La cuchilla abrió la piel con la misma facilidad con la que un cuchillo caliente corta la mantequilla. Aunque aquel material, ese precioso lienzo humano, era sin duda mucho mas valioso que toda la mantequilla del mundo. Bajo el cuerpo del artista, el lienzo, casi desnudo ante sus ojos, se retorcía y sollozaba, perdiendo poco a poco esa deliciosa sangre que de vez en cuando el pintor saboreaba. La noche era oscura ahí fuera, los cuerpos que normalmente deberían estar descansando o enzarzándose en acciones poco pudorosas al margen de romanticismo presente o no, recreaban en la piel de uno de ellos una obra de arte que suponía la conversión del dolor en belleza.
La voluntaria era la que el pintor consideraba como una buena amiga, apasionada mujer llena de virtuosa afición al dolor, allorar cuando se la sometía a esos delicadosy crueles tratamientos. Ella era una especie de demonio que buscaba a saber que objetivos, tan tranquila casi siempre, pero en aquellos mismos instantes era una fiera que luchaba contra si misma por no desatar su venganza contra quien en esos momentos la dañaba físicamente, ya que aguzaba mucho mas su sentido de paz y placer interior a través de un dolor lacerante como el de la cuchilla que en ese momento trabajaba su espalda.
Aquella mujer había llegado años atrás a la vida de ese hombre corrompido y sádico que veía en la muerte una razón mas para hacer arte, en el asesinato un acto de amor y en aquel momento el dolor como una melodía que daba paz. Para aquel sádico hombre, sin duda muy querido por la mujer que se encontraba bajo su cuerpo, consentido a veces por ella y sus dos generosas virtudes, o por su cuello o por a saber que partes del cuerpo, las lágrimas que corrían por las mejillas de esa obra de arte humana eran el néctar mas delicioso, como música líquida que descendieran de los ojos de una diosa para saciar la sed de felicidad de un hombre como él.
Cualquiera que viera la escena se horrorizaría, se preguntaría que mentiras contaría aquel ser oscuro a su víctima para convencerla de esos actos tan abyectos, que los podría mover a entregarse a acciones tan subversivas para la razón. El creyente pensaría que Dios condenaría esos actos pero sin duda en aquel lugar, a pesar de creencias y sentimientos religiosos, Dios no tenía mucha cabida en ese momento. Los sollozos y los gritos eran todo el himno religioso necesario para que aquel fiel siervo dela crueldad pudiera sentirse en armonía,extasiado ante lo que sus manos, sorprendentemente, estaban creando.
La acción se desarrollaba encima de una bonita cama con dosel, que había sido corrido para que se les diera intimidad. Nadie los molestaría pero consideraba el pintor que a mas intimidad mas genialidad, mas concentración, mas felicidad para el y su acompañante, la cual ya empezaba a notar unos cuantos hilos de sangre deslizarse por los laterales de su espalda, con toda la piel y una buena cantidad de carne expuesta. El pintor, a cada nuevo trazo, se deleitaba con otro alarido de dolor, con otra lágrima que empapaba la almohada blanda y reconfortante, también manchada de sangre cuando el artista apoyaba las manos en ella para sostener y viajar hasta el rostro de su amiga, del cual bebía sus lágrimas.
-Echaba de menos esto.- Dijo el pintor, con voz tranquila, tierna y sonrisa desquiciada, mientras clavaba la hoja del bisturí en un detalle que no le convencía y remarcaba mas el mismo, haciendo que todo el cuerpo de su amiga, hermana, amante intelectual, se contrajera en tensión y se liberara a través de un largo y sonoro quejido.
-Yo también.-Dijo la mujer, llorando de dolorosa felicidad, antes de volver a soltar otro pequeño grito, mitad suplicio mitad sorpresa al sentir la afilada hoja morderle con suave y lenta crueldad en la parte baja de su espalda. Se relajó lo mínimo al sentir la lengua de su creador pasear por la parte baja de su espalda, saboreando aquella muestra de pintura roja que comenzaba a brotar de ese lugar del lienzo.
Una persona normal encontraría el hecho de entregarse a esa tortura como un acto de locura. Pero aquello no era mas que el beneficio mutuo que obtienen dos personas que se quieren y que comparten gustos tan contrarios, y a la vez tan bien avenidos, como lo que en aquella cama se desarrollaba. Las sensuales formas de mujer de aquella dama eran deseadas por una larga fila de hombres, pero con aquellas pinceladas muchos sabrían que ella era algo mas que una simple mujer. Sabrían que estaba en el mundo para convertirse en una diosa doliente y perfecta, creada por las humildes manos de un loco genial que tan solo quiere mostrar al mundo cuan bello es el cuerpo humano desde su particular concepto dela belleza.
El pintor no sabía que le encendía mas, si la desnudez de su lienzo, el como este se iba transformando en perfección absoluta, el olor y sabor de la sangre, la sal de las lágrimas, los gritos, los movimientos reprimidos para no estropear el traza de aquel pincel de metal tan lacerantemente placentero. Desde aquella primera vez en que había apoyado la lanceta en la carne de esa mujer y hacía comenzado los primeros trazos, suyo que había encontrado el mayor de los placeres, o al menos uno de los mas extasiantes.
La espalda no era la única parte que había sido trabajada para convertir a esa bella humana en una deidad de los lamentos nocturnos y gemidos quebrados por gritos. Las muñecas habían sido marcadas por aquella hoja metálica, por aquella extensión de la imaginación y creatividad del artista. Semper fi se podía leer en aquella piel tan sensible y delicada, junto a una marca hecha con mucho fuego. Por las piernas se dibujaban enredaderas, aun inacabadas, como un indicativo dela salvaje e indómito que era el espíritu de esa mujer. Como pequeño distintivo, casi como una especie de entretenimiento banal del artista, una estrella de cinco puntas se dibujaba en la parte de atrás de su hombro, apenas molestando. Los pequeños detalles iban aquí y allá.
El proceso sumió a la dama en una especie de trance en el que la mente se abandona, aunque poco duró aquello pues de pronto un dedo fino y frió se hundió en la herida que suponía el ojo de un dragón bien formado. El alarido fue brillante, candente, refulgía en los oídos del pintor, que rió cruelmente, ansioso por otras acciones que harían sonrojar a mas de un demonio. Pero por fortuna o por desgracia debía de contenerse.
jueves, 14 de abril de 2016
domingo, 3 de abril de 2016
El cuento en el invierno.
Los parques infantiles son como un pequeño mundo aparte, y mas en invierno. Son la esencia mismo de la imaginación, apenas unos cuantos elementos apilados unos encima de otros donde los niños pueden evadirse de su mundo real y convertirse por unos minutos u horas en caballeros, princesas o lo que se les antoje. En medio de aquella abarrotada ciudad, los niños dejaban detrás de sí pisadas por la nieve del invierno. Los risotadas le sucedían, extendiéndose por todo el lugar hasta los oídos de las madres y alguna que otra doncella. Estas últimas, mucho mas cerca y pendientes de los hijos de sus superiores, parecían perros cancerberos de sonrisa mas o menos fácil. Los columpios no paraban de tener visitas y el tobogán era perfecto, ni largo ni corto, ni bajo ni alto. Había algunos padres que miraban con orgullo e infinito amor a sus retoños, y unas cuantas abuelas se quejaban de los nuevos tiempos hasta que el nieto se desabrochaba el abrigo y corrían a abrochárselo de nuevo.
Y obviamente no faltaba la diversión con el elemento que mas abundaba en ese momento: la nieve. Por todos lados había muñecos de nieve, castillos de nieve, ángeles de nieve que aparecían y desaparecían. Niños y niñas, y algún padre marchoso, estaban entretenidos en la nieve. Justo en ese día a los cielos se les dio por regar las jóvenes caras infantiles con unos cuantos centímetros mas del líquido elemento convertido en fantasía e ilusión. Ningún copo se libraba de ser pisoteado o ser convertido en una gran muralla, o la cabeza de un rey de las nieves, con su semblante de zanahoria, sonrisa amplia y ojos llenos de ilusión.
Alrededor de aquel parque, como bien se dijo, las madres, padres, doncellas y abuelos o abuelas se encontraban vigilando a sus hijos, nietos, sobrinos e incluso algún hermano. Se sentaban en bancos de madera que había sido dispuestos para el reposo de los cuidadores. Sentada en uno de aquellos bancos una belleza de otro mundo miraba a los niños mientras leía. Era la encargada de cuidar a algunos niños del orfanato, con el que colaboraba habitualmente. Sus grandes ojos claros estaban siempre llenos de vida, sus finas manos sostenían un libro que leía cuando los niños no se acercaban con alguna herida o algo que enseñarle. Su rostro de porcelana siempre reflejaba tranquilidad, apacibilidad absoluta, una amabilidad casi redentora de pecados.
En vistas al invierno, el sol se puso relativamente temprano, pronto el cielo quedó cubierto de tonos anaranjados. La buena mujer fue llamando uno a uno a todos aquellos que tenía a su cuidado. Era el momento de los cuentos. Habitualmente se lo contaba a los niños cuanto estos estaban ya en su casa, pero aquel día estaría ocupada en otros asuntos, por lo que la hora del cuento se adelantaría. Lo contaría ahí, en el frío invierno, con una nevada suave, que acompañaba al momento. La dama de encantadora sonrisa reparó entonces en que a los huérfanos se les había unido una invitada especial.
Era una niña, en apariencia normal, con la diferencia del color de su piel y de sus ojos. La mujer había visto ese color antes. En seguida se puso alerta y miró a todos lados, pensando en el progenitor de la criatura, mas con toda seguridad había venido sola. La volvió a mirar, se había sentado junto a los demás niños, disfrutaba de su compañía. Si bien es verdad que no todos ellos pudieran ser considerados comunes, aquella niña de ojos rojos y piel blanca como el mármol destacaba en especial. Uno de los niños, un precioso querubín de los bosques, un angelito de orejas puntiagudas la abrazó. Ella no reaccionó hasta dos segundos después. La mujer, bello destello de realidad y ficción ante los ojos de cualquier poeta, se tensó. No sucedió nada.
Entonces ella siguió leyendo el cuento hasta que, al alzar la vista para mirar el estado de sus protegidos estos no la miraban a ella. Miraban detrás de ella. La buena mujer se fue girando hasta que encontró su mirada perdida en unos ojos azules intensos como el agua de un mar tropical. Destellaban fríos y muertos en un rostro que hasta guardaba cierta similitud con el rostro de aquel aquel ángel caído que se sentaba entre los niños fantásticos que tenía a su cuidado la mujer mas bella de aquella ciudad.
La figura de ojos fríos como el hielo era un hombre alto, de estilizado cuerpo hecho para bailar, seducir, luchar o matar. Se acercó a ella con un distinguido paso que no se dejaba afectar por la vegetación, la cual parecía apartarse a su paso, como movida por un secreto y milenario temor. Sus ropajes eran de altísimo nivel pero sin resultar chocantes a la vista, como muchos grandes duques o marqueses solían hacer. Los rasgos de su cara eran finos pero al mismo tiempo marcados, dándole un aire de atemporalidad. Podría tener treinta o cincuenta años. Y de pronto, antes de que la mujer lo percibiera, el hombre estaba frente a ella, como si se hubiera teleportado a su lado, mirándola fijamente, Por extraño que parezca, en las situaciones de máximo temor de aquella dama, se había encontrado con cosas peores, y el tiempo le había permitido afrontar la aparición de gente como aquel hombre con algo mas de naturalidad.
Entonces el difunto habló, con una voz aterciopelada, que acariciaba los sentidos, pero al mismo tiempo autoritaria, sin atisbo de duda:
-Disculpe que me entrometa en su historia pero venía a buscar a la pequeña dama de ojos rojos de ahí.-Dijo aquel ser lleno de una fría pero educada oscuridad.
-Papi, no le hice daño a nadie -aquello fue un dato de lo mas tranquilizador- y quiero que la señorita termine de contar la historia.-Dijo la niña con un puchero en el rostro, un gesto enternecedor,que diluiría en un mar de debilidad al mismísimo Satanás.
-Señor -dijo la mujer con una sonrisa cálida, contraste perfecto para ese rostro que tenía enfrente- Me falta poco para acabar la historia. A los niños y a mi no nos importa que su hija comparta este momento con nosotros. Los cuentos ayudan a la imaginación y al desarrollo del niño.-Ante una posible evasiva la mujer sonrió de nuevo.
Aquel caballero de la noche se permitió lo que parecía una sonrisa:
-Muy bien.-Dijo el hombre, dejando salir un inesperado y algo teatral suspiro, sentándose en el banco, a un lado de la bella dama, que también tomó asiento, a una distancia del caballero, que si cabe se alejó un poco mas, para no incomodar.
La dama siguió contando la historia de piratas en la que una buena y valiente mujer se disponía a luchar contra unos cuantos piratas rivales por el tesoro de una isla. La mujer de los mares siempre iba acompañada de su fiel amiga, una gran pantera dotada de gran fuerza que la ayudaba a darles un buen castigo a los malos. Los niños disfrutaban enormemente con las historias de aquella mujer fuerte, que no depende de ningún hombre para triunfar. Era una fuente de inspiración para algunas de aquellas niñas nacidas del vientre de la madre tierra, o creadas entre corrientes de vientos, o venidas de países lejanos en guerra.
-Y finalmente- Contaba la buena mujer- con todos los piratas rivales capturados o en franca retirada, la dama de los mares se quedó con el tesoro, dándole una pequeña parte a cierto orfanato de cierta ciudad.-Dijo con una sonrisa, recordando aquel acontecimiento tan maravilloso de hace unos años. A día de hoy aun quedaba algo en la reserva de fondos.
Los niños se maravillaron ante el dato. Quizás fuera verdad, quizás fuera mentira, pero ver aquellas expresiones normalmente algo tristes ante la ausencia de un padre o una madre, era un regalo que ni un milagro de muchos dioses podría superar. Terminó narrando algo del pequeño amor lleno de sal que hubo entre aquella mujer tan fuerte e independiente y un pirata de gran belleza y valor. Los detalles estaban censurados. Durante el relato el padre de aquel ángel caído se mantuvo en un silencio mortal. La niña por su parte era eso, una niña que se asombraba por igual. Parece que le tomó afecto al niño de los bosques que la había abrazado al principio.
-Y fueron felices y comieron perdices.-Dijo la maravillosa dama, terminando así el relato, cerrando el libro y levantándose- Bueno niños, vámonos a casa que hay que dormir y el frío y la quietud no es buena para el cuerpo.-Se giró entonces hacia el caballero que había estado escuchando la historia sin intervenir en momento alguno. Se lo encontró en pie. La niña se había acercado al que parecía su padre y le agarraba la mano mirando a la mujer con toda curiosidad, como si fuera la primera vez que la veía.
-Ha sido un placer escuchar esa historia. Es la primera vez que la escucho y eso no me sucede desde hace muchos años.-Con suavidad dio un beso a la mano de aquella dama, un beso suave, apenas un roce que hizo recorrer un escalofrío a esa mujer acostumbrada a todo tipo de seres en sus sueños y realidades.
-Siempre pueden visitar la biblioteca, es donde trabajo habitualmente y donde suelo contar también cuentos a estos preciosos ángeles.-Dijo ella, tras recomponerse de aquellas fascinantes sensaciones.-Y por supuesto esta damita será bien recibida cuando guste.
-Gracias por la historia, señora.-Dijo la niña, con voz dulce y cálida, haciendo una reverencia muy educadamente.
Y como si el viento los acuchillara un millar de veces, ese padre y esa hija, pertenecientes al reino de la noche pero por un día observadores del día a día de otros criaturas, desparecieron.
Y obviamente no faltaba la diversión con el elemento que mas abundaba en ese momento: la nieve. Por todos lados había muñecos de nieve, castillos de nieve, ángeles de nieve que aparecían y desaparecían. Niños y niñas, y algún padre marchoso, estaban entretenidos en la nieve. Justo en ese día a los cielos se les dio por regar las jóvenes caras infantiles con unos cuantos centímetros mas del líquido elemento convertido en fantasía e ilusión. Ningún copo se libraba de ser pisoteado o ser convertido en una gran muralla, o la cabeza de un rey de las nieves, con su semblante de zanahoria, sonrisa amplia y ojos llenos de ilusión.
Alrededor de aquel parque, como bien se dijo, las madres, padres, doncellas y abuelos o abuelas se encontraban vigilando a sus hijos, nietos, sobrinos e incluso algún hermano. Se sentaban en bancos de madera que había sido dispuestos para el reposo de los cuidadores. Sentada en uno de aquellos bancos una belleza de otro mundo miraba a los niños mientras leía. Era la encargada de cuidar a algunos niños del orfanato, con el que colaboraba habitualmente. Sus grandes ojos claros estaban siempre llenos de vida, sus finas manos sostenían un libro que leía cuando los niños no se acercaban con alguna herida o algo que enseñarle. Su rostro de porcelana siempre reflejaba tranquilidad, apacibilidad absoluta, una amabilidad casi redentora de pecados.
En vistas al invierno, el sol se puso relativamente temprano, pronto el cielo quedó cubierto de tonos anaranjados. La buena mujer fue llamando uno a uno a todos aquellos que tenía a su cuidado. Era el momento de los cuentos. Habitualmente se lo contaba a los niños cuanto estos estaban ya en su casa, pero aquel día estaría ocupada en otros asuntos, por lo que la hora del cuento se adelantaría. Lo contaría ahí, en el frío invierno, con una nevada suave, que acompañaba al momento. La dama de encantadora sonrisa reparó entonces en que a los huérfanos se les había unido una invitada especial.
Era una niña, en apariencia normal, con la diferencia del color de su piel y de sus ojos. La mujer había visto ese color antes. En seguida se puso alerta y miró a todos lados, pensando en el progenitor de la criatura, mas con toda seguridad había venido sola. La volvió a mirar, se había sentado junto a los demás niños, disfrutaba de su compañía. Si bien es verdad que no todos ellos pudieran ser considerados comunes, aquella niña de ojos rojos y piel blanca como el mármol destacaba en especial. Uno de los niños, un precioso querubín de los bosques, un angelito de orejas puntiagudas la abrazó. Ella no reaccionó hasta dos segundos después. La mujer, bello destello de realidad y ficción ante los ojos de cualquier poeta, se tensó. No sucedió nada.
Entonces ella siguió leyendo el cuento hasta que, al alzar la vista para mirar el estado de sus protegidos estos no la miraban a ella. Miraban detrás de ella. La buena mujer se fue girando hasta que encontró su mirada perdida en unos ojos azules intensos como el agua de un mar tropical. Destellaban fríos y muertos en un rostro que hasta guardaba cierta similitud con el rostro de aquel aquel ángel caído que se sentaba entre los niños fantásticos que tenía a su cuidado la mujer mas bella de aquella ciudad.
La figura de ojos fríos como el hielo era un hombre alto, de estilizado cuerpo hecho para bailar, seducir, luchar o matar. Se acercó a ella con un distinguido paso que no se dejaba afectar por la vegetación, la cual parecía apartarse a su paso, como movida por un secreto y milenario temor. Sus ropajes eran de altísimo nivel pero sin resultar chocantes a la vista, como muchos grandes duques o marqueses solían hacer. Los rasgos de su cara eran finos pero al mismo tiempo marcados, dándole un aire de atemporalidad. Podría tener treinta o cincuenta años. Y de pronto, antes de que la mujer lo percibiera, el hombre estaba frente a ella, como si se hubiera teleportado a su lado, mirándola fijamente, Por extraño que parezca, en las situaciones de máximo temor de aquella dama, se había encontrado con cosas peores, y el tiempo le había permitido afrontar la aparición de gente como aquel hombre con algo mas de naturalidad.
Entonces el difunto habló, con una voz aterciopelada, que acariciaba los sentidos, pero al mismo tiempo autoritaria, sin atisbo de duda:
-Disculpe que me entrometa en su historia pero venía a buscar a la pequeña dama de ojos rojos de ahí.-Dijo aquel ser lleno de una fría pero educada oscuridad.
-Papi, no le hice daño a nadie -aquello fue un dato de lo mas tranquilizador- y quiero que la señorita termine de contar la historia.-Dijo la niña con un puchero en el rostro, un gesto enternecedor,que diluiría en un mar de debilidad al mismísimo Satanás.
-Señor -dijo la mujer con una sonrisa cálida, contraste perfecto para ese rostro que tenía enfrente- Me falta poco para acabar la historia. A los niños y a mi no nos importa que su hija comparta este momento con nosotros. Los cuentos ayudan a la imaginación y al desarrollo del niño.-Ante una posible evasiva la mujer sonrió de nuevo.
Aquel caballero de la noche se permitió lo que parecía una sonrisa:
-Muy bien.-Dijo el hombre, dejando salir un inesperado y algo teatral suspiro, sentándose en el banco, a un lado de la bella dama, que también tomó asiento, a una distancia del caballero, que si cabe se alejó un poco mas, para no incomodar.
La dama siguió contando la historia de piratas en la que una buena y valiente mujer se disponía a luchar contra unos cuantos piratas rivales por el tesoro de una isla. La mujer de los mares siempre iba acompañada de su fiel amiga, una gran pantera dotada de gran fuerza que la ayudaba a darles un buen castigo a los malos. Los niños disfrutaban enormemente con las historias de aquella mujer fuerte, que no depende de ningún hombre para triunfar. Era una fuente de inspiración para algunas de aquellas niñas nacidas del vientre de la madre tierra, o creadas entre corrientes de vientos, o venidas de países lejanos en guerra.
-Y finalmente- Contaba la buena mujer- con todos los piratas rivales capturados o en franca retirada, la dama de los mares se quedó con el tesoro, dándole una pequeña parte a cierto orfanato de cierta ciudad.-Dijo con una sonrisa, recordando aquel acontecimiento tan maravilloso de hace unos años. A día de hoy aun quedaba algo en la reserva de fondos.
Los niños se maravillaron ante el dato. Quizás fuera verdad, quizás fuera mentira, pero ver aquellas expresiones normalmente algo tristes ante la ausencia de un padre o una madre, era un regalo que ni un milagro de muchos dioses podría superar. Terminó narrando algo del pequeño amor lleno de sal que hubo entre aquella mujer tan fuerte e independiente y un pirata de gran belleza y valor. Los detalles estaban censurados. Durante el relato el padre de aquel ángel caído se mantuvo en un silencio mortal. La niña por su parte era eso, una niña que se asombraba por igual. Parece que le tomó afecto al niño de los bosques que la había abrazado al principio.
-Y fueron felices y comieron perdices.-Dijo la maravillosa dama, terminando así el relato, cerrando el libro y levantándose- Bueno niños, vámonos a casa que hay que dormir y el frío y la quietud no es buena para el cuerpo.-Se giró entonces hacia el caballero que había estado escuchando la historia sin intervenir en momento alguno. Se lo encontró en pie. La niña se había acercado al que parecía su padre y le agarraba la mano mirando a la mujer con toda curiosidad, como si fuera la primera vez que la veía.
-Ha sido un placer escuchar esa historia. Es la primera vez que la escucho y eso no me sucede desde hace muchos años.-Con suavidad dio un beso a la mano de aquella dama, un beso suave, apenas un roce que hizo recorrer un escalofrío a esa mujer acostumbrada a todo tipo de seres en sus sueños y realidades.
-Siempre pueden visitar la biblioteca, es donde trabajo habitualmente y donde suelo contar también cuentos a estos preciosos ángeles.-Dijo ella, tras recomponerse de aquellas fascinantes sensaciones.-Y por supuesto esta damita será bien recibida cuando guste.
-Gracias por la historia, señora.-Dijo la niña, con voz dulce y cálida, haciendo una reverencia muy educadamente.
Y como si el viento los acuchillara un millar de veces, ese padre y esa hija, pertenecientes al reino de la noche pero por un día observadores del día a día de otros criaturas, desparecieron.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)