Las cortinas, impregnadas de detalles tan ínfimos como fascinantes, al igual que los tapices y los libros de las estanterías, se abrieron de paren par revelando un día por llegar y quizás muchas experiencias que vivir. Cuidadosamente la brisa llegó desde el norte para poder promover el baile entre las hojas de los cerezos, cipreses, pinos, castaños, eucaliptos y un sinfín de árboles, narradores en ocasiones de historias milenarias. El sabio ululato del búho dio paso a los alegres cantos de pájaros salidos de muchos cuentos, fantasías, historias, tratados antiguos y demás orígenes. Volaban describiendo desde el mas simple de los círculos hasta intrincados recorridos que nunca eran el mismo. Entre las ramas se movían las ardillas y descansaba algún murciélago sin tiempo para llegar a la cueva en la que reposaban sus familiares. Un lobo paseaba entre los árboles, olisqueando en busca de sustento para sus cachorros a la parque un responsable zorro se afanaba en lo mismo. Pasaban entre los refugios de las hormigas y bajo colmenas de abejas, que junto a las termitas, cigarras y los sempiternos grillos, representaban en extracto mas pequeño aunque también mas variado de la madre naturaleza.
Entre todas esas muestras de formidable color y la maestría de la naturaleza para crear tantas formas de vida similares y distintas, Dos ojos negros se descubríeron tras el fino telón de unos parpados dubitativos a la hora de separarse y revelar tan bello tesoro al mundo. La negrura y brillo del plumaje de los cuervos no se comparaba al de sus ojos y su cabello era una extensión que la noche dejaba como testigo de su presencia en un tiempo no tan lejano; apenas unos pocos minutos. Los dulces cantos de los pájaros fueron una alegría para los oídos de la dama, estirándose justo en ese momento a la par que sus labios emitían un quejido que iba in crescendo hasta hacer vibrar todo el entorno que la rodeaba. El cabecero de la cama, bellamente decorado con motivos florales había sido la sujeción a la realidad en lo que aquel caballero de apasionadas intenciones predicó a lo largo de su piel tras la caída del sol. Una sonrisa se extendió por su rostro cuando unos dedos se deslizaron suaves como un suspiro a lo largo de su vientre y subieron hasta posarse en su rostro. Sintió la presión de unos labios contra los suyos. Recibió a su amante con similar ternura, amoldando los labios y causando un encuentro entre los alientos.
Abrió los ojos a la par que se separaban las bocas y unos ojos la observaban con infinita ternura, dejándose mimar por unos dedos blancos y nada fríos, todo lo contrario, llenos de una calidez que parecía que solo emanaban cuando era su piel la que recibía todas las atenciones. Ella se volvió a estirar, a punto de soltar otro rugido cuando un suave sonido de placer interrumpió la fabricación de tan deliciosa nota, al notar una tibia boca besar su cuello, rodeándose ambos de la presencia del otro. Embebidos en suaves caricias, se dejaron llevar entre sensaciones de dulce placer y pecaminosa y tentadora provocación. Una cacería donde dos cazadores se convertían en presas, donde primaba una exquisita igualdad:
-Mi caballero.-Susurró sensual la criatura mas bella sobre la faz de la tierra, aquel ángel que incitaba con sus maneras y suaves, calidas caricias a cometer muchos tipos distintos de pecados. Buscó sus labios pero estos comenzaron un lento descenso hacia terrenos conocidos pero demasiados fascinantes para visitarlos solo varias veces en una sola noche.
Y ahí, entre rosas azules,
poemas susurrados al oído
en medio de una lluvia
de tiernos suspiros capaces
de derretir el hielo mas frío,
como garras de aves rapaces,
los amantes se unieron de nuevo.
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