sábado, 11 de enero de 2020

La bella Loba.


Que bello era estar en su presencia, casi tanto como sus ojos. Sus manos finas delineaban el torso de aquel afortunado mientras hacía sentir la calidad de su cuerpo contra el de él. Ella era joven, una noche oscura se prendía en su cabello constantemente, de sus ojos traslucían la raza dulce y gentil. Detrás de esa mirada había una pequeña loba, una exquisita loba que buscaba la cercanía, que deseaba con fuerza tener alguien a quien amar y alguien que la amara. Los brazos de aquel que había sido elegido rodeaban su fino talle y mantenía los ojos cerrados, disfrutando de aquel calor humano que despertaba instintos antiguos como el propio hombre.
Una de sus largas piernas subió ligeramente, afianzando su presa sobre aquel que ahora suspiraba lentamente, deslizando unos blancos dedos hasta donde el muslo terminaba.
-¿Que piensas?.-Preguntó ella, con esa voz de cristal que quería a veces seducir y otras veces no era consciente de su propio hechizo de amor, de una de tantas formas de amar. 
-En lo afortunado que me haces cada vez que estás aquí, cerca de mi, cada vez que dejamos los bosques para abandonarnos a la humanidad mas sencilla. Pienso en el sol que hora nos ilumina, que pronto será luna llena y seremos de nuevo un par de excepciones mas en la aburrida vida del hombre. Pienso en el calor y el color de tu piel, en los prados que recorreremos y en como la hierba complementa el color de tu pelaje.

Ella se alzó apenas lo justo para poder mirarle a los ojos. No tuvo apenas tiempo de decir nada mas aquel hombre sencillo antes de que ella le besara con suavidad, le diera a probar de unos labios. Poco a poco se sentó ahorcajadas encima de el y tomó sus manos, las besó mirando sus ojos en todo momento y las paseo por esa anatomía de mujer. Él suavemente dejó que los dedos hicieran su trabajo, quitando poco a poco la ropa que la envolvía a ella. Su blusa quedó a un lado, luego sus sostén, seguidamente su falda. Ella era una luz en medio de aquella oscuridad creciente que llegaba en la noche. La cama era mudo testigo de lo que aquellos cuerpos se demostraban mutuamente, donde no había mas que palabras hechas gesto.

Él se desprendió de esas capas artificiales y molestas. tomó las caderas de ella y acompasó sus movimientos, en una danza suave y lenta. Ella se entregaba mientras él la miraba con deseo, sin esconder un solo retazo de su pasión.  Hicieron el amo, dejaron a un lado los momentos de duda y simplemente fueron uno por una noche mas.

Entonces al llegar la luna a su cenit, dos lobos, uno grande y otra loba preciosa, fueron vistos entre los bosques con gruñidos que asemejaban risas y una genuina diversión.