cuerpos, protegiendo y al mismo tiempo participando de cada uno de los sutiles y placenteros besos, caricia o mordisco que se prodigaban las mujeres. La humedad y el sudor comenzó a reinar y poco a poco todo fue deviniendo en sonidos mucho mas pasionales que culminaron con un éxtasis imposible de negar aunque la razón quisiera imponerse.
El corazón de la joven no pudo con tanto placer. La diosa le dedicó un último beso en aquellos labios que poco a poco se enfriaban y salió fuera de aquella habitación. El palacio era una oda al poder, a la oscuridad, a la sangre y al deseo mas carnal. Por todas partes se apreciaban estatuas y tapices que representaban alternamente escenas sangrientas o bien lúbricas en demasía. La oscuridad que rodeaba a aquella mujer sometía a su paso a casi todas las criaturas vivientes, a las que de vez en cuando regalaba una mirada o una sonrisa.
—Observa, diosa exquisita. Mira sus ojos devorándote, esperando la fortuna de ser los siguientes a los que consumas lentamente o con totalmente falta de compasión. Eres libre de hacer con sus cuerpos y sus mentes lo que quieras.—El dulce veneno de sus palabras hizo a la diosa tomar un joven que parecía en éxtasis.—Parece que esté viendo un bello rostro, lleno de luzy bondad.
—Solo quiero que vea mi rostro cuando deje de respirar.—Y se fundió con el joven en un beso mortal que corroía lo poco de cordura que le quedaba. La vida no escapó del todo de aquel cuerpo pero una locura suave y dulce pareció apoderarse de sus instintos.
Salieron a los campos. La insolencia parecía algo desterrado de aquellas tierras, pero sin embargo se había apoderado una atmósfera general de tensión, de una respiración contenida. La mujer de oscuras y lujuriosas intenciones acariciaba suavemente la cabeza de la serpiente.
—Me adoran.—Dijo la mujer mientras miraba a todos los presentes, que paraban de hacer sus actividades para adorarla con los ojos a ella y a su exquisita y suprema desnudez.
La serpiente se permitió algo similar a una sonrisa.
—Lo hacen ¿te satisface?—Dijo el ofidio mientras se dejaba acariciar, sin permitir en momento alguno que la diosa dejara de amarse y considerarse perfecta.
—¿Por que esta egolatría?—Preguntó la mujer, sentándose debajo de un árbol, con un anillo de hombres y mujeres postrados ante ella.
—¿Y por que no?.—Preguntó la serpiente, comenzando a recorrer el cuerpo de la mujer para presumir de sus privilegios ante los demás simples humanos, de bellas facciones pero humanos a fin de cuentas.
La diosa sonrió.
—Buen punto.— Y sin mas, pidió a la serpiente una última cosa.—Hazme tuya.
La serpiente emitió un siseo prolongado, comenzó a moverse de forma extraña, transformándose en lo que parecía un ser humano mas. Sin embargo, este, al besar los labios de su amante, no se quedó loco ni murió, sino que le hizo saber que incluso en un mundo de devoción a una oscuridad deidad, las tornas podían