viernes, 8 de diciembre de 2017

Las tres tormentas (o "Tres Reinas: segunda parte)

   Aquel reino era sin duda de lo mas provechoso en cuando al comercio, el arte y la viva representación de las buenas gentes era aquel palacio que parecía detallado al milímetro por el cincel de un dios. Ese reino era quizás el mas lejano, algunos decían que solo se podía llegar a el con la imaginación aunque la llegada de gentes de todo tipo demostraba lo contrario. Todo parecía ir en marcha, desde los molineros con el trigo hasta los orfebres con sus cargamentos de joyas en el almacén esperando a ser convertidos en joyas. Las tres reinas gozaban de la admiración y el apoyo de sus súbditos, eran un ejemplo de ética, buen saber y cultura, de fuerza y belleza, elegancia, sutileza y deseos de ver a su pueblo en buen estado. Había entre los súbditos uno muy especial, que gozaba con el favor de aquellas mujeres. Un loco andante que sabía escribir, que gustaba de usar la imaginación para algo mas que ganar dinero, inventar excusas o hacer el mal en el mal en  el mas general de sus aspectos. Redactaba historias de todo tipo y por supuesto aquellas mujeres eran parte de las musas que le llevaban a conciliar todo tipo de escenas en forma de letras. Pero un día algo salió terriblemente mal.

   Saliendo de una taberna, dejando atrás a los amigos para abrazar la cama y quien sabe si algún sueño, con las tres reinas dormidas en sus aposentos en aquel palacio tan magnífico, dos hombres asaltaron a ese hombre, el cual se resistió al principio pero fue llevado totalmente inconsciente fuera de la ciudad. Lo que los secuestradores no sabían era que durante aquel acto contra el bien hubo un testigo; Un solitario mochuelo que voló hacia el castillo. Fuera de los muros de la ciudad, entre los bosques, esperaba un ejército que había aprovechado una noche de bruma para poder acampar y al día siguiente atacar la ciudad. Era un ejército llegado de tierras lejanas que se conformaba por hombres y mujeres malvados, bajo las órdenes de un cruel general que nada mas tomar una ciudad siempre mataba a mucha gente solo por disfrutar.

   -Los tomaremos por sorpresa cuando hayan llegado todos nuestros hombres y no sabrán que les ha golpeado.-Decía el general.-Tú eres el arquitecto de la ciudad.-le dijo a aquel hombre secuestrado.
   -Sí y no te pienso revelar un solo detalle.-Dijo desafiante, lo que e costó una bofetada y un puñetazo.

   Lejos de ahí, entre los muros del castillo, el mochuelo recitaba un secreto a la reina sabia. Esta abrió los ojos y salió de la cama para despertar a las otras dos damas de aquella particular realeza sin reyes. Al momento la guardia de la ciudad se estaba movilizando por orden de las tres reinas, que se encargaban de poner a salvo a toda aquella población de repente arrancada de la cama y asustada por los golpes en la puerta y el aviso de inminente ataque enemigo. Cada perso na y varias de las obras de arte o patrimonio de la ciudad fue llevada al puerto. Ahí varios barcos se preparaban para trasladar a la población, en caso de necesidad, a un área mas segura.

   Mientras la reina mas bella coordinaba acciones de salvaguarda de monumentos y elegía posiciones estratégicas para refugiar a la gente que vivía lejos del puerto y no podrían llegar a tiempo, la reina sabia tenía una pequeña discusión con cuatro generales del mas alto rango.
   -Majestad, con apenas un par de balistas y unos cuantos caballos puedo reducir al grueso de su ejército. Todos los años en el desierto del sur me han servido de mucho.-Dijo el primero de los generales, un hombre de buena familia que tenía la tradición militar en la sangre.
   -Tonterías.-Dijo otro hombre de cabello entrecano, ojos marrones con un atisbo de locura.-Debemos atacar de frente, ser sólidos, estar juntos y darles donde mas les duele.
   -Siempre pensando en destrozar todo lo que tienes por delante, es mejor esperar, ser paiente y ablandarlos con con las máquinas de defensa de los muros.-Dijo un hombrecillo irritante e irritable que poseía esa cualidad autónoma de tener siempre la razón.

   La reina mas fuerte, aquella guerras, encontraba todas las opciones maravillosas aunque estaba mas ocupada pensando que hacer para que no saliera herido aquel hombre que deleitaba a las tres con su visión del mundo.
   -¡SEÑORES!.-Dijo de pronto la reina sabia.- Si no se ponen de acuerdo y proponen opciones tan dispares desde luego que no conseguiremos nada aparte de que hay un hombre nuestro ahí dentro y no vamos a dejarle morir. Gracias a él ustedes tres están aquí.

   Fue entonces que por toda la ciudad se fue haciendo el silencio. Ls tres mujeres se quedaron calladas y escucharon. Gritos. Gritos de un dolor intenso. Gritos que llegaban desde el otro lado de las muradas, desde la dirección exacta de aquel campamento.

   El látigo se estrellaba contra la espalda de ese joven poeta y contador de historias, arquitecto de reinos y mago ocasional. Los gritos salían de su boca como insultos a aquel fragante bosque que ahora había sido ocupado por tan indeseables seres.  Era puñales que taladraban el oído de quien no disfrutara del dolor ajeno. pero el hombre del látigo lo disfrutaba, aquel torturador insaciable de sangre.
   -¡Habla!.-Decía el miserable.-¡Habla antes de que sea tarde, maldita escoria!-Decía el hombre, dándole de latigazos a ese soñador. Entonces sin mas se puso frente por frente y se extrañó.-¿Por que diablos estás sonriendo?.
   Entonces el hombre miró a ese torturador, antes hombre y ahora bestia sin criterio ni casi razón y susurró apenas:
   -Yo que tú me ponía algo de abrigo.-Y sin mas cayó inconsciente.
   -Ha perdido la razón.-Dijo sin mas el torturador, que se contentó con darle un par de puñetazos en el estómago.-Sí, inconsciente. Desatarle y llevarlo a la celda.-Ordenó a unos cuantos ayudantes.

   El general se encontraba mirando un mapa de lo que aproximadamente sabían de la ciudad. Era una obra magnífica con los pocos detalles que conocían. reconocía la genialidad con la que estaba diseñado cada rincón hasta donde sus espías le habían revelado. Todo el estado mayor se encontraba alrededor de aquel hombre infame cuando de pronto entró un soldado.
   -¡General, en las murallas de la ciudad!.-Dijo el mensajero.
El general salió de su tienda y vio que en lo alto de la muralla había tres figuras.
   -¡Ja! vienen a rendirse.-Concluyó el general con una sonrisa triunfal.-Creo que es nuestra conquista mas rápida.

   En lo alto de las murallas las tres reinas miraban hacia el campamento. Sus rostros, desde la distancia a la que se encontraba el general no se podían distinguir pero quien los viera de cerca se plantearía que decir o hacer unas cuantas veces. la reina mas bella ya no tenía en su rostro aquellas dos precisas praderas, a cambio de eso se habían formado dos esferas completamente blancas. El vestido negro que portaba, hasta el momento carente de movimiento, comenzó a agitarse, entonces la reina mas bella tomó un cabello y lo dejó volar con el viento, diciendo una sola palabra.
   -Dolor.-Su voz no era un grito, pero pareció reverberar en los corazones de quienes la lograron escuchar.

De pronto lo que era un cielo despejado se convirtió en un banco de nubes. No tardaron en llegar los relámpagos y las nevadas. En apenas unos pocos segundos todo estaba cubierto de una nieve espesa. Los hombres comenzaron a intentar abrigarse, a buscar una respuesta a aquel evento tan desastroso. El frío era tan intenso que cortaba la piel en un par de segundos de exposición. La dama de cabellos de platino señaló al campamento y los vientos parecieron obedecer y tomar una sola dirección. Era curioso el fenómeno visto desde las propias murallas, porque dentro de la ciudad seguía el mismo cielo despejado, con las estrellas y la luna. las tiendas de campaña comenzaron a volar y los animales tales que caballos o mascotas de los pelotones enemigos comenzaron a correr, huyendo de aquel horror.

   La segunda reina entonces tomó un cabello negro como la noche y lo dejó volar con aquel viento huracanado y susurró una palabra.
   -Locura.-la reina sabía sonrió terriblemente, con ese ácido sarcasmo, esa broma muda que volaba a tanta velocidad hacia las mentes inteligentes.

   De pronto de entre las nubes surgió una bandada de cuervos. Graznaban y cubrieron todo el cielo. Apenas podía verse nada, los fuegos y las velas estaba inservibles por aquel frío, los hombres se tambaleaban mientras buscaban algo que reconocieran. La locura viajó entre ellos, desquiciando las mentes, haciéndoles ver y pensar o creer cosas imposibles. De entre las alas de los cuervos llegaron las pesadillas, que danzaban entre aquellos malvados. Pronto la gran mayoría de aquellos seres inmundos cedieron a la locura. Con un ojo medio abierto y otro cerrado por el moratón que le dejó un puñetazo, el secuestrado vio con sus propios ojos como un hombre del general comenzó a dar vueltas recitando canciones de cuna, otros se pegaban entre ellos, pensándose enemigos acérrimos. Sin embargo pasaba algo curioso. por mucho que se matan entre ellos, por mucho que se cortara, amputaran y atravesaran, la muerte no les sobrevenía. Se veía por todos lados, cada uno de aquellos hombres caminaba con huesos rotos y se retorcía ante los picotazos de los cuervos o el corte del gélido viento, pero no morían. 

   Durante unos cuantos instantes la tercera reina contempló aquel espectáculo. Se escuchaban los gritos desde aquellas distancias. Gritos que suplicaban a todos los dioses que terminara ese tormento. Entonces aquella mujer fuerte, digna de altares y poemas, tomó uno de su cabello y se deshizo con el viento, dejando aquel pequeño hilo volar con el viento.
   Las nubes se deshicieron de pronto cuando la reina mas bella bajó la mano y la mas sabia con un elegante gesto mandó las pesadillas a su reino junto a los cuervos. Cuando el cielo se despejó, sin embargo, no les llegó toda la luz que debiera. 
   -Misericordia.-Dijo entonces la tercera reina, desde los cielos, montada sobre una criatura alada. A su lado, a su alrededor, cientos de jinetes montaban en aquellos seres con cuerpo de león y cabeza de águila. Todos portaban una armadura plateada, a excepción de aquella mujer, que era oscura como la noche y en su casco se adivinaban dos alas a imitación de las de sus compañeros alados.-¡Carga!.-Dijo con decisión y cientos de aquellos hombres y mujeres la siguieron a la batalla. 
   Apenas quedaba nada que pudiera responder a ese ataque entre las filas enemigas. Los enloquecidos heridos cayeron, los hombres sanos apenas pudieron resistir el envite mientras el general daba órdenes desesperado, con heridas profundas en su pecho, por el ataque de uno de sus propios hombres y un corte profundo y quemaduras en la cara. El poeta secuestrado vio aquella gloriosa imagen de los hombres y mujeres del reino al que servía cargando desde los cielos para terminar con la amenaza de la paz. Siguió con la mirada el vuelo de aquella reina guerra, de esa auténtica Valquiria que que no temía a nada ni nadie. 
   
Con el ejército en retirada, aquel humilde servidor de la bondad, la sabiduría y la belleza fue liberado y curado de sus heridas, quedando en deuda con aquellas tres mujeres tan excelsas e inspiradoras para su imaginación, un ejemplo de libertad, fuerza, elegancia y poder. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

Padre e Hija

Las calles eran iluminadas por aquellos nuevos ingenios. Bombillas les llamaban. El bombillero recorría las calles colocando aquellas pequeñas esferas de luz en unos soportes con cables. Iba escoltado de dos guardias, que guardaban la valiosa carga de aquellos extraños y recientes aparatos.  Algunas tiendas, las de mayor éxito, se habían podido permitir aquella iluminación. Electricidad lo llamaban y parecía estar destinada a quedarse en aquel nuevo mundo que abría las puertas a nuevos descubrimientos. Los carruajes llevaban a los mas poderosos de aquí para allá. Otros coches mas humildes transportaban a hombres y mujeres apurados hacia sus destinos. Las calles estaban ligeramente húmedas, producto de la llegada del invierno.
Entre los pocos transeúntes caminaban dos figuras de estatura muy diferente. la mas pequeña iba de la mano del mas mayor. El caballero era de porte elegante, distinguido en las maneras y el proceder. Tenia rasgos finos pero marcados y las mejillas ligeramente hundidas, con muchas angulosidades. La dama tendría unos cinco años, iba bien vestida, con una postura recta, enseñada por su padre para mantener sana la columna vertebral y parecía gustar de probar la resistencia de otro nuevo invento revolucionario: las botas para la lluvia.
-¡papi!.-Dijo de pronto la niña.
Aquel hombre miró a su hija adorada.
-¿Sí, hija?.-Dijo con una pequeña y discreta sonrisa, aun había posibles testigos.
-Me gustó mucho la ópera. Me gustaron los señores disfrazados.
-¿De verdad?.-El hombre se maravilló ante aquello.-¿te gustaría volver? ¿no se te hizo aburrido?
-No, me gustó mucho.-la niña rio.-Yo ayer me disfracé en el colegio.-Dijo la niña dando pequeños saltos en los charcos cada vez que pasaban por uno.
-De árbol bailarín.-Dijo su progenitor, saludando a unos conocidos que pasaron por su lado.
-¡Siiiiii, de árbol bailarín!-a niña comenzó hacer la danza del árbol bailarín.
Aquel hombre, fiel a los principios regios de la paternidad, se sintió embargado de la misma felicidad que su hija sentía al interpretar una danza. Apenas podía disimular la sonrisa cuando la veía tan feliz.
-¡Papi mira, brilla!.-Dijo señalando una de esas novedosas esferas de luz.-¿Por que brilla?¿Tiene luciérnagas dentro?
-No, hija. Se llaman bombillas y sirven para darle luz a las calles.
-¿Y porque no hay velas?.-Preguntó la niña, con los ojos de su madre en el rostro.
-Eso es lo que me estoy preguntando desde hace semanas.-Dijo ese hombre pertrechado con sus mejores galas.
-¡Papi, mira!.-Dijo aquel pequeño ángel.-¡Aun queda una tienda de dulces abierta! ¿podemos ir?
El hombre entonces miró su reloj de bolsillo y el cielo, plomizo que amenazaba lluvia. La tienda estaba situada en la esquina entre una de las calles principales y una calle secundaría.
-Está bien, pero no deberíamos retrasarnos, mañana tienes que ir a la escuela y hay que ir a la cama.-El padre tomó a la niña de la mano con toda delicadeza y solamente la soltó cuando ella, producto de la emoción, trató de abrir la puerta, demasiado pesada para ella.
El hombre de porte distinguido abrió la puerta, haciendo sonar una pequeña campanita que avisaba de la llegada de un cliente. Les salió a atender un hombre entrado en años, muy entrado en años realmente, de baja estatura, seguramente a punto de retirarse de aquel negocio si la pálida dama no se adelantaba antes.
-¡Buenas noches a los últimos clientes del día!, por favor no duden en mirar cuanto gusten, tenemos algunos muestras gratuitas de dulces llegaros de algún país muy exótico.
-Buenas noches tenga usted, buen hombre. Mi hija no ha podido resistir la tentación.-Aquel señor se volvió hacia su hija.- Cariño no deshagas ni rompas nada.
-¡Ja! No se preocupe, señor.-El vendedor tomó una bolsa de papel.-Toma encanto, llénala hasta los topes y tráela.-Y volviéndose de nuevo al padre le informó.-Siempre mis primeros y últimos clientes tienen mitad de precio.
-Una magnífica oferta.-Dijo el hombre mientras no perdía de vista a su hija.
-Una pequeña idea que practico como detalle a los clientes desde hace mas de cuarenta y cinco años.
En todo momento el caballero permanecía de espaldas al anciano vendedor, apoyado en el mostrador, con el sombrero de copa levemente bajado.
-Si no es mucha indiscreción, le veo muy bien vestido ¿vienen de algún evento importante?
-De la ópera.-Dijo aquel padre.
-¿De la ópera? Vaya, una niña con inquietudes culturales.-Dijo ese anciano entrañable, realmente querido por todos los niños del barrio.
-Desde luego. Ella me arrastró a mi por si se lo está preguntando.
El anciano rio ante ese pequeño detalle. Era una risa suave acompañada de alguna que otra tos.
De pronto la niña volvió con la bolsa llena de dulces. El padre muy solícito ayudó a la niña a subir la bolsa al mostrador.
-¡Quiero pagar yo!.-Dijo la niña, extendiendo su inocente manita.
El anciano reía de nuevo con mas tosecillas. El hombre recién llegado de la ópera con su hija llevó la mano a la cartera y le dio unas cuantas monedas a su hija, que a su vez las depositó en el mostrador con una sonrisa.
-Muchas gracias señorita, que tenga buena noche caballero y que disfruten de los dulces.-Los despidió el buen hombre, anciano vendedor e ilustre ciudadano.

Padre e hija caminaron hablando alegremente hasta la casa. Era una casa de buena arquitectura, detallada en el exterior y en el interior reinaba la sobriedad y la humildad para ser aquel barrio de tanta riqueza andante y existente. Casi todo el esfuerzo dentro de aquel hogar estaba puesto en la habitación de ella, la razón de la existencia de aquel hombre atormentado por el pasado. En la entrada les esperaba la señora Amy Clement, ama de llaves, limpiadora, esclarecedora de misterios como calcetines desparejados y cocinera a tiempo casi completo. Una mujer que había tenido una vida difícil en los campos de cultivo, donde mucha gente de piel oscura moría día sí y día también a causa del hambre, las heridas y la falta de esperanza.
-Hola Amy.-Dijo la princesa de la casa mostrando su bolsa de dulces.-¿quieres?.
-No señorita, muchas gracias.-Dijo la señora Clement con un tono de voz cargado de sincera ternura y adoración hacia aquel ser de luz.
-Creo que debería acostarme ya.-Dijo la niña, bostezando ostensiblemente.-Buenas noches papi.-
-Buenas noches, princesa.-Dijo aquel hombre, enternecido por el lento caminar de esa criatura.
-Señor.-Dijo la señora Clement.-¿Puedo hablar con usted?.-Estaba sonriendo pero su voz estaba cargada de algo que no era precisamente una promesa de conversación distendida en temas intelectuales.
Lo que siguió fue un recordatorio de lo que significaba la palabra "horario de sueño" y "horario escolar", todo ello acompañado de palabras en el idioma natal de la señora Clement que aquel hombre tenía algo oxidado pero podía extrapolar su significado a través de la expresión de su rostro, el movimiento de sus manos y la respiración acelerada.

Ya entrada la noche, tres sombras se colaron en aquel barrio de gente adinerada. Tres hombres de vida conflictiva y costumbres violentas, afanados en el chollo del secuestro y otros asuntos realmente turbios. Con las ganancias de sus últimos quehaceres se habían podido comprar un carro, totalmente pintado de negro con una capota, que hacía las veces de tapadera para camuflar sus golpes en forma de transporte para transeúntes.
-¿Es esa la casa?.-Peguntó uno de aquellos maleantes.
-Esa es.-Dijo el otro mientras preparaba el gancho y la cuerda.-Recordar, entramos, secuestramos a la niña y dejamos la nota pidiendo un rescate. Es muy rico ese tipo así que no escatimaré en el precio.-Dijo con una sucia sonrisa el secuestrador.
Uno de los hombres se quedó en el puesto de conductor mientras los otros dos lanzaban un gancho hasta el tejado. Con todo ingenio habían recubierto las puntas de aquel gancho con telas para que no hiciera tanto ruido. Sacrificaban el agarre mas efectivo a cambio de un poco mas de sigilo. Tras unos pocos intento aquella cuerda pudo permanecer tensa mientras los hombres escalaban por ella y abrían la ventana que daba a la habitación del único motivo de cordura para aquel señor de fama incierta.
En cuando agarraron a la niña esta hizo lo obvio y se puso a gritar, mas rápidamente le taparon la boca. Sin embargo parecía que alguien se había despertado.
-Rápido, atranca la puerta.-Dijo el que parecía el líder de aquella banda. Su voz era calmada, denotando mucha profesionalidad en aquellos tejemanejes.
Una pequeña silla donde la niña se sentaba para jugar al te con sus amigas de trapo en los momentos de soledad parecía ser suficiente. Se equivocaban.
De pronto la puerta salto hacia adelante, quedando tumbada y atravesando el dintel entraron ochenta kilos de rabia e instinto maternal hecho mujer. La señora Clement portaba dos cuchillos de longitud respetable y vio tan solo como la niña desparecía por la ventana. En la habitación quedaban ella y el otro secuestrador. Este sacó un cuchillo.
-Créeme, soy lo mejor que te ha pasado esta noche, cariño.- Y con toda determinación casi homicida la señora Clement se abalanzó contra ese hombre, que probablemente no saldría de ahí. No al menos con todos los dedos o las dos orejas.
Mientras esto sucedía, el secuestrador que tenía aquel sueño hecho niña había llevado a la secuestrada al carro y dio dos golpes indicando que se movieran. La niña aun estaba siendo sostenida por aquel hombre, pataleando pero apenas le quedaban ya fuerzas. Sus lágrimas caían amargamente, quería que papi viniera y la abrazara, tenía miedo al no entender que sucedía. El hombre dio dos golpes en el techo para indicar al conductor que se moviera, que tenían que arrancar. No sucedió nada. De nuevo otros dos golpes. Nada. El líder del grupo asomó la cabeza. Su compañero conductor y los caballos parecían paralizados.
La luna incidió sobre una figura en medio de la carretera. Parecía un hombre. Apenas había unos pocos metros de distancia entre él y los caballos que tiraban del carro donde el principal motivo de aquel ser para existir y dejar a la humanidad existir estaba llorando de miedo. la figura avanzó casi como si flotara, sin dejar de mirar a esa comitiva de malhechores. De pronto, como por arte de magia, a un sencillo gesto de la mano, los dos caballos cayeron al suelo, como adormecidos. El demonio poseía unos ojos penetrantes como el golpe de un látigo bien usado por un hombre lleno de crueldad. El conductor se agarró el pecho, donde estaba una cruz regalo de su hermanastra y comenzó a santiguarse. El líder se metió de nuevo dentro del carruaje y cerró las ventanas. La niña apenas tenía ya fuerzas para llorar pero estas se renovaron cuando papi abrió la puerta a pesar de que esta estaba atrancada por dentro.
-¡PAPIIIIIIIIIIIII!.-Lloraba la niña desconsolada, saltando a los brazos de su amado padre y rescatador.-¡Tengo miedo! ¡tengo mucho miedo!.
-Tranquila mi amor, tranquila, papi está aquí, papi no se va a marchar.-Su rostro era el reflejo de un hombre preocupado, de un padre que quería a la luz de sus ojos, abrazó a su hija.-¿Estás bien, tienes alguna herida?.-Dijo, examinando a su hija.
-¡No, pero tengo miedo!-Volvió a llorar la niña.
Apareció entonces la señora Clement. Antes de que pudiera hacer nada, el hombre puso en brazos de la valiente ama de llaves al motivo de su cordura.
-Señora Clemen, por favor, lleve a mi hija a su habitación y dele un poco de chocolate caliente. El chocolate aleja la tristeza.-Dijo con todo encanto y ternura.-Tranquila, mi dulce verso hecho princesa, volveré en seguida.
Mientras el último "tuve mucho miedo" seguido de un "tranquila, cariño, papá va hablar con ese señor malo para que no haga mas cosas malas" se perdía por la puerta de la casa, un hombre de distinguida estampa entraba en el carro y se sentaba frente al líder de aquella banda. Por extraño que parezca, durante toda la breve conversación entre padre, hija y cocinera experta, aquel hombre había sido atenazado por una fuerza que lo había paralizado completamente. La pequeña puerta del carro se cerró.
-Ella es mi vida.-Dijo aquel hombre que hacía unas pocas horas compartía una bella velada de ópera con su hija.-Su madre partió a los brazos de Dios hace dos años. A pesar de que mi sospecha es que el Señor me la arrebató, siempre le dije a mi pequeña que Él la había reclamado porque el mundo no merecía tanta belleza y bondad. Y cada día, dentro de mi negro corazón de piedra, vivo con un miedo sincero a que me arrebaten a mi pequeña.
La luna fue ocultada por unas pocas nubes y se hizo la oscuridad, salvando aquellos revolucionarios artefactos, las bombillas, que pronto comenzaron a titilar y apagarse una a una. Y de pronto la oscuridad, con la salvedad de dos luces rojizas que brillaban en el interior de un carro. Un escalofrío recorrió al espalda del secuestrador.
-Ella es muy inteligente, y no soy el mejor padre del mundo. La señora Clement, nuestra encantadora ama de llaves, me expuso de forma muy vehemente mi error de llevar a mi hija a sesiones de ópera en semana de escuela. No soy perfecto. Y he tenido muy mala suerte en la vida. Pero tú.-Su voz era una cuchilla de acero en el corazón de ese pobre desgraciado. Esas dos brasas infernales parecieron recobrar mas intensidad-Tú trataste de arrebatarme el único remanso de paz que encuentro en toda esta podrida humanidad.
De pronto el carro comenzó a temblar, se escucharon gritos apagados y finalmente, el silencio. La puerta se abrió y aquel padre responsable de vida ocupada se subió y se sentó junto al conductor.
-¿Trabajáis solos o tenéis un jefe por encima de ese patán que os comandaba?.-Dijo con seriedad.
-Trabajábamos solos.-El miedo atenazaba cada músculo de aquel pobre diablo.
-Mas te vale que sea verdad, aunque supongo que con toda la experiencia de tu jefe debía de disponer de un contable, que ahora mismo podría estar emborrachándose en la taberna de turno. -El hombre de elegante porte miró atentamente a su interrogado y vio esa señal de verdad descubierta".-Lo sabía. Dile que lo que hay dentro del carro es el destino de cada uno de ellos como osen siquiera tener la idea de tocarle un pelo a mi hija.
Y de pronto los caballos despertaron y aquel hombre los espoleo, ya solo en su puesto, corriendo calle abajo como alma que no se llevó, al menos ese día, el diablo.

La pequeña princesa de la casa estaba acompañada de la señora Clement. Estaba mucho mas tranquila e incluso se había animad hablar de los señores disfrazados de la ópera. El ama de llaves sonreía y se interesaba por todo lo que la niña le decía. En verdad tenía el aura de un ángel. Cada sorbo de chocolate le devolvía un poco el color a sus mejillas. A los pocos minutos aquel caballero nocturno entrada por la puerta y abrazaba a su hija, sentándose a la mesa. Los ojos rojos de papá estaban cargados de absoluto amor.
-Amo, es hora de irse a la cama.-Dijo aquel padre después de un rato.
-¿Puedo dormir hoy contigo?.-Preguntó la niña, con esos grandes ojos calco de los de su madre.
-Por supuesto que puedes.-Dijo la figura paterna de la casa.
Y padre e hija se metieron en la cama de él, grande y espaciosa, mas vacía que nunca desde hacía tres años desde que la tisis le había arrebatado a uno de los dos únicos motivos de felicidad en toda su larga vida.
-Papá.-Dijo la niña, ya quedándose algo adormilada por el chocolate.-¿Por que no te late el corazón?
Aquel envolvió a su hija, al motivo de su cordura entre sus brazos.
-Porque hace mucho tiempo le di la mitad de mi corazón a tu madre, que se lo llevó a los cielos y la otra mitad te la di a ti, por eso tu corazón sí que late.-ese caballero a la princesa mas bella de todo el reino.
A las pocas semanas aquel momento había pasado a ser un recuerdo nublado en la memoria de esa pequeña princesa de la casa. Una mañana ella se levantó para desayunar con la insistencia de la señora Clement. La cocinera de la casa siempre tenía algunas ideas originales para amenizar el desayuno, y dado que su jefe le daba carta blanca en el uso de ingredientes ella tenía plena disposición de darle sorpresivos y nutritivos desayunos a la mas pequeña. La pequeña tenía entre sus brazos una muñeca de trapo recién comprada por su padre como regalo de cumpleaños. Era una muñeca muy bonita, procedente de uno de los mejores jugueteros de la ciudad. Aquel caballero fue testigo de como la muñeca y la niña tenían un flechazo de amor y absoluta afinidad. Solo por eso al juguetero le llegó de forma anónima un sobre con el doble del precio y en billetes recién salidos de la imprenta.
-¡Papi!.-Dijo de pronto la niña. Se le había ocurrido una magnífica idea.-¿Puedo llevar a Felicia para que juegue con mis amigas? Les hablé de ella el otro día y la quieren conocer.
-Por supuesto mi niña.-Dijo con una pequeña y complaciente sonrisa aquel hombre muy querido por sus vecinos y respetado por superiores y subalternos.
-¡Gracias papi!.-Y se agarró a la mano de la señora Clement que la acompañó hacia la escuela.
Un reconocido ministro había ideado un sistema de transporte para los colegios que permitía una red de diligencias, carros y carruajes para transportar a los niños desde sus casas hasta el colegio de forma segura. El vehículo tirado por caballos tenía dos pisos, nada mas y nada menos. La señorita que atendía a los niños y los recogía siempre se mostraba sonriente.
-Oh ¿muñeca nueva?.-Dijo aquela amable mujer amante de los niños mientras entre ella y la señora Clement ayudaban a la pequeña a subir.
-¡Sí! ¿verdad que es bonita? Se llama Felicia.
-Encantada Felicia.-Dijo la señorita del carromato Mientras este se ponía en movimiento.
-Señor, su hija ya está de camino al colegio, que tenga un buen día en el trabajo.-Dijo la señora Clement a su jefe.
-Muchas gracias por sus buenos deseos, señora Clement pero hay un inconveniente.-Y entonces le mostró su agenda del día.-Hoy tengo el día libre. No hay clientes que recibir ni encargos ni nada.-El hombre se quedó pensando que hacer.-Creo que terminaré esa maqueta de aquel castillo tan famoso.
-Me parece una idea magnífica, señor.-Dijo el ama de llaves mientras recogía el cesto de la ropa sucia.-Iré a lavar y tender la ropa.

Pocas horas después, estando centrado en construir y terminar una torre de homenaje, ese hombre de negocios con el día libre de pronto sintió al advenimiento de uno de esos momentos. Entonces vio una imagen terrible pasando como un relámpago por delante de sus ojos. Su niña lloraba, con Felicia en sus brazos. A la muñeca le faltaba un brazo y una sombra con risa burlona se alejaba. Apenas fue unos segundos pero cuando volvió en si la torre de homenaje estaba destrozada entre sus dedos.
-¡Señora Clement!.-Llamó a través de la ventana.-¡Es urgente!
-¡Enseguida señor!.-Se despidió de otra ama de llaves, empleada de sus vecinos, poderosos banqueros y corrió escaleras arriba.
Cuando llegó se encontró a su señor sentado en el sofá, con los ojos perdidos, mirando lo que quedaba de la maqueta destrozada. Pocas veces su señor era tan poco cuidadoso con la construcción de sus maquetas, uno de las pocas aficiones capaz de abstraerlo lo suficiente.
-Señora Clement, hoy saldré yo a recibir a mi hija. Quiero que usted prepare un chocolate caliente para mi niña.
Momentos después el hombre estaba en la entrada de la casa, con el rostro tenso. Dos calles antes llegaron los sollozos de su hija. Le partía el alma verla llorar. Iba murmurando un nombre masculino y otro femenino. El femenino era "Felicia", el nombre de su bella muñeca.
La niña se bajó llorando.
-Tuvo una pelea con un niño y su muñeca Felicia se rompió. Mire el brazo de la pobre, está colgando de un hilo.-Explicó la cuidadora mientras ponía a la niña en brazos de aquel hombre de rasgos tan perfectos.
-Papi.-Lloraba la niña.-La ha roto ese tonto niño la ha roto.
-Mi princesa.-Susurró el padre a su hija.-¿te ha hecho algo a ti?
-No...-Dijo la niña sorbiéndose los mocos con el pañuelo que papá le ofrecía.-Un niño nuevo que quería quitarme a Felicia. Me la quiso quitar y le pegué y me la quitó y la rompiço.-las lágrimas afloraban de nuevo.
El hombre miró a la preocupada cuidadora.
-Yo me encargo a partir de este punto, señorita. Muchas gracias.-Y hasta se permitió una sonrisa sutil, de medio lado.
Una vez dentro la señora Clement le ofreció un chocolate reciñen hecho. Ambos adultos se sentaron a cada lado y esperaron pacientemente mientras Felicia reposaba en una estantería en la entrada, junto a los documentos y papeles del trabajo de papá.
-¿Se puede curar?.-preguntó finalmente la niña.
El padre miró a la mujer adulta de la casa.
-¿Señora Clement?.-Preguntó el hombre, visiblemente preocupado y triste por la tristeza de su hija.
-Preferiría dejarlo en manos de un profesional.-Dijo, con toda sinceridad, la sabía de los tres.
-Que así sea.-La sombra, el demonio, el asesino despiadado envolvió en sus brazos a su hija y la abrazó suavemente comenzando a tararearle una suave canción de la tierra natal de aquel hombre.
Mientras lo hacía subió a la niña y la dejó dormida en compañía de uno de sus peluches favoritos. Bajó a la entrada de la casa donde la Señora Clement tomaba a la muñeca.
-Parece que está muy rota. Si tira un poco mas se había desgarrado del todo.
-Podría encontrar a los padres de ese pequeño miserable y hacerles la vida imposible durante generaciones enteras.-Dijo el hombre, con los ojos encendidos en maldad.
-Pero no lo hará porque a mi no me da la gana y porque su hija no dejaría de ser desdichada de esa forma.-Dijo la señora Clement.-Y en el fondo usted lo sabe.
El hombre no tuvo mas remedio que bajar la cabeza aceptando aquella verdad.
-Tengo una idea.-Dijo la señora de pronto.-Deme papel y pluma. Enviaré un mensaje a un amigo.

Felicia fue depositada en una pequeña cama al lado de la cama de la princesa de la casa. Esa dulce y bella niña la atendía en lo posible. Aquel demonio en la tierra la miraba todos los días y participaba en las terapias de rehabilitación, las cuales apenas avanzaban.
Sonó el timbre y el buen hombre recibió en su casa a un hombre espigado y de rostro pedante. Por instinto el anfitrión se colocó a la misma altura y adoptó el mismo rostro que el invitado.
-¿En que le puedo ayudar, señor?.-Preguntó el anfitrión.
-Soy el doctor, creo que tengo que atender en esta casa a una muñeca.
Siguieron unas muy formales presentaciones, la felicidad de la señora Clement al ver a su amigo de la infancia y un afectuoso abrazo. El docto fue formalmente presentado a la niña, que abrió los ojos como platos.
-¿Es usted médico de muñecas?.-preguntó, y miró a su padre.
-Y mecánicos de trenes de juguete, y general de soldaditos de plomo, un largo etcétera, señorita ¿donde está mi paciente?
-Aquí.-Dijo la niña toda triste señalando a la muñeca, tendido en la cama y rodeada de otras amigas de trapo que venían siempre a desearle algún bien.
El doctor examinó a su paciente durante unos cuantos minutos.
-Es grave pero puedo hacer algo. Intentaré que sea lo mas rápido posible y no quiero interrupción de ningún tipo.
Padre, hija y ama de llaves salieron mientras las amigas de Felicia se retiraban una a una con ayuda de la niña. La niña se sentó en las rodillas de su progenitor mientras balanceaba las piernas y miraba la puerta de su propia habitación.
-Mi pequeña.-Dijo ese hombre capaz de cualquier cosa por ese pequeño ángel.-¿Ese niño te hizo algo malo aparte de romper a Felicia?
La niña negó con la cabeza. El padre la abrazó mientras esperaban pacientemente a que el doctor de juguetes hiciera su trabajo lo mejor posible. Le asombraba hasta que punto ese niño y él se parecían, capaces de hacer el mal por el mal. Sus recuerdos volaron hasta los momentos en los que él había sido una miserable bestia insaciable.
Mientras tanto, el médico de juguetes estaba encendiendo incienso y recitaba un cántico en palabras antiguas. Convocaba a los espíritus y les hablaba sobre sus deseos de recuperar a esa muñeca de su maltrecho brazo.  Los espíritus le escucharon y acudieron en su ayuda, bailando y cantando con él.
Al otro lado de la puerta, el padre lo escuchaba todo mientras acunaba a su hija. Seguidamente miró a su ama de llaves.
-Señora Clement, no quiero prejuzgar a su amigo pero solamente una vez escuché cosas similares y fue en un ritual de magia negra..-Sus ojos estaban comenzando a incendiarse.
-No no no, no hay de qué preocuparse, jefe, él tiene su método de trabajo. Si se da cuenta no se irradia nada negativo.-Dijo la señora Clement.
Era verdad. Aquel hombre era capaz de identificar a aquellos que se asemejaban y a los que eran contrarios a él. Y esto era algo muy contrario a su naturaleza, contra la que luchaba desde hacía décadas para poder salvaguardar a sus seres queridos. Bueno, mas bien a su ser querido.
Aparentemente la niña no había escuchado ni visto nada, pues trataba de concentrarse en algo que no fuera el dolor de la que se había convertido en su muñeca favorita.
-Antes de que hicieran daño a Felicia estuvimos aprendiendo un baile para la obra de teatro, papi.-Dijo de pronto aquella pequeña bendición de ojos color miel.
-Oh, eso es maravilloso, cariño.-Dijo la señora Clement.-¿Nos lo muestras?
La niña saltó de las piernas de su padre y se puso a bailar. Es probablemente lo que mas le gustaba hacer a su pequeña, bailar. Cada vez que bailaba parecía olvidarse hasta del mas mínimo de sus problemas. Y alegraba el alma verla bailar. De pronto la puerta se abrió.
Apareció aquel hombre de piel oscura con el rostro perlado de sudor, entre una nube de incienso. Ahí dentro pareciera que hubiera estallado una batalla. El hombre finalmente sonrió cuando en su baile, la niña iba hacer el vuelo del colibrí que pasa cerca del río.
-La operación ha sido todo un éxito.-Dijo el doctor y dejó pasar a la niña que abrazó a su recién curada amiga de trapo.
-¡Muchas gracias!-Dijo la niña, abrazando muy fuerte a Felicia.
El padre de aquella criatura miró a su pequeño ángel feliz y llevó la mano al bolsillo para pagar a ese hombre.
-Oh no no, esto es un servicio gratuito, parte de mi hobbie.-Dijo, negándose a aceptar el dinero.
-Pero de alguna manera le tengo que pagar, caballero.-Dijo el hombre.
-Ya me invitarán a algo algún día.-Dijo ese señor y con una inclinación de cabeza se retiró tranquilamente.
Aquella casa volvía a ser, a pesar de su anfitrión de pasado oscuro, un remanso de paz. Sin embargo, por precaución, Felicia se quedó en casa durante unas cuantas semanas. Aquel niño parecía gustar de hacer la vida imposible a las señoritas de la escuela y sus amigas de trapo.

Pasaron unas cuantas semanas mas. Llegó el invierno. La nieve caía por todas partes y lo inundaba todo de blanco. Los muñecos de nieve empezaban a aflorar en aquel barrio pudiente y en los barrios pobres también. Era algo universal, al alcance de cualquier mano, ya estuviera enfundada en guante de piel o desnuda. Los niños se divertían. Algunas amigas de la hija fueron invitadas a esa bella casa para tomar algo y de paso jugar en la nieve del patio trasero, que era realmente amplio. Desde su despacho, aquel hombre de ojos rojizos terminaba parte de su trabajo, con documentos históricos y legales de por medio. Dejó salir un suspiro. Podría hacer eso todos los días, era algo que le gustaba pero realmente tedioso. Miró al otro lado de su despacho donde estaba la maqueta a medio construir de un barco pirata muy famoso en ciertas latitudes tropicales. Por un momento sintió la tentación apoderarse de él. Pero no, debía de terminar aquello. El hombre de la casa había puesto a la señora Clement como improvisada vigilante de las actividades lúdicas de su hija y sus amigas. Igualmente tenía un oído puesto en el patio, con la ventana levemente entreabierta aprovechando que la nieve se había detenido y entraba una brisa invernal que le recordaba a su antiguo hogar.
De vez en cuando escuchaba a la señora Clement riendo, hablando o entreteniéndose con la niñas. Ella era una de las pocas mujeres que podían ponerle en su sitio cuando sus instintos se disparaban o cometía alguna falta de tipo paterno-filial. Ser padre era duro, incluso en una situación de riqueza como aquella. Aquel hombre se dedicaba a escribir a máquina unas copias para cierto ministro cuando de pronto escuchó otra voz femenina, la intervención de la señora Clement y unos pasos hacia la casa. Los dedos dejaron de escribir para quedarse totalmente quietos con una "N" a medio avanzar hasta el papel.
-Señor, tenemos visita.-Dijo la señora Clement cuando entró por la puerta.
Los ojos del señor de la casa miraron la agenda con rapidez. No tenía visitas programadas para esa hora. Entrecerró los ojos, con sospecha, se levantó y bajó las escaleras precedida del ama de llaves. En el salón de invitado se encontraba su pequeña, con un chocolate caliente en las manos y una mujer madura, de unos cuarenta y tantos, con nariz fina, ojos ambarinos y aun conservando un cierto atractivo de épocas pasadas. El hombre miró a su hija, que le sonrió con un bigote de chocolate, señal inequívoca de que no era nada malo.
-Usted debe de ser el padre de esta señorita.-Dijo aquella mujer. Acento de tierras del este.
-Soy yo, sí... ¿en que puedo ayudarla?.-Preguntó el hombre sentándose frente por frente.
-Soy la maestra de teatro y coreógrafa de la escuela de su hija.-Dijo aquella mujer de mirada penetrante.
-Es la que me enseña las danzas papi, como la del árbol feliz y las ardillas sonrientes.
-Oh.-Dijo el buen hombre. No sabía que mas decir.-Hija, ven un momento con papi.-Dojo con una cálida sonrisa. La niña obedeció y tomando las manos de su hija preguntó.-¿te ffias de esta mujer?
-Sí, es bastante seria y pone esa cara que pones cuando algo no te gusta.-Dijo la niña soltando una pequeña risita.
-¿Cual cara?.-Dijo todo serio, alzando levemente una ceja.
-Justo esa.-Dijo e nuevo con otra risita.-A mi me cae bien aunque el resto de niñas le tienen un poco de miedo.
-Mmmmmmmm comprendo.-Invitó a su hija a sentarse de nuevo. y él hizo lo propio mirando de nuevo a aquella mujer.-Creo que viene a proponerme algo.
-Pues sí.-Dijo la mujer, sentándose algo mas derecha.-Quiero que su hija haga una prueba para el ballet nacional.
El hombre miró durante un rato que pareció eterno a aquella mujer, que no había dudado ni vacilado un solo instante en su proposición. A continuación miró a su hija, a su niña, su pequeña. Aquellas palabras de la mujer encendieron su rostro como pocas veces había hecho él.
-Hija.-Dijo la pesadilla de muchos hombres poderosos.-¿quieres hacer esa prueba?
-¡SIIIIIIIIIIIIIIIIII!-Y se puso a saltar de felicidad.
El padre hizo un gesto con la mano hacia la señora
-Adelante pues.-Dijo el caballero.

Pasaron las semanas, y los meses y los años. Durante todo ese tiempo aquel hombre vio crecer a su ángel. Cada día se ponía mas guapa y mas alta. Su cuerpo parecía tener un plan perfectamente estructurado de crecimiento. Aquel hombre se sentía feliz de ver que su niña cumplía su sueño. Vio con dolor como sus pies eran destrozados por las pruebas, los ensayos, vio las lágrimas de aquella princesa de cuento hecha mujer. Secó sus lágrimas y haciendo un esfuerzo titánico limpió sus heridas. Las carnicerías de toda la ciudad recibían a la señora Clement como si fuera la reina del país entero ante las cantidades de dinero que dejaba por riñones y sangre. A veces ese hombre miraba a su niña ensayando, invitada por ella. Le hablaba de las compañeras, de los compañeros, de sus profesores. Un día repitió mas de tres veces en la semana el nombre de un chico. Cuando un día vio el rubor en las mejillas de su niño tras hablar con ese chico se dio cuenta: el primer amor. La señora Clement era una bendición, mas que nunca, cuando atendía los pies de su hija en su lugar porque él tenía que recibir a banqueros, ministros, diplomáticos y demás gente importante. Renegó del club de caballeros ante lo inesperadamente mal visto que era que un hombre se encargara el solo de su hija. "Tienes una criada para algo" le habían dicho.
Trece años pasaron, llenos del primer desamor, restaurantes caros y baratos, épocas buenas y malas, una oleada de asesinatos en la ciudad. Épocas de terror. Su princesa crecía sin ser ajena a todo aquello, su cabeza se llenó de ideas de libertad. Las exponía constantemente en la mesa. Llegó entonces el gran día.

El público entraba por la puerta de forma ordenada. Entre esas personas un hombre distinguido y a su lado una mujer entrada en carnes con la piel negra. La gente los miraba con extrañeza pero era orden absoluta e indiscutible que los dos estuvieran presentes. El gran teatro hacía sido estrenado hacía un par de años y aquel hombre de porte y elegante vestir había sido parte fundamental en los acuerdos de construcción y la elaboración de los planos.
Su rostro era una máscara blanca de impasibilidad pero adquiría los tintes de la cordialidad en persona cuando un amigo o un compañero de trabajo se le acercaba. La mujer se color se sentía algo intimidada por todo ese despliegue de poder.
-Está claro que nunca he estado en un teatro, esto es precioso.-Dijo la señora Clement. Iba muy guapa acorde a la ocasión.-Señor, iré buscando los asientos.
-Adelante señora Clement.
Aquel hombre estaba realmente nervioso a pesar de disimularlo muy bien. pasaron los minutos y los invitados fueron llamados a sentarse. Sus Majestades presenciarían aquel espectáculo en el palco real. Cuando todos estuvieron en sus asientos, los reyes entraron con toda la gala y elegancia. Los espectadores se pusieron en pie y miraron en dirección al palco. Los reyes saludaron, el público saludó, los reyes se sentaron y el público se sentó. La señora Clement se sentó a la izquierda de su jefe. A la derecha un asiento vacío. Se levantó el telón. Comenzó el espectáculo.

Una obra que nunca pasaría de moda comenzó su desarrollo con aquella icónica melodía inicial. El padre miraba como su niña interpretaba, como sentía la música y se convertía en ella. Entraban mas bailarinas y bailarines, entre ellos el tres veces nombrado, el único que había conocido a aquel hombre en una faceta poco amigable y había sobrevivido. El padre de aquella princesa de la casa miró a sus majestades y luego a los palcos superiores. había todo tipo de rostros: alegres, emocionados, aburridos. Miró sus ojos. A pesar de la distancia podía ver varios pares de ojos incendiados como los suyos. Sus intenciones eran desconocidas pero se portaban acorde a lo establecido en la sociedad y esa noche nadie molestaría a su niña en su gran día. Volvió a mirar al escenario, disfrutando de ver a su niña y aquella danza. De árbol feliz a elegante cisne.
-Estoy muy orgulloso de nuestra hija.-Dijo entonces el padre muy bajito.
Un brazo blanco rodeó su brazo derecho y una cabeza se apoyó sobre su hombro.
-Y yo estoy muy orgullosa de ambos, mi amor.-Aquella voz era terciopelo, hecha para cantar. Su aroma era el mismo.-Lo has hecho muy bien en mi ausencia.-Unos labios se posaron en su mejilla.
-Te echo tanto de menos, Petra-Musitó en apenas un susurró.
-Y yo a vosotros, cariño.-Una fantasmagórica mano se deslizó por su rostro.-Él me ha permitido estar hoy aquí como gesto de solemne respeto.

Y juntos, miraron como esa niña, la niña de sus ojos, con los ojos de su madre, cumplía su sueño y nacía como leyenda del ballet ante el mundo. 

lunes, 27 de noviembre de 2017

Cazadores Cazados.

   El cielo estaba nublado aquel día de otoño. Comenzaba el frío y ciertamente las buenas gentes de las casas ricas y pobres comenzaban a sacar las ropas gruesas.  Aquel reino, sin embargo no era perfecto, existían las personas sin hogar, sin techo, gente o bien desheredada o bien con mala fortuna en la vida. Con todo la corona había sido la primera en habilitar una parte de su palacio para poder dar refugio a todas esas personas.  Algunos comerciantes y diplomáticos tomaron ejemplo y muchos hombres y mujeres sin hogar pudieron encontrar techumbre.
   Ese día, como ya se digo, estaba nublado y la Reina se encontraba en su sesión matutina de atender a los peticionarios. Algunos eran hombres sencillos que pedían cosas sencillas, otros venían a informar de las cosechas en nombre de pueblos enteros. Estos papeles pasaban a su vez a los contables, que lo anotaban todo en su gran libro. A veces venía algún nuevo comerciante para ofrecer sus mercancías a cambio de privilegios reales o quizás a reclamar una deuda de mucha cuantía. Llegaron un par de diplomáticos de lejanas tierras para ofrecer rutas comerciales, recursos mineros y especias.
   -Majestad.-decía uno de ellos- Nuestro oro está dispuesto a viajar a su reino a cambio de las riquezas materiales y culturales de su tierra.
   -Sin duda sería un excelente intercambio.-Respondió su Majestad.-Denle a mis contables las cifras aproximadas y sin duda su oferta será tenía en cuenta.
   A todo esto asistían varios de los mejores Caballeros y Damas de la corte, junto a la Princesa. El Caballero Gato estaba entre las sombras, en constante y elegante movimiento, mientras que Cuervo Gris vigilaba las alturas y la Dama de Plata se encontraba como una estatua al lado de la Princesa, que comía en ese momento una manzana cortada en gajos y servida en plato de barro. Su amiga, la ayudante o jefa de aquella importante diplomática de espada veloz, estaba situada detrás del trono de la Reina echando su habitual siesta para mantener todo su pelaje brillante y perfecto.
   Una vez se hubieron retirado los diplomáticos son la habitual reverencia, entraron un grupo de hombres. Cuatro para ser exactos, de los cuales dos portaban lo que parecía una jaula tapada con unas telas.
   -Majestad, hemos atrapado una bestia realmente salvaje y peligrosa.-Dijo el que parecía el líder de aquella comitiva, sin duda hombre de campo o mas bien de caza.
   -Y sin duda la traéis para que yo la vea en persona y os felicite. -Dijo Su  Majestad mientras sonreía con toda educación.
   -Esta es una criatura nunca antes vista.-Dijo de nuevo el primero.-Que casi nos cuesta unos cuantos dedos, ¿que digo dedos? la mano entera.
   -Adelante pues.-Dijo la Reina.-Mostrarme lo que habéis capturado.-Dijo mientras  hacía un sutil gesto a Dama de Plata para que se preparara. Gato se había quedado quieto.
   -¿Está segura, Majestad?-Preguntó el líder de la comitiva.-Bueno, luego no me venga llorando con que ha perdido los pies. 
El hombre de anchas espaldas se quedó dubitativo durante unos segundos pero finalmente abrió la jaula.
   Ante toda la corte salió al exterior una criatura desde luego nunca antes vista por muchos de aquellos  hombres, campesinos o comerciantes presentes. Era mas grande que algunos perros de raza media, con unas pata cortas y unas uñas bastante afiladas. Poseía unos dientes de roedor a la par que unos ojos del mismo tipo, pequeños y negros, muy brillantes. Sus movimientos eran bamboleantes. Lo mas característico era lo que parecía un manto de púas, o pinchos, o cabellos muy gruesos que le hacían asemejarse a un arbusto andante. Varios cientos de ojos siguieron en silencio la evolución de aquel caminar casi hipnótico y su destino fue el trono de la princesa. Mas exactamente el lateral donde estaba apoyado el plato con la manzana.
   -Oh, debe de tener hambre.-Dijo la Princesa y bajó el plato de barro hasta donde se encontraba aquella criatura extraña. Esta tras mirar la manzana al momento "atacó", o lo que es lo mismo, agarró un trozo con sus uñas y se puso a comer masticando visiblemente satisfecho con su "presa" recién cazada. El proceso de alimentación fue realmente fascinante hasta que la Reina finalmente miró a los peticionarios o cazadores.
   -Señores, si bien les admito que no he visto en mi vida una criatura semejante, debo de puntualizar que su actitud no parece muy agresiva.
   -No os fiáis lo mas mínimo de las apariencias, Majestad.-Dijo el líder en cualquier momento saltará sobre vos o vuestra hija...
   -... Y se quedará dormido.-Completó la Princesa.
   En efecto, la extraña criatura se había quedado dormida con los últimos restos de la manzana aun entre sus patas. Parte de su peso estaba sobre el pie de la Princesa del Reino.
   -En verdad pesa, me está acalorando todo el pie a pesar de que estemos cerca del invierno. 
   -Creo que deberíamos consultar a nuestro doctor, es experto en criaturas extrañas de otras tierras.-Dijo la Reina.
   Pasados los minutos, el doctor entró por la puerta con su típico porte de orgullo y dignidad. Era experto en cientos de materias, desde plantas pasando por piedras, alquimia, animales y era capaz de adivinar el clima solo por la dirección del viento. Vestía impecablemente y mas cuando sabía que debía presentar o prestar sus conocimientos a la Corona. Se puso  al lado de uno de los cazadores que había apartado a la "bestia malvada" hasta la entrada de la jaula.
   -¿Ha llamado Su Majestad a  este humilde siervo de ella y del conocimiento?-Preguntó el doctor, con toda pedante educación.
   -Mi buen doctor, nos preguntábamos si puede identificar a la criatura que tiene a su derecha.
El hombre de ciencia giró la cara hacia la derecha, sin perder un ápice de dignidad.
   -Sin duda parece humano majestad, de origen campestre, con unas ciertas tendencias al alcohol por lo que detecto en su aliento, respetando con toda humildad el gusto por las bebidas alcohólicas...-Comenzó el doctor pero se detuvo ante un gesto de la Reina. 
   La Princesa apenas podía mantener la risa dentro de la garganta.
   -Me refiero a la criatura entre nuestro honrado cazador y usted, doctor.
El doctor miró hacia abajo.
   -Oh, ahora me explico que se me invoque aquí tan temprano.-El hombre de ciencia se inclinó un poco y se ajustó los lentes con toda teatralidad antes de cuadrarse.
   -Parece un puercoespín, majestad.-Dijo el doctor, haciendo una reverencia.
   -Que nombre tan extraño., pero me gusta.-Dijo la Princesa con una sonrisa.
   -Pues esa cosa casi se carga uno de mis dedos, mire.-Dijo uno de los cazadores, hasta el momento callado y mostró uno de sus dedos, vendado al completo.
   -Majestad.-Intervino entonces la Dama de Plata.-¿Puedo hacerle unas preguntas a estos... honrados hombres?.-Dijo con sus ojos grises reflejando lo que parecía astucia y al mismo tiempo hastío.
   -Adelante-Dijo Su Majestad.
   Dama de Plata avanzó hacia aquellos hombres, que al momento fueron presa de su aura de poder y determinación. Miró al herido y luego el vendaje.
   -Supongo que ustedes no tendrían el descaro de interrumpir a este animal mientras comía unos cuantos vegetales.
   Los hombres se miraron los unos a los otros.
   -Bueno-Dijo uno de ellos- Era posible que al vernos escapara así que decidimos actuar de forma improvisada.
   -Comprendo.-Dama Plateada se giró hacia el médico.-Doctor, ¿son las criaturas de este tipo capaces de alimentarse de carne?.-Preguntó la máxima representante de la diplomacia nacional.
   -Pues poco he leído sobre estas criaturas -Admitió el doctor- Pero eso es fácil de saber: sus dientes son como los de los ratones, ratas, etcétera. Si bien en caso desesperado muchas de esas alimañas pueden llegar a consumir carne, lo hacen bajo condiciones extremas. La respuesta real sería un claro "no" con un "aunque" a continuación. Sin embargo, esta vez no estamos tan cerca del invierno y dudosamente podrían llegar a un ataque contra humanos. No cuentan con los recursos fisionómicos naturales como los de lobos, zorros, comadrejas, etcétera etcétera.-Dijo el doctor, sintiéndose satisfecho consigo mismo ante el despliegue de la explicación.
   -Gracias doctor. Mi conclusión es la siguiente.-Dijo Dama plateada tras un par de pasos de reflexión.- Estos hombres vieron a la criatura, pensaron que podrían venderla a Su Majestad como una bestia exótica y aquí están. Trataron de hacerse con ella, supongo que atacándola desde la espalda, donde no tenía una claro campo de visión y este les devolvió el golpe con un mordisco, que suponemos debe tener forma plana.
   -Mi buen doctor.-Dijo la Reina.-¿Cuantas posibilidades hay de encontrar de forma natural un puercoespín en estas tierras?.
   -Exactamente cero, Majestad. Yo tuve el placer de catalogar todas las especies de los bosques de alrededor, y dicha información e ilustraciones fueron puestas en un compendio que luego fueron regaladas a la Princesa como deseo de buena venturanza.
   -De mis libros favoritos, cabe destacar.-Dijo la Princesa.
El doctor se permitió una leve sonrisa y un gesto de reverencia a la Princesa, el cual ella correspondió.
   -Con todo.-Continuó el académico.-Me gustaría ver en un mapa el lugar exacto en donde fue encontrado. Quizás me dejé algo por el camino.-Y murmuró-Lo cual me parece imposible.
   A una orden, un soldado extendió sobre una mesa uno de los mapas del reino. 
   -Justo aquí.-Dijo el cazador mas grande de todos.-Aquí vimos a la bestia.
   -¿Justo ahí?.-Preguntó Dama de Plata. -¿Exactamente en ese árbol tan bien dibujado por nuestros cartógrafos y topógrafos?
   -Sin lugar a duda muy bien dibujado y justo ahí.-Insistió de nuevo el líder de la comitiva.
   -Es decir, que ustedes, caballeros, entraron a una zona restringida para los cazadores.
   Los cuatro hombres se miraron mientras los guardas comenzaban a avanzar hacia ellos ante lo que parecía una futura orden de detención. Cuervo Gris soltó una de sus extrañas risotadas, parecidas a las de un graznido. El Gato disimuló mucho menos y rió durante un buen rato.

   Una vez los cazadores fueron detenidos por saltarse la ley de permisos de caza, la tenencia de armas ilegales y el uso de trampas no permitidas el doctor se acercó a su majestad.
   -Majestad.-Dijo el buen hombre.-No quiero asustaros, pero durante mis labores de investigación zoológica tuve que hablar con unas cuantas personas, entre ellas cazadores que conocían las rutas de caza hacia la costa. Y acabo de recordar de una cala en la que muchos barcos dedicados a actividades sospechosas llegaban para sus negocios turbios. Es verdad que desde que vos subisteis al trono eso se ha reducido pero con estas cosas nunca se saben.-Y finalizó la exposición con una humilde reverencia.
   -¿Insinuáis contrabando de animales?.-Preguntó la Reina. Su gesto era serio.
   -Me temo que sí, Majestad.-Dijo el hombre de ciencia.
   -Manden un mensaje a los Caballeros y Damas ahí presentes. Que cierren toda la zona, que la registren de arriba abajo. -La Reina miró hacia el alto de la sala del trono, donde Cuervo Gris parecía uno mas entre todos aquellos hombres y mujeres de la clase mas humilde.- Señor Cuervo Gris ¿están tus hombres preparados?.
   Por toda respuesta Cuervo Gris asintió muy levemente y sin mas salió de aquel lugar.

   Lejos de ahí, en un cala casi abandonada, unos hombres descorchaban una botella de vino. Eran bandidos dedicados al contrabando de animales. Aquello les había salido rentable, A pesar de los largo del viaje habían vendido todas las criaturas extrañas con las que se habían hecho. Eran hombres malvados, si escrúpulos que reían y celebraban lo mezquino de su negocio con el oro, el vino y las mujeres que pudieran caber en sus manos. El líder era un hombre corpulento, de gran panza y manos grandes.
   -Bien, chavales, este ha salido muy redondo.-Decía aquel hombre, ya algo alcoholizado, en referencia a su negocio. Todos gritaron, saludando aquella gran verdad.
   Eran por lo menos veinte hombres curtidos en la tierra, el mar y sobretodo en el pillaje y la granujería. El segundo al mando, con una gran barba, portaba un hacha en cada lado del cinto, tres cuchillos de diferentes formas en su filo y una ballesta. Le llamaban el Desollador, aunque sin tanto carisma ni fuerza como el líder de la comitiva, era el mas sádico de todos.
   -Oiga jefe ¿no cree que podrían encontrarnos si nos quedamos aquí mucho tiempo?-Preguntó otro de los hombres, el típico enano que lleva las cuentas, al que nadie hace caso.
   -¿Pero qué dices, estúpido? Si por aquí no pasa nadie desde hace tiempo. podemos estar tranquilos, celebrando toooodo esto por todo lo alto -Dijo haciendo un gesto que abarcaba todas las riquezas que habían conseguido junto a algunos animales pendientes de ser vendidos.-Además hemos colocado trampas por todo el bosque y sistemas que nos alertarán en caso de que vengan.

   La Dama Luna miró a alumnas.
   -Vuestra primera misión para el Reino, chicas. Esperaba que pasara mas tiempo hasta que estuvierais mas preparadas pero esta es una urgencia y de máxima prioridad. Hemos recibido el mensaje de su Majestad, al parecer hay unos cuantos contrabandistas que quieren hacerse de oro vendiendo animales que son ajenos a estas tierras.-Su tono era serio.-hay bastante en juego pero contamos con un plan.  Así que si cada una hace su parte todo saldrá bien. -La Dama Luna pasó  entonces a un registro mucho mas cálido.-Confío en vosotras.
   Su alumna con orejas puntiagudas, apodada Sombra Crepuscular, era el inicio de todo el plan. Se internó en el bosque corriendo con la agilidad del ciervo, la rapidez de la liebre y la seguridad del gato y el lobo.
   -¿Como puede tropezarse con cada adoquín de la cale principal de la capital y luego es capaz de meterse de sopetón en un bosque sin descolocarse un solo cabello?.-preguntó Zafiro, la alumna de sangre mas azul, a nadie en particular, denotando una mezcla de desconcierto y envidia.
   -Te ha oído.-Dijo la alumna mas humilde, Flecha Silbante.-No diré su respuesta.-Tenía los ojos cerrados, atenta a cada sonido, apreciando cada matiz que las rodeaba.
   -Porque ella nació con la sangre de los elfos, querida, esas criaturas maravillosas que cedieron parte de su naturaleza a ella y su inteligencia.-Dijo la Dama Luna, con una pequeña sonrisa.
   Sombra Crepuscular recorría el bosque atenta a cada pequeña señal. Dejaba señales del camino que había tomado, se encargaba de localizar cada trampa. El aroma del hierro de los cepos, del cáñamo de las cuerdas, no le pasaba inadvertido. Escuchaba el canto de los pájaros para sacar toda la información posible. Aquel era parte de su entorno, de su hogar, y adoraba sentirse tan sumamente abrazada por la madre naturaleza que le había dado la vida. Evitó, eso sí, los tejos.
   -Un tejo.-Dijo Sombra, con el nerviosismo en la voz.-Los tejos son malos.
   -Se está desviando.-Dijo Flecha Silbante.
   -¿Un tejo?.-Preguntó la Dama Luna.
   -Un tejo.-corroboró Flecha Silbante.
   -Brisa.-Dijo la maestra mirando a la mayor fanática del baile de todas sus alumnas.-Tu turno.
Brisa Danzante se puso en marcha por el mismo punto por donde había desparecido su compañera. Su misión era asegurar la ruta con unas flechas especiales que Flecha Silbante había usado en aquella legendaria exhibición. Iba dejándolas cada pocos metros mientras seguía a su vez el rastro de su compañera élfica. La siguiente, acompañada de todas las demás, era Flecha Silbante. Se guiaba por el sonido que dejaban aquellas flechas diseñadas por ella. Cuando llegaban a una la sacaban para que no molestara su sonido. Fue un camino largo donde Zafiro expresó mas de una vez su disconformidad con el ambiente y su persona, la poca afinidad que había entre ellos. Durante el camino encontraron cepos saltados con ramas, trampas de red totalmente vacías en lo alto o cuerdas cortadas que impedían la activación de trampas mucho mas perversas.
   A dos flecha de distancia Flecha Silbante se agachó. Todas las demás hicieron lo mismo y avanzaron poco a poco. El camino se hizo aun mas largo y Zafiro, por fortuna se quedó callada ante la visible tensión en el rostro de su compañera de oído agudo. Llegadas a unos matorrales Dama Luna se puso al frente y se encontró con el rostro de su alumna mas forestal. Su rostro denotaba terror, horror, indignación. La cicatriz del rostro estaba enrojecida.
   -No tienen corazón.-Dijo con una solitaria lágrima rodando por su mejilla. Todas las demás la miraron en silencio.-Tienen a esos pobres animales encerrados.
   -No lo estarán mucho tiempo, cariño.-Dijo la Dama Luna con su tono maternal. Le rompía el corazón no poder abrazarla en ese momento y dejarla llorar lo que quisiera y mas.-Ya sabes lo que tienes que hacer. Y nada de disparar a matar. No al menos de momento.-Dijo la instructora.
   Sombra Crespuscular se puso manos a la obra y tomó un cuaderno pequeño que llevaba siempre consigo. Al otro lado de un claro estaba la casa. Comenzó a mirar y murmurar cosas mientras trazaba , calculó lo que parecía la distancia desde donde estaba exactamente ella hasta un punto determinado de la vivienda.
   -Los oigo.-Dijo Flecha Silbante.-Muchos de ellos están borrachos aunque no lo suficiente.-Dijo la huérfana con los ojos cerrados, para escuchar mejor.
   Sombra terminó y se acercó a su compañera mas robusta. En la mano tenía un dibujo que parecía un calco de la casa con una marca justo en lo alto del tejado.
   -Justo ahí, Roble Alado.-Dijo la niña élfica apenas pudiendo contener la indignación, casi a punto de gritar de rabia.
   Roble Alado, al ver a una de sus mejores amigas en ese estado no dudó lo mas mínimo. Tomó su arco, imposible de tensar salvo por una mujer fuerte como ella y apuntó. Sombra le mostró de nuevo el dibujo, Roble lo vio por el rabillo del ojo, levantó el arco medio centímetro y disparó.
   La enorme y robusta flecha voló a lo largo de todo el trayecto con una asombrosa rectitud. Dio de lleno en el punto señalado por su amiga y entonces la casa pareció partirse a la mitad, como si una parte de la casa empujara a la otra. Aparentemente la casa estaba intacta pero de pronto la entrada de atrás se cayó completamente.
   -Bien.-Dijo Dama Luna tensando su arco.-Disparad.
   Zafiro fue la que mas tardo dado que tenía que atusarse el cabello y presentar una estampa digna pero apenas hubo medio segundo de diferencia entre las 5 alumnas y la maestra arquera.
   -¡MIERDA! ¿pero que puñetas pasa?.-Gritó de pronto el líder al escuchar el impacto contra la casa y la pared derrumbándose.
   -¡Es una trampa, tenemos que escapar!
   Las flechas llegaban de todas direcciones gracias a la agilidad de sombra y a los bailes de Brisa Danzante. Damas Luna y las demás alumnas estaban estática, a cubierto, detrás de árboles y setos, sin dejarse ver. Ellas apenas hacían un impacto cuando Brisa y Sombra eran capaces de lanzar tres flechas mas si no mas.
   -¡No los veo!.-Gritó uno de esos malhechores.-¡Hay que salir de aquí!
   -¡Todos fuera, al barco, nos largamos chicos, que le den a todo, pillar lo que podáis y fuera de aquí!
   Los maleantes abandonaron aquel improvisado refugio para correr hacia la playa que había después de una explanada. Subieron al barco y levaron anchas. Dentro había mas hombres, que guardaban la embarcación y dormían a pierna suelta. Cuando notaron todo el ajetreo despertaron de golpe, producto de la experiencia y se pusieron en su puesto. El capitán de todos aquellos hombres estaba dando órdenes, con su gran panza y manos, ayudando también con jarcias y demás aparejos.
   La cala donde habían atracado era estrecha pero rápidamente se abría al amplio mar.
   -¡CAPITAN!.-Dijo uno de los vigías.-¡A babor!.-Dijo sin mas.
   El capitán fue hacia ese punto del barco y lo vio. Una sola nave, una embarcación absolutamente gris, parecían dotar de silencio todo su alrededor. Desde babor se vislumbraba el movimiento de aquella tripulación que parecía funcionar como una sola persona. Solo una figura no se movía.
   El "Cuervo Silencioso" del capitán Cuervo Gris, estaba tratando de cortarles el paso. Cada hombre en su puesto, con esos ojos negros y uniforme grisáceo.
   -¿Quien es, maestra?.-Preguntó Roble Alado, observando junto a sus compañeras desde lo alto de un pequeño acantilado.-¿Mas piratas?.
   -No, cariño, es el capitán Cuervo Gris, uno de los mejores capitanes al servicio de la Reina. Ha sido llamado para patrullar estas costas y llega justo en el mejor momento.
   -Nunca había escuchado hablar de él.-Dijo Zafiro, colocándose de nuevo el cabello.
   -Digamos que es muy discreto. De los pocos hombres que no está obligado a presentarse físicamente ante la Reina para hacerle una petición, demanda, juramento o nada que requiera el uso de la palabra.
   La nave "Cuervo Silencioso" avanzó ante la vista de las alumnas y la maestra. Fue acercándose desde un lateral, por lo que los piratas giraron su embarcación hacia el otro lado.
   -Se van a escapar.-Dijo Roble Alado, esperando que sucediera algún milagro que los detuviera.
   -No, no lo creo.-Dijo Dama Luna y entonces la maestra se emitió lo que parecía un suave silbido.-Vamos niñas, por aquí.-Dijo mientras comenzaba a caminar por el lateral del acantilado.
   De pronto algo en el agua se movió por debajo de la embarcación y justo delante de ellos emergió una bestia marítima gigante. No, no era una bestia marítima, era una bestia terrestres, pero que se había zambullido en el agua. Un lobo gigante estaba frente a ellos y atrapó el casco de proa entre sus dientes. La criatura cerró los ojos y comenzó a practicar una suave torsión en dirección al barco de Cuervo Gris, que aun permanecía silencioso. Los gritos de alarma y sorpresa se extendieron por el aire hasta los oídos de las cinco alumnas y la maestra, que se habían subido a un bote oculto entre unas rocas.
   El "Cuervo Silencioso" avanzaba inexorable hacia la posición de la bestia y el barco de contrabandistas. Los ocupantes de la embarcación grisácea estaba en silencio absoluto. Unos tenían arcos, otros espadas o sencillos objetos contundentes, algunos estaban en lo alto de los mástiles. El capitán Cuervo Gris avanzaba por la cubierta hasta donde iba a ser el punto de encuentro exacto. Desenvainó su espada, miró a sus hombres y sencillamente saltó a otro lado. En la cubierta se encontraba el líder de aquella maléfica banda de criminales ladrones de animales. Ambos se miraron.
   -Este viejo a mi no me puede vencer en combate singular.-Dijo el líder criminal escupiendo al suelo con desprecio.
   -Señor, es el capitán Cuervo Gris, la muda leyenda del mar ¡AY!.-Dijo tras recibir un puñetazo de su capitán.
   -¡A callar, estúpido perro de agua dulce!.-Sonrió asquerosamente mirando a su oponente.
   Mientras tanto la barca se había acercado hasta donde se encontraba la bestia que al fin había soltado su presa tras ser aprehendida por unas cuantas amarras de los hombres del capitán Cuervo Gris.
   -Mi noble Caballero Lobo.-Dijo la Dama Luna a su amado, paseando su blanca mano por el pelaje húmedo de la bestia mas temida de todo el Reino.-Te favorecen mucho las algas en el pelaje.-Dijo quitando una ristra de algas.-¿Podemos?
   La bestia miró a la maestra y sus cinco alumnas y acercó el hocico, afianzando las zarpas en las profundidades para dar mas soporte. Estas fueron subiendo mientras los hombres del capitán pirata se hacían a un lado para dejar sitio a los contendientes que ya habían empezado a luchar.
El contrabandista no era un mal luchador pero Cuervo Gris parecían mas ágil a pesar de su aparente edad muy avanzada. Poseía una barba gris y su piel curtida por los elementos parecían casi de roca. Su sempiterno abrigo largo gris estaba algo mojado y tenía un par de remiendos poco elaborados. Una de las leyendas del mar estaba en silencio, recibiendo las embestidas atroces y salvajes de su enemigo pero el esquivaba. Aunque quiso la fortuna sonreír a favor del maleante y logró saltar la defensa de Cuervo Gris para ir directamente a su cuello.
   Al momento de alcanzar el cuello, todo se volvió extraño. Delante de todos los contrabandistas, una excelente arquera, sus cinco alumnas encima de la cabeza del lobo y este mismo lobo, Cuervo Gris cayó al suelo con todo el peso de su cuerpo.
   Zafiro se llevó las manos a la boca conteniendo un grito de horror. Roble Alado se quedó paralizada, igual que Brisa Danzante. Flecha Silbante tenía los ojos como platos, sin poder creerse que iba asistir a la muerte de un hombre que era leyenda entre marineros y huérfanos.
   Sombra Crepuscular lanzó entonces una pregunta al aire. O mas bien hizo una pequeña observación.
   -No sangra.-Dijo en apenas un susurro.- ¿Por que no sangra ese hombre?
Todo se hizo silencio de pronto y entonces donde antes había un cadáver de pronto se convirtió en una nuble gris. Todos los presentes, poco habituados a estos sucesos se quedaron con los ojos abiertos. El capitán pirata, antes celebrando su victoria ahora retrocedía mientras una especie de revoltijo vaporoso se formaba en la alturas. De pronto de esa nube comenzaron a caer lo que parecían plumas.
   -Mi amor.-Susurró muy suavemente a la oreja de su amado la Dama Luna, para que sus alumnas no se dieran cuenta de aquella falta de protocolo, aunque confiaba en la discreción de Flecha y Sombra.- ¿Nos dejas en la cubierta del barco del capitán?
   Con un gruñido suave el gran lobo guió su cabeza hacia la cubierta. Varios hombres del capitán Cuervo Gris recibieron a las recién llegadas con reverencias, pero ni una sola palabra.
   -Muy amable.-Dijo Sombra Crepuscular, echándose la capucha. Los hombres le despertaban la timidez, y ahí había muchos. 
   -Muchas gracias.-Dijo muy formalmente Zafiro que luego se limpió la mano por la que fue tomada para subir al barco.
   -Gracias.-dijo Roble Alado, sin mas, mirando a su alrededor.
   Flecha Silbante no dijo nada, estaba atenta a esa bandada de cuervos que había aparecido de pronto.
   Eran cuervos del color gris de la ceniza, del cielo que está a punto de llover. Y sin ms se lanzaron sobre el capitán pirata. Empezaron a llover los picotazos.
   -¡OH DIOS!¡AHHH SOCORRO!.-Gritaba el capitán pirata.
   -¿Os rendís, capitán?.-Preguntó la Dama Luna desde una posición segura.
   -¡SÍ, SÍ, ME RINDO, POR FAVOR DETENGAN ESTO!.-Dijo el capitán, totalmente vencido.
   Como si de una orden silenciosa se trataran, todos los hombres del barco avanzaron saltando a la cubierta del enemigo y comenzaron a hacer prisioneros.
   Los cuervos fueron volando poco a poco hasta donde se encontraba el  Cuervo Silencio y delante de los ojos de aquellas cinco jóvenes, aun casi niñas, se fue formando la figura de un hombre. El mismísimo capitán Ciervo Gris estaba frente a ellas. Estaba tal cual antes de la batalla contra el capitán enemigo aunque ahora en un lateral de su cuelo lucía una cicatriz, como si un profundo corte estuviera ahí presente desde hacía años.
   -Capitán Cuervo Gris.-Dijo la Dama Luna con toda la humildad en su voz. Hizo un reverencia con la elegancia del agua de un río y sus cinco alumnas la imitaron lo mejor que pudieron.-Hasta yo comenzaba a pensar que usted se habían convertido en una historia infantil.
   Cuervo Gris correspondió con otro reverencia, no tan fluida, miró a la pequeña comitiva que había llegado a su embarcación y seguidamente al gran lobo. Este se acercó al barco y una de sus grandes patas se apoyó en la borda, haciendo que toda la embarcación se hundiera al menos un metro desde ese lado. A su vez el capitán puso una fría y callosa mano sobre la enorme pata del lobo. Entonces el lobo emitió un sonido leve mientras enseñaba sus dientes del tamaño de espadas.
   -¿Maestra?.-Preguntó Sombra Crepuscular. En su voz había nerviosiso y casi una solicitud silenciosa de órdenes. Se había echado la capucha hacia atrás a pesar de la presencia masculina masiva, en señal de alerta.
   La Dama Luna miró con una gran sonrisa a su alumna mas rápida entre los bosques y negó haciéndole un gesto para que se tranquilizara.
   De pronto el gran lobo abrió la boca, unas fauces en las que podría caber un hombre de pie. Seguidamente la cerró y acercó su gran hocico al hombre de gris, soltando todo el aire de sus pulmones y un soplido que revolvió la cabellera canosa del capitán. El legendario lobo de mar abrió la boca, a imitación del Caballero Lobo... y la cerró en torno a la enorme trufa de la nariz de la gran bestia. El desconcierto para las cinco estrellas de la Luna era palpable.
   -Creo que es lo mas tierno y extraño que he visto en mucho tiempo.-Murmuró Brisa Danzante.
   -Ya os lo explicaré, mis bellas damas de la noche y el día, de la riqueza y de la pobreza, de la danza y de la fuerza.-Dijo la Dama Luna antes de que aquella extraña escena terminara.-Capitán-Dijo la Dama Luna.-¿Podemos mis alumnas y yo abusar un poco de su generosidad y tomar un té?.
   El capitán, de nuevo una máscara de piedra dura y fría por rostro hizo un gesto de invitación al interior de la embarcación.
   -Vosotras primero, niñas.-Dijo la maestra. Cuando pasó por delante de su amado le dedicó una caricia.-¿Quieres asegurarte de que los animales de la cabaña estén bien?.
   El gran lobo asintió una sola vez y se zambulló de nuevo, haciendo que todo en el barco se levantara de golpe un metro y varios marineros cayeran al suelo junto a los prisioneros.
   Una vez dentro de una improvisada sala de invitados, delante de una larga mesa para unas diez personas y cada una con su raza de té, Dama Luna hizo las presentaciones pertinentes.
   -Capitán Cuervo Gris, le presento a mis cinco mejores alumnas, participantes activas en esta misión de la Corona. Ellas son la noble y excelsa Zafiro.-Dijo con un gesto de la mano hacia Zafiro, que era la que estaba mas alejada de la cabeza de la mesa donde se encontraba el capitán.-Brisa Danzante, una de las mejores arqueras y la mejor bailarina que tenemos.
   -Exageraciones.-Dijo con toda humildad Brisa.
   -La señorita que se esconde bajo la capucha es Sombra Crepuscular, llegada de los bosques para enseñarnos los misterios y la magia de la alquimia.-Dijo con una amable sonrisa la maestra arquera.- La magnífica Roble Alado, probablemente mi alumna de mas fuerza física y espiritual. Y finalmente la por todos querida Flecha Silbante, que por su rostro veo que ha escuchado hablar de tí.
<<Mis magníficas alumnas, os presento al capitán Cuervo Gris, la leyenda silenciosa de los mares, rescatador de náufragos, salvador del Caballero Lobo y de los mares del Reino en mas una ocasión.>>
   Casi obedeciendo a una señal, las cinco niñas a excepción de Flecha Silbante emitieron un sorprendido "ohhhhh".
   -Capitán.-Dijo entonces Flecha Silbante, poniendo sus dos manos sobre una de als enormes y callosas manos del lobo de mar.-¿Tiene el cofre del tesoro?
   -Oh, que directa.-Dijo Brisa Danzante mientras Zafiro giraba los ojos ante semejante descortesía.
   Dama Luna soltó una ligera risotada que alegró los corazones de todos los presentes. Ni siquiera aquel ambiente ligeramente cargado de salitre, algas, ron, sudor y unas cuantas gotas de sangre era capaz de atenuar su poderosa aura de bondad y paz.
   -Flecha Silbante, dulzura, cuéntales la historia que se dice entre los niños huérfanos.
   Flecha se volvió hacia sus amigas, no sin antes levantarse, rodear la mesa y sentarse al otro lado para estar frente a todas sus compañeras y, mal que le pese en referencia a Zafiro, amigas.
   -Había una vez un niño que era huérfano y muy pobre. Vivía en un orfanato de un reino lejano. Los niños se metían con él porque era pequeño y débil. El único sitio donde nunca le buscaban extrañamente era la playa cercana al orfanato. Un día caminando por la playa, al otro lado de esta, vio lo que parecía un hombre tendido en la arena. Fue corriendo hacia él y comprobó que era un capitán que había perdido su embarcación y su ropa era toda gris, mitad por origen y la otra mitad por culpa del salitre. El niño gritó pidiendo ayuda pero nadie vino a socorrerle. Entonces usó todo el ingenio que tenía para construir una improvisada camilla con unas cuantas ristras de algas. Lo fue arrastrando poco a poco y con mucha suerte y esfuerzo llegaron hasta el orfanato. Las cuidadoras de los niños del orfanato, algo mezquinas, no quisieron atenderle y obligaron al niño a dejar al capitán, al lobo de mar, a su suerte...-Flecha Silbante se interrumpió mirando el rostro del capitán, que tenía la mirada perdida. Seguidamente miró a su maestra, que le invitó a continuar.
   <<Pasó entonces un grupo de huérfanos; estaban jugando cerca cuando vieron a ese hombre, encima de las algas que el niño anterior había tejido. Uno de ellos había conseguido un trozo de pan, que le dio al capitán, y una de esas niñas le dio algo casi mas valioso aun: Agua de un pozo cercano. Lo llevaron cerca del orfanato en el que ellos vivían y poco a poco lo cuidaron, fueron sanado como pudieron sus heridas, a veces sacrificando lo poco que tenían para curar a ese hombre.>>
   <<Ya recuperado, el capitán consiguió otra tripulación y zarpó. Los niños lo despidieron con la mano desde el puerto>>
   -Por eso a veces los huérfanos despedían a los barcos que zarpaban de puerto en mi ciudad.-Dijo Zafiro.
   -A esa historia se debe.-Dijo Flecha Silbante.-Es una tradición de deseo de buena fortuna para ambas partes. El huérfano necesitaba fortuna para encontrar unos padres buenos o un trozo de pan y el marinero para encontrar vientos favorables y el mar calmado.
   <<Un año después, no se sabe si día arriba o día abajo, un barco totalmente gris llegó a puerto, al puerto de la ciudad de aquellos niños. Y de él salió una bandada de cuervos grises con caramelos en el pico. Fueron volando por toda la ciudad, recorriendo toda la costa dejando caramelos para todos los niños que se habían portado bien con el capitán, y para sus amigos, y los amigos de sus amigos. Todos los niños huérfanos, al menos durante ese día, fueron felices. Todos los niños fueron al puerto para darle las gracias pero al salir el capitán descubrieron una gran verdad que el capitán les contó a través de señales.
   Días antes de llegar al puerto de la ciudad para repartir los caramelos, el barco fue asaltado por uno de los mas terribles piratas de los mares. Lo llamaban el Capitán Amargo aunque nadie sabe su verdadero nombre. Era cruel, despiadado, odiaba a los niños, a los hombres y a los capitanes honrados y valientes.  Asaltaron el barco del capitán Cuervo Gris, que así había sido bautizado por los niños y...>>
   Flecha Silbante miró a Cuervo Gris, que le devolvió una mirada cargada de mucho significado. Se quedaron en silencio durante unos segundos, mirándose mutuamente y finalmente el capitán asintió.
   <<El Capitán Amargo siempre hacía todo lo posible por molestar a niños y a otros seres inocentes, y no soportaba la idea de que un hombre como Cuervo Gris, que daba caramelos a los niños fuera feliz con la felicidad de otros. Un día el Capitán Amargo finalmente dio con la nave de su enemigo feliz. Él sabía que no arriesgaría la felicidad ni la vida de sus hombres así que los envió a todos a una isla cercana. Cuando el barco del Capitán Amargo asaltó el barco del capitán Cuervo Gris y bajaron al camarote del capitán, lo encontraron solo, con una botella de ron. Lo agarraron entre todos y entonces Amargo dijo "danos el cofre de los dulces o te sacamos la lengua". Y fue entonces que el Capitán Cuervo Gris respondió a sus amenazas con lo mejor que podía hacer>>
   Todas estaban en silencio, incluso Dama Luna se encontraba sorprendida ante las capacidades narrativas de su mas humilde alumna.
   -¿Que hizo?.-Preguntó Sombra Crepuscular, entre aterrada ante la descripción de aquellos dos hombres y ese relato cada vez mas oscuro y tímida por su propia naturaleza.
   Y entonces, a una sola vez, Flecha Silbante sacó la lengua al mas puro estilo de los huérfanos mientras el capitán Cuervo Gris hacía lo propio, revelando un espacio vacío donde debería haber estado la lengua. Cuatro de las cinco alumnas casi se caen de la silla de la impresión, no esperaban ese gesto por parte de un hombre tan serio.
   -Es por eso que él nunca revelaría su secreto. Prefirió perder la lengua antes que dejar de hacer felices a los niños.
   Flecha Silbante dejó caer una lágrimas y Dama Luna tenía los ojos mas brillantes de lo habitual, ya de por sí resplandecientes mientras Sombra y Zafiro estaban calladas y Roble y Brisa asimilaban la fuerza de ese relato llevándose una mano al corazón. Capitán y huérfana se miraron, con toda esa edad, experiencia y vivencias de por medio. El hombre tomó la mano de la niña y besó esta suavemente. La huérfana no pudo evitar sonreír.
   -Capitán.-Dijo de pronto la Dama Luna.-Por desgracia debemos seguir con la misión, hacer inventario de lo que estos miserables llevaban en el barco y devolver a los animales a sus hogares.
   El capitán de pronto recobró la compostura y asintió en ese silencio sepulcral. Las niñas se levantaron, hicieron una reverencia y salieron escoltados por Cuervo Gris a donde se encontraban las bodegas del barco pirata. Había unos cuantos animales enjaulados y Sombra Crepuscular casi se cae de la impresión al sentir todo ese dolor. Llevaron el barco a tierra y para ese momento el Caballero Lobo había interceptado a una patrulla que al identificar a tan legendario hombre se ofrecieron a ayudar. Varios cazadores (legales) de un pueblo cercano rastrearon el bosque en busca de mas trampas para hacer una limpieza completa. Zafiro y Roble Alado ayudaron a descargar las jaulas mientras Brisa Danzante hacía lo mismo en la cabaña donde los contrabandistas se habían refugiado.
   Con todo dispuesto trajeron unos cuantos carros y los animales fueron llevados directamente hasta el puerto de la capital, donde fueron embarcados de nuevo. El Doctor, médico y ahora zoólogo y biólogo ayudó a cargar la última caja sin apenas despeinarse.
   -Bueno, ahora toca partir.-Dijo el hombre.-iremos repartiendo a cada especie en su debido territorio. No aseguro una posición exacta con sus seres queridos pero buscaremos colonias o refugios para cada uno y que vivan en paz.-El hombre de ciencia echó amarras y las naves se fueron alejando.
   Todos estaban felices. Bueno, casi todos. La princesa se encontraba en sus aposentos, lánguidamente tumbada en su cama pensando en lo mucho que echaría de menos a su amigo con muchas espinas. Tocaron a la puerta y la princesa enterró el rostro en la almohada no sin antes dar permiso. Entró el Caballero Diamante, que para esas situaciones tenía la empatía y tacto suficiente.
   -¿Puedo pasar excelencia?.-Preguntó aquel hombre con la sensibilidad tiñendo su voz.
   La princesa asintió.
   El Caballero mas atractivo de todo el Reino se sentó en un lateral de la cama. Miles de damas y algunos caballeros habrían dado un brazo por tenerlo tan cerca.
   -Me ha contado un pajarito que estáis algo alicaída por la pérdida reciente de un posible compañero animal.
   -Pinchitos era especial.-Dijo la Princesa incorporándose finalmente y mirando a su interlocutor con lágrimas formándose en su rostro.-Era bueno y le gustaban las manzanas. Seguramente hay cosas que le gusten mas pero apenas tuve tiempo de disfrutar de su compañía.-Y se abrazó a aquel hombre.
   El Caballero la abrazó de la misma forma, sintiendo ese dolor sincero.
   -Hay veces, Princesa, que tenemos que tomar decisiones difíciles. Seguramente Pinchitos estaría encantado de quedarse aquí pero ¿y si tenía familia? ¿A usted le gustaría ser arrancada de su hogar y ser llevada hasta un lugar desconocido donde no tiene amigos ni familia? Por muy bien que la traten en ese sitio seguramente su corazón anhelará volver a casa.-El caballero limpió las lágrimas que rodaban por esas mejillas sanas y encantadoras.-¿Usted quiere que Pinchitos sea feliz?
   La princesa asintió.
   -Pues entonces ha tomado una de las decisiones mas duras pero sabias que se hayan visto jamás. Eso es un bello precedente para las futuras reinas.