Un suspiró quebró la noche, aquel silencio se había rasgado lentamente, dejando de lado toda la tranquilidad de la madrugada para levantar poco a poco una melodía de roces y notas tan antiguas como placenteras. La dama que se entregada al hombre dejaba entrever en aquellos intensos ojos una luz tan brillante como pícara. Bajo su corto vestido se adivinaba el destino final de una mano fuerte y decidida que rodeó un perfecto y torneado muslo hasta una retaguardia muy bien formada. Las manos se alzaron para entregarse a los gestos de deseo, a las intenciones maliciosas de un amante que ahora era solamente una delicada bestia, el conquistador de una tierra indómita, de un territorio inexplorado hasta esa noche.
A veces el cabello de ella era rubio, otras veces negro como la noche mas oscura y alborotado como una tormenta de invierno, o castaño como las hojas de otoño. Sus labios eran finos o carnosos, de esos que piden a la fuerza un beso robado o consentido ante uso ojos rasgados o redondos, grandes y tiernos o mas fríos que el hielo, con poco o mucho maquillaje. Aquella mujer podría ser la representante de los cielos, del infierno, de la gloria y una dulce maldición para la cordura mas estructurada. las caderas se pronunciaban con la energía de tierras tropicales o se calmaban entre notas de música ambiental, como una orquesta de ángeles que pretendiera luchar contra esa multitud de fuerzas combinadas en una sola persona. Un risotada que sonó cálida acompañó a dos manos a atraer a su afortunado amante, al objeto de aquel deseo irremediable que cargaba inocencia y desesperación a partes iguales.
Las manos del hombre fueron eficientes. En aquellos ojos de la mujer se veía timidez, vergüenza que de pronto pasaban al atrevimiento mas desmedido y una mano fina paseaba entre las fronteras del pudor para perderse entre los abismos del placer por descubrir. La boca de aquel afortunado paseo por un cuello fino, que podría portar las joyas mas exquisitas, que palpitaba con toda la sangre circulando por aquel cuerpo de pecado inestable en sus formas así como en el carácter que encerraba. El hombre también cambiaba; a un cabello rubio le surgía uno moreno y seguidamente otro de color del fuego. las imperfecciones de ambos iban de aquí para allá y la barba de uno parecía convertirse en los abultados senos de la otra cuando esta desaparecía.
Las pieles se entremezclaban. De una fascinante palidez se pasaba a un sensual y exótico moreno criado por el sol o por la propia raza. Los músculos se contrarían y un movimiento fluido le siguió a otro, a aquella amazona que ahora paseaba sus manos por aquel torso delgado y fuerte, peludo y desprovisto de cualquier cabello. Los labios de ella sonrieron y dejaron salir el mas suave de los gemidos, como una nota de timidez que pronto se convirtió en un beso airado, furioso, rabioso, lleno de un veneno mortal para los sentidos. La violencia le surgió, de la ternura se pasó al deseo, la pasión la lujuria, las manos de aquel hombre al principio acariciaban, luego agarraban y mas tarde casi arañaban aquella fiel tan delicada y curtida al mismo tiempo.
Todo era distinto a cada segundo, esos dos cuerpos solo se distinguían por el sexo, el dominante pasaba a sumiso y la dominante amazona se volvía tímida y delicada como un papel hecho ceniza. Giraban por aquella cama que luego era un camarote de barco, mas tarde un descampado y después un lugar entre las rocas del mar, a la parque este último y las caderas de aquella mujer batían con violencia contra ese cuerpo fuerte y frágil, causando embate tras embate a un corazón romántico y frío, sereno y apasionado. Los ojos verdes, negros, morados, naranjas del hombre paseaban por las formas de aquella mujer que le devolvía esa mirada ya mencionada, pícara, dulce, tímida, lujuriosa entre danzas suaves y delicadas hasta que uno tomaba las riendas volvían a girar. La boca de aquel caballero fue entonces bajando hasta los profundos secretos de la aquella mujer dichosa y maldita. Unas manos taparon el sonrojo de un rostro redondeado para dar paso a uno determinado a sentir placer, pálido y algo mas delgado. Las manos exploraron las propias curvas para dar de lleno con el cabello de su príncipe de la noche que devoraba con ansias bajo el contraído vientre de su princesa luminosa, de su criatura tímida, de aquella reina del hielo y la noche. del sol y el fuego.
La mujer se arqueó ante lo que aquella boca de labios tan dulces y esa lengua tan hábil provocaba y despertaba por todo su cuerpo con apenas unos lentos movimientos nada constantes, que se volvían rápidos, enloquecidos, ansiosos. la mujer reía y lloraba de placer, sentía los nervios a punto de explotar, el cuerpo a punto de fundirse y su mente se derrumbaría pronto. Sus manos tocaron aquel cabello corto, largo, negro, rubio, liso, rizado, negro azabache y tiró de el para encontrarse de nuevo con aquellos labios, esa boca tan dichosamente hambrienta, insaciable, dotada de esa lengua capaz de esculpir placeres como el cincel del dios que creó a las musas de los poetas, de los escritores y cualquier soñador.
Ella finalmente alcanzó aquel delicioso éxtasis, ese clamor final a los cielos de que ese hombre le pertenecía, de que era suya por siempre y el caballero miserable, ese sádico poeta fue lentamente deshaciéndose aquellas largas y finas piernas que luego se transformaron en un tierno y cálido abrazo.
-Te amo, te odio.-Susurraron ambos, boca contra boca antes decaer dormidos.
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