En un lejano lugar de un tiempo y espacio totalmente desconocido, se encontraba una habitación muy particular. Dicha estancia se encontraba atestada de imágenes que reproducían escenas llevadas a cabo entre parejas de amantes, algunos consistentes en humanos siendo seducidos por los mas bellos demonios. Por un ventanal se colaban nada mas y nada menos que tres lunas de un marcado tono rojizo que despertaba en el ambiente la musicalidad del placer. A pesar de estar cerradas las ventanas, en los alrededores se apreciaba el aroma de la lujuria liberándose por esa luz carmesí. Los instintos volvían a sus orígenes animales en los que el ser humano perdía toda piedad y no pensaba en moralidades o éticas inútiles para seres como el que justo entraba por la puerta.
Sus ojos verdeazulados se colocaron sobre el cuerpo de su víctima, yaciente e indefenso en una gran cama hecha con perfecta elaboración artesanal. Las curvas de su voluptuoso cuerpo no ocultaron el regocijo de ver a ese hombre, condenado por un gran crimen imperdonable, ahora totalmente suyo por un periodo de siete días que sin duda no iban a ser suficientes para todas las ideas que tenía en mente, a cada cual mas perversa, oscura y placentera para ella; o quizás para ambos. La luz de las tres lunas le daba a esa depredadora un aspecto bastante siniestro pero al mismo tiempo la dotaba de un aura acorde a la de una divinidad del placer devastador placer, porque el placer puede devastar cuando se ignoran los límites.
El condenado estaba asustado. La idea de estar atado era algo realmente contraproducente para lo que sus estándares del placer suponía. Si bien su mente perturbada había soñado con ataduras, estas desde luego no estaban en su cuerpo sino en la de alguna amante imaginada o quien sabe si real. Aquel criminal (porque cometió un cruento crimen) estaba a punto de recibir el castigo. Nunca su crimen sería revelado pues no existían palabras que pudiera describir con precisión la gravedad de sus actos.
La criatura lo observó y de pronto se estaba abalanzando sobre su presa, desnudando ambos cuerpos y dejando que las pieles se rozasen mientras ella susurraba cada uno de los planes que tenía para aquel ser deplorable que hoy recibiría todo el peso de la justicia. Sus curvas se apretaban con con toda contundencia contra el torso pálido y desnudo, creando consecuentes y caóticas reacciones en su cuerpo, y es que no se podía negar que aquella escultural dama nocturna poseía las formas mas idóneas para el pecado mas perfecto. Desde su cabello liso hasta la punta de los pies eran una invitación a ser besados, acariciados, lamidos, a hundirse en todas las fantasías que cualquier mente caldeada pudiera idear.
-Por fin. Ahora eres solo mio delgadito buenorro.-Dijo la lujuriosa dama sin ocultar sus intenciones mientras deshacía poco a poco las inhibiciones conservadoras de su presa con besos a lo largo de todo el cuerpo, sin dejarse un solo centímetro de piel por el camino, de esa piel blanca y algo fría en un principio que ahora irradiaba ese calor tan característico de la excitación.
-Por esta semana... y al parecer tengo otros deberes que cumplir, querida.-Dijo la presa, atreviéndose por vez primera a hablar, mas cuando lo hizo, fue dicho con toda confianza y sin un atisbo de temor. Era la voz de alguien que acepta su condena abiertamente. y si bien no hay nada mas peligroso que un hombre sin miedo a morir, este no era el caso pues el futuro cadáver se encontraba atado, aceptando el plancetentero y lúbrico destino que le aguardaba.
-¡NO! eres mío para siempre y podré...podré....-la mujer no terminó la frase pues se encontraba en un estado casi rayano en la locura. Frotñándose contra su cuerpo, mientras devoraba su cuello y el lóbulo de su oreja, la criatura le preguntó con una sensualidad que estremecería hasta al mismísimo San Pedro.-¿Unas últimas palabras antes de que se ejecute la sentencia?
Tan abrasados por dentro como estaban sus pensamientos, el condenado no tuvo tiempo antes de que una boca voraz como el mismísimo Leviatán se lanzara sobre la suya y lo besara con una pasión desmedida en lo que ambos cuerpos se unían en un lugar mu distinto entre sus bocas. Sus besos eran de fuego puro, de lava incandescente, de hierro fundido cayendo con aplomo en el molde que daría forma a una música tan antigua como el mismo mundo; o es sucedería cuando dejaran respirar al culpable del crimen. Lentos o desmedidamente rápidos, sus besos eran un constante asedio para sus sentidos. Y en el sur unas caderas con una curvatura perfecta se movían con ansias, con sed y hambre de lo que entre sus piernas estaba devorando lentamente unas veces y con frenesí casi animal otras.
La criatura oscura estaba exultante, casi diríase que gloriosa mientras se movía salvaje, indomable con ese pobre diablo entre sus piernas, brindándole sin remedio un placer largamente perseguido, anhelado y que hasta el momento nunca había experimentado por parte de aquel que se encontraba atado, el cual deseaba poder participar de forma mas activa pero parecía una estipulación de la sentencia el no poder defenderse adecuadamente en aquel campo de batalla horizontal. Los ojos verdeazulados se clavaron en los orbes ni por asomo tan bonitos pero igualmente abiertos de par en par, mostrando a ese caballero caído en desgracia la visión de esa parte del infierno dedicada a uno de los pecados mas cuestionados de los siete yerros capitales. Las tres lunas iluminaban uno de sus perfiles al entrar todas por la misma ventana que daba a un espacio extraño habitado por extrañas criaturas, apartado del resto del mundo para que nada los molestara. Para que nada molestara a la depredadora lujuriosa que se cobraba a su ansiada víctima.
Los cuerpos en tensión fueron una deliciosa alerta para avisar de que aquel punto y aparte llegaría pronto, haciéndolos estallar prontamente en placer, liberando toda una retaíla de de lascivas expresiones sin un significado concreto, sencillamente el reducto verbal por la cual el placer de la lujuria reinante se liberaba por la grandeza de aquella sensación. Los fluidos mas íntimos se mezclaron y fueron la firma de que el primer encuentro de tantos que se darían a partir de ese momento por un periodo de siete días...
Los ojos de la criatura oscura resplandecían triunfales, excitados, extasiados por haber por fin completado aquel ciclo que necesitaba como si fuera el aire que los sencillos humanos como aquel respiraban. Aunque poco duró la diversión pues cuando se acercaba el momento de una segunda vuelta, de un segundo asedio a la cordura y la decencia, las sombras envolvieron a a la presa y se lo llevaron de ahí, dejando en el ambiente el aroma de las dulzón libertinaje y un rugido de rabia.
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