lunes, 6 de julio de 2020

La dama y el Lobo

   El lobo se acercó a la mujer que leía tranquilamente. Llegaba cansado de intentar cazar a la cierva blanca. A pesar de su excelente forma física, en el movimiento de su negro pelaje se reflejaba las amplias respiraciones para recuperar el aliento. Ni siquiera había un movimiento en su cola. La mujer seguía leyendo, no por miedo o preocupación, al contrario, era perfectamente consciente de la presencia de ese cazador del bosque que podía comerse a una persona de dos bocados y a un buey de cuatro. 

   Se encontraban ambos en un descampado de un bosque cerca del castillo de la reina y era uno de sus lugares favoritos. la enorme bestia pisaba las flores de colores que salían a su paso y que parecían inclinarse ligeramente, con expectación, hacia la mujer que leía tranquilamente un tratado de venenos. Los árboles estaban llenos de pájaros, insectos pequeños y no tan pequeños, y la risa acariciaba las ramas emitiendo una canción tan antigua como mágica. Si se aguzaba bien el oído se podía escuchar el canto de un pequeño riachuelo de agua cristalina y limpia y el chapoteo de algún pez. 

   La mujer, como ya se dijo, leía tranquilamente y no prestaba mucha atención (aparentemente) a lo que le rodeaba. Sintió el temblor del enorme cuerpo que se desplomaba  su lado, la enorme pata que se posaba en la pierna descubierta por el tajo del vestido y se quedaba dormido con un breve pero grave gruñido que contaba toda la emoción y frustración de esa cacería en concreto. Los ojos azules de ella pasaron entonces a su acompañante de ese día. Acarició el pelaje entre las orejas con sus finos dedos y empezó a tararear una canción de cuna. 

   -Oh, mi amor.-Dijo ella, con una sonrisa llena de absoluta ternura, como quien mira a un cachorro de labrador o un gatito recién nacido. Acarició suavemente la mandíbula capaz de romper el mármol blanco.- ¿Esa cierva mala de nuevo se te escapó?.- Su voz tenía cierto tono cálido con algo de chanza. 

   La bestia gruñó en sueños aunque perfectamente se podía tomar como respuesta. Los dientes quedaron al descubierto , con grandes colmillos, peligrosamente cerca de una de las largas piernas de la dama de graciosa figura y similar al color de su madre, la luna. La mujer no temía. Acarició la línea de la mandíbula, subió a su mejilla, y con cada caricia el rostro de la criatura parecía relajarse poco a poco. Se dejo llevar por su instinto y acarició detrás de las orejas. Mas allá de los pies de la dama, una de las enormes y poderosas patas traseras del ser comenzó a moverse involuntariamente. 

   Se escuchó un sonido entre las hojas de unos arbustos cercanos y la cierva blanca apareció. Aquella no era una cierva blanca normal (dentro de lo que pueda considerarse como normal una cierva totalmente blanca). Parecía emitir una luz propia. Era extraño que un ser tan destacable entre la vegetación nunca hubiera sido capturada, ni siquiera rozada con una flecha, haciéndose luz o esfumándose delante de sus captores al mínimo despierte.

   Entretanto la dama había cerrado su libro y lo había dejado dentro de la cesta de comida que había traído para disfrutar con su amado, sumido en el sueño mas profundo gracias a las atenciones de aquellas manos expertas en muchas artes. Vio avanzar a la cierva blanca y acercarse lo suficiente para que se pudiera apreciar cada uno de los pelos de su cuerpo. 

   -Has agotado a mi amado.-Dijo la mujer con terciopelo en la voz y una mirada de infinita adoración a la enorme bestia que emitiría pequeños gruñidos en sueños.-Una carrera ardua, seguramente. Por favor, noble Cierva, la próxima vez no lo canses tanto porque quería disfrutar de un bello picnic con él. 

   La cierva dio un par de saltos sobre sus patas, regocijándose en su poderío y gracilidad capaces de cansar al mas resistentes, fuerte y enorme cazador de todos los tiempos. Entonces la cierva miró al lobo largamente con sus enormes ojos. 

   -Claro que está dormido del todo. No hay trampa alguna en su sueño. 

   Entonces la Cierva Blanca acerco su cabeza a la del lobo y la dejó hay unos segundos, en un gesto de conciliación y respetuoso reconocimiento al adversario. Luego miró a la mujer directamente a los ojos. Ella no hizo gesto alguno de querer tocarla, solamente la miró con ternura y se deleitó en la luz propia que emanaba y la calidez que desprendía solo ver su piel de pelo corto. Y sin mas, esta desapareció.