El señor Smith abrió los ojos cuando escuchó abrirse la puerta. La pequeña Lucy entró en la habitación, con sus dieciséis años cumplidos hace dos semanas. Los ojos del "monstruo" refulgían en la oscuridad, aunque realmente estos no veían del todo bien. Se asemejaban a los de la mantis marina pero mucho mas grandes de tamaño y menos sofisticados.
—Señor Smith.—Dijo Lucy, muy bajito, mirando los ojos enormes y luminosos de su amigo invisible.—He aprobado el examen de matemáticas.— Dio unas cuantas palmadas sin apenas emitir sonido.
El señor Smith dejó entrever una hilera doble de afilados dientes. Sus largos brazos se acercaron a la niña y tantearon los hombros y los brazos para rodear completamente con sus blancos dedos, capaz de rodear al pastor alemán que tenía el señor Fossoway de perro guardián.
El señor Smith medía mas de cuatro metros de altura y era un problema tenerlo sentado en ángulo recto en aquella habitación tan humilde pero no exenta de detalles dignos de una decoración mas bien adolescente.
—¡Que gran noticia, Lucy! ¡Y era tú la que dudabas!.—Dijo el señor Smith, con una voz entre sibilina y acerada, pero cargada de profundidad ancestral.
La jovencita puso algo de música y se sentó para hacer los deberes. Le gustaba la historia, dudaba en las matemáticas y odiaba la geografía. El señor Smith era un ser curioso que sentía fascinación por esa y muchas otras cosas.
Al uso, alguien que pudiera verlo diría que era un primo cercano del afamado Slenderman, pero nada mas lejos de las intenciones aterradoras de ese monstruo nacido en Alemania a principios del siglo XVIII. El señor Smith llegó a la vida de Lucy cuando ella, paseando un día de lluvia cerca de un río crecido, padeció las consecuencias habituales de un resbalón. Con un giro del destino, el señor Smith, en aquel momento falto de alguien a quien servir como mayordomo o como ayudante de cámara, decidió rescatar a la pequeña Lucy. Ella, una joven cualquiera de un pueblo cualquiera, se convirtió entonces en su protegida y a su vez protectora.
—Señor Smith.—Dijo de pronto la pequeña Lucy.— Creo que a Chester le pasa algo.
El Señor Smith dejó de mirar los deberes de Lucy, prometedoramente divertidos y con sus largos dedos empezó a tantear la Jaula donde Chester, el hamster de la pequeña Lucy habitaba. Ella abrió la puertecita. El amigo invisible de Lucy era ciego pero al mismo tiempo podía ver algunas cosas como emociones o el calor, mas no así otras cuestiones mas banales como las formas de las cosas. Y para ello tenía unos dedos provistos de unas garras afiladas pero extremadamente sensibles a innumerables cosas.
Los dedos de la criatura se colaron y después de sortear un laberinto de algodón y frutos secos dio con el encantador y siempre activo Chester.
—Lucy.—Dijo, mientras dos dedos se deslizaban por el pelaje del pequeño roedor. en su voz había cierta pena, incluso sus grandes ojos parecían traslucir cierta emoción— Temo informarte de que Chester probablemente no pase de esta noche. Su reloj de la vida está dando sus últimas campanadas.
Lucy se quedó en silencio. Los dedos de el señor Smith tantearon de nuevo a la joven adolescente normal. Y como es normal, Lucy traslucía pena, tristeza, emociones intensas y contenidas. Levantó el tejado de la pequeña casa de Chester, lo tomó en sus manos y le dedicó mucho rato, dejando a un lado los deberes de química.
—No se marche señor Smith.—Dijo la pequeña Lucy mientras se acostaba en la cama con Chester sobre su pecho.—Tranquilo Chester. No te pienso dejar.
Chester abrió los ojos. Movía un poco el cuerpo, señal de que aun respiraba.
El señor Smith callaba y hasta su sonrisa aparentemente amenazadora se había difuminado un poco. Lucy puso una recopilación de las canciones favoritas de Chester cuando este se encontraba en la rueda de su jaula.
—Señor Smith.—Dijo Lucy mientras acariciaba el cuerpecito peludo de su amigo en los últimos cinco años.— ¿Como es la muerte?
La criatura invisible a los ojos de todos menos de su amiga humana la miró con los ojos y la tanteó con los dedos. Aunque capaces de cortar el granito, estos nunca le había hecho una sola marca al cuerpo o a la ropa de Lucy o de cualquiera de sus enseres.
—Lo mas cerca que estuve de morir fue hace mas de cinco siglos en un ritual de lo que hoy llamaríais "vudú". Hay muchas fuerzas curiosas en la naturaleza y algunas muy poderosas y esta fue una que casi me manda a un lugar que no quería visitar. Me gusta pensar que la muerte es algo mas agradable que simple miedo o negación o lloros desesperados por lo inevitable. Creo que es una fase mas de la vida.
Se formó otro silencio. Lucy volvió hablar.
—¿Que hacías en un ritual vudú?
—No era Vudú al uso, era algo parecido pero este desde luego no estaba siendo realizado por charlatanes. Esto era energía muy extraña, ni buena ni mala, pero sin duda no me dejó indiferente.
—¿Pero que hacías ahí?
—Casualidad.
—¿Casualidad? ¿Como aquella que hizo que me salvaras la vida?
—Podríamos entrar en debate pero diría que sí, solo que la casualidad de hace cinco siglos casi me mata mientras que la de hace un par de años contigo me hizo sentir feliz.
Otro nuevo silencio, aunque esta vez Lucy sonreía ante aquello último. Chester intentaba escuchar, sintiendo las vibraciones de la voz en el pecho de Lucy. A su vez le reconfortaba los pequeños tanteos que el señor Smith le aplicaba de vez en cuando. Así es como a las dos treinta y siete de la madrugada Chester pasó a mejor vida. Lucy dejó resbalar amargar lágrimas, sosteniendo en sus manos el cuerpo sin vida de el mejor corredor de rueda de todo aquel pueblo, un campeón de campeones.
Le siguió un ritual de entierro digno de todo un atleta. El ataúd de Chester fue una caja de zapatos bien rellena de algodón, con comida suficiente para la carrera al otro lado. Lucy lo enterró en el jardín de atrás. Aquí tenemos que hablar de otra característica del señor Smith, quien ahora se encontraba de pie, al lado de la pequeña Lucy, con sus largos dedos sobre los hombros de la joven, prestándole un consuelo mayor que el de cualquier ser humano.
El señor Smith era extraño en su forma de desplazarse y esa era quizás su mayor ventaja. Ya que sería extraño que un ser de cuatro metro no rompiera algo intentando salir de una pequeña habitación de adolescente, él se movía o mas bien se transportaba a voluntad en ciertas ocasiones como aquella. Por lo general caminaba cuando se encontraba en espacio abierto pero para entrar y salir de la habitación de la joven Lucy debía de usar ese recurso.
—Chester siempre fue una gran compañía en las tediosas horas de estudio.—Dijo Lucy, dejando salir libremente las lágrimas.—Él siempre me recibía el primero, incluso antes que tu, señor Smith.
—Sin duda era rápido hasta para eso.— dijo el señor Smith sin ápice de resentimiento.
—Nunca olvidaremos, en los registros históricos, su marca de velocidad y sus hitos en el deporte casero. Descanse en paz, Chester, gran corredor, mejor Hamster.
Entonces el señor Smith entonó un canto extraño. Pocas veces se había escuchado al ser de otra dimensión cantando, pero esta era una melodía que, aunque sin una letra distintiva, evocaba el camino, el viaje, el cambio de estado o simplemente el partir a un lugar mejor.
—Nunca había escuchado esa melodía..—Dijo Lucy cuando estaban de nuevo en la habitación.
—En mi pueblo se le llama "la canción del caminante", aunque tiene un nombre mas largo e intrincado, que ni siquiera pueda traducirse a ningún idioma.—explicó el ser mientras tomaba entre sus garrar un libro y lo metía dentro de la mochila de la joven.— No se como la aprendí pero la aprendí y se que es de mi pueblo.
—¿Alguna vez me hablarás de tu pueblo? cuando tengas ganas y motivación.
—Es probable.—Dijo el Señor Smith mientras depositaba otro libro de ciencias y unos cuantos cuadernos.— Me sigue pareciendo inhumano que os carguen a los jóvenes con tanto peso de libros y cuadernos.— Las delicadas y afiladas garras cerraron la mochila de la protegida y protectora.—
Lucy ya estaba en cama, con los ojos aun algo rojos por la lágrimas. Había tomado una taza de chocolate preparado por su madre después de que se le comunicó a tan encantadora señora que Chester había partido a la carrera eterna. La taza estaba apoyada en la mesilla de noche.
—Buenas noches señor Smith.—Dijo Lucy
—Buenas noches, Lucy.—Dijo con su voz sibilina y su sonrisa algo menos notoria por el luto en esa casa.
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