El rostro de aquella dama poseía un rictus de concentración máxima mientras sus dedos finos y delicados, de amante experta, se deslizaban con el lápiz firmemente agarrado. En su cabeza había muchas ideas y ciertamente las quería plasmar todas, sin miedo a que quedara una insana locura o una reverenda obra de arte hecha a base de los desperdicios de ideas pasadas. La noche estaba cayendo en aquel momentos mientras la luna se filtraba por la ventana. Una luna llena enorme estaba presente, como siempre, en aquel lugar paradisíaco en medio de ninguna parte del espacio y del tiempo. Y aquello no le dejaba en el cuerpo una sensación de soledad. Todo lo contrario. En aquel lugar los pensamientos eran de tal fuerza que parecían formarse como identidades propias y acompañaban a a quien habitara en aquel lugar. El largo cabello negro suelto caía en aquel momento tapando levemente parte del rostro de la señorita, dñándole un toque de exuberancia francamente atractivo.
Entonces una sombra tapó el nácar la luna. Dos ojos negros como dos pozos de luz alzaron aquellos luceros, hermanas de las estrellas enmarcadas en un marco de piel suave y cabello del color de ala de cuervo para observar a quien interrumpió su hilo de pensamientos. Se enderezó al reconocerlo. En seguida abrió la ventana y detectó lo que parecía un olor a lavanda mezclado con algo no tan agradable para el olfato humano. Unos ojos comunes, mas abiertos de lo que solían estar habitualmente la miraron. Ella entonces sonrío y llegó un segundo día a la tierra, o a lo que fuera aquel lugar. La criatura se quedó observando sus ojos antes de que por su lateral observara un movimiento y se tensara. Era la dama, que extendía sus dedos para tocar las dos grandes alas de aquel ser extraño y miedoso, feroz y a la vez tan frágil. la criatura se quedó quieta como si fuera él a espantar a la mujer y no al revés. Entonces ella se acercó y su otra mano se apoyó sobre el torso de aquel caballero oscuro y apoyó la oreja en su corazón, quedándose quieta durante unos momentos.
Entonces dos mantos de azulada negrura se cernieron sobre la dama y la envolvieron en un abrigo mullido, suave, muy cálido y en lo mas absoluto claustrofóbico. Dulcemente se abrazaron por un momento. Un pincel de cinco blancas hebras con huesos se deslizaron lentamente, creando un contraste que habría encandilado al mas exigente de los pintores. Se miraron a los ojos y ella se disculpó dulcemente con el mas lento y suave de los besos, pues tenía cosas que hacer y en la desgracia de mundo que había ahí fuera, el amor no era la prioridad número uno. Él se colocó a su lado y sencillamente la observaba de vez en cuando cada vez que ella cambiaba de postura, cada vez que resoplaba, cada vez que tosía o estornudaba.
La dama, como es obvio, poseía esos instintos aun latentes en los seres humanos tocados por la gracia de los dioses y era perfectamente consciente de los dos ojos mundanos que estaba presentes en ella, sobre ella, rodeándola y protegiéndola con un brillo de ternura y deseo, de cálido confort e infinita transparencia. Entonces, cuando tomaba aire para hablar suavemente fue rodeada por dosbrazos y la estrecharon con delicadeza por detrás y unos labios besaron con terciopelo su cuello. El estremecimiento la recorrió de arriba abajo pero mantuvo la formas dentro de lo posible. De pronto, sin darse cuenta, sus ojos se había cerrado, y ella estaba de pie, aun abrazada de esa forma tan ventajosa para su caballero pero con los ojos cerrados y el cuello libremente expuesto. Unos fríos dedos giraron su rostro y entonces se encontraron las dos miradas.
-¿Que miras?.-Preguntó la dama. No era una pregunta imperativa o hastiada, al contrario, se notaba una cierta timidez en su voz.
-Veo el tiempo en un solo espacio, la oscuridad en la luz y la luz en la oscuridad. Veo la muerte de un suspiro y un suspiro que es muerte para el engreído y amor para el justo. Te veo a ti y veo un universo dentro de un alma y un alma en un mundo que es mi religión. -Dijo la extravagante y críptica criatura.
Y la besó con suave pasión, con un río, un mar y cientos de lagos de ideas alocadas y rezos que desparramar en su cuerpo.
Dentro de aquella habitación, una solitaria rosa azul, era testigo del nacimiento de una huistoria de amor escrita sobre la cálida piel con la tinta del aliento.
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