La dama, dulce gota de rocía oscuro hecho mujer, dejaba bailar a las gotas de agua y a las ninfas alrededor de su cuerpo. Las libélulas y pequeños pececillos la rodeaban de vez en cuando, curiosos, expectantes, ante cada fluido movimiento de río, de sus manos paseando por su cuerpo para quitarse una mugre inexistente, pues ella alejaba toda suciedad del cuerpo y el alma de quienes la contemplaban, quemaba en pasión la piel de quienes la tocaban y se sumían en pavoroso infierno aquellos que la ofendían. Sonreía, tarareando una canción milenaria, no tanto como la canción del amor, casi tan antigua como Gaia. Eran notas sueltas que los grandes sabios y músicos habían encontrado dentro de sus almas cuando la inspiración faltaba. Su cabello negro era una continuación sin estrellas de aquella noche dulce de primavera. Tiernamente, con movimientos que perdían el norte y se dirigían al sur la dama, como bien se dijo, limpiaba su cuerpo y su alma.
La soledad la acompañaba hasta la llegada al lugar de un ser extraño, demasiado común para ese mundo, pero sin duda capacitado y con el poder de encontrarse ante el mismo diablo o Dios y mirarlos a los ojos. Observó a la dama con un gesto inexpresivo mas a la vez batallando contra sus instintos por tocar el agua, enemiga acérrima el líquido elemento desde tiempos inmemoriales. Portaba un pelaje fino, negro, suave como el cabello de aquella mujer perfecta con defectos, diosa cálida en corazón y alma, Tras pensarlo optó por quedarse mirando, pensando en cosas demasiado sabias para ser escritas por los mas grandes eruditos. Con gran paciencia estudiaba el lugar. la cascada de agua sumergía en su perpetuo rugido cualquier otro sonido bello o desagradable y para colmo, tras sus aguas, náyades a cientos, bailaban entre gota y gota con farolillos de miles de colores. Aquel espectáculo habría explotado cualquier mente dotada de la genialidad para el arte.
La luna fue entonces ocultada por las nubes y todo quedó a oscuras a excepción de los ojos del visitante, que se encendieron como dos farolas, como el faro que guía y pierde al buen y mal viajero. La deidad humana miró entonces a su alrededor, perdida, trastocada por esa repentina oscuridad. hasta la náyades habían perdido cierto brillo. las sombras comenzaron a llegar pero las garras de las pesadillas no se pudieron hacer con aquel alma tan dulce y pura, pues el caballero oscuro sencillamente abrió la boca...y maulló.
La diosa se volvió, abrió aquellos ojos negros de bondad y maldad infinitas, de sabiduría y corrección excelsas y se acercó lentamente, con su desnudad de glorioso pecado a aquel caballero. Sus pechos fueron revelándose junto a su cintura de avispa, su vientre, planicie y pausa entre sus senos y el centro de su infinito placer. Quien viera aquella escena de gloria enloquecería, se dejaría llevar por el deseo mas puro y su corazón se consumiría en cuestión de segundos. Fue la frialdad de aquel caballero lo que le impidió explotar en ese mismo momento. Una vez fuera del agua, aquel caballero, con dos ojos naranjas, morados al momento siguiente, se acercó con sus cuatro patas y cola en alto, no tuvo tiempo de frotar en franco reconocimiento su lomo negro contra aquellos pies de dríade, raíces de cordura y razón, aladas con fantasía e iluminación, pues la dama tomó al felino y comenzó a acariciarlo suavemente.
-¿Mi caballero oscuro viene a protegerme como en cada noche? ¿viene a vigilar mi sueño? y me trae bellos regalos.-Dijo con una sonrisa blanca, y fundente de voluntades aquella dama de las tierras del fuego, tomando la rosa azul que el caballero oscuro portaba entre sus pequeños dientes. Este se acomodó contra el pecho de la mujer de los cielos, del ángel mas bello de Dios emitiendo un aterciopelado ronroneo, constante, initerrumpido mas que para dar un beso en la nariz perfectamente esculpido por los dioses de aquella deidad superior. Fue entonces que la luna comenzó a brillar y todo pareció nacer de nuevo, lejos de las pesadillas o de los miedos.