viernes, 10 de julio de 2015

El general y el violinista.

Era un día algo lluvioso en aquella ciudad de la capital. Las nubes tapaban el cielo mientras ciudadanos con mas o menos tareas por cumplir iban esquivando charcos y a otros congéneres. Los claros del día anterior habían sido un extraño preámbulo climatológico de lo que se avecinaba en aquel momento. Aunque por el momento la lluvia estaba cesando, reduciéndose a una llovizna ligera y no demasiado aborrecible para los amantes del buen día. Los edificios revelaban las manchas de la humedad con bastante orgullo y algunos abandonaban sus refugios antipluviales para poder continuar, con cierta prisa, los quehaceres diarios.

En una de las calles de esa ciudad, dedicaba al comercio de productos bastante valiosos para niños mimados y para exigentes profesionales, que requirieran de los mejores productos para sus campos respectivos, había un músico ambulante. Tocaba el violín y de vez en cuando, a pesar de las luvias, la gente se quedaba a mirar y escuchar como aquel hombre se ganaba el pan de forma honrada. Fuera de la manera que fuera, el anciano, pues estaba mas en la senectud que en la juventud, tocaba de manera muy fluida, sin equivocarse ni una sola vez. Seguramente llevaba desde una temprana edad tocando ese instrumento que tanta magia había despertado en los corazones de las personas a lo largo de los años. Su rostro denotaba, eso sí, la máxima concentración para no equivocarse. Quizás, y solo quizás, fuera un hombre bastante perfeccionista, o sencillamente se exigía con todas las de la ley a mejorar hasta el último de sus días en ese mundo tan variopinto. Entonces su vida daría un pequeño giro.

Con alegre y saltarín caminar, coronada con una ristra de rosas azules, y a pesar del pesado día, una niña se acercó hasta donde se encontraba el músico. Al igual que otros niños, miraba con curiosidad y sorpresa al músico que había reparado en la niña. El anciano les dedicó una pequeña sonrisa a todos los presentes al acabar con una larga nota final. La gente aplaudió. Algunos transeúntes le dejaron unas monedas y se marcharon. La  niña continuó ahí, esperando a que tocara algo mas. Todo esto lo observaban dos mujeres desde una cierta distancia, apoyadas en el alfeizar de una ventana:

-Quien conquistara a su padre.-Dijo una dama entrada en edad pero que sin duda mantenía una elegancia, saber estar y educación mas que dignos de cualquier cohorte.
-Yo acabo de llegar, señora. ¿Quien es su padre?.-Dijo una dama bastante mas joven, provista de una gran belleza y exuberancia física, pelo negro y ojos extrañamente claros que a mucho de sus acompañantes nocturnos dejaba en ocasiones sin habla.-El pichón va bien vestido.-Dijo observando las ropas de la niña.-Para conquistar a un hombre hay que conquistar a su madre o bien a su hija.
-Oh, créeme que casi todas tus compañeras, aquellas con el coraje o el ego suficiente, lo han intentado, pero ese hombre está enamorado hasta las trancas. Puedes tomar té con la niña hasta hartarte e incluso ofrecerte de cuidadora. Una de mis chicas estuvo un año aguantando las encantadoras risotadas de la niña. Vino enamorada de la criatura pero sin su padre del brazo. Como que cada año me pide un permiso de una semana y yo no tengo mas que dárselo porque sabe ponerse bastante irritante.
-Me intriga... ¿Quien es su padre, mi señora?.-Preguntó la jovenzuela, tapándose el exótico vestido de sedas y telas transparentes por causa del frío.
-Ahí lo tienes.-Dijo la mujer mirando en una dirección. La joven le siguió la mirada.

Tras la niña, vestida con un abrigo marrón y zapatos del mismo color, surgió una sombra. Varios de los niños que lo conocieran se apartaron ligeramente. Otros, imitando a sus padres cuando estaban con ellos y se cruzaban con aquel hombre, se cuadraron y saludaron, al igual que todos los guardias presentes. Ataviado con abrigo negro y ropa oscura en general, un hombre de gran palidez miraba al violinista. Su rostro era una máscara de piedra y en sus ojos una imperturbabilidad absoluta, acorde con su faz.

-¿Ese no es...?.-Preguntó la joven mientras la señora de la casa de entretenimiento sonreía y asentía.-¿Como pudo nacer un ángel como esa niña de la semilla de semejante monstruo?. Solo se conocen un par de anécdotas de lo que ha hecho en el campo de batalla pero lo suficiente para que la gente salga corriendo al verle.
-Créeme cariño cuando te digo que son anécdotas falsas. Un par de sus hombres, habituales clientes de este distinguido lugar. dicen que es un hombre bastante honorable, aunque fiero en la batalla. Y sobre tu pregunta, otro de sus hombres, también cliente de aquí, le preguntó sobre la contrapuesta alegría de su hija con respecto a su progenitor y el hombre dijo "A veces los ángeles de Dios se conmiseran de nosotros, los pobres mortales, y nos dan un regalo que ni todo el oro del mundo puede igualar"
-Si el general se entera de esto...-Dijo la joven.
-Al día siguiente el que lo contó fue destinado a una gran distancia de aquí, muy muy lejos. Podría haberlo ejecutado pero no lo hizo, según algunos porque se levantó con buen día y según otros porque tenía fiesta de té con su hija en unos minutos.
.Dios santo...-Dijo la joven mientras observaba la escena.

El violinista, obviamente, reparó en la presencia de ese poderoso hombre, algo delgado y de mirada y rostro congelados en el tiempo y la emoción. La niña tomó la mano de su padre, escoltada y vigilada en todo momento por un par de sirvientes y de los mejores guardias del reino, hombres capaces de reducir a varias personas con solo usar sus manos. El violinista comenzó una pieza realmente rápida y totalmente militar. Era de esas canciones que la tropa cantaba cuando tenía que hacer una larga marcha, para tenerlos entretenidos y mantenerlos con la moral alta si el enemigo no había sido especialmente combativo. Los guardias comenzaron a cantar por lo bajo la letra y todos los presentes con familia o pasado y presente militar también. El general seguía imperturbable. La niña tarareaba con una voz tan dulce que podría matar de ternura a cualquiera.

-Tiene buena voz.-Dijo una dama entre la multitud a su marido, ambos cantantes de ópera desde hace muchos años.
-No como el ángel con el que me casé.-Dijo el hombre, dando el mas dulce de los besos a su esposa.

La pieza finalizó y entonces el músico abrió los ojos, pues siempre los cerraba cuando se metía dentro de su mundo de música y sueños del pasado. Se encontró entonces al general, protagonista de sangrientas y crueles batallas y de actos heroicos y honorables, frente a él. La niña lo había arrastrado hasta donde se encontraba el violinista. Este por un momento pensó que su atrevimiento había sido demasiado, consciente de un par de anécdotas que se contaban sobre ese hombre. Aunque si iba a morir lo haría en pie, como muchos de sus compañeros de unidad habían hecho hacía tantos años. Entonces el general bajó la mirada a su hija, a ese ángel, producto del mas bello acto de amor que hubieran contemplado las paredes del castillo real entre la mas bella enviada de Dios y ese hombre inalterable, frío y poco hablador. El general sonrió.

-Esa niña se ha ganado el cielo.-Dijo la joven. La dueña de aquel distinguido local productor de entretenimientos varios y espectáculos muy motivadores para el hombre cansado y harto de la vida, asintió de nuevo con una sonrisa.

El hombre protagonista de ese par de habladurías, hincó rodilla en tierra frente a su hija, para estar a la altura de esta. Miró aquellos ojos que había heredado de su madre. Entonces dijo.
-Hija, este hombre ha alegrado mi corazón y a todos mis hombres durante muchos años. Fue teniente de caballería y fue a la reserva cuando...
-¿Que es la reserva, padre?.-Preguntó la niña. El general sonrió de nuevo
-Es cuando un soldado se hace mayor pero puede combatir. Si su nación le necesita tomará las armas para defenderte a ti y a todos estos señores que ves a tu alrededor.
La niña miró al músico. Este miró al general, sorprendido por ser reconocido después de tantos años de vagar por el mundo.

-También yo le saqué alguna melodía nocturna cuando ambos éramos mas jóvenes.-Dijo la jefa de las cortesanas. La joven soltó una risotada.

-¿Cuanto le damos a este hombre?.-Preguntó el general poniéndose en pie y haciendo un gesto a uno de los sirivientes que le acompañaban, este le tendió un sacó bastante abultado.
-Cien.-Dijo la niña con una gran sonrisa. la lluvia seguía cayendo pero el violinista en ese momento dejó de sentir el agua.
-¿Cien? ¿Cien que? ¿Cien granos de trigo?.-Dijo la joven cortesana que, en efecto, acababa de confirmar que era nueva en la ciudad.
-Cien...- El violinista vio con estupefacción como el propio general, de su propia mano, tomaba una bolsa bastante abultada de tela y se la ponía en la mano al hombre que tanto había dado por la nació. El violinista se quedó mirando la bolsa sin poder creerse lo que tenía en las manos.
-¿Quiere algo mas?.-Preguntó ese hombre tan temido por muchos y deseado económicamente por otras. En su voz había respecto, reconocimiento, humildad.
-Ah yo...-El violinista miró la bolsa tratando de no echarse a llorar.-Gracias...solo puedo decir gracias. Mi mujer se va a llevar una gran alegría.
-Compre algo bonito algo que la haga sonreír tanto como lo hace mi hija cada día. Me despido pues, tengo asuntos que atender con mi ángel.-Dijo aquel hombre mirando a su hija, que en esos momentos había reparado en la presencia de una tienda de dulces.-Un placer.-Se cuadró y saludó al teniente.
El teniente correspondió, cerró el estuche con las ganancias de ese día y se fue a darle la buena noticia a su mujer.

Y ese hombre, de nuevo con el rostro imperturbable, entró en la tienda de golosinas, donde su hija se había internado en afortunada expedición para los dueños del local.


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