jueves, 14 de abril de 2016

Pincel de metal.

La cuchilla abrió la piel con la misma facilidad con la que un cuchillo caliente corta la mantequilla. Aunque aquel material, ese precioso lienzo humano, era sin duda mucho mas valioso que toda la mantequilla del mundo. Bajo el cuerpo del artista, el lienzo, casi desnudo ante sus ojos, se retorcía y sollozaba, perdiendo poco a poco esa deliciosa sangre que de vez en cuando el pintor saboreaba. La noche era oscura ahí fuera, los cuerpos que normalmente deberían estar descansando o enzarzándose en acciones poco pudorosas al margen de romanticismo presente o no, recreaban en la piel de uno de ellos una obra de arte que suponía la conversión del dolor en belleza. 

La voluntaria era la que el pintor consideraba como una buena amiga, apasionada mujer llena de virtuosa afición al dolor, allorar cuando se la sometía a esos delicadosy crueles tratamientos. Ella era una especie de demonio que buscaba a saber que objetivos, tan tranquila casi siempre, pero en aquellos mismos instantes era una fiera que luchaba contra si misma por no desatar su venganza contra quien en esos momentos la dañaba físicamente, ya que aguzaba mucho mas su sentido de paz y placer interior a través de un dolor lacerante como el de la cuchilla que en ese momento trabajaba su espalda. 

Aquella mujer había llegado años atrás a la vida de ese hombre corrompido y sádico que veía en la muerte una razón mas para hacer arte, en el asesinato un acto de amor y en aquel momento el dolor como una melodía que daba paz. Para aquel sádico hombre, sin duda muy querido por la mujer que se encontraba bajo su cuerpo, consentido a veces por ella y sus dos generosas virtudes, o por su cuello o por a saber que partes del cuerpo, las lágrimas que corrían por las mejillas de esa obra de arte humana eran el néctar mas delicioso, como música líquida que descendieran de los ojos de una diosa para saciar la sed de felicidad de un hombre como él. 

Cualquiera que viera la escena se horrorizaría, se preguntaría que mentiras contaría aquel ser oscuro a su víctima para convencerla de esos actos tan abyectos, que los podría mover a entregarse a acciones tan subversivas para la razón. El creyente pensaría que Dios condenaría esos actos pero sin duda en aquel lugar, a pesar de creencias y sentimientos religiosos, Dios no tenía mucha cabida en ese momento. Los sollozos y los gritos eran todo el himno religioso necesario para que aquel fiel siervo dela crueldad pudiera sentirse en armonía,extasiado ante lo que sus manos, sorprendentemente, estaban creando. 

La acción se desarrollaba encima de una bonita cama con dosel, que había sido corrido para que se les diera intimidad. Nadie los molestaría pero consideraba el pintor que a mas intimidad mas genialidad, mas concentración, mas felicidad para el y su acompañante, la cual ya empezaba a notar unos cuantos hilos de sangre deslizarse por los laterales de su espalda, con toda la piel y una buena cantidad de carne expuesta. El pintor, a cada nuevo trazo, se deleitaba con otro alarido de dolor, con otra lágrima que empapaba la almohada blanda y reconfortante, también manchada de sangre cuando el artista apoyaba las manos en ella para sostener y viajar hasta el rostro de su amiga, del cual bebía sus lágrimas. 

-Echaba de menos esto.- Dijo el pintor, con voz tranquila, tierna y sonrisa desquiciada, mientras clavaba la hoja del bisturí en un detalle que no le convencía y remarcaba mas el mismo, haciendo que todo el cuerpo de su amiga, hermana, amante intelectual, se contrajera en tensión y se liberara a través de un largo y sonoro quejido. 

-Yo también.-Dijo la mujer, llorando de dolorosa felicidad, antes de volver a soltar otro pequeño grito, mitad suplicio mitad sorpresa al sentir la afilada hoja morderle con suave y lenta crueldad en la parte baja de su espalda. Se relajó lo mínimo al sentir la lengua de su creador pasear por la parte baja de su espalda, saboreando aquella muestra de pintura roja que comenzaba a brotar de ese lugar del lienzo.

Una persona normal encontraría el hecho de entregarse a esa tortura como un acto de locura. Pero aquello no era mas que el beneficio mutuo que obtienen dos personas que se quieren y que comparten gustos tan contrarios, y a la vez tan bien avenidos, como lo que en aquella cama se desarrollaba. Las sensuales formas de mujer de aquella dama eran deseadas por una larga fila de hombres, pero con aquellas pinceladas muchos sabrían que ella era algo mas que una simple mujer. Sabrían que estaba en el mundo para convertirse en una diosa doliente y perfecta, creada por las humildes manos de un loco genial que tan solo quiere mostrar al mundo cuan bello es el cuerpo humano desde su particular concepto dela belleza. 

El pintor no sabía que le encendía mas, si la desnudez de su lienzo, el como este se iba transformando en perfección absoluta, el olor y sabor de la sangre, la sal de las lágrimas, los gritos, los movimientos reprimidos para no estropear el traza de aquel pincel de metal tan lacerantemente placentero. Desde aquella primera vez en que había apoyado la lanceta en la carne de esa mujer y hacía comenzado los primeros trazos, suyo que había encontrado el mayor de los placeres, o al menos uno de los mas extasiantes. 

La espalda no era la única parte que había sido trabajada para convertir a esa bella humana en una deidad de los lamentos nocturnos y gemidos quebrados por gritos. Las muñecas habían sido marcadas por aquella hoja metálica, por aquella extensión de la imaginación y creatividad del artista. Semper fi se podía leer en aquella piel tan sensible y delicada, junto a  una marca hecha con mucho fuego. Por las piernas se dibujaban enredaderas, aun inacabadas, como un indicativo dela salvaje e indómito que era el espíritu de esa mujer. Como pequeño distintivo, casi como una especie de entretenimiento banal del artista, una estrella de cinco puntas se dibujaba en la parte de atrás de su hombro, apenas molestando. Los pequeños detalles iban aquí y allá. 

El proceso sumió a la dama en una especie de trance en el que la mente se abandona, aunque poco duró aquello pues de pronto un dedo fino y frió se hundió en la herida que suponía el ojo de un dragón bien formado. El alarido fue brillante, candente, refulgía en los oídos del pintor, que rió cruelmente, ansioso por otras acciones que harían sonrojar a mas de un demonio. Pero por fortuna o por desgracia debía de contenerse. 

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