martes, 21 de junio de 2011

Una batalla perfecta





La batalla era cruel y de las filas de tropas no cesaban de salir mas y mas personas que eran heridas o muertas por los proyectiles enemigos. Los arreglados y uniformados soldados que luchaban por esa causa anónima y deseada al mismo tiempo sucumbían ante los cañonazos del enemigo que era mucho mas certero con sus artilleros. En los flancos, rodeados por el bosque que los ocultaba se encontraban los expertos en escaramuza, invisibles ante los ojos de aquel que no sabe mirar con los ojos adecuados. Desde sus árboles podían ver a la caballería atacar el centro pero fue para ellos un banquete de muerte el grupo de caballería que pasó demasiado cerca de sus puestos de combate. Muchos tomaban eso como el día a día en el trabajo de zapateros, carniceros, posaderos, curtidores y toda una amplia amalgama de oficios que esos hombre desempeñaban cuando no eran contratados en esa batalla o en otras muchas guerras que tenían a sus espaldas y en su no escrita hoja de servicios. Su trabajo era simple: llegaban los oficiales de turno, los miraban con desprecio les ponían oro en las manos y una descripción de los uniformes aliados y enemigos y punto. Aunque bien es cierto que siempre había algún disparo perdido al oficial aliado que casualmente les había fastidiado la noche anterior con sus órdenes, sus repulsivas y desgraciadas órdenes. Aunque eso último no se solía descubrir casi nunca y si lo descubrían sus ágiles y fuertes piernas los llevaban lejos del peligro en esas ocasiones.

En la retaguardia de estos aliados, la artillería que en esta ocasión debía de sufrir los efectos del agobiante calor que se extendía por la planicie erraban ligeramente sus disparos de cañón de diversos calibres pero todo diseñados para causar bajas enemigas entre las filas del frente presentado a combate. Desde sus posiciones de retaguardia gozaban de su lejanía para estar a salvo de las cargas de infantería de los disparos enemigos que alcanzaban sin cesar a sus compañeros de mas adelante. Los artilleros estaban aun así perfectamente coordinados para hacer el cambio de munición o introducir el proyectil por la boca del cañón. Antes de esos meter el saco de pólvora y después apretar con el escobillón. La orden de fuego se daba y una gran bola de hierro salía disparada por obra de la combustión de la pólvora con una chispa. Los enlaces ahí no eran necesarios desde luego ya que la esquemática forma de actuación de la artillería contienen toda la simpleza que no contiene el cálculo del viento y demás factores.


En la delantera estaba la infantería de linea que portaban esos largos fusiles de escasa precisión pero este cuerpo que era la infantería se sostenía en el concepto de disparar mucho y esperar a acertar a los muchos enemigos que tenían delante. Aun con todo el miedo a la muerte era ignorado y disparaban una vez tras otra contra los del frente. En los laterales de esta fila estaban los tenientes, caballeros instruidos en el arte de mantener la moral alta y de la estrategia. Eran usualmente jóvenes y los que duraban el tiempo suficiente iban a una posición mas segura: al lado del comandante que a su vez estaba al lado del general en una zona mas segura. Lejos habían quedado los tiempos en los que el señor de la guerra se lanzaba al ataque junto a sus hombres, a la cabeza misma como un verdadero valiente o un verdadero estúpido. Los tenientes eran el último reclamo a la valentía que quedaba en esos tiempos que estaban cambiando tan rápidamente y que pronto abandonarían el arte de la guerra como un duelo entre dos ejércitos preparados. Para las tropas cuando un teniente pasaba al siguiente escalafón se sabía que no se le volvería a ver, ya que estaría demasiado ocupado obedeciendo las demandas de los comandantes, coroneles, mariscales y demás gente. 


En el desarrollo de la batalla las ordenes son claras y la caballería entra en acción según como se había planeado. El factor clave había sido la paciencia a la hora de usar la caballería ya que lanzar esta parte de un ejército contra las filas enemigas no siempre se asegura una victoria, todo ello depende del momento en que se lance. Demasiado pronto es mandarla al suicidio y demasiado tarde es malgastar los esfuerzos de los caballos lo que aumentará su necesidad de forraje y por tanto sería gasto para las arcas reales. Pero la paciencia lo fue todo para esa parte de la batalla y los grandes hijos de nobles y mejores jinetes del reino estaban ya impactando contra las lineas enemigos en un ataque perfectamente sincronizado por el centro que les ahorró muchas bajas por los tiradores enemigos de los bosques laterales. El suelo carente de humedad por lluvia estaba perfecto para cabalgar ese día y antes de la batalla muchas amistades se había afianzado mas de lo que ya estaban. Así es que la caballería se dispuso a avanzar y avanzó, y cuando impactó contra una fila de regulares estos quedaron prácticamente desmembrados al primer golpe sin necesidad de hacer una segunda barrida. Los caballos estaban entrenados a su vez para cocear y morder si se veían rodeados por un numero excesivo de enemigos ya que de haber pocos podría dar al caballo aliado y eso no haría mas que desembocar en caos. 


Todo esto estaba siendo observado desde otra colina diferente a la de la artillería. un hombre de estatura media y ojos negros como la noche miraba esa batalla con un gesto grave en el rostro, como si las circunstancias fueran bastante adversas, pero nada mas lejos ya que en realidad se encontraba penando como mejorar aun mas en la siguiente batalla. Los correos llegaban sin cesar para informar de los peligros sufridos por sus hombres para así corregir algún aspecto. Unas pocas palabras servían para coordinar a 250 hombres en un giro perfecto de 45º con el que agobiar ligeramente al enemigo. Al lado de este hombre se encontraban muchos otros hombres o no tantos pero si un buen grupo de objetivos para tiradores que nunca serían capaces de alcanzar esa posición. Los ojos miraban al plano y buscaban aprovechar hasta las madrigueras de los topos si eran necesarias para la victoria. Todo iba según lo planeado y una sonrisa iluminó por un instante la cara de ese hombre que se había criado entre academias y cañones, que había tenido la afición de recolectar las medallas que se había ido ganando a lo largo de su carrera. 


Miró a los comandantes con los que había tenido una incipiente amistad y después a los ayudantes de los comandantes que prometían tener un gran futuro en la carrera militar. Esa sencilla mirada fue mas que suficiente para que estos buenos hombres dieran sus ideas pero parecía que nada servía hoy ya que mejor la batalla no podía salir. Los muertos serían velados y los vivos condecorados y lo celebrarían por todo lo alto. Ante sus ojos veía al ejército enemigo retirarse y se quedó mirando en dirección a donde se le había comunicado que se encontraba el general enemigo. Esperó pacientemente a algo que sabía que ocurriría. Y efectivamente no tardó en llegar un correo con el uniforme de ese ejercito enemigo que ya se comenzaba a retirar dandosele todo el cuartel del mundo. El hombre, un joven de no mas de diecinueve años le extendió un papel lacrado y enrollado que procedió a abrir con incierta delicadeza. Una sonrisa se expandió de nuevo por su cara. 


-Dígale a su general que yo también estaré encantado de asistir a esa comida privada y que espero que podamos compartir recuerdos de los viejos tiempos. Dígale también que le felicito por su excelente planteamiento de las condiciones y añada que el vino lo aportaré yo encantado. Que ganas tengo de ver a mi viejo amigo.-Por su las moscas le ofreció un pergamino con muchas de las cosas que le quería decir y que seguramente ese enlace no diera abasto en memorizar. 


Y sin mas el correo saludó con gran respeto y reverencia al general y se marchó corriendo para entregar el mensaje. Mientras tanto este buen general se dirigía a escoger la mejor botella para llevarla a su amigo. 

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