viernes, 20 de enero de 2017

Poca inspiración.

   Estaba anclado a un espacio blanco de inmensa extensión para los ojos del imaginativo. Miles de mundos se encontraban ante el, pero la insistente niebla blanca no cesaba en su empeño de ocultarle una verdad. Solamente era una hoja de papel, sí, pero aquella hoja de papel podía ser cientos de  cosas, tanto en su físico como en su espiritual concepto. Los ojos exploraban aquella blancura, pura pero insípida, poco atractiva. Un reloj sonaba, el tic tac continuo era su única compañía sonora. mas compañeras había sí, todas ellas concluidas hace tiempo en su creación o pendientes de ser terminadas. Todas aquellas obras, todas esas pequeñas páginas de tomos empolvados con tiempo y experiencias pasadas, aventuras reales o inventadas, miraba a su creador. No eran ojos de verdad, sino el mirar de quien contempla algo que es obvio pero que al interesado se le escapa, y dicha condescendencia de sus demonios le traía por la calle de la amargura.

   -¡Mil condenas asistan al olvido que se instaló en el corazón de Caliope, de Clio, Erato o quien sabe que musa, que ahora me abandona en medio de este torrente de emociones apenas expresadas en mi discurso!.- Expresó en voz alta el creador. Su desdicha era sin duda sustancial, era un sentimiento demasiado angustioso ese momento en el que la inspiración se marcha. Los grandes hombres siempre sostenían ante sí la idea, la agarraban, la despedazaban de mil formas o la cuidaban y hacían crecer como a un bebé. pero esta vez ninguno de los dos método le servía.-¡Condenación!

   Se levantó de la silla y se enfrentó al cuadro mas cercano que tenía. Una dama sostenía una bolsa llena de algo que no se alcanzaba a identificar. En su rostro una sonrisa y el fondo hacía una perfecta transición de tonos amarillentos a elegantes morados. El paisaje de fondo tenía como único elemento físico apreciable una gran mansión, o palacete, o quien sabe si una suerte de castillo pequeño. Parecía correr hacia ese lugar mientras su faz, a un poco mas que un observador avezado se atreviera a inquirir  mostraba dulzura y premura en una sola escena, como quien sabe que no hay peligro pero no desea bajar la guardia. Un vestido cubría su cuerpo, de color morado, como el fondo, en tonos mas fuertes. A pesar de ser una escena estática, la fidelidad en el detalle daba la impresión de que fuera a salir del cuadro, corriendo de verdad, para escapar de lo que sea que la persiga. El contemplativo visionario suspiró de frustración, echando de menos aquella dulce sonrisa, aquellos sonrojos, esa timidez que encandilaban.

   -Como me gustaría que estuvieras aquí.-Dijo tan solo el poeta, o escritor, o soldado, o quien sabía que.

   De nuevo vuelta a la silla. Sus ojos se clavaron en el cielo a través de una ventana que tenía justo en frente. El azul que normalmente reinaba en los dominios de la aves ahora estaba oscuro, pero el azul de dos ojos claros vino a su recuerdo. Entre precisamente muchos mas libros de los que había en aquel cada vez mas estrecho cubículo, imaginaba con toda elegancia y amabilidad atendiendo a los recién llegados, a los que deseaban adquirir conocimientos o sencillamente perderse en mundos creados por sus propios pensamientos. Esa segunda dama era todo encanto, un ángel en la tierra que mercería un reino que se sustentara solamente en el saber y en la lectura. Recordó aquellas formas finas, como si fuera a romperse de pronto pero sin perder salud en su espíritu. Imaginó sus manos y la afable forma de proceder con los que se perdían entre las estanterías. 

   Dos brazos se comenzaron a cerrar en torno a el, abrazándolo por la retaguardia. Las sombras invadían el lugar. Un aliento recorrió su cuello mientras unas manos hábiles acariciaban sus brazos y se volvían a cerrar en torno al creador. Decir que aquellos gestos lo dejaban tan frío como un témpano de hielo sería una flagrante mentira, pero logró controlarse, no perder los nervios. Solamente una lámpara de aceite posada en la mesa iluminaba aquel lugar, todo lo demás era devorado por sombras. la luz acertaba a dar en el reflejo de la ventana y a revelar a una peregrina de lo umbrío, de finos dedos, engañosamente fuertes, que recorrían su torso mientras los labios erizaban la piel del cuello con besos y unos cuantos "quizás". El humano dijo una palabra o dos, quien sabe, y dos ojos aparentemente normales pasaron a un color violeta intenso. Después de esos mas sombras y dos orejas puntiagudas perdiéndose en un rincón. Otro suspiro, frustración y manos algo temblorosas. las sensaciones de fuego no parecían querer desaparecer. 

   Sus ojos se posaron sobre una caja. Nunca la había abierto y no consideró que ese fuera el momento. Lo que ahí dentro había fue regalo de la mas voluptuosa de aquellas musas. Se le había advertido claramente que cualquier hombre que abriera esa caja, no se contendría lo mas mínimo en liberar su fuego de pasión. Solo había que recordar a la propietaria de aquella prenda para, por un lado ruborizarse y por el otro envalentonar las bajas pasiones hasta niveles absurdos. Pensaba muchas veces en aquella mujer, o mas bien espíritu tentador e iniciadora de la llama del deseo mas carnal. Aquellas hechuras siempre invitaba apartar la cordura, la razón, y entregarse libremente al deseo mas pecaminoso, hasta que ella estuviera plenamente satisfecha, algo sin duda complicado. mas no pasó por alto esos tintes de niña, de criatura que solamente busca ser comprendida pero que es todo impulso e instinto genésico. Se le asomó una pequeña sonrisa

   Pasearon entonces sus ojos hasta el otro lado de aquella mesa con hojas de papel en blanco, un tintero, una pluma, una caja de terciopelo, una bolsa llena de delicias tan dulces como su benefactora y un pequeño jarrón. En el creía una rosa. Dicha rosa tenía dos peculiaridades. El color de sus pétalos era verde y dichos pétalos no eran como los de cualquier rosa. Se componían de una superposición de pequeñas y finas láminas de lo que parecía esmeralda. A pesar de la clara peculiaridad con la que esa flor parecía dotad, quien la mirada unos segundos apreciaba que estaba viva. Es mas, un pétalo había caído recientemente, de forma pesada y se había deshecho con el paso de los días para dar lugar a un anillo con una esmeralda como adorno. No habría de pasar mucho tiempo hasta que un día se despertara y aquel anillo hubiera desaparecido, tomado para sí por la propietaria de unos poderosos ojos que habían hecho temblar los cimientos de su propia cordura. Aquella dama era tan especial para él que siempre guardaría para sí todos los buenos y exultantes recuerdos que había creado en su mente y alimentaban su espíritu. Desde la sutileza de su sonrisa hasta otros detalles mas íntimos pasando por la fría piel o el elegante proceder, siempre la tendría en un lugar muy especial y feliz de su recuerdo.

   Durante sus elucubraciones, el escritor no se dio cuenta de la presencia de una dama muy especial. Con sus cuatro patas fue apartando todo a su paso de forma pasiva, , indiferente del contenido de los volúmenes que ascendían desde el suelo hasta alturas imposible. Por fortuna apenas hubo derribos pero el estrépito de un grueso volumen de historia natural le hizo girarse y encontrarse con dos ojos brillantes. Un gruñido salía del lugar al que no llegaba ninguna de las velas. Una figura negra se acercó a el y lo ignoró hasta puntos insultantes para mas de un noble. Una larga cola se mecía y sus pisadas apenas dejaban salir un solo sonido que delatara a aquella cazadora de... dulces. Sin mucha educación la enorme pantera se abalanzó sobre la bolsa de dulces y se la llevó. Un tanto indignado, con un tintero a punto de derramar su molesta y caótica carga sobre lo escrito, el autor se fue tras la ladrona. 

   La persiguió por los pasillos de aquel palacio, o mansión o quien sabe que tipo de estructura. Era rápida pero aquel lugar era su reino, el imperio de aquel hombre era cada baldosa y cada suspiro que existía. Los pies se despegaron del suelo y dos alas le dieron sustento para alcanzar a la dama oscura. Los pasos eran amplios, llenos de obras de arte, símbolo no solo de poder sino de cultura también. le dio esquinazo al doblar por una especie de pequeño hall pero la alcanzó a escuchar colándose por la derecha, detrás de una puerta. Sabía perfectamente lo que había detrás de aquella puerta. Se dirigió con cuidado a ese lugar. Tocó tres veces. Le respondió un sollozo. Al otro lado había una mujer que había sufrido el mas grande de todos los males: un desamor. Y dicha traición le había apuñalado con tanta ferocidad que solamente algo la curaba. Entró en aquel lugar. La dama oscura de largos bigotes, grandes ojos amarillos y mortíferas zarpas, tenía su enorme cabeza apoyada en el regazo de la dueña de aquel espacio, regalo del afecto que le guardaba quien ahora ingresaba en aquella habitación. No encontró palabras para poderla consolar, es cierto, solamente acertó a sentarse cerca de ella y escuchar lo que tuviera que decir, si es que deseaba decir algo. Sobre la mesilla de noche, al lado de la cama, se encontraba una caja de música que comenzó a sonar misteriosamente. La mujer la miró, el escritor también y este se levantó, determinado a desterrar la tristeza de ese rostro. Con dos grandes alas a la espalda, el guardián de aquel lugar, creador de mundos, le ofreció a esa bailarina la oportunidad de sentir de nuevo la música llevándola a lugares ignotos de su espíritu.


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