Las llamas de la chimenea bailaban, dándole la única iluminación a esa amplia habitación central donde la mansión solía recibir a sus invitados. Personas con mucho poder había bebido, fumado y realizado actos diversos en aquel lugar. Las paredes tenían pinturas de todos los estilos, aunque ninguna de ellas resultaba abstracta. Eran paisajes o eventos donde el hombre se imponía al mal. Al mal interno en forma de pecado o al mal externo en forma de otro hombre. Un reloj daba las doce. El "Ding dong" de cada campanada llenaba el lugar con un aire de sentencia. Un día terminaba y otro empezaba.
Sentado en un gran butacón se encontraba un hombre mirando las llamas. O algo similar a un hombre. Sus facciones eran clásicas. Podrían encontrarse en las esculturas de la antigua Grecia, que sus pies había recorrido hacía tantos siglos. Su cabello estaba oscuro pero mantenía un brillo por obra y gracia de las llamas, penado hacia atrás y dándole el porte señorial que ya de por si tenía su postura. En su mano una copa y en la otra un pequeño libro. Eran poemas cortos, de todo tipo de estilos y que hablaban de todo tipo de hechos y personas, en clave de ensalzarlo o de mofarse. Algunos eran ridículamente sencillos, no mas de dos pareados medio conectados. Otros tenían un complejo sistema de métrica que le causó mas de una conmoción, apenas reflejada en su rostro inexpresivo.
Entró entonces ella, con falda larga y vaporosa, bailando con la fluidez de una náyade, la gracia de una dríada y dejando el impacto en el corazón a quien la pudiera contemplar. Una pequeña doncella de apenas diez años que fue bailando hasta donde se encontraba el hombre sentado. En contraposición a él, ella era todo luz, amor simpatía. Tenía de esos rostros que enamoran de muchas formas, que enamorarán a varios reyes en un futuro.
-¡Papi!.-Dijo ella.-¡Mira lo que hice!.-Y antes de que pudiera decir nada, el hombre de rostro circunspecto tenía una corona de margaritas en la cabeza.
Unos ojos rojizos miraron a la pequeña dama, que daba vueltas por ahí, practicando los jetés y los développés que había aprendido hoy en la escuela. Unos finos labios quebraron la impasible máscara para formar una sonrisa.
-Ya estás hecha un cisne, mi pequeña reina de las hadas.-Dijo con voz cálida, sin atisbo de formalidad, aquel hombre que había visto nacer el ballet en Paris, allá por el siglo XVII.
Tras unos cuantos saltos y giros ya se hizo notar el día de clase y los ejercicios caseros, mostrando cansando en sus movimientos. La niña fue a la cocina para tomar un vaso de agua y volver, sentándose en uno de los brazos del gran butacón y mirando el libro de poemas.
-¿Quien crees que fue la primera bailarina de Ballet, papi?
-Bueno....-Dijo su padre, rememorando nombres y caras.- No es que tenga muchos datos al respecto, pero te aseguro que no tuvo una vida fácil. Su vida estuvo tan marcada por la pobreza como la de cualquier alumno de la escuela de Paris en 1713...
Al momento la niña estaba escuchando como su padre disertaba sobre los bailes, la evolución y las leyes y mandatos de Luis XIV.
-¿Cuando nació ese señor, papi?.-Preguntó la niña, acomodada sobre la piernas de su protector y caballero.
-El 5 de septiembre de 1638, mi princesa de los cisnes.
-¿Era bueno?
El hombre que había caminado en Francia por aquellas épocas la miró pensando que decirle, si introducirla en el mundo fascinante del despotismo ilustrado o dejar eso para otro día. Optó por lo segundo y trató de ser lo mas esclarecedor posible en su explicación.
-Para unos sí y para otros no. Los grandes mandatario siempre se mueven en esa fina línea entre la luz y la oscuridad. aunque hay casos de quienes eligen claramente la oscuridad...
La niña abrazó a su padre ajustándole la corona de margaritas.
-No se te puede caer de la cabeza o las hadas no te visitarán.
-No me la quitaré entonces, princesa.-Dijo el hombre vestido con una sencilla camisa negra y unos pantalones a juego.
-¿Por que la primera alumna fue pobre?.-preguntó entonces la pequeña bailarina.
-Los primeros alumnos de la escuela eran todos provenientes de la pobreza, amor, para enseñarles el ballet de forma gratuita. Se los sometía a unas cuantas pruebas para ver si eran buenos sujetos dignos de aprender la profesión.
-Seguro que la primera alumna era muy guapa.
-No mas que tú, amor.