El pétalo de rosa cayó desde aquellas lagunas de cristal azul. Con leve danzar, movido por las brisas, o quizás por las manos de los ángeles, se posó en la piel desnuda, justo entre los senos expuestos de la mujer. La respiración constante del sueño cobró un nuevo ritmo y dos grandes ojos negros se abrieron poco a poco. Se estiró, dejando ver algo mas de una piel suave y delicada, muy tersa, agradable sin duda al tacto y al olfato. Miró a su alrededor, a las columnas que sostenían esa habitación de cristal, casi como un palacio en sí mismo, decorado con las grandes escenas de criaturas mágicas y leyendas muy antiguas de tierras diversas. Sus labios sonrieron perezosamente mientras se incorporaba. Se dio cuenta de su desnudez, su sonrisa se afianzó mas, y se quedó mirando la puerta con atrevida picardia. Sería bonito que alguien entrara para sorprenderlo en toda su gloria y envolverlo entre sus aterciopelados encantos y frescor casi inmaculado.
Se colocó unas pocas prendas ligeras, confeccionadas con sedas, terciopelos y satenes.
Una mezcolanza de telas curiosamente bien complementadas entre ellas en color y costura. Se dirigió a la puerta, mirando por última vez esa cama que, al abandonar aquella diosa la estancia, se deshizo en una explosión de color junto a todo lo demás. Salió a un pasillo colmado de ventanas, por las que el Sol entraba araudales. El suelo de mármol blanco era muy cálido para tratarse de un material tan frío y poco propenso a recibir con calidez los pies que lo pisen. Por el rabillo del ojo le parecía ver extrañas formas que la contemplaban. Eran las ideas del creador, o de lo que fuere que la retuviera de tan dulce forma. Estatuas de piedra decoradas con piedras preciosas flanqueaban las paredes del pasillo, todas ellas de hombres, mujeres y criaturas fantásticas que portaban un instrumento, o un arma o una expresión de enloquecedora dulzura junto a un cántaro de agua que expulsaba el líquido elemento en el suelo y que este parecía absorber al momento. Un fiero toro miró a la mujer con su piel de ébano y sus ojos de rubí, como si la fuera a embestir de un momento a otro. Se paró frente a la estatua de un caballero que ofrecía su mano para ser acompañada. Estaba hecha de mármol blanco y desprendía una cierta energía y algo de melancolía. La mano tendida era delicada pero el gesto sin duda, aunque estático, era decidido a que la interpelada aceptara su petición. La dama se encontró dando la mano a la estatua y de pronto todo cambió.
En un remolino de color y la sensación de vértigo por un segundo, la mujer se encontró en un bosque. La estatua estaba a su lado, con ese mismo además de invitación, pero esta vez sonrió y cuando la dama tocó su rostro la estatua se convirtió en miles de pétalos azules que fueron formando, por una extraña brisa, una alfombra sobre la verde hierba de aquel claro en el bosque. la mujer sonrió, bastante impresionada, y se internó entre los árboles, a la aventura de la magia y el color.
Entre las ramas y raíces de los árboles la mujer sintió una extraña sensación. Según avanzaba la tela de sus ropajes iba desapareciendo, siendo sustituida a su vez por una manto de verdor inmaterial que cubría poco a poco su nunca total desnudez. A donde mirara veía una flor o un animal único. Lo mas normal fue un unicornio que pasó como una exhalación frente a ella aunque se quedó a buena distancia para observar a la recién llegada. Una mariposa de oro y otra de plata bailaban a su alrededor junto a unos cuantos petirrojos. O mas bien petipúpuras de pico esmeralda. A sus pies muchas flores dejaban sentir sus pétalos en los pies de la mujer, desnudos desde el comienzo de esa aventura. Tres o cuatro ciervos verdes pardo, con ramas como cuerpo y un imponente ciervo macho cuyas astas eran las ramas de un sauce llorón le miró con ojos azules, vivos y orgullosos. Las ardillas parloteaban, admiradas por la belleza de la dama mientras sus colas de fuego dejaban una rastro brillante ahí por donde corrían. Muchos pájaros la observaban, como un cuervo y una urraca de ébano o un kiwi de madera común y pico anaranjado. Una libélula se movía entre charcos de agua cristalina, alrededor de los juncos y su cola y alas emitía destellos periódicos para hacerse notar.
Con su vestido verde de sustancia etérea, la dama asistía al espectáculo de una noche que llegaba rápido e iba cuajando el cielo de estrellas. Sus ojos brillaban también como dos estrellas ante la visión de una luna llena enorme que asistía a un espectáculo de millones de luces de distintos colores. Las hebras de una enredadera se aferraron poco a poco a la luna y el agua que se desprendió de esta circuló como un río hasta fusionarse con ese verdor del que estaba provista aquella mujer especial, a la que muchos habían amado. El bosque y la luna se fusionaron entonces alrededor de su cuerpo y colmaron de blanco y luz el vestido que tapaba de ojos inmerecidos ese cuerpo de pecado y sueño. El maravilloso y colorido viaje llegó entonces a otro claro.
En su centro había un gran árbol y la hierba era fresca. Los pétalos azules había terminado hace rato y la dama se había dedicado a vagar por entre los árboles mucho tiempo. Lo único que había en ese claro era un gran árbol, enorme realmente. Probablemente las raíces de aquel sabio árbol estaría profundas hasta casi tocar el centro de ese mundo. En sus ramas crecían todo tipo de frutos y en una de las mas altas había alguien observándola. Con rostro pálido y provisto de algo parecido unos pantalones confeccionados con ese verdor agreste e inmaterial, dos grandes alas opalinas se encontraban suspendidas en una lánguida cascada de plumas. La criatura humanoide la observó y descendió de un salto desde gran altura, ofreciendo un gran espectáculo de color al abrir las alas y reflejar estas los rayos de la luna. Voló alrededor de la mujer, que seguía al ser en todo momento con ojos maravillados, como aquella primera vez que lo había visto, tan tímido y a la vez presumido de sus alas enormes y cálidas.
Tras la breve exhibición, a la luz de la luna, el caballero alado tomó tierra y se acercó a la dama, con sus alas por delante envolvieron aquel cuerpo tan deseado, cárcel de irresistibles formas para un alma de luz, bondad y amor al color y la vida. Con una suave voz, cálida, llena de amor, el ser susurró en el oído de la dama, estrechándola entre sus alas:
-Te echaban de menos
martes, 14 de julio de 2015
viernes, 10 de julio de 2015
El general y el violinista.
Era un día algo lluvioso en aquella ciudad de la capital. Las nubes tapaban el cielo mientras ciudadanos con mas o menos tareas por cumplir iban esquivando charcos y a otros congéneres. Los claros del día anterior habían sido un extraño preámbulo climatológico de lo que se avecinaba en aquel momento. Aunque por el momento la lluvia estaba cesando, reduciéndose a una llovizna ligera y no demasiado aborrecible para los amantes del buen día. Los edificios revelaban las manchas de la humedad con bastante orgullo y algunos abandonaban sus refugios antipluviales para poder continuar, con cierta prisa, los quehaceres diarios.
En una de las calles de esa ciudad, dedicaba al comercio de productos bastante valiosos para niños mimados y para exigentes profesionales, que requirieran de los mejores productos para sus campos respectivos, había un músico ambulante. Tocaba el violín y de vez en cuando, a pesar de las luvias, la gente se quedaba a mirar y escuchar como aquel hombre se ganaba el pan de forma honrada. Fuera de la manera que fuera, el anciano, pues estaba mas en la senectud que en la juventud, tocaba de manera muy fluida, sin equivocarse ni una sola vez. Seguramente llevaba desde una temprana edad tocando ese instrumento que tanta magia había despertado en los corazones de las personas a lo largo de los años. Su rostro denotaba, eso sí, la máxima concentración para no equivocarse. Quizás, y solo quizás, fuera un hombre bastante perfeccionista, o sencillamente se exigía con todas las de la ley a mejorar hasta el último de sus días en ese mundo tan variopinto. Entonces su vida daría un pequeño giro.
Con alegre y saltarín caminar, coronada con una ristra de rosas azules, y a pesar del pesado día, una niña se acercó hasta donde se encontraba el músico. Al igual que otros niños, miraba con curiosidad y sorpresa al músico que había reparado en la niña. El anciano les dedicó una pequeña sonrisa a todos los presentes al acabar con una larga nota final. La gente aplaudió. Algunos transeúntes le dejaron unas monedas y se marcharon. La niña continuó ahí, esperando a que tocara algo mas. Todo esto lo observaban dos mujeres desde una cierta distancia, apoyadas en el alfeizar de una ventana:
-Quien conquistara a su padre.-Dijo una dama entrada en edad pero que sin duda mantenía una elegancia, saber estar y educación mas que dignos de cualquier cohorte.
-Yo acabo de llegar, señora. ¿Quien es su padre?.-Dijo una dama bastante mas joven, provista de una gran belleza y exuberancia física, pelo negro y ojos extrañamente claros que a mucho de sus acompañantes nocturnos dejaba en ocasiones sin habla.-El pichón va bien vestido.-Dijo observando las ropas de la niña.-Para conquistar a un hombre hay que conquistar a su madre o bien a su hija.
-Oh, créeme que casi todas tus compañeras, aquellas con el coraje o el ego suficiente, lo han intentado, pero ese hombre está enamorado hasta las trancas. Puedes tomar té con la niña hasta hartarte e incluso ofrecerte de cuidadora. Una de mis chicas estuvo un año aguantando las encantadoras risotadas de la niña. Vino enamorada de la criatura pero sin su padre del brazo. Como que cada año me pide un permiso de una semana y yo no tengo mas que dárselo porque sabe ponerse bastante irritante.
-Me intriga... ¿Quien es su padre, mi señora?.-Preguntó la jovenzuela, tapándose el exótico vestido de sedas y telas transparentes por causa del frío.
-Ahí lo tienes.-Dijo la mujer mirando en una dirección. La joven le siguió la mirada.
Tras la niña, vestida con un abrigo marrón y zapatos del mismo color, surgió una sombra. Varios de los niños que lo conocieran se apartaron ligeramente. Otros, imitando a sus padres cuando estaban con ellos y se cruzaban con aquel hombre, se cuadraron y saludaron, al igual que todos los guardias presentes. Ataviado con abrigo negro y ropa oscura en general, un hombre de gran palidez miraba al violinista. Su rostro era una máscara de piedra y en sus ojos una imperturbabilidad absoluta, acorde con su faz.
-¿Ese no es...?.-Preguntó la joven mientras la señora de la casa de entretenimiento sonreía y asentía.-¿Como pudo nacer un ángel como esa niña de la semilla de semejante monstruo?. Solo se conocen un par de anécdotas de lo que ha hecho en el campo de batalla pero lo suficiente para que la gente salga corriendo al verle.
-Créeme cariño cuando te digo que son anécdotas falsas. Un par de sus hombres, habituales clientes de este distinguido lugar. dicen que es un hombre bastante honorable, aunque fiero en la batalla. Y sobre tu pregunta, otro de sus hombres, también cliente de aquí, le preguntó sobre la contrapuesta alegría de su hija con respecto a su progenitor y el hombre dijo "A veces los ángeles de Dios se conmiseran de nosotros, los pobres mortales, y nos dan un regalo que ni todo el oro del mundo puede igualar"
-Si el general se entera de esto...-Dijo la joven.
-Al día siguiente el que lo contó fue destinado a una gran distancia de aquí, muy muy lejos. Podría haberlo ejecutado pero no lo hizo, según algunos porque se levantó con buen día y según otros porque tenía fiesta de té con su hija en unos minutos.
.Dios santo...-Dijo la joven mientras observaba la escena.
El violinista, obviamente, reparó en la presencia de ese poderoso hombre, algo delgado y de mirada y rostro congelados en el tiempo y la emoción. La niña tomó la mano de su padre, escoltada y vigilada en todo momento por un par de sirvientes y de los mejores guardias del reino, hombres capaces de reducir a varias personas con solo usar sus manos. El violinista comenzó una pieza realmente rápida y totalmente militar. Era de esas canciones que la tropa cantaba cuando tenía que hacer una larga marcha, para tenerlos entretenidos y mantenerlos con la moral alta si el enemigo no había sido especialmente combativo. Los guardias comenzaron a cantar por lo bajo la letra y todos los presentes con familia o pasado y presente militar también. El general seguía imperturbable. La niña tarareaba con una voz tan dulce que podría matar de ternura a cualquiera.
-Tiene buena voz.-Dijo una dama entre la multitud a su marido, ambos cantantes de ópera desde hace muchos años.
-No como el ángel con el que me casé.-Dijo el hombre, dando el mas dulce de los besos a su esposa.
La pieza finalizó y entonces el músico abrió los ojos, pues siempre los cerraba cuando se metía dentro de su mundo de música y sueños del pasado. Se encontró entonces al general, protagonista de sangrientas y crueles batallas y de actos heroicos y honorables, frente a él. La niña lo había arrastrado hasta donde se encontraba el violinista. Este por un momento pensó que su atrevimiento había sido demasiado, consciente de un par de anécdotas que se contaban sobre ese hombre. Aunque si iba a morir lo haría en pie, como muchos de sus compañeros de unidad habían hecho hacía tantos años. Entonces el general bajó la mirada a su hija, a ese ángel, producto del mas bello acto de amor que hubieran contemplado las paredes del castillo real entre la mas bella enviada de Dios y ese hombre inalterable, frío y poco hablador. El general sonrió.
-Esa niña se ha ganado el cielo.-Dijo la joven. La dueña de aquel distinguido local productor de entretenimientos varios y espectáculos muy motivadores para el hombre cansado y harto de la vida, asintió de nuevo con una sonrisa.
El hombre protagonista de ese par de habladurías, hincó rodilla en tierra frente a su hija, para estar a la altura de esta. Miró aquellos ojos que había heredado de su madre. Entonces dijo.
-Hija, este hombre ha alegrado mi corazón y a todos mis hombres durante muchos años. Fue teniente de caballería y fue a la reserva cuando...
-¿Que es la reserva, padre?.-Preguntó la niña. El general sonrió de nuevo
-Es cuando un soldado se hace mayor pero puede combatir. Si su nación le necesita tomará las armas para defenderte a ti y a todos estos señores que ves a tu alrededor.
La niña miró al músico. Este miró al general, sorprendido por ser reconocido después de tantos años de vagar por el mundo.
-También yo le saqué alguna melodía nocturna cuando ambos éramos mas jóvenes.-Dijo la jefa de las cortesanas. La joven soltó una risotada.
-¿Cuanto le damos a este hombre?.-Preguntó el general poniéndose en pie y haciendo un gesto a uno de los sirivientes que le acompañaban, este le tendió un sacó bastante abultado.
-Cien.-Dijo la niña con una gran sonrisa. la lluvia seguía cayendo pero el violinista en ese momento dejó de sentir el agua.
-¿Cien? ¿Cien que? ¿Cien granos de trigo?.-Dijo la joven cortesana que, en efecto, acababa de confirmar que era nueva en la ciudad.
-Cien...- El violinista vio con estupefacción como el propio general, de su propia mano, tomaba una bolsa bastante abultada de tela y se la ponía en la mano al hombre que tanto había dado por la nació. El violinista se quedó mirando la bolsa sin poder creerse lo que tenía en las manos.
-¿Quiere algo mas?.-Preguntó ese hombre tan temido por muchos y deseado económicamente por otras. En su voz había respecto, reconocimiento, humildad.
-Ah yo...-El violinista miró la bolsa tratando de no echarse a llorar.-Gracias...solo puedo decir gracias. Mi mujer se va a llevar una gran alegría.
-Compre algo bonito algo que la haga sonreír tanto como lo hace mi hija cada día. Me despido pues, tengo asuntos que atender con mi ángel.-Dijo aquel hombre mirando a su hija, que en esos momentos había reparado en la presencia de una tienda de dulces.-Un placer.-Se cuadró y saludó al teniente.
El teniente correspondió, cerró el estuche con las ganancias de ese día y se fue a darle la buena noticia a su mujer.
Y ese hombre, de nuevo con el rostro imperturbable, entró en la tienda de golosinas, donde su hija se había internado en afortunada expedición para los dueños del local.
En una de las calles de esa ciudad, dedicaba al comercio de productos bastante valiosos para niños mimados y para exigentes profesionales, que requirieran de los mejores productos para sus campos respectivos, había un músico ambulante. Tocaba el violín y de vez en cuando, a pesar de las luvias, la gente se quedaba a mirar y escuchar como aquel hombre se ganaba el pan de forma honrada. Fuera de la manera que fuera, el anciano, pues estaba mas en la senectud que en la juventud, tocaba de manera muy fluida, sin equivocarse ni una sola vez. Seguramente llevaba desde una temprana edad tocando ese instrumento que tanta magia había despertado en los corazones de las personas a lo largo de los años. Su rostro denotaba, eso sí, la máxima concentración para no equivocarse. Quizás, y solo quizás, fuera un hombre bastante perfeccionista, o sencillamente se exigía con todas las de la ley a mejorar hasta el último de sus días en ese mundo tan variopinto. Entonces su vida daría un pequeño giro.
Con alegre y saltarín caminar, coronada con una ristra de rosas azules, y a pesar del pesado día, una niña se acercó hasta donde se encontraba el músico. Al igual que otros niños, miraba con curiosidad y sorpresa al músico que había reparado en la niña. El anciano les dedicó una pequeña sonrisa a todos los presentes al acabar con una larga nota final. La gente aplaudió. Algunos transeúntes le dejaron unas monedas y se marcharon. La niña continuó ahí, esperando a que tocara algo mas. Todo esto lo observaban dos mujeres desde una cierta distancia, apoyadas en el alfeizar de una ventana:
-Quien conquistara a su padre.-Dijo una dama entrada en edad pero que sin duda mantenía una elegancia, saber estar y educación mas que dignos de cualquier cohorte.
-Yo acabo de llegar, señora. ¿Quien es su padre?.-Dijo una dama bastante mas joven, provista de una gran belleza y exuberancia física, pelo negro y ojos extrañamente claros que a mucho de sus acompañantes nocturnos dejaba en ocasiones sin habla.-El pichón va bien vestido.-Dijo observando las ropas de la niña.-Para conquistar a un hombre hay que conquistar a su madre o bien a su hija.
-Oh, créeme que casi todas tus compañeras, aquellas con el coraje o el ego suficiente, lo han intentado, pero ese hombre está enamorado hasta las trancas. Puedes tomar té con la niña hasta hartarte e incluso ofrecerte de cuidadora. Una de mis chicas estuvo un año aguantando las encantadoras risotadas de la niña. Vino enamorada de la criatura pero sin su padre del brazo. Como que cada año me pide un permiso de una semana y yo no tengo mas que dárselo porque sabe ponerse bastante irritante.
-Me intriga... ¿Quien es su padre, mi señora?.-Preguntó la jovenzuela, tapándose el exótico vestido de sedas y telas transparentes por causa del frío.
-Ahí lo tienes.-Dijo la mujer mirando en una dirección. La joven le siguió la mirada.
Tras la niña, vestida con un abrigo marrón y zapatos del mismo color, surgió una sombra. Varios de los niños que lo conocieran se apartaron ligeramente. Otros, imitando a sus padres cuando estaban con ellos y se cruzaban con aquel hombre, se cuadraron y saludaron, al igual que todos los guardias presentes. Ataviado con abrigo negro y ropa oscura en general, un hombre de gran palidez miraba al violinista. Su rostro era una máscara de piedra y en sus ojos una imperturbabilidad absoluta, acorde con su faz.
-¿Ese no es...?.-Preguntó la joven mientras la señora de la casa de entretenimiento sonreía y asentía.-¿Como pudo nacer un ángel como esa niña de la semilla de semejante monstruo?. Solo se conocen un par de anécdotas de lo que ha hecho en el campo de batalla pero lo suficiente para que la gente salga corriendo al verle.
-Créeme cariño cuando te digo que son anécdotas falsas. Un par de sus hombres, habituales clientes de este distinguido lugar. dicen que es un hombre bastante honorable, aunque fiero en la batalla. Y sobre tu pregunta, otro de sus hombres, también cliente de aquí, le preguntó sobre la contrapuesta alegría de su hija con respecto a su progenitor y el hombre dijo "A veces los ángeles de Dios se conmiseran de nosotros, los pobres mortales, y nos dan un regalo que ni todo el oro del mundo puede igualar"
-Si el general se entera de esto...-Dijo la joven.
-Al día siguiente el que lo contó fue destinado a una gran distancia de aquí, muy muy lejos. Podría haberlo ejecutado pero no lo hizo, según algunos porque se levantó con buen día y según otros porque tenía fiesta de té con su hija en unos minutos.
.Dios santo...-Dijo la joven mientras observaba la escena.
El violinista, obviamente, reparó en la presencia de ese poderoso hombre, algo delgado y de mirada y rostro congelados en el tiempo y la emoción. La niña tomó la mano de su padre, escoltada y vigilada en todo momento por un par de sirvientes y de los mejores guardias del reino, hombres capaces de reducir a varias personas con solo usar sus manos. El violinista comenzó una pieza realmente rápida y totalmente militar. Era de esas canciones que la tropa cantaba cuando tenía que hacer una larga marcha, para tenerlos entretenidos y mantenerlos con la moral alta si el enemigo no había sido especialmente combativo. Los guardias comenzaron a cantar por lo bajo la letra y todos los presentes con familia o pasado y presente militar también. El general seguía imperturbable. La niña tarareaba con una voz tan dulce que podría matar de ternura a cualquiera.
-Tiene buena voz.-Dijo una dama entre la multitud a su marido, ambos cantantes de ópera desde hace muchos años.
-No como el ángel con el que me casé.-Dijo el hombre, dando el mas dulce de los besos a su esposa.
La pieza finalizó y entonces el músico abrió los ojos, pues siempre los cerraba cuando se metía dentro de su mundo de música y sueños del pasado. Se encontró entonces al general, protagonista de sangrientas y crueles batallas y de actos heroicos y honorables, frente a él. La niña lo había arrastrado hasta donde se encontraba el violinista. Este por un momento pensó que su atrevimiento había sido demasiado, consciente de un par de anécdotas que se contaban sobre ese hombre. Aunque si iba a morir lo haría en pie, como muchos de sus compañeros de unidad habían hecho hacía tantos años. Entonces el general bajó la mirada a su hija, a ese ángel, producto del mas bello acto de amor que hubieran contemplado las paredes del castillo real entre la mas bella enviada de Dios y ese hombre inalterable, frío y poco hablador. El general sonrió.
-Esa niña se ha ganado el cielo.-Dijo la joven. La dueña de aquel distinguido local productor de entretenimientos varios y espectáculos muy motivadores para el hombre cansado y harto de la vida, asintió de nuevo con una sonrisa.
El hombre protagonista de ese par de habladurías, hincó rodilla en tierra frente a su hija, para estar a la altura de esta. Miró aquellos ojos que había heredado de su madre. Entonces dijo.
-Hija, este hombre ha alegrado mi corazón y a todos mis hombres durante muchos años. Fue teniente de caballería y fue a la reserva cuando...
-¿Que es la reserva, padre?.-Preguntó la niña. El general sonrió de nuevo
-Es cuando un soldado se hace mayor pero puede combatir. Si su nación le necesita tomará las armas para defenderte a ti y a todos estos señores que ves a tu alrededor.
La niña miró al músico. Este miró al general, sorprendido por ser reconocido después de tantos años de vagar por el mundo.
-También yo le saqué alguna melodía nocturna cuando ambos éramos mas jóvenes.-Dijo la jefa de las cortesanas. La joven soltó una risotada.
-¿Cuanto le damos a este hombre?.-Preguntó el general poniéndose en pie y haciendo un gesto a uno de los sirivientes que le acompañaban, este le tendió un sacó bastante abultado.
-Cien.-Dijo la niña con una gran sonrisa. la lluvia seguía cayendo pero el violinista en ese momento dejó de sentir el agua.
-¿Cien? ¿Cien que? ¿Cien granos de trigo?.-Dijo la joven cortesana que, en efecto, acababa de confirmar que era nueva en la ciudad.
-Cien...- El violinista vio con estupefacción como el propio general, de su propia mano, tomaba una bolsa bastante abultada de tela y se la ponía en la mano al hombre que tanto había dado por la nació. El violinista se quedó mirando la bolsa sin poder creerse lo que tenía en las manos.
-¿Quiere algo mas?.-Preguntó ese hombre tan temido por muchos y deseado económicamente por otras. En su voz había respecto, reconocimiento, humildad.
-Ah yo...-El violinista miró la bolsa tratando de no echarse a llorar.-Gracias...solo puedo decir gracias. Mi mujer se va a llevar una gran alegría.
-Compre algo bonito algo que la haga sonreír tanto como lo hace mi hija cada día. Me despido pues, tengo asuntos que atender con mi ángel.-Dijo aquel hombre mirando a su hija, que en esos momentos había reparado en la presencia de una tienda de dulces.-Un placer.-Se cuadró y saludó al teniente.
El teniente correspondió, cerró el estuche con las ganancias de ese día y se fue a darle la buena noticia a su mujer.
Y ese hombre, de nuevo con el rostro imperturbable, entró en la tienda de golosinas, donde su hija se había internado en afortunada expedición para los dueños del local.
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