Las paredes de la catedral estaban decoradas con las imágenes de los santos piadosos que inspiraban a la orden que la custodiaba desde hacía tanto tiempo. La luz entraba habitualmente por sus cristaleras de siglos de antigüedad y sin una sola mota de polvo que pudiera adherirse a todo aquello que había contemplado la caída de reyes o el casamiento de amantes y enamorados. Aunque ahora dicho edificio se encontraba vacío por ser la noche cerrada. Los creyentes se encontraban en sus camas, durmiendo con sus familias y la bendición de Dios. Sin embargo, un sacerdote se encontraba aun a esas horas rezando por la erradicación de los males del mundo. Aquel hombre fue apuesto en su momento pero la llamada divina le pudo mas que muchas tentaciones de la carne en la juventud, consagrando su vida a la obra de Dios, a sus palabras, a las enseñanzas de Jesucristo y sobretodo al amor al prójimo. La rectitud se mezclaba con la flexibilidad a la hora de impartir la justicia o padrenuestros. De sus manos colgaba el rosario que fue regalo de un gran hombre al que admiró por siempre y que ahora se encontraba a un lado del Señor.
Sus rezos se dirigían a los niños afectados por todos los males biológicos del mundo cuando un aleteo lo sacó de su pensamiento, de aquel mantra de cristiandad pura. Abrió los ojos y se encontró a Jesucristo, que lo observaba desde su cruz con expresión tierna. Sobre él, donde la luz no alcanzaba algo se movía y de pronto desapareció con ese aleteo que había escuchado inicialmente. Poniéndose en pie y aferrándose a la cruz de su pecho el buen hombre de Dios contempló las alturas de aquel templo dedicado al culto del Señor, con sus naves cruzadas y sus dos altas torres provistas ambas de campanas con las que llamar a los feligreses. Se quedó en silencio unos instantes pensando que el cansancio quizás le podía pero la reverberación de los sonidos le advirtieron que el característico sonido de las bisagras levemente oxidadas del confesionario se habían abierto y cerrado. Sus ojos se pasearon de nuevo por toda la estancia y sin mas se dirigió a donde el sonido de alas y de bisagras continuaba, como una especie de luz entre cerrar la puerta y no poder.
El sacerdote pensó en mil cosas antes de hacer lo que hizo: pensó en un hombre borracho, en un desamparado, en un arrepentido. El arrepentimiento es algo que llega en el momento menos esperado y presiona el corazón, llevando al hombre a cometer cualquier acto a cualquier hora con tal de buscar la redención... o terminar con su sufrimiento. Aquella era una noche fría sin duda y seguramente fuera un vagabundo que buscaba un lugar caliente. Aunque cabía esperar algo mas dado que las puertas estaban cerradas desde hacía horas; como bien se dijo, era una noche demasiado cerrada y una noche muy tardía para que alguien pudiera entrar en la casa del Altísimo. Sin embargo el sacerdote miró el rosetón, recordando algo que había pasado hace tiempo, algo que le habían contado sobre otra catedral. No pudo evitar ese pensamiento, esa idea, por un fantasioso momento. Pero debía de encarar el hecho de que alguien se había colado, de alguna forma misteriosa, en la catedral y debía averiguar quien era.
Sin mas dilación se dirigió a la otra puerta, donde el sacerdote se introducía para confesar a todos aquellos que desearan desahogar sus dolores espirituales y mentales en la medida de lo posible, personas a las que ayudaba de forma constante y desinteresada para poderles facilitar el camino y la senda de la luz. Abrió la pequeña puerta que daba a una rejilla en la que era posible escuchar aquellas voces a veces dulces, otras veces agrías, sufridas o frías. calmadas o enérgicas y alteradas, mas no podía ver su rostro de forma alguna salvo unos pocos trazos que permitían los cientos de pequeños agujeros. Encomendándose a las manos del señor el cura iba a comenzar a confesar a ese hombre desamparado cuandoeste , sorpresivamente, comenzó primero.
-Lamento interrumpirlo en esta fría y oscura noche sin luna pero debo confesar aquello que remuerde mi conciencia, enloqueciendo mis sentidos, devorando mis ansias de bien para el mundo. No es un pecado estrictamente dicho, padre, pero debo confesarme ante todo aquello que me ha hecho dudar sobre mi naturaleza. Soy un hombre consagrado a una idea de bien que usted no compartiría en muchos puntos conmigo, pero se que es usted un hombre de justicia. Todos aquellos que a los que ha confesado lo dicen en susurros. Así que encomiendo aquello que me corrompe a sus manos y a su espíritu padre. Prometo ser lo mas breve posible.-Dijo el confesado con una voz que era apenas un susurro, el cual se escuchaba claramente, como si se lo estuviera diciendo a la oreja sin ningún tipo de barrera.
-Te escucho hijo.-Dijo el sacerdote con toda tranquilidad y piedad en su voz. A lo largo de toda su vida había escuchado grandísimas atrocidades y a gente algo susceptible de lo que era un pecado así como a mucha otra que pensaba que la vida misma es un pecado si no se vive dentro de una iglesia.-Deja que tus palabras sean producto de la expresividad de tu alma, te ayudaré y aconsejaré en todo lo que me sea posi...-Se interrumpió el padre al ver que algo asomaba a través de los pequeños agujeros pero solo fue un segundo, mas juraría que era las trazas de una pluma. "La noche me afecta... o no. Sí, sí me afecta" pensó.-En todo lo que me sea posible.- dijo con un leve temblor de voz ante lo que pensaba que acababa de ver.
-Soy algo parecido a lo que antes se llamaba caballero y ahora se llama persona educada y gentil. Así me gustaría considerarme a mi mismo. Soy fiel siervo de una religión que no es la suya pero guarda los mismos principios proteger al prójimo, de ayudarle, aconsejarle, como usted hace, y sobretodo desvivirse por esos bonitos ojos negros. Las oraciones no son largas cuando se le quiere rezar ya que solo consta en decir su nombre cada noche antes de dormir. Al menos en mi caso. Las ofrendas no son oro o dinero, son las noches y los días dedicando un latido del corazón a su sonrisa. Se llama...-Dijo su nombre con un calor, una ternura, una felicidad tal que muchas ordalías rebosantes de devoción habrían quedado opacadas por esa sencilla palabra, que pareció aumentar la luminosidad de aquel recinto a pesar de todas las velas apagadas.-... y yo por ella haría lo que fuera necesario siempre que no entraran en conflicto con la mayoría de mis principios.-Dijo y dejó una pausa para que el padre contestara.
-Todos debemos guardar una pequeña parte de nuestra fidelidad a nosotros mismos hijo mio... el fanatismo es algo que a muchos les parece la demostración correcta de orar y ofrendar, en caso de mis creencias, a un Dios que destruye pueblos enteros cuando, a mi parecer, lo mas correcto es predicar el amor y el respeto mutuo así como el aprendizaje de todo lo que nuestros hermanos de otras tierras, religiones y culturas nos puedan enseñar. Pero por favor continua hijo, el que se confiesa eres tú.-Dijo con toda amabilidad y simpatía aquel hombre extraño para todos aquellos que no eran fanáticos pues era comprensivo, flexible y abierto.
-Mi arma son las letras escritas y habladas, susurradas a su oído para que me honre con aquello que mas desea ver en ella; su sonrisa y a veces hasta escucho su voz que es la de los ángeles de vuestro cielo. Canta maravillosamente, ella es todo un canto de felicidad para los corazones que se permiten conocerla. Sin embargo cometí una falta ya que mis palabras, espada inmaterial ungida con ternura y todo aquello que pueda hacer a un hombre un siervo del bien, se clavaron sádicas y oscuramente en las tripas de un hombre que la daño profundamente. Soy amante de su sonrisa pero mas aun de aquella luz que desprende su mirada cuando se encuentra en un estado de gran felicidad. Mis palabras fueran hechas para dar esperanza, consuelo y consejo a su alma, y sin embargo yo fui infiel a ese voto de caballero...- por un momento parecía que iba a decir algo mas pero nada mas salió de su boca.
El sacerdote se quedó por unos momentos en silencio también mientras reflexionaba. Era una confesión extraña, desde luego, pero comprendía que muchas veces los hombres de la tierra y algunos hombres que viven en los cielos sentían el temor de haber hecho algún mal. Peor, a su parecer, era terminar con una vida humana que tuviera una larga vida por delante o acortarla mas de lo que era necesario para los deseos de Dios. Aquel confeso estaba claramente preocupado por haber matado en su cabeza a un hombre que había dañado a una mujer excelente que había provocado unos sentimientos tan inquebrantables como su juramento mismo, el cual el confeso veía roto pero él le haría ver que no había sido así.
-Hijo, la venganza es un plato que se sirve frío pero también acompañado de sabores amargos y dolencias posteriores en el alma y sobretodo del vacío que supone haber cumplido dicho cometido y no saber que seguir haciendo. Pero tu cuentas con una fortuna con la que pocos hombres y mujeres vengativos han contado: el motivo de tu venganza está vivo. Has querido darle a esa mujer algo que necesitaba, le has ayudado a cortar los lazos que lo unían con aquel ser impío. Admito que consagrar las palabras a la luz de otra persona es algo que a veces resulta arriesgado pero por como hablas de ella, por lo poco que deduzco es una buena mujer. Pero sin pretender desviarme hijo, una muerte simbólica es mil veces mas fácil de expiar que una muerte física o espiritual. Las venganzas y el asesinato no llevan mas que al dolor y la culpa. Algo me hace deducir que ella sufrió pero tu sufriste igual o mas que ella al ver que el motivo de tus devotos rezos nocturnos fue mancillada con manos de arrogante pecador, malvado y poco deseoso a ser sacado de esa senda de oscuridad.-Dijo el sacerdote sin pretender nada mas que completar la imagen que poseía en su cabeza toda la situación. Sabía de eso, a fin de cuentas vio morir a todos aquellos ángeles de menos de diez años cuando el orfanato se quemó en el momento de la gran guerra.
-Ella trato de ayudarle mil veces padre...trató de aportarle un poco de su luz pero ella se entristecía a cada momento que pasaba. La hizo soñar, ilusionarse para romper todo aquello en mil pedazos que a mi me llenaron de dolor con cada lágrima que derramaba sin ser estas de su mas excelsa felicidad. Cada cosa que me contó, y ni imagino tantas que guardó y algún día me cuente para desahogar mas su dolor y estar plena de forma espiritual, es una llamada a terminar con la vida de ese maldito. Pero como vos dijisteis, padre, la venganza solamente entraña dolor. ¿Que creéis que debo hacer con mi alma y mis juramentos?.-preguntó y por un momento la voz se tornó angustiada pero al mismo tiempo aceptaba todo aquello que se le encomendara.
-No hagas nada que no quieras hacer hijo. Eres un ser que deja claras las intenciones para con ella, que se siente entregado a todo lo que compone a la mujer de sus sueños. La has visto sufrir, la has escuchado llorar y si ella es celosa de sus lágrimas, entonces estás haciendo correctamente tu trabajo, cumples con tu deber primero de amigo y luego de todo aquello que ella te permita. la respetas, la deseas, la amas. Pero ante todo la respetas, la admiras, la contemplas con los ojos del corazón y del espíritu antes que con los de la cara. Le has brindado algo fuera de lo normal pero se los has concedido para dar un motivo de calma a las tormentas de su espíritu. Creo que estás limpio de toda culpa pues nadie ha padecido sufrimiento, nadie ha extinguido su vida. Has actuado de forma sabia, consecuente. Tu parte oscura vio la luz por unos momentos, pero la puedes combatir practicando el bien, orando cada noche con su nombre en tus labios y en tu corazón, escribiendo para su sonrisa, para su luz. Si uno de cada diez hombre fueran como tú, quizás el mundo sería un lugar mejor. Te arrepientes y admites tus errores; y deseas corregirte y hacer feliz a alguien que no eres tu. Puedes ir en paz hijo, si bien tus creencias son otras yo te deseo que el Señor te guíe por su senda mas luminosa para que alcancéis ambos la iluminación. Todo aquellos que la haga feliz que te haga feliz a ti... y que Dios y todos sus ángeles os protejan. Puedes ir en paz hijo...
-Gracias padre. Haré una donación privada ahora mismo solamente para agradecer estos servicios que me ha prestado el mas fiel siervo de Dios.-Y sin mas se escuchó la puerta abriéndose y segundos después el silencio precedido de un aleteo.
El sacerdote se puso en pie y no pudo evitar la prisa al salir y mirar a todas partes. Nadie estaba presente mas que él y Jesucristo en su cruz, que observaba los bancos vacíos y ya no tan llenos de feligreses cuando tocaba la misa. Se dirigió a él y se arrodilló para para preguntar si había obrado bien cuando reparó en que los ojos de este se dirigían, sorpresivamente, a un punto concreto y en su rostro había una pequeña sonrisa. Santiguándose siguió aquella mirada hasta donde se encontraba el rosetón. Este estaba perenne, sin rotura alguna pero justo en su centro, debajo de la cruz de Cristo, se encontraban una pluma y una rosa azul cruzadas.
Justo en ese momento, lejos de ahí, la Luna hacía su aparición pues había terminado de peinar una larga cabellera hecha de noche y luz, perfilándose en su liz un ser alado que volaba para desear as buenas noches al motivo de sus oraciones.
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