El palacio de aquel famoso lord se encontraba atestado de
gente. Era un hombre que había servido a su majestad, el rey y que quería
mostrar un poco de su poderío desde la buena voluntad y la diversión. Había
acudido lo mejor de los mejor de la sociedad, desde los mas distinguidos nobles
hasta genios de la ciencia o valientes y condecorados militares. Unos se hacían
acompañar de sus sirvientes, otros depositaban su confianza y el ser
complacidos en sus deseos por los sirvientes de aquel lord. Había dado instrucciones
claras de que cada persona ahí presente no se apeara la máscara en momento
alguno, que era todo mas misterioso y mágico cuando el anonimato acompañaba.
Había entre los invitados una cierta doncella, afamada por
su belleza digna de las tierras exóticas de las que había venido a muy temprana
edad. Inglaterra se había convertido para ella en un hogar mas digno de su
confianza que las tierras americanas, pero no dejó nunca de soñar con volver a
aquellos parajes.
Su vestido había sido elegido de entre una amplia variedad
que su modista le había puesto delante. Mil tipos de diseños, encajes, escotes
mas o menos escandalosos habían pasado por delante de sus narices. Se había
decidido por uno negro y rojo, bordeado en sutiles líneas azules que no parecían
tener un patrón fijo. Un diseño extraño, pero fue verlo y enamorarse de él al
momento. Así es como se había presentado ante el Lord, que se quedó encandilado
por la voz de la joven y su magnífica conversación.
Le acompañaba una sirvienta que el padre de la joven había
designado. Esta iba ataviada con un vestido sin duda mucho mas sencillo, de
tonos pardos igual que la máscara, que imitaba a un petirrojo en pico y
colores. La de su protegida era una máscara hecha en fina porcelana de color
blanco con sutiles líneas azules color claro que asemejaba al rostro de un lobo
blanco.
Por todo el salón principal, de gran amplitud, se había
distribuido una serie de tarimas donde había una orquesta y artistas que se
iban turnando en sus habilidades circenses. Desde malabaristas hasta
entrenadores de pequeños animales, estos deleitaban las fantasías mas
variopintas de los presentes, que bebían y reían asiduamente. La joven, por su parte, aprovechaba ese
anonimato para conocer a desconocidos en calidad de personas antes que de
banqueros o generales. En los vals no le faltaban parejas para poder perderse
entre las notas de la música, disfrutando de las habilidades del propio lord o
de muchos otros honrados voluntarios.
Fue entonces que lo vio.
Se cruzó con esa mirada que parecía hecha de puro deseo. Fue
solo una décima de segundo y esos ojos negros se perdieron entre la multitud
mientras ella bailaba, lo cual provocó que perdiese el pie y pisase a su
acompañante, el tercero o cuarto de esa noche.
-Disculpe caballero.-Dijo la mujer, claramente avergonzada
por su equivocación-Me distraje.
-Por favor señorita, o señora, no tenga la mas mínima
preocupación, estos pies que usted ve han recorrido muchos kilómetros descalzos
allá por las Indias.-Dijo su interlocutor con una sonrisa que lucía un diente
de oro.-Bebamos para celebrar mi nueva herida de guerra.
-En verdad lo lamento, caballero.-Dijo la mujer, perdida en
timidez, con el recuerdo de esa furtiva mirada aun en el corazón. Aceptó la
copa de buena gana y tras un breve intercambio de palabras este hombre se
perdió entre la multitud con una improvisada amiga.
Sin mas que hacer, no tardó en encontrar a su protectora
cerca de ella, mirándola fijamente. Era una mujer que se había preocupado por
su bienestar desde que tenía memoria y que hablaba con quienes la jovencita
interpreto que debían de tratarse de otros sirvientes.
Ella le sonrió y se acercó. Cuando llegó a donde los
asistentes de los invitados se encontraban todos los presentes en aquel pequeño
grupo hicieron una pequeña inclinación de cabeza. Pero antes de que pudiera
contar la anécdota un toquecito en el hombro le hizo darse la vuelta.
Los ojos negros que había visto estaban delante de ella.
-Señorita.-Dijo con un extraño acento una voz profunda y
envolvente detrás de una máscara en forma de lobo negro.-¿Me concede este
baile?
Palabras sencillas y gestos sencillos, pero aquellos ojos no
eran en absoluto sencillos. Irradiaban algo que parecía muy fuera de lo común.
Los militares tenían una clara solvencia y resolución, los exploradores eran
inquietos y los antropólogos eran ojos que perduraban en el completo y
constante análisis de la persona que tenía delante, con mayor o menor interés.
Pero aquellos ojos, de una profundidad insondable parecían
estar en un punto medio entre todas esas características y muchas mas. Cuando
se unieron al resto de parejas, la muchacha pudo ver, o mas bien comprobar la
fuerza de aquel que era ahora su pareja de baile. Parecía llevarla en todo
momento, pero al mismo tiempo, si ella deseaba un cambio de sentido, él no
tenía problema en concedérselo. Iba ataviado con un sencillo traje de gala que
parecía diseñado para una suerte de militar explorador. Una combinación
extraña, incluyendo un toque salvaje, animal, pero sin duda el material de la
tela, de un rojo oscuro, le sentaba bien. La mano que ella tenía sobre el
hombro de él afirmaba una buena constitución muscular y los pocos rasgos que
dejaban ver su máscara oscura eran sin muy varoniles, imposibles de ser
confundidos con el género femenino.
-Por el acento que tiene su voz, diría que no es de esta
tierra.-Dijo ella, para romper el hielo.
-Una observación muy acertada, señorita. Soy de tierras del
Este que muy poca gente se atreve a explorar con la naturalidad con que
nosotros los hacemos. -Su voz destilaba seguridad, suavidad y profundo mundo
interior.
-Polonia.-Se aventuró a decir ella.
Él la miró con cierta sorpresa.
-Indudablemente cerca pero no
exacta.-Dijo el caballero con una sonrisa arrebatadoramente blanca, mostrando
unos dientes blancos, perfectamente alineados. Incluso aquella dama que tantas
atenciones había llamado tenía un cierto defecto.
-Me inclino por Rusia
entonces.-Dijo ella. Se dio cuenta de lo débil que había sonado su voz, pues en
su mente solo existía el deseo de mirar sus ojos.
-Exactamente.-Dijo él en lo que
parecía un susurró cuando la música cambio a una pieza mucho mas lenta, donde
las parejas, en general, se acercaron mas.
-Nunca he visitado Rusia.-Dijo
ella, dejándose llevar ahora por él.
-Entonces mi país estará encantado
de recibirla con los brazos abiertos. Los mismos Urales se apartarán para no
estorbar a su montura.
Hablaron mas y mas, mientras las
piezas se sucedían. Los conocimientos de aquel hombre eran exageradamente
amplios mientras el control del cuerpo en el baile parecía no tener punto mas
fino de control. Ella le habló de su padre que no había podido asistir por
aquella enfermedad, la gota, que ya no le dejaba caminar. Le habló de su vida
de estudios y preparación para la vida de una señorita. En ese punto su voz
denotó la poca apetencia de aquella vida.
-No envidio esa vida que os
quieren dar.
-Bueno, es normal, dado que
vuestra vida, por lo que me contáis es mucho mas emocionante que lo que pueda
experimentar una dama de un señor con tierras, como es mi caso.
-En absoluto, solo he sabido
aprovechar el momento y he sabido que momentos u oportunidades me eran
realmente beneficiosas para lo que mas quiero: mi libertad.-Dijo el caballero,
como si estuviera perdido en algún punto entre el baile y un recuerdo.-Yo
podría haber sido zar o príncipe o algo por el estilo.
-No me diga.-Dijo ella.-¿Todo este
tipo he estado bailando con alguien de sangre azul? Sabía que el baile de esta
noche era de gran nivel pero no hasta ese punto.
Él rió. Era una risa extraña,
cavernosa, resonante, como si penetrara hasta lo mas profundo pero sin herir el
oído ajeno de quien la escuchara. La dama se asombró de que no se hubieran
girado todos a contemplarlos.
El escritor se inclinó sobre la
silla, mirando hacia el techo blanco. La lámpara de aceite iluminaba la
estancia parca en riquezas pero rica en detalles, con tapices de guerreros y
libros de fantasías o conocimientos. Había alguna ilustración técnica de
ingenios militares o proyectos hechos en la infancia. Dejó salir un notable y
frustrado suspiro mientras miraba las hojas de papel en su posición desgarbada.
La noche era total fuera de aquel lugar donde él vivía desde hacia toda una
vida humana.
Dos manos blancas se posaron sobre
sus hombros, y bajaron por estos para rodear su torso. Él sonrió, dejándose
envolver por aquella mujer perfecta a los ojos de casi cualquier hombre o
mujer. Se dejó envolver por sus brazos y sintió la curvatura de sus pechos en
la parte de atrás de la cabeza. Supuso que estaba mirando lo que tenía escrito.
-Quizás demasiado tópico para ti,
amor.-Dijo una voz de terciopelo una vez que los labios de la mujer se fueron
deslizando desde el cabello con pequeños besos hasta directamente su oído.- Se
ven las intenciones de ese caballero del este para con la inocente damisela.-Y
tras esto hizo que sus labios se posaran en el cuello de él, justo donde la
sangre circulaba rauda y veloz gracias a su seductora cercanía.
-Lo se.-Dijo él, hechizado ante las
maneras de ella, pero confiado en no correr ningún peligro para con su vida.-Nunca
he sido vampiro y no se como, en medio de tanta gente, con una celosa
cuidadora, podría nuestro coprotagonista sacar de ahí a su futura víctima.
Los labios femeninos que tenía en
su cuello no pronunciaron palabra, dejando que el silencio supusiera un lienzo
de quietud en aquella estancia. Finalmente ella sonrió contra la piel de su
amado, tan vulnerable, tan humano y tan simplemente exquisito.
-Serías un vampiro pésimo.-Dijo
ella finalmente, dejando traslucir una sutil sonrisa en una de las comisuras de
sus labios.
Él alzó la ceja, herido en su
orgullo como posible vampiro, aunque finalmente lo tomó como de quien venía, y
ya era suficiente una crisis con la inspiración.
-¿Gracias?.-Dijo él, suspirando de
nuevo, aunque esta vez no de frustración, mientras esas finas manos de amante o
asesina (o ambas) lo estrechaban un poco mas.
-No me malinterpretes amor,.-Dijo
ella, con un tono distendido, dando un beso largo de nuevo en ese punto tan
vulnerable para los vivos.- seguramente serías un bello vampiro y tendrías que
apartar a todas las mujeres a manos llenas de tu camino aunque solo fuera para
ir a la tienda de la esquina a pedir unos riñones de cerdo, pero tu bondad,
honestidad y buen corazón te causarían mas de un dilema así tuvieras la yugular
de la mujer mas bella del mundo a tu entera disposición, ciegamente entregada
para que te alimentaras de ella.
-¿Se puede saber el motivo por el
que es mas sencillo cazar a los hombres que a las mujeres?.-Preguntó el escritor,
sabiendo que su sonrojo ante tan dulces palabras había quedado al descubierto, alzando
una mano y acariciando el perfecto rostro de su amada inmortal.-Aunque me
supongo la respuesta.
Ella bajó a su hombro y dejó otro
beso en este antes de alzarse y apoyarse sobre una de las esquinas del
escritorio. Aun él se preguntaba como era tan afortunado de hacerle el amor a
esa perfecta diosa de la muerte cuando sus excitaciones congeniaban.
-Cuando me veía obligada a
alimentarme de alguien en una fiesta, los hombres son el mejor objetivo. Nadie
les cuida, salvando aquellos que son muy jóvenes, en cuyo caso sí que se les
asigna a un miembro del servicio de la mas alta confianza, los cuales a su vez
se portan como una extensión de sus progenitores. No, lo ideal son los adultos hechos y derechos y
cuanto mas confiados y pagados de si mismos, mejor. Nadie les cuida, nadie les
recuerda que tienen que estar cerca de sus sirvientes o permanecer en grupo
para mutua protección ante gorrones y pervertidos pasados de copas.-Su tono era
el que emplearía un profesor de ciencia natural para explicar a sus alumnos las
diferencias entre las distintas especie de batracios.
>>Es entonces mucho mas
sencillo acercarse. Cuando la noche ha avanzado resulta hasta insultantemente
fácil. El alcohol ya se encuentra en sus venas pero no se le pueden pedir peras
al olmo. El contacto visual y físico, perfume mediante, este último ni muy sutil ni muy fuerte,
aunque en nuestro caso ya desprendemos un aroma lo suficientemente atractivo.
En sus nubladas cabezas ven la oportunidad de oro para recrearse en su
masculinidad y simplemente dejarse llevar en medio de unos torpes empujones de
caderas. Pero sin duda nunca llegué a ese punto. Para cuando se dan cuenta ya
están a punto de soltar el último hálito de vida, entre los matorrales del
jardín de cualquier señor y nada importuna mi retirada en sentido
contrario.<<
Ella terminó y le miró, esperando
ver asco, repulsa, miedo. No vio nada de eso.
-¿Alguna vez sentiste
remordimientos?.-Dijo el escritor mientras tomaba la mano de su amada y besando
sus nudillos fríos y clínicamente inertes.
-No.-Dijo ella con apenas un
susurro.
El silencio se instaló en aquel
lugar. Finalmente él habló.
-No puedo morder el cuello de la
mujer mas bella del mundo. Murió hace tiempo, pero resucitó y ahora está aquí,
a mi lado.-Dijo él atrayéndola hacia sí y apoyando la cabeza en el espacio que
existe entre el pecho y el vientre.
Ella sonrió y se sentó con elegancia
sobre las piernas de él, tomando ese rostro cálido, con esos ojos tan
maravillosamente inocentes y besó sus labios. El calor de la vida contra el
frío de la muerte, un contraste imposible pero sin duda hecho realidad en esa
maravillosa noche de luna llena.