Mis manos
rodeaban la voluptuosidad de su cuerpo destinado al pecado mas carnal. Ella,
sonriente, con unos ojos que brillaban de deseo, parecía querer memorizar cada
poro de mi piel, a través de la ropa, la cual iba poco a poco desapareciendo,
estando mi cabeza centrada en otras cuestiones, aunque las prendas cayeran al
suelo echas jirones. Sentía su calor contra mi calor, mucho mas apagado por mi
naturaleza humana, mucho mas proclive a ideas mas gráciles, pero incapaz de
fijar o asentar otra idea que no fuera aquella anatomía diseñada para la
lujuria. Me hablaba con un tono de voz colmado de encantadora sexualidad. Tomó
mi rostro y beso mis labios. La carnosidad de su boca se materializó con fuego
y deseos de ver mi equilibrio y moralidad quebrados. Acepté su proposición
silenciosa. Diría mas, pues tomé la iniciativa en tanto las lenguas se
entrelazaban y se iban conociendo mutuamente.
Mi cuerpo
reaccionó de forma visible, ella se separó lo justo para mirarme a los ojos,
sabedora de su victoria y sus manos deshicieron mi ropa. No fue necesario que
yo hiciera lo mismo, pues su desnudez fue mostrada desde el primer momento en
que apareció en mi habitación, así había sido su método para cazarme. No sé en qué
momento me vi en la cama, con su cuerpo diabólicamente perfecto sobre el mío,
con sus senos pegados a la piel desnuda de mi torso. Mis manos delinearon las
caderas y la fina cintura, y repitieron ese trayecto varias veces hasta que se
hizo insuficiente ese espacio. Me aventuré hacia rincones mas dignos de secretismo.
Ella suspiraba de un modo de invitaba incluso al mas humilde a sentirse
poderoso y ultraterrenal, con sus ojos brillantes de deseo de mujer, ilusión de
niña e intenciones de demonio. Aquellas alas que ella portaba no fueron
impedimento para mis manos y sus vaivenes, que fueron al lugar de su donosa
retaguardia, que con seguridad muchos había contemplado con abierto deseo. Ella
dejó salir un suspiro mas marcado, junto a una sensación de plena aceptación
que corrió por todo mi cuerpo hasta quedar ahí, en aquella parte de mi
intimidad que la súcubo se había empeñado en reavivar con gentil y decisiva lascivia.
Me miró a
los ojos, tomando mis manos, asentadas en aquella parte redondeada de su
cuerpo, y haciendo que yo tocara cada una de las zonas que cualquier hombre
daría una mano por tocar. Me miraba con abierto deseo, como si fuera ese ideal de purasangre que muchas damas de alta
y aja cuna desearan. Murmuró algo, se relamió ligeramente y condujo una de mis
manos hacia el interior de aquel espacio entre sus piernas. Noté calor, mucho
calor, y la obvia señal húmeda de que ella estaba preparada desde hacía mucho
tiempo para consumar actos condenados por los mas básicos conceptos de la
moralidad. Y entonces decidí que dicha moralidad, aquello tan subjetivo, no
tenía espacio entre nuestros cuerpos tan apretados el uno contra el otro.
Por mi
parte yo la miraba atentamente, con una sonrisa impregnada en deseo y un par de
gotas de lujuria. Ella subió un poco su cuerpo y mi boca se encontró con sus
aureolas y esa punta excitada por el calor y el roce de las pieles. El sabor
era fuerte, la temperatura era cálida, mas de lo que un ser humano puede emitir
sin considerarlo febril, revelando la naturaleza de aquella dama venida de un
mundo destinado a la lujuria. Saboreé su cuerpo, su piel, mis manos apenas se
contenían ya en los límites a explorar, y sentí la imperante necesidad de que
ella finalmente abriera su cuerpo a mi. Mas aun.
Por
instinto o experiencia, ella advirtió mi urgencia, sonrió de nuevo de esa
manera, lasciva y perfecta y unió su cuerpo al mío. Sus manos se apoyaron en mi
torso mientras las mías se asentaban en sus caderas, que iniciaron un lento
vaivén cargado de erotismo y claras intenciones de complacencia mutua. Ella se
movía con ese brillo en los ojos de abierto deseo, como si para sus mas fieles
e íntimos objetivos vitales no hubiera nada mas allá de mi rostro, visiblemente
alterado por el placer. Sentí sus uñas rasgar levemente mi piel mientras las
naturalezas de ambos se expresaban de formas varias. Mis dedos subieron a sus
grandes senos, tomando una de esas puntas cálidas y lo apretaron, con la
consiguiente nota de placer añadido, lo cual derivó en movimientos mas
marcados.
Mis caderas
se acompasaban a los movimientos de ella, regocijándome en el espectáculo que
ofrecía ver esa ciega entrega, sin juicios ni prejuicios, tan solo viviendo el
momento con plena capacidad de satisfacción mutua. Sentía mi rostro sonriente,
invitándola a darme mas de aquello que poca gente podría darme en el otro
mundo, el de los mortales como yo. Ella se mostró demandante, exigente, con mi
cuerpo unido al suyo, moviéndose con decisión. Las preguntas mas racionales se desvanecían,
y yo estaba encantado de ello, pues sabía que con esa dama del mas primitivo
deseo, no existían las trampas ni las segundas intenciones. No dudé en dejarme
llevar, en expresar mi placer abiertamente, con mis manos deslizándose por su
piel, suaves pero al mismo tiempo decididas.
Mi tensión
fue en aumento, la de todo mi cuerpo mientras mi mente se sumía en una nube de
despreocupación cuando finalmente estallé de placer. Mi esencia se entremezcló
con la suya, como dos corrientes que se cruzan al abrir un embalse. El último
choque de los cuerpos fue tan sentido y entregado que involuntariamente me alcé
unos cuantos palmos, acercándome a sus senos, que se posaron en mi cara una vez
ella hubo conquistado con su feminidad hasta el último rincón de mi. Me deleité
con el sabor de su piel, deslizando las manos por aquellas caderas que habían
regalado uno de los bailes mas exquisitos de mi existencia en estos mundos.
Que curioso
era todo aquello. Una vida consagrándome al bien y la justicia y fue un ser supuestamente
diabólico quien me regaló un sentimiento pleno de libertad.
A la mañana
siguiente unos labios se posaron sobre los míos y una lengua invadió mi boca.
La tentadora dama demandaba su correspondiente tributo.
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