Los fieles caballeros juraron rendir cuentas ante aquel que
hiciera padecer algún sufrimiento a los inocentes. Todos ellos, con sus
armaduras relucientes, dejaron tras de sí un rastro de fervorosa virtud ante lo
que pudiera llamarse su Reina. Ella los despidió con languidez, en vista a una
enfermedad recientemente contraída, que tenía preocupados a todos sus
consejeros y al reino por igual. La princesa, una damita de apenas 10 años, miraba
por su madre y por el bien de cada habitante tanto como cualquier consejero,
ministro, reina, soldado o caballero
adulto. Ella era una belleza en ciernes, dotada del color del Otoño en sus
cabellos y unos bonitos ojos verdes que recordaban a las praderas en primavera.
Así pues, ella también despidió a los caballero que fueron a viajar a por el
remedio de su Majestad que la pudiera curar.
Durante el viaje, pasaron por cientos de pueblos y decenas
de grandes ciudades, de su propio reino y de otros reinos, en los que tuvieron
que permanecer ocultos dada la enemistad y las envidias que por ahí bullían.
Pero fue una casa en medio de una colina la protagonista de esta extraña historia.
Los caballeros pararon ante lo que parecía una especie de granja,
más bien una casa con unos campos en la que sus dueños trabajaban la tierra lo
justo y necesario para alimentarse lo mejor posible, sacar algo de dinero en el
mercado y nada más. Uno de los caballeros, guapo, alto, aguerrido, dotado del
don del liderazgo y las buenas maneras, todo un suspiro constante para las
damas de todos los reinos por los que pasaba, de cabellos negros, mirada dulce y
gentil y elegante caminar, se acercó a la puerta y llamó tres veces.
Les recibió un hombre bastante mayor que, al reconocer al
caballero abrió del todo la puerta
-Oh caballero, por favor pase, somos unos humildes
anfitriones para su graciosa presencia.-Dijo el anciano mientras limpiaba un
poco la casa.-¡Mujer, hija, bajad que tenemos visita!
Ante el caballero y el resto de la compañía se caballeros se
presentaron una anciana de bonitos ojos castaños que había contemplado mejores
tiempos y una dama en la flor de la vida que tenía a su lado a una niña de unos
ocho años. También, aunque no había sido mencionado, estaba presente un hombre
que perfectamente podría ser el padre o tío de la niña. Todas las damas junto
al anciano vestía con colores pardos, indicativos de una estación que se
acercaba inexorablemente. El otro hombre vestía mucho más elegante, como si
fuera explorador del mundo o un dandi.
-No deseamos importunar en sus quehaceres diarios.- dijo el
caballero elegante mientras hacía una reverencia a las damas.-Solamente venimos
a descansar ya que seguramente se acerca la tormenta y no deseamos mojarnos
mucho. Espero no les moleste que abusemos un poco de su hospitalidad.
-En lo más absoluto, nada nos honraría tanto como la
presencia de tan aguerridos héroes que forman parte, aun en vida, de muchas
canciones épicas. Por favor, pasad.-Dijo el anciano con toda humildad.
-Ojalá nuestros caballos corrieran tan rápido como nuestra
fama.-Dijo el caballero, líder de aquella compañía.
Eran un grupo pequeño para lo que otras compañías de
caballeros comprendían normalmente, que poco a poco se instalaron en la casa,
no muy grande, aunque la presencia de otros pisos ayudaban un poco. Un par de
ellos se quedaron fuera. Aun el sol estaba en lo alto y la niña, nieta del
anfitrión principal, miró a los dos caballeros que estaban fuera, mirando el
cielo y dando una especie de casual paseo alrededor de la casa. Uno de ellos
iba todo de negro, apenas con unas pocas piezas de armadura. El otro no era
otro, sino otra y se cubría con una capa blanca con capucha del mismo color.
Cuando el caballero de negro sintió la mirada de la niña se giró rápidamente y
sonrió de forma siniestra. La niña se escondió.
Otro caballero vio el gesto de la niña y se echó a reír y su
risa era como un trueno aunque cálida y afable.
-¡JA! no te asustes, niña, es todo un personajillo pero no
tienes que temer de él.-Quien hablaba necesitó agacharse un poco para pasar por
el dintel de la puerta cuando entraba en la casa. Era enorme, y un gran mandoble
le cruzaba por la espalda. Su armadura era roja y parecía toda teñida de
sangre. Un bigote muy poblado le decoraba la cara de gesto duros y mandíbula cuadrada.
-Me recuerda a los lobos que un día se comieron a
Cindy.-Dijo la niña, que al recordar el fatídico destino de su oveja preferida
estuvo a punto de echarse a llorar.
Pero antes de que una sola lágrima pudiera correr por su
rostro, otra dama, esta de ojos grises y una armadura completa de tonos
plateados, clavó su mirada en ella, como estudiándola. De pronto, de detrás de
la cabeza de aquella mujer de rostro casi imperturbable, asomaron dos orejas.
La niña observó aquel acto de aparente transformación hasta que luego terminó
de asomar, una cola por un lateral, y unos ojos verdes cargados de arrogancia y
curiosidad. Con un maullido, el gato saltó a los brazos de la niña esperando
ser atendido debidamente acorde a su posición
-¡Oh! qué maravilla de gato, ¿Es suyo, mi lady?.-Dijo el
padre de la niña, acercándose a su hija.
-Más bien yo soy suya. Un gato nunca es propiedad de un
humano. Pero nos ha sido de ayuda en misiones diplomáticas varias.-Dijo la
mujer de mirada gris, mientras sonreía escasamente al ver a la niña jugar con
quien resultaba ser toda una experta en la diplomacia, que no esperaba unas
referencias menores con respecto a su hoja de servicios.
-Disculpen la tardanza.-Dijo el hombre anciano cuando llegó con
unos cuantos cuencos de caldo.-Y también disculpen la falta de medios. Es todo
lo que hemos podido cocinar mi esposa y yo.
-No pasa nada buen hombre, ya es mucho más de lo que
merecemos en vista al progreso de nuestra misión.
-¿Se puede saber a qué misión os referís, mi señor?.-Preguntó
la mujer anciana, la esposa de aquel humilde labriego que les había brindado su
casa y su comida a los caballeros y damas ahí presentes.
-Buscamos algo que cure las dolencias de Su Majestad.-Dijo
el caballero del mandoble con voz grave, con un poco de temblor en dicha voz
que retumbaría como el trueno si se diera un grito con ella.-Admitimos que
nuestra desesperanza empieza a hacerse notar.
-En su momento dije que éramos caballeros y damas guerreras,
no médicos, pero sin duda haremos todo lo posible por defender la paz del
reino.-Dijo la dama que había prestado a su mejor diplomática a la niña, que
ahora abrazaba al gato mientras este, toda una dama, se dejaba hacer a pesar de
la baja ralea de quien ahora le demostraba todo su cariño.
Entonces fue la propia niña la que dio un salto y se puso en
pie.
-¿La reina está enferma?.-El caballero guapo de cabello
negro asintió.-Entonces esperen que se como curarla.-Y sin más abrió la puerta
y salió corriendo, dejando a la gata debidamente en los brazos de su compañera
original aunque un tanto indignada ante el repentino abandono.
-!Espera!.-Digo el abuelo a lo que ya era un espacio vacío
pues la niña ya había atravesado la puerta y corría campo a través.
El líder del grupo sonrió sin poder evitarlo
-Tiene más empuje que un ariete.
-O que mi puño.-Dijo el hombre de la armadura roja.
-O que tu puño.-Entonces el caballero se asomó a la ventana
y se encontró que las miradas de la dama de blanco y el caballero de negro de
siniestra sonrisa.-Seguidla y cuando encuentre lo que busca escoltadla
aquí.-Ordenó.
El caballero de negro sonrió y se puso a correr detrás de la
niña con paso de gato y determinación de lobo.
La dama de blanco sencillamente se puso andar, sabedora de que
nadie iba hacer daño a esa niña si su amado la protegía y ella, obviamente,
también.
-Lamento la sobresaliente energía de mi nieta. Siempre ha
sido así de ocurrente e imaginativa. No sé qué planta del bosque pueda curar a su
majestad pero si mi nieta piensa que puede ser de utilidad, por algo será.
Siempre le ha gustado leer y desde que cayó en sus manos una guía de plantas
curativas, no para de salir al bosque a encontrarlas. Aunque recuerdo cuando
quiso curar a una vaca dándole chocolate que habíamos comprado a un mercader.
Otro caballero, sentado a la lumbre, hasta el momento
callado, sonrió levemente.
-No ocurre nada, mi buen hombre, ella estará bien protegida
en su búsqueda.
-Son algo extraños, pero el hombre y la mujer que acompañan
a su nieta no podrían ser mejor compañía para este tipo de misiones, y más en
un bosque.
-¿Son buenos corredores de campo a través? la dama de blanco
no parecía muy vestida para ello.
-Es todo lo que necesita para desempeñar su labor y otras tantas.-Dijo
el caballero de cabellos negros y ojos más negros aun.
Entretanto la niña se había adentrado bastante en el bosque
y parecía sumida en su búsqueda, ignorando la presencia del hombre de sonrisa
animal y la dama de de vestiduras de color puro, con una capucha bien calada y que ocultaba su
rostro, mas lo poco que se veía era una piel blanca como la porcelana mejor
creada y unos labios que invitaban a ser besados. El hombre de negro miró a la
dama y esta, notando su mirada, pero sin apartar los ojos de la niña, sonrió
con la dulzura de la miel que alimenta al oso goloso y sus blancos dientes
parecieron iluminarlo todo un poco más.
-¡La encontré!-Dijo la niña y se giró hacia los dos escoltas
que tenía detrás de ella en todo momento.-Esto curará a la reina. Tienen que
esperar a la luna llena y mezclarlo con agua tibia y un poco de avellana. No me
gusta la avellana pero es para que la reina se cure, así que lo siento por ella
pero es obligatorio que se lo tome con avellana.-Dijo con toda resolución.
No podía irradiar tanto encanto. Pareciera irreal.
Entonces la mujer, en silencio, se acercó y de entre los
pliegues de sus vestiduras sacó un frasco y, una vez hubo llenado el frasco con
la planta, echó la capucha hacia atrás, revelando su rostro. La niña no cabía
en sí de asombro. Era la dama mas bella que había visto jamás. Parecía que su
piel relucía, que despedía luz propia, como la luna en la medianoche. Sus ojos
eran como el cielo vivo en un día de primavera. Sus facciones sencillamente
eran perfectas, sin un solo defecto, exceso o impureza; la envidia de cientos
de mujeres de la alta corte de cualquier reino. Sonrió y el bosque pareció
inundarse de luz, haciendo que los animales se acercaran a comprobar que era
aquello tan puro y mágico.
-Muchas gracias.-Dijo con un voz que acariciaba el
alma.-Esperamos de corazón que nuestra Reina se cure con esta valiosa
aportación.-Y dio una suave caricia al rostro de esa niña.- Sin duda serás tan
bella como un bosque de otoño y alegre como la vida brotando en la primavera.-Y
echándose al capucha, la dama tendió una mano a la niña.-¿Regresamos?
Todo esto era contemplado por el hombre de negro, que
reflejaba en su mirada visos de locura, de contenida y fiera bravura, tensión
animal y un amor infinito hacia esa mujer.
La niña tomó la mano de la dama. Sentía que sus manos
estaban sucias y que era como un pecado tocar con las manos sucias esa piel tan
perfecta, que haría llorar a mas de una recatada niña noble. La niña se dio
cuenta de otra cosa; la dama no parecía caminar. Su elegancia era tal que
parecía flotar por encima de los obstáculos naturales y típicos de un bosque.
Cuando saltó un tronco lo hizo con la gracia de una gacela. Entonces la niña
reparó que al otro lado de la dama estaba el caballero de negro moviéndose con
la misma gracia pero en permanente alerta.
-Tengo hambre, mi amor.-Dijo entonces el hombre. Su voz era
decidida, fría, con cierto tono de demanda pero también podría ser una buena
voz para el canto. Y mucho mas bajo, sin que la niña lo escuchara
susurró.-Hambre de ti.
La dama sonrió de forma que solo él pudiera ver. La niña
seguía maravillada ante la belleza de esa mujer y la pureza y bondadosa
inocencia de su rostro.
Cuando llegaron a casa, la niña contó al abuelo sobre la
mujer y el hombre que la habían acompañado. Estos de nuevo se habían quedado
fuera.
-Has sido afortunada, niña.-Dijo el caballero junto a la
chimenea. Parecía el mas mayor del grupo, con la experiencia reflejada en unos
ojos cansados pero aun determinados a todo por el Reino- Es muy tímida y solo muestra
su rostro a la gente de corazón puro.
-¿Por que no entran en casa?.-dijo, mirándolos de nuevo
pasear, al hombre de negro y la dama de blanco, por el campo. Ella estaba
quieta, observando de vez en cuando al caballero de negro, que se movía a su
vez mas inquieto, como si esperara algo.
Se escuchó entonces el preámbulo de la tormenta. La niña estaba
mirando a los dos extraños personajes cuando escuchó eso tan aterrador y que le
daba tanto miedo y echándose hacia atrás se escuchó como chocaba contra algo
duro que no debía de estar ahí. Era el caballero de la chimenea, que puso un
mano muy cálida y fuerte sobre el hombro de la niña.
-Tranquila niña, no pasará nada.
-Me dan miedo los rayos y los truenos.-Dijo la niña.
-Solo es electricidad.-Dijo la mujer de ojos grises.
La niña miró a la mujer, escuchando esa palabra tan extraña
que también pareció desconcertar a los habitantes de la casa, menos al padre,
un hombre amable de mundo y ciencia.
-Eletcri...eclec...elec...-La niña trató de repetirlo.-Me da
miedo.-Resolvió de forma muy correcta la pequeña criatura.
-¿Es usted una dama de ciencia?.-Preguntó entonces el padre
de la niña. Hasta el momento había estado poniéndose al corriente de las
novedades en los territorios circundantes junto al líder de la compañía y
preguntando al caballero mas mayor por sus aventuras del pasado. Resultó que,
aunque en años diferentes, habían servido en el mismo regimiento cuando a los hombres
y mujeres más jóvenes se les obligaba alistarse en el ejército por un año
entero.
-Algo parecido.-Dijo la mujer de ojos grises con una pequeña
y discreta sonrisa
La gata blanca saltó al regazo de la niña cuando se sentó en
la chimenea.
-Ahora ya no me da tanto miedo.-Dijo la niña, maravillándose
con la suavidad del pelaje de la dama mas peluda de la casa. Esta ronroneaba
muy coquetamente mientras se dejaba mimar.
El caballero de negro miraba las nubes y atinó a ver el sol
ocultándose antes de ser de nuevo tapado por grandes nubarrones grises.
-Compañía, a dormir.-Dijo con voz tajante el caballero
líder.
Todos buscaron un rincón donde reposar entre los diversos
pisos dela casa. El anciano, junto a su mujer y su hija, se deshizo en
disculpas por no poder ofrecer mantas a todos o una buena cama.
-No pasa nada, buen hombre, traemos pertrechos varios.-Dijo
el caballero del mandoble cubriéndose con su propia capa, haciendo lo mismo la
dama de ojos grises y el caballero mas mayor, que estaba junto a la chimenea.
La niña se abrazó a su oso de peluche mientras aquel al que
en su interior bautizó como el "Caballero Lobo" y la "Dama
Luna" habían desaparecido, sin mas, en medio de la tormenta. Lo poco que pudo
observar cuando caía la lluvia sobre ellos, es que el parecía mucho mas animal
y ella mucho mas vaporosa, como si la forma física, su corporeidad, no existiera,
pues juró haber visto que la lluvia la atravesaba limpiamente sin mojarla.
Llegó el día de la marcha.
Los buenos caballeros y damas se despidieron de la familia
que les había acogido con tan buen corazón, generosidad y entrega. Antes de
marchar la "dama Luna" se acercó a la niña y desde debajo de su
capucha le pidió algo curioso: un cabello. La niña estaba dispuesta a darle un
mechón entero pero la dama la contuvo con una cristalina risa que hizo florecer
todo el campo en un área de varios metros a pesar del Otoño recién llegado. Por
otro lado el "Caballero Lobo" le entregó lo que parecía una sencilla
piedra, muy negra, como el carbón, pero muy suave al tacto.
-Cuando necesites algo, cuando tengas un problema muy
grande, tienes que tirar la piedra al suelo con todas tus fuerzas.-Dijo con una
voz profunda y teñida de cierta ansiedad. En ese momento la niña se dio cuenta
de que los ojos de aquel hombre eran como los de un lobo de verdad. La niña se
guardó la piedra-Un placer, señorita.
Se despidieron y poco a poco se fueron perdiendo por el
camino que llevaba a las montañas.
Pasaron así las semanas y los meses. Se recogió una pequeña
cosecha bastante precaria, no habría mercado ese año y lo más probable es que
pasaran hambre. Pero podría sobrevivir con lo que el bosque les diera en
primavera. La niña creció durante dos
años, uno malo y otro bueno, en el que la cosecha fue mucho mas
abundante. Entre su madre, su padre y ella se encargaban de todo. A veces algún
que otro vecino o un caballero andante les ayudaba a cambio de nada o un poco
de sopa caliente y muchas veces incluso de menos. Era maravillosa la generosidad
de aquellas gentes que pasaban por el camino. Hasta que un día pasó algo,
cuanto menos, interesante de mencionar.
Unos bandidos se habían hecho una buena fama a base de robar
y extorsionar en los caminos a todos los que pasaran entre aldeas o se dirigieran
a la gran ciudad. Hasta tal punto llegó su fama que un par de compañías de caballeros
había tratado de combatirlos sin mucho resultado. Hubo muertos por ambas partes
pero sin un resultado claro.
Un día la niña cantaba mientras tejía una corona de flores
cuando escuchó algo en la distancia y vio a una figura solitaria saliendo de
entre los árboles. Era un hombre calvo, lleno de cicatrices, que estaba rodeado
de otros tantos hombres de aspectos variados y diversas complexiones, mirándola
con impuras intenciones. La niña no dudó y corrió, pues sabía que se trataba de
los bandidos, mas cuando estaba a punto de llegar a la casa la atraparon. El
grito de la niña alertó a su abuelo, la abuela y la madre de la niña, junto a
su padre, que por fortuna o desgracia no había recibido ninguna petición para
aplicar sus conocimientos en algún lugar lejano.
-No le hagan nada a mi hija, señores, por favor. Es todo lo que nos queda en el
mundo.-dijo la madre, que apenas podía contener las lágrimas ante la idea de
que le hicieran todo tipo de crueldades.
Los hombres malvados rodearon la casa mientras soltaban a la
niña, que corrió para abrazarse a su padre. Este la protegió en un paternal
abrazo.
-¡Registradlo todo! a ver que podemos sacar de estos
pobretones.-Dijo esta última palabra con claro desprecio,- Espero salir
contento porque de lo contrario tendremos que venderos como esclavos.
El abuelo de la niña trato de impedir que entraran, pero fue
apartado sin muchas dificultades, ante la mirada impotente y cada vez más
escasa de vista de la abuela, que corrió a socorrer a su marido.
Entonces la niña recordó algo y de pronto subió a la habitación
que tenía en la parte más alta de la casa. Su caja de tesoros debía de estar
escondida siempre, pero necesitaba algo de ahí. Tomó una piedra, negra como el
carbón y salió de nuevo afuera.
-Contemplad la ira de los caballeros de la Reina.-Y la niña
tiró la piedra con todas sus fuerzas al suelo.
No pasó nada.
-!JA! se piensa que es bruja o algo así. Que puede invocar
caballeros de la Reina como si fuera ella la duquesa de la tierra maravillosa.-Comenzó
a reír pero la risa se le congeló en la cara cuando de pronto escucharon un
estruendo en la lejanía- ¿Que diablos...?
De pronto se escucharon gritos al otro lado de la casa, donde
se encontraba parte de la banda de criminales, que ya habían rodeado la granja
y se disponían a entrar en el granero o almacén de atrás a robar parte de la
cosecha de ese año.
En aquel lado, desde los bosques, una figura solitaria
provista de lo que parecía armadura roja y un gran mandoble en una mano, de
unas dimensiones monstruosas, corría gritando atronadoramente hacia la casa y,
por ende, hacia los criminales. Llevaba una carrera tan contundente, que el
suelo temblaba y de un salto se puso frente a varios de los bandidos que
cayeron al suelo con el movimiento de tierra que produjo la caída. En su rostro
se veía fiera determinación así como un poblado bigote, el cual le daba aire
señorial a su cara. Cargó el caballero, cortando todo lo que se encontraba
mientras por el este, dos hombres más, con armadura negra y otro con armadura algo
avejentada pero sin duda resistente, bajaban las lanzas para llevarse por delante
a una docena o mas de bandidos. Tal era el ímpetu de sus cabalgaduras y la
estampa que presentaban que pareciera una carga de cien caballeros en vez de
dos.
Durante el temblor, una dama de ojos grises cuidó de que
ninguno de la familia se cayera. La niña reconoció enseguida a la mujer y a
la dama de pelaje blanco, que se encontraba en su hombro y se lamía una pata
despreocupadamente. Tras terminar con sus labores higiénicas, saltó al regazo
de la niña y siguió a lo suyo, con la otra pata, indiferente del mundo, a gusto,
como una reina blanca y bella, en su palanquín humano.
-Vayan dentro, nosotros nos encargamos.-Dijo la mujer de ojos
grises mientras desenvainaba una espada de plata pura, de hoja muy fina y guardamanos
con muchas florituras, y salía al encuentro de los bandidos. Cuando dio con
ellos sus movimientos eran de excelsa precisión, parando estocadas mientras
susurraba.
-Es poco decoroso enfrentarse a una niña pequeña y un
humilde granjero de forma tan cobarde, caballeros.-Su frialdad helaba la sangre
con la misma rapidez con que se movía entre los enemigos y los iba desarmando o
hiriendo.
El líder de los bandidos se encontraba confuso, tratando de
aguantar todos los ataques que le venían de frente, de detrás, de los lados. La
batalla se había reducido a un frente único en el que cuatro caballeros de la
Reina se enfrentaban a más de cincuenta bandidos ellos solos. Con todo, los
asaltantes parecían poder mantener a duras penas el frente.
Se escuchó entonces un aullido. La niña vio por la ventaba como entre los
árboles asomaba la figura de una bestia enorme, toda cubierta de metal, como
una especie de siniestra armadura. Sobre ella ,montada como una emperatriz
sobre su divina cabalgadura regalo de algún dios guerrero, hecha para ella y
nadie mas, una dama toda de blanco, armaba con lo que parecía un arco de
cristal, se inclinó sobre la oreja de su bestia y le susurró:
-¿Bailamos, mi amor?.-dijo mientras sacaba una flecha fabricada en una extraña madera blanca y una punta también similar al cristal.
Claramente la bestia dijo:
-Bailemos, luna de mis noches.
Y con un aullido seguido de un potente rugido, el enorme
lobo se lanzó directamente contra la escolta del líder de bandidos mientras la mujer,
con agilidad y elegancia sin par, aterrizaba en medio de los malhechores,
descargando flechazo tras flechazo.
Así pues entre tajos plateados, flechas de cristal,
dentelladas, golpes de mandoble, lanzas, cargas de caballero y limpieza de
blanco pelaje en los brazos de una niña encantadora, los bandidos, con todas
sus fuerzas mermadas, se retiraron a los bosques, donde fueron detenidos por
una patrulla de caballeros a sueldo, los cuales no dudaron en llevarlos ante un
juez justo.
-No... no se como agradecerles esto.-Dijo el anciano, junto
a su yerno.
-Hemos sido llamados para ayudar y nuestro deber el proteger
a la gente que tenga problemas, y con razón si son buenas gentes como
ustedes.-Dijo el líder de aquella compañía de caballeros, el hombre guapo de
cabello negro y ojos mas negros aun.- Ahora, si no les importa haremos recuento
de daños.
-Perdón por dejar todo esto destrozado.-Dijo el caballero de
armadura roja. Su casco tenía astas de muflón- Les pagaremos los desperfectos.
-No no, por favor.-Dijo el padre de la niña. Esta se
encontraba mimando a la gata blanca mientras se acercaba al lobo, probablemente
el único herido de aquella compañía de valientes.
Estaba tendido en el suelo. Un par de hombres del líder
bandido le habían logrado meter una saeta entre dos de las placas metálicas.
-Mi amor...-Susurró la dama. Su voz estaba teñido de un
infinito amor.-Ya sabes lo que va a suceder ahora.-Poco a poco fue llevando la
mano hacia la saeta clavada en el costado de la bestia, mientras recitaba una
especie de cancioncilla en un extraño idioma.
El lobo gruñó mientras miraba a la niña con un brillo
especial en la mirada. La gata blanca saltó de los brazos de la niña al hocico
del gran lobo, donde podrían sentarse fácilmente dos o tres hombres. En el
momento en que la mujer, con todo el hondo dolor de su corazón, arrancó la
flecha, la bestia se tensó clavando las grandes zarpas en la tierra, emitió un
gruñido de dolor que luego fue sustituido por un remedo de suspiro de alivio.
La gata blanca ni se inmutó y se quedó dormida sobre el
hocico del lobo.
La dama Luna se acercó entonces a la niña tras atender y
prometerle muchos besos y abrazos a su amado. Portaba una gran noticia.
-Gracias a esas hierbas que nos diste hace tanto tiempo,
Nuestra Reina se curó. No podríamos agradecerte en mil vidas la bella acción
que realizaste. Todo un reino está en deuda contigo. Gracias a mis artes ahora,
junto a la estatua de su Majestad en la plaza central de la capital, se ha construido
una estatua a imagen y semejanza de tu bondadosa y bella persona. Aunque nos
falta ponerle un nombre.
-No quiero que mi nombre esté en ninguna estatua,
señora.-Dijo la niña.-Pero sí que quiero que dicha estatua inspire a todos los
demás hombres y mujeres para que sean bondadosos y pongan todo lo que está de
su parte para que sus seres queridos sean felices.
La mujer que parecía tocada por la bendición de la Luna miró
a la niña y no pudo evitar sonreír de nuevo.
-Parece que ya sabemos que poner en la placa.-Dijo el
caballero de ojos negros.
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