Nervioso. Su estado anímico era de nerviosismo puro al estar tan cerca de ella, mirando sus ojos negros, profundos, hipnóticos, que dejaban una huella en el alma. Contenía todos los arrebatos posibles y dejaba que el aliento entrara y saliera por su nariz y boca lo mas relajadamente posible. el sol empezaba a salir en ese mismo momento y desparramaba su larga cabellera de rayos dorados sobre la superficie del gran lago, en cuyas aguas tranquilas se reflejaban las montañas rodeadas por un bosque. Los árboles se mecían, unos acercándose a los ojos como si fueran personas murmurando entre sí, cuestionando que tan correcto sea el desarrollo de la escena que se llevaba a cabo. Algún pájaro en la lejanía estaba comenzando a afinar las cuerdas vocales mientras el ser observaba los ojos de la dama mas bella del mundo. Eran unos ojos especiales, realmente poderosos, que dejaban el corazón y el alma vulnerables, los sentimientos expuestos, las emociones se agolpaban en la garganta; en algunos casos hasta corrían las lágrimas por la emoción de tenerla frente a frente.
Sus bonitos ojos fueron los supervisores desde cierta distancia de una sonrisa que se fue mostrando poco a poco en los rostros de ambos. El reflejo del agua que llegaba alcanzar los árboles mas cercanos, inclinados como si estuvieran atentos al movimiento de las profundidades acuáticas, también alcanzaba la superficie de dos grandes alas, arrancando aun mas reflejos que daban a la escena una lluvia de brillos visible desde muchos pasos de distancias. Los animales no sabían si acercarse o alejarse de aquella escena, pues se sentían fascinados ante el brillo de las alas de aquella extraña ave que tenía cuerpo humano, alas de pájaro y mirada de niño, de fiero guerrero, de hombre sensible en extremo que podría quebrarse en cualquier momento, de taimado pensador pero ante todo de mortal. No era mas especial que muchos otros hombres buenos y malos, viles y honrados , hubieran pisado la tierra que ahora pisaban ambos. Su mirada era el motivo de miles de líneas, de cientos de versos, de caricias infinitas dadas en la oscuridad a un rostro invisible con el cual soñaba hasta bien entrada la mañana. Pero sus ojos...
Su mirada era el todo y la nada mas absolutos. Todo lo reflejaba y nada quedaba indiferente ante ella. Dos espejos de obsidiana que devorarían al mas pintado, que acobardarían al mas fanfarrón de los hombres o a la mas mentirosa de las mujeres. Dos lunas llenas de color oscuro que no ocultan nada a la vista de los que saben leer la mirada pero prometen todo un océano de secretos para quienes ignoran el misticismo ascético que promueve la luz de aquellos ojos. No eran baldíos de emoción y no despreciaban la mínima mota de conocimiento que pudieran leer. Enmarcados en aquel rostro jugaban el papel fundamental en el juego de la armonía mas perfecta; eran capaces de mezclarse sin desentonar con los colores de la sutil seducción, de la maternal ternura o de la mas elocuente verdad; colores que no son colores, igual que la perfección imperfecta de la dueña de aquellos ojos mágicos.
Dejaba mucho que desear todo aquello que pretendiera parecerse a aquellos ojos tan llenos de luz, tan cálidos, tan aterciopelados en su mirar. No se podría perder aquel ser tan encandilado con ella en un lugar tan maravilloso como sus ojos. Quizás en el resto de su cuerpo, un templo de secretos placeres. Todo lo contado hasta el momento era nada para él, un poeta para unos y sencillo amigo para otros, que ahora olvidaba todo lo malo del pasado para centrarse en su belleza, en ese momento preciso donde sus manos rodeaban su cintura y se fundía con ella en un abrazo que ojalá durara toda la eternidad en la que poder susurrarle palabra a palabra, gesto a gesto, cada una de las ideas que había tenido sobre ese momento, sobre ese preciso instante en le que por fin tendría la oportunidad de apoyar la mejilla sobre lo alto de su cabeza gracias a su baja estatura, poder sentir el aroma de su cabello sedoso y negro, de su piel suave y tersa, cálida. No pudo evitar un estremecimiento de emoción, de incredulidad por lo perfecto de esos segundos que quizás se convirtieran en minutos.
Entonces todo se quedó congelado en un sentido casi literal de la palabra. Todos los acontecimientos alegres y tristes de su existencia dejaron de tener sentido en su continua lucha por reinar en el alma de aquel supuesto poeta. Las mariposas y las aves de vivos colores se quedaron paralizadas en pleno aleteo o en el mismo momento en que observaban algo desde sus ramas y nidos; los vientos, siempre tan impredecibles adoptaron la mas sosegada de las calmas dejando cada brizna de hierba y cada flor completamente inmóviles. Al mismo tiempo cada uno de los elementos que les rodeaban, cada hijo de esos cuatro elementales básicos, parecían contener el aliento, como si esperaran algo tras ese instante que podría ver nacer y caer imperios sin perder siquiera un poco de todo su elegante y romántico lustre. Solamente se movían los corazones, siempre al mismo son y tocándose a través de las pieles y de as ropas o la distancia.
Solo podría describirse el corazón de ese supuesto poeta en unos pocos trazos. Sus emociones eran complejas, un cúmulo de ideas, de planes, de deseos, de sueños que no casan los unos con los otros pero tenían el sentido necesario como para no sumirlo en la mas absoluta locura. Cada latido antes de aquel instante fue una plegaria y un paso para llegar y ahora era un tributo, un pago para poder quedarse por siempre abrazado a ella, que nada los separara en esa vida o en las que siguieran. Su corazón se estremecía una y otra vez ante su cercanía, dechado de virtuosas sensaciones que cumplían todas las expectativas. Era un corazón difícil de perturbar en su constancia pero que la mujer que se encontraba entre sus brazos podía matar a voluntad si ella así lo deseara, ya fuere por exceso de estímulos o por exceso de alegría. Aquel corazón estaba llameando por dentro, convirtiendo la sangre en la va que recorría todo el cuerpo, quitando el frío de la oscura soledad para llenarlo de su luminosa compañía. La adoraba por encima de casi todas las cosas, la alababa de la mejor de las maneras recitando su nombre en bellos poemas. Cada palabra que ella pronunciaba era una campanada de victoria, un sueño cumplido, la ausencia de una derrota, la marcha de una tristeza que abandonaba el lánguido caudal de la existencia.
Cuando ambos se volvieron a mirar a los ojos mil noches y mil días habían pasado; los imperios habían nacido y muerto hacía siglos y los hombres habían engendrado generaciones y generaciones. Los primeros árboles desaparecieron o se hicieron mas altos y fuertes, la hierba dio paso a las flores mas bellas de los materiales y colores mas fascinantes. La Luna preparaba el peine de plata y el sol se ocultaba entre dos colinas como las que subían y bajaban en medio de aquella cálida y femenina respiración, No reparaban en nada mas que no fuera los ojos del otro. Ella observó a su acompañante dejando una mano elegantemente sobre ese corazón incendiado, devoto hasta la última gota de sangre y creyente sin duda alguna sobre el cielo en la tierra. fue subiendo la mano hasta acariciar suavemente su rostro, sin perder de vista esos ojos que la adoraban, que la necesitaban, que bebían de su mirada.
Y ese instante se volvió a congelar.
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