Del alba de su sonrisa destellaban mil colores en su alma. Las notas de una guitarra fantasmal dejaban en el ambiente Los sentimientos de un alma sensible que daba a entender todo aquello que anhelaba de una mujer con formas divinas como ella. Tomando sus manos y mirando aquellos grandes ojos se dejó llevar por la música mientras bailaban a la luz de la luna en aquella pradera alejada de otros hombres y mujeres, e incluso de mundos donde hubieran otros hombres o mujeres tan o mas unidos que ellos, sumidos en su propio interés de tener a la persona soñada frente por frente. Cerrando por un momento los ojos dejó que sus sentidos fueran invadidos por aquella risa de plata, por ese aroma dulce mezclado en esencia con la tierra del fuego, la inesperada flexibilidad del bambú y la alegría de los violines de Irlanda.
El uno contemplaba los ojos de la otra con ternura dulce como si fuera miel de la incipiente primavera. Sentía aquella cercanía tan cálida que sentía que podría quemarse de un momento a otro tal como aquella cintura se amoldaba en el aire mismo antes de ser ocupado por una mano blanca de muerto pero viva de compañero de baile. Ella sonrió por un momento de una forma mas notable y guió la mano hasta la parte baja de su espalda, haciendo la corrección con infinita delicadeza. Lo volvió a mirar con esa luz y el aliento se le paralizó por un momento en los pulmones al ver las estrellas reflejarse en sus ojos de gacela delicada y firme, grácil y fugaz en sus sueños. Así la contemplaba en sus fantasías desveladas cada mañana, cuando despertaba de soñar con esa luz intensa de su ser reflejándose en tan bellos ojos. Se comenzaron a balancear suavemente, mágicamente ascendiendo por los cielos hasta llegar a las nubes mas blancas y mas altas de todo ese cielo.
Todas las estrellas se habían congregado para darle un espectáculos de millones de colores a la protagonista de aquel sueño, a aquella bailarina. El magenta se alternaba con los anaranjados una veces y luego con los violáceos, dando paso después quizás a los rojos, azules o verdes. Era quizás lo único dejado al azar en aquella sinfonía de tonos suaves o fuertes, cálidos o fríos, tranquilos o temperamentales. Muchas estrellas explotaban, dejando supernovas con formas maravillosas, fascinantes, que leer durante siglos para desentrañar sus milenarios secretos. Anticipaba todo eso el sonido de campanas de cristal y luego de metales preciosos como la plata o el oro. Lucían sus cuerpos las vas bellas galas, cambiantes en su personalidad, en su colorido, en su divinidad. El vestido de ella era muchas veces multicolor, como su personalidad, capaz de ir de un lado a otro de su mente con la facilidad con la que era capaz de impresionar a su compañero. Lo miraba atentamente, de vez en cuando guiándolo con esa maravillosa voz en el camino por las estrellas que tenían encima y debajo de ellos, las cuales sostenían sus cuerpos en el aire.
Él no daba crédito a tan radiante estampa. Ella, que era la culminación máxima de sus emociones, de sus sentimientos, de su inspiración, se encontraba entre sus brazos aleccionándolo sobre como moverse en aquel mundo mágico que había sido creado para ella a raíz de los versos recitados cada noche en su honor. La forma del compás, el dulce y armonioso violín que se unía o quizás la lenta y trémula flauta que al mismo tiempo aportaba una sincera alegría eran la orquesta. parecían venir de todos los rincones de otros mundos las canciones y melodías de grandes compositores que querían amenizar aquel baile con su propia aportación. De la misma madre Gaia llegaban ciervos, zorros, búhos, ardillas, perros, gatos, gallinas, liebres, búfalos, cigüeñas, estorninos, jilgueros, pájaros carpintero, garzas, faisanes, cisnes, peces, bellas mariposas y un sinfín de bellas criaturas mas para contemplar como público de honor aquel bello espectáculo de luz y de color que se desarrollaba ante sus ojos.
Frente a ella se sentía tan grande y a la vez tan indefenso, fuerte y débil, luminoso y oscuro, apenas una sombra insinuada en medio de todo aquel mar de luz que era ella para él. Ella parecía apreciarlo en aquellos ojos marrones de lo mas mundanos y quizás el sonrojo acudió a aquellos rostros por un momento al ser conscientes de todas aquellas colosales emociones. En la solapa de un bonito chaquet totalmente negro lucía una rosa azul que a veces era observada por esos ojos negros y parecía adquirir la viveza de la juventud como si estuviera recién cortada de los jardines del Edén. La luna quiso atraparla como precio a peinar aquel cabello negro cada noche con su peine de plata pero en un brusco y a la vez gentil movimiento se apartaron de sus dedos argénteos. Ella lo observó, acercándose un poco mas, dejándose sentir en todas sus formas bajo aquella tela de excelente calidad que cubría su cuerpo. Con suavidad y elegancia dejó caer su cabeza sobre el pecho de él, escuchando los latidos acelerados de aquel corazón. A continuación la mano de ella se posó sobre una de las mejillas de tan volador poeta que llenaba sus noches de versos cada vez que podía. Este se acercó a su oído y susurró:
-En noches como esta tu eres lo que mueve mi mundo, lo que me hace brillar, sentir, amar cada segundo de mi existencia. En este velo de oscuridad que tu iluminas es donde escribo muchas veces en susurros como estos aquello que mas anhelo, y son tantas las ocasiones en las que la brisa lleva tu nombre...-Dijo suavemente, henchido en ternura, en deseo, amor, sencillez, el humilde caballero.- Cada día un trozo de mi vuela hacia ti deseando refugiarse en tu cálido corazón, trayendo consigo una nueva razón de seguir viviendo. Y llegará el día, no muy lejano, en que todo mi ser esté dentro de ti, protegiéndote, aconsejándote, brindándote todos los motivos que estén en su mano para que sonrías por toda la eternidad.- Concluyó el caballero susurrante en el oído de la dama danzante.
Ella sonrió y todas las luces de aquel cielo se apagaron un poco, asombradas por tal belleza, por esa luminosidad que embargaba el alma. No era solo la luz de una sonrisa, de una esperanza, de una bendición divina; era la luz de aquella persona que llenaba la vida con mas vida, pues pocas cosas dan mas fuerza o mas ganas de vivir que la sonrisa del ser que se adora por encima de todo lo habido y por haber. La delicada mano de ella seguía en su mejilla y con suavidad acercó el rostro para dar un beso dulce, lento, cálido, suave, tierno sobre los labios del caballero que cada noche estaba rezando por aquel momento con toda la fuerza de su corazón. Una vez pasado ese momento mágico la luz de ella brillaba en los ojos de él... era un hombre feliz.
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