domingo, 25 de marzo de 2012

El baile


La noche despejada dejaba entrever todo un manto de oscuridad que sería total de no ser por la luna y sus hijas las estrellas que robaban los suspiros incluso del mas frío ser, inculcándole la sensación de pequeñez que solo algo tan poderoso como el universo puede incrustar en el subconsciente. En aquel paraje abierto de par en par a quien gustara de contemplarlo y a la vez restringido para muchos y permitido para pocos la brisa se hacía notar con leves caricias en las que se trasladaban los mas perfumados aromas de la naturaleza, proveniente de miles de flores instaladas en aquellos lares tan bellamente dispuestos. Los árboles creaban sus propias sinfonías a través de la caricia mutua entre viento y hojas, las cuales eran la banda sonora mas bellamente enhebrada desde las mismísimas raíces de la creación del mundo hasta aquel momento. El agua de los manantiales, el cristal líquido y puro de la naturaleza, fluía con libertad por unos trechos frondosos de follaje. De aquel agua bebían un grupo de ciervos y lobos que se miraban sintiendo la tensión, como esperando a que alguien hiciera el primer movimiento para empezar la cacería. Un búho ululaba con hastío y predicaba algún conocimiento perdido o alguna historia a la que nadie, por desgracia, prestaba atención a la par que las bestias sanguinarias rondaban entre troncos y promontorios al acecho de aquellos que no fueran invitados a la fiesta. Ni una sola nube se atisbaba en la distancia y la única luz que podía verse desde el suelo era el de las ventanas a través de las cuales salía la iluminación de la sala de baile. 


La música sonaba en cada rincón de aquel majestuoso lugar, diseñado exclusivamente para promover aquello que evoque en el alma la mas vitalista sensación de bienestar llevado al máximo exponente, decorado con la mas exquisita muestra de buen gusto y elegancia. Las siete paredes de aquel gran salón de baile estaba decorado con siete grandes estatuas que representaban divinidades cuya fuerza y poder residía en cosas tan dispares como la castidad o la cantidad de martillos que se fabrican al año. La luz de la gran lámpara de araña que colgaba a varias decenas de metros desprendía una luminosidad que no era propia de las velas y tampoco de aquellos novedosos inventos llamados bombillas. Cada rayo de luz impactaba a su vez en alguno de los miles de pequeños detalles en forma de hoja que resbalaban en miles de enredaderas a cierta altura desde el techo, como si la misma naturaleza reclamara con oro ese espacio dedicado al baile y la música.  La exquisitez de la mencionada decoración exhortaba a quien penetrara a la magnificencia de aquel lugar a ir vestido acorde a todo aquello. Y ni paredes había como tal a excepción (y aun así de forma muy discreta) las que comunicaban con el resto del edificio, ya que una gruesas ramas en alternancia de plateados y bronces con pequeños frutos rojos de rubí incrustados no era sino una versión rica de todo aquello que la naturaleza ofrecía en dulzura al mundo. Las propias estatuas estatuas mostraban alhajas de aquello que suponía el tema central de todo aquello. Una oda a la naturaleza y la unión del ser humano con esta. Las fuentes alimentos ofrecían todo tipo de alimentos con los que engañar o deleitar al estomago de forma plena y gratuita. Los invitados se repartían entre las mesas, lo mas cerca de las paredes-ramas hablando de todo tipo de temas. 


Eran toda una suerte de colores en movimiento los vestidos de las elegantes damas y los distinguidos caballeros. Y toda clase de actitudes. Los dueños de comercios y grandes viajantes se empeñaban en el uso de las pieles mas suaves y caras para hacer gala de su poder, sin perder de vista aquellos posibles negocios que pudieran hacer en sociedad o en solitario a través de todo el basto mundo. Apestaban a dinero y la avaricia les consumía de una forma ostentosa y poco prohibitiva. Al lado de estos había caballeros de todo tipo, algunos pocos recién graduados en la academia o quizás unos cuantos veteranos de guerra que con pasión narraban sus aventuras y causaban el interés mas desmedido por parte de lo mas jóvenes que esperaban con ansias el día de entrar en guerra hasta que alguno de aquellos curtidos guerreros derramaba secretamente una lágrima en tributo a un compañero caído. Pero la tristeza no podía estar presente, en seguida una copa del mejor vino animaba el espíritu y las risas volvían a hacer presentes en el grupo sobre el que momentos antes se abatía la tristeza. Y las grandes damas de la corte y otras esferas de poder. Por donde se mirara todas iban elegantemente vestidas, con sus cuellos, orejas, manos, muñecas y en ocasiones tobillos decorados con las mas exquisitas joyas. Los perfumes mas caros salían de las pieles de aquellas que iban a la búsqueda de algún millonario y lo cazaran. Una dama de gran belleza, de orejas extrañamente puntiagudas, regalaba el sonido de una campana al reír. Era un sonido cristalino que hipnotizaba a los que se encontraran cerca y a traía mas de una mirada. Su vestido, en claro contraste con su blanca y tersa piel, era del color que se conocía como rojo sangre de toro, pero en su mirada se podía apreciar que de ser capricho suyo lo teñiría de la misma sangre de aquellos insignificantes humanos. Al otro lado de la sala una mujer portaba un vestido que dejaba poco a la imaginación y desprendía un aroma que provocaba estremecimientos en todos aquellos que disfrutaran de la contemplación y apreciaran los placeres que residían en un cuerpo de mujer. Las miradas de muchas de las mujeres presentes eran de una abierta y poderosa envidia. Cerca de la estatua de una dama que portaba una balanza se encontraba una mujer de aspecto poderoso que con su mirada y sus palabras disfrutaba de un sorbo de su copa antes de lanzar algún cuchillo traidor contra la memoria de alguien que no se encontrara en aquella fiesta. Los colores de los vestidos eran variados, desde los azules hasta los rosas, verdes, lilas, morados, al igual que variadas era la forma en la que se lucía, haciendo uso de sedas, linos, paños de cara factura. Algunas mujeres del norte llevaban pieles que disimulaban de su salvaje belleza mediante un excelente uso de los servicios de la cara costurería del sur. Y viceversa, pues las elegantes damas del sur y algunas zonas mas cálidas, pretendían parecer mas pasionales en sus actos para con los caballeros jóvenes o no tan jóvenes que las rodeaban. 


No faltaban por supuesto los rumores y las especulaciones sobre la naturaleza de aquella festa, sobre el motivo que impulsó a aquel ser de tan negra fama a celebrar una fiesta por todo lo alto que al momento de ver el salón de baile dejó impresionados a los mas afamados diseñadores y decoradores de interiores que también fueron invitados. La creatividad de muchos se vio retada por tan bellos detalles en los que la unión de la naturaleza y el universo era armoniosa y perfecta. Y la música parecía ser el nexo de unión perfecto, fluída como los manantiales de afuera, saliendo de no se sabe que punto exacto de la estancia. Muchos lanzaban miradas a todos lados de vez en cuando, en la búsqueda desesperada de tan experta orquesta, cuyos integrantes parecían fantasmas, pues la música era en si una esencia que se desparramaba por todo el salón como el cabello de una amante que descansara sobre el pecho de un amado que viviera por y para ese momento. Aquella música era una entidad viva, intangible que desprendía sus propios sentimientos y se mezclaba con el ambiente de forma sutil, sin modificar para nada el comportamiento de sus asistentes pero al mismo tiempo encauzándolos hacia el buen camino. La misma luz parecía desprender algún sonido cuando de aquellas hojas doradas que también te intercalaban en un verde demasiado vivo para ser metálico. Los presentes en aquella fiesta no creían posible tal espectáculo a excepción de ciertos invitados cuya naturaleza y forma de ser se había visto inmersa en una continua pérdida de apreciación de los detalles, pues se encontraban embebidos en un poder demasiado grande como para rebajar sus rostros a una expresión de sorpresa y asombro por los denodados esfuerzos del anfitrión en alegrar todos los rostros de los presentes. Los mas variados acentos, desde los fuertes acentos de las tierras del este hasta los suaves y melodiosos acentos de las tierras mas interiores y selváticas se entremezclaban en una agradable algarabía que sencillamente incitaba a interesarse por mil temas en los que todo era posible de escuchar y totalmente imbuido en la verdad y la diversión. 


Todo parecía perfecto y no faltaban, como ya se dijo aquellos rumores sobre el anfitrión, sobre su pasado y sus planes de futuro. De él se decían mil cosas, todas fundamentadas en rumores que no tenían un origen fijo. Se especulaba sobre sus tormentos y sobre sus llantos así como sus diversiones basadas en prácticas de lo mas oscuras. De él decían que tenía fobia al color negro, de ahí que no se permitiera vestir tal color en residencia. Se decía de los mil pasillos y de que en uno de ellos había una habitación con puertas de oro pero también otras tantas llenas de horrores y de hijos bastardos. Muchas mas cosas se decía de aquella criatura que habitaba en ese castillo y que terminantemente había prohibido vestir e incluso mencionar el color amarillo. Unas peticiones extrañas de un ser extraño. Aunque los invitados no eran mucho menos extraños pues los pálidos rostros y las altas siluetas de los que venían de los bosques eran mas que evidentes así como algún remedo de canto de sirena proveniente de las profundidades oceánicas. Una señorita de aspecto vivaz y muy activo estaba degustando de vez en cuando los apetecibles manjares pero insistía en preguntar por alguna bandeja de dulces. portaba un vestido morado que le hacía parecer una joven dama de la corte y algo así podría decirse pues su educación y encanto superaban con mucho a mas de una condesa de vanidosas tendencias. Aun a pesar del cielo nocturno, en sus ojos se podía apreciar el cielo a plena luz del día y algún joven se fijaba en ella, ya fuera por sus extrañas formas de comportamiento o bien por su bonita sonrisa, ante la cual mas de uno caía en secreto y pensaba los primeros versos de un poema. 


Un balcón daba al exterior y al cielo bellamente iluminado por las estrellas que guiñaban sus ojos a la dama que se encontraba solitaria en aquel momento. Sus grandes ojos oscuros habían atrapado mas de una mirada a lo largo de la fiesta y su sonrisa siempre fue la tarjeta de presentación en medio de las conversaciones que mantuvo con grandes y galantes caballeros que al momento quedaron fascinados por su belleza. El recelo que mostraban algunas damas era el que después dejaban de mostrar con hipócritas sonrisas, reduciéndolas a lo mas mínimo. Su cuerpo estaba cubierto por un bello vestido que desprendía tonos azulados de todo tipo. Su mirada poseía una luz fascinante que atrapaba la mirada y la envolvía hasta someterla a una voluntad inconscientemente superior a la de cualquier otro ser ahí presente. La brisa acariciaba su piel morena, muestra de su procedencia de una tierra llena de fuego y leyenda, suave y natural vestido de unas curvas que poseían un toque hipnótico a agitarse en medio de algún baile que cualquier caballero le ofreciera. Una sonrisa cubría su rostro. Su peinado era un elegante trabajo de artesanía de los mejores peluqueros que, con la mayor de las exquisiteces, lo hicieron caer a un lado dejando al descubierto buena parte de al espalda, el hombro izquierdo y los brazos. Desde que ella había llegado se había notado un cambio en el ambiente. La que era considerada la mujer mas bella de ese mundo parecía tener algo que hacía que los demás no lo notaran pero muchos grandes astrólogos que se encontraban departiendo sobre teorías de las estrellas a la vez que las observaban vieron que estas parecían juntarse para concentrar su luz sobre ella. Los grandes caballeros la observaban tanto o mas que a la bella dama del vestido color rojo sangre de toro,algo que no hacía mucha gracia. 


De pronto las puertas se abrieron de par en par y todos fijaron sus ojos ante el ser que caminaba vestido de negro desafiando a aquella norma sobre la prohibición del color negro. ´´Es el anfitrión´´ dijo alguien muy bajito, cuando aquel recién llegado pasaba cerca, lo que le valió una mirada que reflejaba la tristeza y al congoja mas absolutas mezclados con una ira salvaje que valió la palidez y casi desmayo de aquel que susurraba la hipotética identidad del que en efecto era el anfitrión de aquella fiesta. La música seguía sonando mientras un murmullo se extendía por todo el salón. la mujer del vestido que dejaba poco a la imaginación soltó lo que parecía el mas sensual ronroneo cuando pasó a su lado, algo que hizo sonreír levemente pero con desdén a aquel ser callado que no había dicho palabra pues algo recorría su mente y nada diría hasta que no lo soltara en el oído correcto. De nuevo se detuvo cerca de la dama de aspecto tan elegante que portaba ese sencillo pero elegante vestido morado, la cual le miró a él. Con una sonrisa mas amplia tomó su rostro y besó su frente sin meditarlo ni medio segundo para continuar su camino hacia el punto exacto: aquel balcón. No sin antes detenerse delante de la dama del vestido rojo sangre de todo que conversaba con otra dama bien conocida por el anfitrión una de las pocas capaz de hacerlo estremecer con solo su pensamiento. Si esas dos criaturas oscuras se aliaban el mundo estaría perdido pero confiaba que su castillo permanecería intacto a excepción de la desaparición progresiva de unas cuantas joyas y quien sabe que retorcida guerra. Con paciencia y la vanidad en la mirada así como un cierto gesto indiferente que el anfitrión se tragó lo mejor que pudo con la mejor se sus sonrisas, la elfa alzó su mano hasta colocarla frente al rostro del caballero de negro mostrando unos estilizados dedos, unas perfectas y cuidadas uñas y por supuesto unos lustrosos anillos a juego con el vestido sanguino. Este agarró la mano con la mas suma delicadeza y la elfa le compensó el esfuerzo y el beso posterior con una delicada y casi amigable sonrisa que habría derretido la mas férrea voluntad. El mismo gesto repitió con la dama de pálido rostro que tenía a su lado, cuya poderosa mirada sobrecogía el alma. Aun a pesar de los privilegios que suponía tener el sabor de aquellas pieles en los labios al anfitrión lo movía la urgencia y dio una banal excusa para continuar su camino y dejar a las parejas bailando alegremente. 


La encontró en ese bello balcón. un pequeño destello reflejaba una cadena en la que colgaba un colgante que representaba la cabeza de un lobo con un ojo de esmeralda y otro de rubí. Aunque este detalle no estaba a plena vista del anfitrión, él sabía que lo llevaba. la contempló en un silencio casi de cadáver recién postrado en el ataúd. No se podía creer que ella hubiera venido a la fiesta. Mágicamente unos extraños sonidos parecían flotar junto a la bella y exquisita música que hacia mover los cuerpos de las parejas de baile. Unos pasos seguros pero en los que se adivinaban miedos e inseguridades poco a poco fueron aproximando a aquel ser atormentando y que cada vez sentía menos dolor al motivo por el que se había conmemorado ese bello día. Una capa negra de pronto fue elevada por la brisa y esta pareció abrirse en dos grandes alas por un momento antes de caer lánguidamente hasta rozar el suelo con una lenta y tierna caricia, pues así había que tratar todo aquello que se relacionara con ella, con esa criatura de nombre tan apropiado a su persona. Contuvo en todo momento las ganas de correr y abrazarla de decirle mil tonterías propias de niño pequeño que se encuentra bajo el hechizo de la primera vez y la primera sensación de eso que llaman amor. Con suavidad rodeó su cintura, la fue rodeando, notó el respingo de ella al sentir aquella presencia y volvió el rostro encontrando ambos a escasos centímetros el uno del otro. La miraba con la mas entregada ternura, con la adoración que siempre se instalaba en su mirada cuando su persona cruzaba aquel pensamiento tan lleno habitualmente de sombras. Cuanto la quería por dios y por todos los dioses. Cuanto daría por su felicidad y por todo aquello que la hiciera sonreír a ella y a los que tenía a su alrededor. Aquellas dos estrellas que faltaban en el cielo se encontraban en un rostro suave, de piel tersa, carente de arrugas, con un precioso color moreno que a su vez tenía una forma de corazón que no podía por menos que añadir el mas dulce encanto a sus facciones. El talle de su cintura era perfecto y tan delicado y tentador de abrazar en el mas protector y suave de los gestos. Se miraron. El sonido que se confundía con la música se hizo mas fuerte, casi entrecortando las notas mas sutiles. Eran como los latidos del corazón, Era como si el castillo entero latiera de vida al sentirse su anfitrión tan cerca de aquella dama que había desbancado poderes milenarios dones divinos magias antiguas y riquezas sin par, placeres inigualables. 


Con ternura un suave beso fue depositado en su hombro izquierdo,apenas un roce que pretendía inculcar a esa piel la muestra de que por ella se demostraría en ese roce la muestra mas colosal de deseo y en la suave caricia de unas manos ni muy bellas ni muy feas el mas amplio gesto de ternura. las miradas no se separaban, no debían de separarse o ese corazón moriría. Tanto era lo que la quería que la dejaría marchar libremente, pero al menos no en esa noche dedicada a ella de una forma tan ostentosa. Al respirar ese anfitrión desposeído ahora de toda tristeza y anhelo pudo llenar su mente con el aroma de su piel que desprendía un perfume sutil pero poderosamente atrayente, como lo era en ese momento su mirada, su voz, su figura. Con cadencia y suavidad susurró muy cerca de sus labios:


-Tu haces latir el castillo que es mi corazón... donde todos los sueños comienzan y embellecen sus paredes cuando estás cerca de mi -Sin mas la llevó hasta el centro de aquella lustrosa pista de baile decorada con un bello ajedrezado de mármol blanco y morado. los invitados miraban a esa pareja tan dispar. Él bastante poco agraciado y ella colmada de toda la gracia divina propia de los dioses del continente del sur del que provenía. Posó una mano en su cintura y la música se volvió a imponer una vez el anfitrión estuvo mas relajado con esa fascinante dama tan cerca de él, la causa de su ternura, pensamientos, proteccionismo, suspiros, gestos y sonrisas. 


Se posicionaron correctamente y la música sonó en medio de una lluvia de pétalos y rosas azules. 


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