En la noche mas fría de todo el año y movidas las cortinas de algunas de sus habitaciones de ventanales entreabiertos, se asomaba un castillo entre la bruma nocturna. La niebla densa de esa estación llena de tristeza y oscuras intenciones era un manto blanco que precedería a la nieve del frío invierno que ya estaba mas que aposentado pero parecía reticente a dejar la caer los primeros copos del año. Sus piedras negras podría contar miles de historia en las que el sexo y la sangre, el dolor y la agonía o las fiestas y las orgías se entremezclaban en miles de matices y combinaciones de espanto y a la vez cargadas de una fascinación inaudita para cualquier mente humana que se encuentre medianamente cuerda en este mundo asolado por locuras sin fin. Un silencio se cernía sobre el páramo sombrío, la vegetación muerta de los alrededores apenas despuntaría un poco antes de la caída del siguiente invierno. De todas formas nadie prestaría su vida para la exploración de la flora que crecía en los alrededores de ese lugar. Los gritos no permitirían a ningún herborista hacer algo digno y decente de su trabajo.
De los cientos de ventanales, ojos de buey y ventanucos destinados a inyectar un poco de luz en esas negras y tétricas entrañas de pasillos galerías, solo en uno de estos pequeños accesos que muchos recomendarían como poco útiles para acceder a las habitaciones si no bien la puerta sería mas sencilla de usar, la luz salía al exterior. Era una luz tenue, se podría deducir que de una chimenea. Una chimenea grande efectivamente estaba empotrada en una pared de la gran habitación en la que se encontraban dos figuras. Ropajes ni muy elegantes ni muy humildes, lo que sería definido como algo ´´normal´´ ante sus ojos. En sus rostros la contraposición mas obvia y capaz de lograrse entre dos personas. Las facciones de un caballero de rostro afilado estaban expresando en ese momento un infinito placer cuando sus dedos presionaban la parte sangrante del brazo de una acompañante femenina de delicado y bello rostro. Sus ojos negros y rasgados, los cuales le conferían un aspecto algo gatuno ante la imaginación de su torturador, emitían unas lágrimas, una de las múltiples formas de expresar el dolor que en esos momentos el cuerpo de la dama estaba experimentando. Los gemidos y los gritos contenidos estaban siendo un regalo para los oídos del dueño de un objeto afilado con la cuchilla adaptada para hacer cortes limpios en pieles mas o menos duras. Mas la piel de esa dama era delicada y fina, blanca y deliciosa al tacto, los labios y el olfato. Ese olor natural de la piel humana aderezado con la esencia y la especia mas fuerte del dolor le daba un aspecto que sinceramente era muy difícil de ignorar.
Deliberadamente en medio de su casual conversación el caballero de negro corazón pasaba los dedos por Unas heridas u otras con ánimo de causar un dolor que la ´´victima´´ no escondía en ningún momento. Un siseo hacía sonreír de vez en cuando al dueño de ese castillo negro como su alma. Era delicioso sentir como ella movía los dedos para relajar la tensión pero apenas lograba nada. De todas formas eran amigos? sí, y no saben como. Se querían? también, desde luego, los amigos se quieren. Perfectos amantes sería ellos. él proponiendo formas d hacerla sufrir, ella aceptándolo dentro de unos cánones. Sencillamente perfecto. Un dedo en una herida, un grito agudo, un gemido de dolor y una sonrisa complacida, satisfecha por la obra que llevaba a cabo en ese cuerpo. Una nariz que pasea por el cuello, un aroma que se cuela y un cuerpo que se estremece ante esa esencia, ante un dolor que de tan intenso que es, se puede detectar al otro lado del castillo, un reclamo perfecto para ese ser atormentado que disfruta de hacer sentir a su acompañante sensaciones tortuosas sin fin, desde un respeto y una afinidad pocas veces logradas. Y la poesía imperante.
Escrita de mil formas en miles de momento,en mil idiomas y con mil significados la piel de la dama estaba marcada por intensas y trabajadas cicatrices, bellos recuerdos que el poeta que estaba a su lado recordaría. Cada contracción de los músculos ante el dolor que el deliciosamente le proporcionaba, La piel rasgada, la casi incapacidad de hablar cuando el le solicitaba alguna respuesta a preguntas aleatorias que pasaban por su mente. Nada fuera de lo normal salvo las cicatrices y el dolor. Siempre ese dolor intenso que gustaba de causar en ella, sin saber ni como ni porque pero estaba seguro de que otras lo decepcionarían hasta limites insospechados. Era puro amor. Amor al dolor de ella. Cada gemido y cada grito eran tan dulces como los ´´te quiero´´ de una amante o de una novia. Cada lágrima sabía a mil veces mas gloria que la sangre de su adorable y bella acompañante. Sentía unas ansias casi enfermizas de poder comenzar a incendiar en sangre y dolor su espalda o quizás quien sabe las piernas o el otro brazo después de terminar con el otro. la idea lo llenaba de gozo y para que negarlo de excitación. Otra aspiración. Otra sobredosis de su dolor.
Entra en escena el rojo hierro, candente por los minutos en la fragua para que su calor sea mas que condenatorio y suficiente en el arte de dejar una impronta inolvidable en su improvisado lienzo humano. Los sentidos se disparan en ese momento. Los ojos se desencajan por la excitación de ver ese cuerpo tan elegante desgarrar las cuerdas vocales, patalear quizás. removerse desesperada, llorar, por supuesto, hasta que los ojos se sequen y el tenga que sacárselos pues quizás no le resulten útiles nunca mas. y ella lloraría sangre. El escalofrío de placer que le recorrió el espinazo ante eso fue mas que notable. Ese hierro al rojo sería la culminación del segundo proyecto lanzado hace un tiempo, Unos escaso días interrumpidos por desapariciones repentinas. Pero que terminaría desde luego. Se quedaba pensando el caballero que si se movía la obra quizás quedara mal. la tendría que atar a la cama quizás o meter su brazo en una prensa para sostenerlo bien. De nuevo otro pensamiento mas de como hacerla sufrir, de como llenar sus oídos con la deliciosa sinfonía de sus gritos de dolor, su olfato con ese mismo dolor y el olor a carne quemada seguramente no lo desagradaría. Los lobos aullaban y la luna estaba roja, el vello de la nuca estaba de punta
Un hierro al rojo con la letra Fi se acercó a su muñeca. Unas pocas palabras, una risa nerviosa ante lo que iba a suceder. La mirada de ella ea temerosa y en un amago de cordura y sentido común serpientes de cuero ataron a la joven y elegante dama. Tobillos finos, unas piernas largas como un día sin pan y bellas como sílfides en sí mismas, el bonito y destacable busto cubierto por ropas holgadas con otra cinta de irrompible cuelo por debajo de este. Manos y brazos amarrados. El hierro mientras tanto descansaba en la forja y entre palabras sobre romper huesos y demás se fue calentando hasta que su tonalidad pasó de rojo a blanco. La excitación embargaba al sádico hasta puntos en los que le era difícil ocultar algún gesto casi incestuoso de cara a esa hermana de aficiones y gustos que disfrutaba tanto como él lo que se experimentaba en esa noche. Tiempo había tenido ella de secar sus lagrimas y de dignamente colocarse cuan reina en el pequeño asiento. Su rostro estaba algo contraído pues las tiras de cuero pasaban por sus otras heridas. De ser otra persona la dama ya estaría mas que violada y desgarrada en su interior y exterior por miles de lacerantes cuchillas que buscarían dolor y suplicas de muerte por el fin de al agonía. El hierro al blanco de nuevo en la mano del torturador que tanto anhelaba ese néctar invisible que se deslizaba por las fosas nasales para embotar su mente con miles de imágenes. Las miradas se encuentran. Dos risas estallan en la habitación hasta que el hierro se estrella contra la muñeca de su bella acompañante y entonces el grito y los movimientos espasmódicos se suceden ante las oleada de dolor que le siguen en ese doloroso peregrinaje voluntario y morboso. En su interior los demonios del caballero negro bailan una danza macabra y su parte buena que algunos han tachado de angelical mira morbosamente, regodeándose en un dolor contra el que debería sentir asco pero que no puede evitar mirar con fascinante interés. Las lágrimas brotan como locas mientras la marca se hace algo mas notoria a cada segundo que pasa el hierro en la piel de la torturada víctima. Tres segundos se hacen una eternidad y a la vez demasiado cortos para los que ahí habitan, en medio de esas paredes que sangran placer cuando los gritos de ella excitan toda la estructura y los alrededores. El dueño de esas paredes contempla extasiado, hipnotizado y con unos dientes afilados como cuchillas el rostro de ella, como se desvanece casi por el dolor, como no puede moverse y como se retuercen todos sus sentidos ante sus ojos por ese dolor lacerante que se causa en sus oídos y que por motivo tiene el espantoso chillido de su adorable amiga. Cuando el dolor remitió lo suficiente para que pudiera articular unas pocas palabras siguió una conversación suave. Las correas desaparecieron y de nuevo la cama apareció, ahí se tumbaron y el olfato agudo de ese sádico caballero recorrió el cuello aspirando el aroma del dolor, extasiándose por esa y otras noches con la esencia del dolor. Era realmente adictivo sentir ese aroma que pronto volvería a experimentar sus sentidos. Ya estaba acordado de antemano.
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