Su cabello estaba delicadamente posado entre las mantas y las sábanas de seda, descansando entre pensamientos oscuros, recuerdos tristes y algo extraños. Su cuerpo, pálido como la leche, reposaba en aquel lecho que parecía hecho para ella, para contener entre sus almohadillados límites la belleza mas delicada que se pudiera figurar cualquier poeta. Sus ojos miraban con toda languidez una luna con la que había dado interminables paseos, que la había visto consumir con ahínco los días mas aciagos y celebrar de forma sosegada los momentos mas alegres. Su desnudez no era sino el sinónimo de cruel muerte que se cierne sobre el cuerpo joven de una dama eterna y le da una segunda oportunidad. Pocos testigos habían contemplado el privilegio de aquel físico de aparente porcelana, hecha de blancura nívea y con dos ojos llenos de poder enmarcado por un rostro tan digno como frío.
El lugar manaba de misterio, de atemporalidad. Aún viéndose las estrellas y la luna, parecía que todo estaba sumido en una majestuosa quietud que no presagiaba para nada lo que podría suceder en cualquier momento, o quizás nunca. La habitación estaba diseñada para gustos y preferencias por el arte, la joyería, la cultura en general. A cada rincón que se observara se podía distinguir algún pequeño detalle de lo que era la historia de aquella mujer. Su belleza y elegancia había robado el corazón de muchos hombres, los cuales aseguraban haber conocido a un ángel del cielo hasta que sus frías manos les había arrebatado la vida con inusitada facilidad. Su cuerpo era un templo de la prohibición, una tentación gélida y suave, mas que las plumas de un pájaro, pero entre sus intenciones había verdades tan desgarradoras como las afiladas uñas de un tigre que se cierne sobre su presa.
Entonces surgió de la oscuridad una figura grande, enorme. Nadie podría figurarse la facilidad con la que tan magnífico espécimen de hombre y bestia había llegado hasta ese lugar sin hacer un solo ruido. La mujer seguía mirando la luna, pero esta vez con una pequeña sonrisa en los labios, mas no en los ojos, al detectar aquel aroma tan conocido, tan inolvidable. Unos labios en el punto exacto entre lo fino y lo carnoso se curvaron en esa pequeña sonrisa, algo ladeada. No necesitaba mirarle, ambos seres ahora se miraban con algo que iba mas allá de los simples y defectuosos sentidos biológicos. Susurraba el viento, justo en ese momento, fuera, mientras unas nubes negras se formaban en los cielos, ocultando a la luna, la que ya no sería testigo delo que aconteciera, aunque sí lo serían los primeros rayos y truenos, la lluvia que caería a peso de plomo sobre las ventanas.
Un destello de los cielos y el hombre, o bestia, estaba al otro lado de la habitación, mirando a la dama pálida con una sonrisa por momentos carnívora, depredadora, y en otros tantos segundos tierna e incluso diriase que feliz. Otro rayo mas y la figura estaba a los pies de la cama, inclinándose sobre los pies de la dama, los cuales comenzó a besar. Aquellos labios,ardientes, apasionados pero contenido, recorrían la desnudez fría y delicada de la mujer, desde abajo y ascendiendo poco a poco. Aquellos pequeños gestos, con las manos deslizándose por tan acentuada y angelical anatomía, despertaban las primeras sensaciones entre ambos, rememorando sabores, olores y sentidos casi nuevos pero sin duda perfectamente recordados.
Ella finalmente suspiró cuando la boca voraz, uno de aquellos instrumentos de dador de placer, se afincó entre las dos columnas perfectamente separadas, comenzando el baile una columna de fuego húmeda y delicada que poco a poco avanzaba unos pasos pero conquistaba grandes llanuras con rojizos y pasionales interiores. Las manos blancas de la mujer se afianzaron en el cabello corto pero sustentable, arqueando a un mismo tiempo la espalda, presa de las percepciones, que despertaban con la misma ansiedad con las que un titán podría liberarse de sus cadenas tras la larga espera y el interminable cautiverio. Todo en ella se agitaba mas de lo que pudiera parecer, entregándose paulatinamente a viejos recuerdos y perversas ideas. Sonaban los truenos cada vez mas cerca, acompañando con estruendo el delicioso acto de pasión que unía de nuevo a los amantes.
Las ansias, el deseo, la pasión, hicieron mella en ambos y el hombre, la bestia o lo que fuere aquel espécimen, siguió su camino, dejando tras de sí aquel lugar de sagrada feminidad , prosiguiendo el viaje, a besos, hasta aquellas colinas algo menudas, humildes, pero que igualmente despertaron los mas consabidos y primitivos instintos de su acompañante nocturno, de aquel curioso pero experto amante que pronto estaba dejando ese segundo destino para precipitarse con ansias por el río sin causal que era su cuello, aromatizado con una selecta mezcla de esencias antiguas e irresistibles para los hombres, con las cuales nublaba el juicio de todas sus presas. las manos abrazaron entonces aquel cuerpo delgado, de marcada figura femenina y divina, el cual sinuosamente se deslizaba, produciendo todo tipo de contactos y exigiendo aun mas tributos de pasión al templo del placer que tan entregado amante estaba adorando.
¿En que momento se había deshecho el caballero de oscuro pasado de sus ropajes? nadie, ni él siquiera, lo sabía, pero poco le importaba, entre los sonidos de los truenos, que ahogaban las expresiones mas íntimas de aquel encuentro casi legendario, que podría ser narrado durante mil años entre las mejores cortes del mundo. Pero nadie estaba para recoger la anécdota o la historia mas que aquella sábanas de seda, que se removían con cada cambio, con cada beso, con cada caricia, abrazo y mordisco. Unas manos blancas recorrían una espalda, dejando mas tarde, en sentido lateral, muestras desenfrenada pasión, despertando pequeños sonidos de dolor que pronto se convertían en risotadas y susurros secretos. El poderoso físico del amante comenzó a mostrar una gran fuerza así como la quebradiza dama mostró una resistencia y deseo sin parangón, capaz de ser la envidia de muchas expertas cortesanas. Un calor sofocante de pasión contra la belleza y delicadeza de un copo de nieve, que en sí mismo era pasión y deseo en estado puro.
Las fronteras habían caído, los reinos, conquistados por ambos, eran pasado, presente y futuro transcrito al lenguaje de algo que no era amor, de algo que no era simple y mortal deseo. pareciera como una ley escrita de antemano por los dioses, previo a la creación del propio ser humano, que condenaba a esos dos siervos de la oscuridad a encontrarse y entregarse mutuamente el uno con el otro a las mas bajas pasiones. Cada pequeño paso de aquel baile tan antiguo como el amor los acercaba mas al éxtasis, que elevaría sus pecaminosas almas al cielo. En ese momento el pudor y las creencias estaban obsoletas, sustituidas por una de las grandes y eternas diosas que dominaba el corazón de hombres y mujeres desde hace milenios, llevándolos a estallar en perfecta armonía tras un último y solitario rayo que pareció despedir la tormenta para dar pasó aun nuevo amanecer.
Por fin las miradas coincidieron, justo al final de ese momento, en el que todo era perfecto, no existía el mal o el bien, solo ellos dos. La luna ya se había marchado, las estrellas abandonaban una a una el firmamento, dejando tras de si un cielo anaranjado que pronto se iba volviendo mas azul, aunque para eso aun quedaba tiempo. Entonces él, suavemente, se separó, sin perder de vista esos ojos que podían conquistar mundos entero con la ayuda de unas pocas palabras. Su espalda estaba algo marcada, tenía moratones en los laterales,donde las aparentemente frágiles piernas de la dama lo habían asido con gran fuerza.
Unos segundos después, una gran bestia negra, mitad lobo, mitad demonio, abandonaba aquel lugar, quien sabe si para siempre o esperando tener una nueva oportunidad.
martes, 30 de agosto de 2016
miércoles, 17 de agosto de 2016
Un favor por un favor.
En medio de la ajetreada ciudad, se levantaba un lugar hecho para las grandes familias de inmigrantes que llegaban desde la bota europea. Dicho lugar se encontraba a los pies de una iglesia. Después de la misa, muchos creyentes temerosos de Dios iban aquel lugar para poder comer algo, tomar un refrigerio, descansar de la misa que daba el cura de la iglesia, un hombre bondadoso pero demasiado técnico y algo pesado en su insistencia por el amor a Dios. Eso al menos pensaba la niña que había llegado acompañada de dos adultos, presumiblemente sus padres. Estaba dotada de dos dones: el de la futura y arrebatadora belleza del norte de Europa y el de la mirada algo desconfiada hacia todo el entorno, por no mencionar una pequeña chispa de lo que parecía resentimiento o enfado. Sus acompañantes se habían sentado en una mesa, esperando a que les atendieran. Tras unos minutos llegó el dueño del establecimiento, un caballero atento y sonriente, entrado en carnes, de experimentado gusto para vinos, pastas, pescados, carnes y todo lo que se pudiera comer. Decían de aquel hombre que podía cocinar a una persona y sería el mejor plato caníbal que pudiera tomarse nadie en su vida.
La escolta de la niña resultaba ser su tía y su padre, un hombre dado a las conversaciones cortas aunque cargadas de expresividad, genio de la medicina pero en absoluto arrogante, como mas de un compañero. Miraba a su hija con infinita adoración, observándola comer aquel enorme y generoso plato de pasta con la misma facilidad y rapidez con que se come unas pocas lonchas de queso. El hombre del grupo estaba también dando cuenta de su plato a la par que el local se iba vaciando y quedaba la clientela habitual, dejando todo regado de una maravillosa y discreta cacofonía de acentos italianos de diversas partes de aquel maravilloso país. Desde luego el acento de Lombardía no era igual que el acento del sur igual que el acento irlandés era distinto del escocés o el gallego del andaluz.
Entonces entraron un grupo de cinco hombres, liderados por un sexto, el cual iba con un abrigo blanco. Contrastaba con las ropas mas discretas de sus acompañantes, en tonos marrones, grises o azul oscuro. La niña clavó sus ojos en las figuras. Todos eran altos, y a las claras mas fuertes que su padre, el cual nunca había destacado por un físico como el de aquellos señores. Todos estaban algo serios pero distendidos, menos el líder, que se mostraba ufano en todo momento, saludando a algunos clientes y siendo saludados con alegría por parte del dueño del local. la niña los miraba atentamente de vez en cuando, esperando ver que era lo que resultaba tan especial en aquellos hombres mas allá del aspecto amenazador de cinco de los seis invitados.
Se sentaron a la mesa, en el rincón mas sombrío del lugar y aun así con una señal y un par de susurros junto a un "por supuesto, por supuesto", del bondadoso cocinero, camarero y dueño de ese lugar, retiraron un par de velas de los alrededores y la mesa se quedó un poco mas a oscuras. Al poco rato todos los comensales de esa mesa estaban degustando los exquisitos espaguetis, macarrones y raviolis con diversas salsas y bebidas para acompañar. Lo que la niña no vio es que el último en ser atendido parecía el líder de aquella curiosa panda de personas que parecían tener algo que ocultar.
-Cariño.-Dijo entonces su tía, hasta ese momento callada, pues es de mala educación hablar cuando se está comiendo-Los vas a desgastar con la mirada. Además no son gente tan buena como puedan parecer.
Su tía, aun con su edad, era una de las mujeres mas bella y elegantes de la ciudad, probablemente del país. Lo que ella decía siempre lo decía con toda educación, cuidado, respeto, sabiduría y sentido común. Cualquier prenda que se pusiera parecía hecha por uno de esos caros modistas europeos que vestían a reinas y reyes, e incluso a gente mas importante, si es que dicha gente existía. Su mirada siempre era serena, dulce, con una luz especial que había enamorado a mas de un hombre en los tiempos mozos y en los actuales.
-¿Quienes son tía?.-Preguntó la niña, perfectamente enclavada en esa edad en la que se pregunta por todo. Su interés se acentuó mas y los volvió a mirar, dándose cuenta entonces de algo sorprendente. Uno de los hombres de la mesa le devolvió la mirada. La niña miró de nuevo a su tía.-Me gustaría saber quienes son. Por favor.-Dijo con un tono de voz de lo mas modesto y encantador.
-Podría decirse que son unos señores que hacen favores a cambio de otros favores. No puedo decirte el tipo de favores que piden a cambio pero sí que hacen cosas no muy buenas. Al menos a corto, medio y largo plazo, hija.-Dijo su padre, mientras comía.- Es mejor que no te acerques a ellos.
Entonces de pronto se escuchó la voz del que parecía el jefe de aquella panda de criminales a los ojos del resto del mundo. Era una voz suave, pero igualmente poseía una gran proyección, como los buenos actores de teatro. El local, ya antes silencioso pareció callarse un poco mas mientras los hombres de aquel señor dirigían sus miradas hacia el dueño del establecimiento.
-Luigi.-Dijo el hombre de blanco al dueño. Parecía algo contrariado-Me siento particularmente sorprendido en este día.
-Signore, no entiendo que puede haber pasado.-Se disculpaba Luigi, sin siquiera saber cual era exactamente el problema, o si había incluso un problema en particular.
-¡No! no quiero explicaciones-Le cortó el hombre, que al segundo estaba sonriendo- Bueno en realidad si quiero explicaciones de como es que no se me ha informado de tu mejoría en la cocina. Para empezar, ya me parecía la mejor pasta de la ciudad pero ahora me encuentro en estado de afirmar que podría ser la mejor pasta del país.
El buen hombre, Luigi, suspiró de alivio. Aquel tipo de bromas por parte de los poderosos un día le iban a terminar pasando factura, así que sencillamente se dedicó a recibir el cumplido con toda modestia.
-Signore Graziani, un día me va a dar usted un infarto.-Dijo entre risas y se retiró respetuosamente a la cocina.
La niña se había quedado impresionada por aquella manera en la que aquel hombre estaba controlando toda la situación, como si el local fuera mas suyo que otra cosa. Tanto poder debía de provenir de algún tipo de fuente de origen. La preciosa damita era una asidua lectora de todo tipo de libros y entre ellos la fantasía era una de sus predilecciones. No era muy amiga de las delicadas princesas metidas en castillos protegidos por dragones, mas bien el gustaban las brujas, los hombres lobo y las grandes batallas entre el bien y el mal.
Aun así la niña siguió comiendo, dejando a un lado sus pesquisas mentales. Los comensales seguían a lo suyo cuando de pronto otro estruendo en la mesa de los hombres peligrosos. Esta vez el hombre de blanco se llevaba las manos a la garganta y se estaba poniendo morado. Antes de que pudiera girarse a su padre para preguntarle que le estaba pasando, una sombra pasó por su lado, revolviéndole todo el cabello ante la velocidad a la que iba atender el caso de urgencia: su padre. Los siervos del hombre de blanco estaba mirando impotentes como su jefe moría.
Y llegó el ángel salvador. El padre de la niña, aquel médico respetado entre los suyos, incluidos los arrogantes altos mandos de la medicina del país, tomó por la espalda al hombre que se ahogaba y practicaba una sencilla maniobra que había salvado miles, o cientos de miles de vidas a o largo de la historia. Al fin salió casi disparado, como en aquellas comedias del cine, la aceituna que estaba impidiendo respirar al hombre mas importante de la ciudad, y al mas temido. Todo el revuelo que se causó provocó que los hombres que acompañaban al de blanco se levantaran y que atendieran a su jefe en todo lo posterior a ser salvada su vida. Ya mas recuperado, tras beber un poco de buen vino, el hombre se dirigió al padre, ya con su hija y su cuñada al lado.
-Usted...- Dijo el hombre de blanco, el señor Graziani, a su padre.-Usted me ha salvado la vida. Ha conservado el honor de la historia de mi familia al salvarme de una muerte tan vergonzosa. No puedo por menos que devolverle el favor así que le insto a que me pida lo que sea y haré todo lo que esté en mi mano para cumplirlo. No, no diga nada.-Dijo el hombre, recolocándose el abrigo que se le había caído al tenerlo suelto, únicamente colgando de los hombros al momento de sentarse.- ¿Hoy tienen algo que hacer?
-No ha sido nada de verdad.-Dijo su padre, siempre tan modesto.-Es verdad que no todos los días se salva a un hombre de su porte, pero sin duda solo hacía lo que un médico debe hacer: salvar vídas o al menos hacerlas menos pesarosas.
-Permítame que insista,buen hombre.-dijo el hombre vestido de blanco en aquel momento ya mas pálido, pues antes estaba azul.-Les invito a comer con la mia mamma.
La niña miró a su padre, como recapacitaba sobre el hecho de ir a cenar con una persona algo peligrosa, por no decir mucho. Parecía bastante dudoso. Pero antes de que el buen hombre pudiera contestar de pronto la niña tiró del abrigo del hombre, del señor Graziani.
-Señor. Hay algo que puede hacer por mi.-Dijo la niña, con sus grandes ojos.
En las caras de los súbditos de aquel hombre tan temido se formó una pequeña sonrisa. A muchos de ellos aquella niña probablemente les recordaba a su hija, o a alguna sobrina o quien sabe a que infante tan querida como temida ante sus relaciones. Uno de los hombres, quizás la mano derecha de aquel líder del crimen, hincó una rodilla en tierra y la miró largamente a los ojos.
-No creo que sea una agente encubierta jefe.-Dijo con una sonrisa algo mas acentuada.-Solamente quiere algo de venganza.
La niña miró desconfiadamente al hombre que había adivinado sus intenciones.
-Giorgio, no asuste a la pequeña dama con tus poderes psíquicos.-Dijo uno de los hombres mas grandes que la niña pudiera haber visto nunca, calvo, con un tatuaje que empezaba en el cuello y se perdía bajo la camisa arremangada de color pardo, continuando por los brazos hasta las dos manos.
-¿Venganza?.-Dijo la mujer que era la tía de aquella pequeña criatura.-Cariño, no me digas que aun piensas en ese chico.
El hombre chasqueo los dedos y se dispuso a sentarse en el aire cuando de pronto había aparecido una silla que sus hombres habían corrido a poner debajo de sus poderosas posaderas. Colocó el tobillo de la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, en una pose de lo mas distendida y se permitió de nuevo una sonrisa.
-Cuéntame tus desavenencias con ese...-El capo miró a la tía de la niña- chico
-El muy estúpido...
-Hija.-Se escuchó el tono de voz de su padre, muy inquisitivo.-Ese vocabulario
-Perdón.-Dijo la niña rechinando los dientes ante la divertida vista de aquellos hombres tan grandes.-Un chico de mi colegio, con procederes muy poco educados, sustrajo de forma no muy educada mi bicicleta de donde se encontraba estacionada para a continuación perpetrar un acto de vandalismo tal que tirarla por un barranco cerca de donde nos encontramos.-La niña seguidamente suspiró tras el discurso.
-Caramba, tus padres te han dado una magnífica educación por lo que veo, pequeña ragazza.-Dijo el hombre de blanco. ¿Como se llama el pequeño vándalo que te ha hecho eso?
-George Carlini.-Dijo la niña con algo de rabia en la voz.
-Le conozco.-Dijo el que supuestamente se llamaba Giorgio.
A unas pocas calles, varios minutos después, el timbre sonaba en la casa de los Carlini. La señora Carlini, ama de casa de los pies a la cabeza, con una extraña tendencia a tontear con todo cuanto hombre se cruzaba sin que su marido se diera cuenta, abrió la puerta con su clásica sonrisa para recibir a quien fuera que viniera a su acogedora casa. la sonrisa se le borró cuando de pronto varios hombres, uno de ellos vestido de blanco y una niña agarrada de la mano del de blanco, se presentaron ante ella con toda educación y cortesía.
-¿Señora Carlini? ¿está su hijo George en casa? la bella Isabella dice que George ha hecho algo malo y querríamos aclararlo con él en unos pocos minutos.
-Permítame que insista,buen hombre.-dijo el hombre vestido de blanco en aquel momento ya mas pálido, pues antes estaba azul.-Les invito a comer con la mia mamma.
La niña miró a su padre, como recapacitaba sobre el hecho de ir a cenar con una persona algo peligrosa, por no decir mucho. Parecía bastante dudoso. Pero antes de que el buen hombre pudiera contestar de pronto la niña tiró del abrigo del hombre, del señor Graziani.
-Señor. Hay algo que puede hacer por mi.-Dijo la niña, con sus grandes ojos.
En las caras de los súbditos de aquel hombre tan temido se formó una pequeña sonrisa. A muchos de ellos aquella niña probablemente les recordaba a su hija, o a alguna sobrina o quien sabe a que infante tan querida como temida ante sus relaciones. Uno de los hombres, quizás la mano derecha de aquel líder del crimen, hincó una rodilla en tierra y la miró largamente a los ojos.
-No creo que sea una agente encubierta jefe.-Dijo con una sonrisa algo mas acentuada.-Solamente quiere algo de venganza.
La niña miró desconfiadamente al hombre que había adivinado sus intenciones.
-Giorgio, no asuste a la pequeña dama con tus poderes psíquicos.-Dijo uno de los hombres mas grandes que la niña pudiera haber visto nunca, calvo, con un tatuaje que empezaba en el cuello y se perdía bajo la camisa arremangada de color pardo, continuando por los brazos hasta las dos manos.
-¿Venganza?.-Dijo la mujer que era la tía de aquella pequeña criatura.-Cariño, no me digas que aun piensas en ese chico.
El hombre chasqueo los dedos y se dispuso a sentarse en el aire cuando de pronto había aparecido una silla que sus hombres habían corrido a poner debajo de sus poderosas posaderas. Colocó el tobillo de la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, en una pose de lo mas distendida y se permitió de nuevo una sonrisa.
-Cuéntame tus desavenencias con ese...-El capo miró a la tía de la niña- chico
-El muy estúpido...
-Hija.-Se escuchó el tono de voz de su padre, muy inquisitivo.-Ese vocabulario
-Perdón.-Dijo la niña rechinando los dientes ante la divertida vista de aquellos hombres tan grandes.-Un chico de mi colegio, con procederes muy poco educados, sustrajo de forma no muy educada mi bicicleta de donde se encontraba estacionada para a continuación perpetrar un acto de vandalismo tal que tirarla por un barranco cerca de donde nos encontramos.-La niña seguidamente suspiró tras el discurso.
-Caramba, tus padres te han dado una magnífica educación por lo que veo, pequeña ragazza.-Dijo el hombre de blanco. ¿Como se llama el pequeño vándalo que te ha hecho eso?
-George Carlini.-Dijo la niña con algo de rabia en la voz.
-Le conozco.-Dijo el que supuestamente se llamaba Giorgio.
A unas pocas calles, varios minutos después, el timbre sonaba en la casa de los Carlini. La señora Carlini, ama de casa de los pies a la cabeza, con una extraña tendencia a tontear con todo cuanto hombre se cruzaba sin que su marido se diera cuenta, abrió la puerta con su clásica sonrisa para recibir a quien fuera que viniera a su acogedora casa. la sonrisa se le borró cuando de pronto varios hombres, uno de ellos vestido de blanco y una niña agarrada de la mano del de blanco, se presentaron ante ella con toda educación y cortesía.
-¿Señora Carlini? ¿está su hijo George en casa? la bella Isabella dice que George ha hecho algo malo y querríamos aclararlo con él en unos pocos minutos.
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