Que bello era estar en su
presencia, casi tanto como sus ojos. Sus manos finas delineaban el torso de
aquel afortunado mientras hacía sentir la calidad de su cuerpo contra el de él.
Ella era joven, una noche oscura se prendía en su cabello constantemente, de
sus ojos traslucían la raza dulce y gentil. Detrás de esa mirada había una
pequeña loba, una exquisita loba que buscaba la cercanía, que deseaba con
fuerza tener alguien a quien amar y alguien que la amara. Los brazos de aquel
que había sido elegido rodeaban su fino talle y mantenía los ojos cerrados,
disfrutando de aquel calor humano que despertaba instintos antiguos como el propio
hombre.
Una de sus largas piernas subió ligeramente, afianzando su presa sobre
aquel que ahora suspiraba lentamente, deslizando unos blancos dedos hasta donde
el muslo terminaba.
-¿Que piensas?.-Preguntó ella, con esa voz de cristal que quería a
veces seducir y otras veces no era consciente de su propio hechizo de amor, de
una de tantas formas de amar.
-En lo afortunado que me haces cada vez que estás aquí, cerca de mi,
cada vez que dejamos los bosques para abandonarnos a la humanidad mas sencilla.
Pienso en el sol que hora nos ilumina, que pronto será luna llena y seremos de
nuevo un par de excepciones mas en la aburrida vida del hombre. Pienso en el
calor y el color de tu piel, en los prados que recorreremos y en como la hierba
complementa el color de tu pelaje.
Ella se alzó apenas lo justo para poder mirarle a los ojos. No tuvo
apenas tiempo de decir nada mas aquel hombre sencillo antes de que ella le
besara con suavidad, le diera a probar de unos labios. Poco a poco se sentó
ahorcajadas encima de el y tomó sus manos, las besó mirando sus ojos en todo
momento y las paseo por esa anatomía de mujer. Él suavemente dejó que los dedos
hicieran su trabajo, quitando poco a poco la ropa que la envolvía a ella. Su
blusa quedó a un lado, luego sus sostén, seguidamente su falda. Ella era una
luz en medio de aquella oscuridad creciente que llegaba en la noche. La cama
era mudo testigo de lo que aquellos cuerpos se demostraban mutuamente, donde no
había mas que palabras hechas gesto.
Él se desprendió de esas capas artificiales y molestas. tomó las
caderas de ella y acompasó sus movimientos, en una danza suave y lenta. Ella se
entregaba mientras él la miraba con deseo, sin esconder un solo retazo de su
pasión. Hicieron el amo, dejaron a un
lado los momentos de duda y simplemente fueron uno por una noche mas.
Entonces al llegar la luna a su cenit, dos lobos, uno grande y otra loba preciosa, fueron vistos entre los bosques con gruñidos que asemejaban risas y una genuina diversión.