El sol había salido y los primeros rayos sacaron brillos hipnóticos a los ojos de esa dama cuyo mirar era algo que ese hombre que tendía tanto a la imaginación no había logrado elucubrar en esa larga vida de ideas, inventos literarios y letras escritas en papel o tecla. Y aquella piel, tierna semejanza de aquello que elaboraba la mente de ese hombre en constante cambio de humor y emociones dejaba de ser rozada por el sol de vez en cuando para ser acariciada, adorada por unas manos torpes que quisieran ir mas allá del cuerpo para acariciar el alma de esa criatura maravillosa, dadora de tan buenos momentos en los que la tranquilidad, el sosiego y lo mas parecido a la felicidad que nunca haya sentido le entregaba con su simple presencia. Aquella sonrisa (la de él) no se perdía en ningún momento cuando ella estaba cerca, cuando miraba esos ojos fijamente y nadie podía hacerle perder la atención de aquellos orbes, de aquellas estrellas en las que residía la esencia de toda la inteligencia y la belleza, la de la astucia y la calidez casi maternal, la perspicacia y un sin fin de virtudes mas en las que confiar alma y vida y por las que dar ambas si así se mantenía ese bello sonreír. Apenas se dirigían unas pocas palabras pues aquel momento perfecto era digno de no ser roto por palabra alguna. Las alas poco a poco se fueron abriendo para dejar pasar un poco de ese aire que refrescara sus cuerpos y las anatomías de ambos se revelaron por un instante.
Cuando de nuevo se taparon la pierna lentamente subió hasta posar ese torneado muslo sobre el vientre de él, atrapándolo de forma sutil. Los dedos lentamente acariciaban su torso en todo momento y con esos sencillos gestos el corazón de ese caballero pegó un gran aceleraron en el que era difícil controlar los pensamientos de besos apasionados o de tiernas confesiones a la luz de la luna. Los cantos de los pájaros se hicieron escuchar mientras los rayos se hacían un poco mas intensos, al igual que los latidos de ese corazón forrado en mármol blanco y en cuyo interior dos puertas de oro flanqueaban el recuerdo de una dama que le seducía y le hipnotizaba, que le hechizaba y le conmovía de mil formas su interior revuelto en tinieblas, tinieblas que habían sido relegadas a un rincón y solo tenían oportunidad de aparecer de nuevo cuando ella no estaba. Y aun así el recuerdo de su sonrisa era el perfecto talismán para que la mala suerte pareciera solo una prueba mas de resistencia, detrás de la cual se ocultaba la recompensa de su mirada, de sus palabras, susurros, suspiros y un ciento de detalles mas que la componían, que a ese hombre le hacía creer en la posibilidad de que había aun gente buena en el mundo. Con unas pocas palabras y una mirada intensa como mil soles, aquellos labios le hicieron sonrojar a él y casi al resto del cuerpo.
Ante los ojos de aquel hombre, de aquel caballero,de aquel niño asustado aquello no eran dos cuerpo abrazándose, eran dos almas que habían visto en el otro un bello sentido de la existencia, algo único que nadie mas compartía. Sus miradas eran transparentes, nadase ocultaban el uno al otro. Y no era la relación de ese tipo de relaciones de compromiso, nada les unía y a la vez todo. Ella le había dado sosiego, calma en los momentos de mayor tensión, le había escuchado atentamente, había sentido cada caricia como si fuera en exclusiva cara roce para su persona. Toda una amalgama de emociones llenaba la mente de él con respecto a ella. Sentía un profundo respeto y admiración por ella, una gran tranquilidad cuando ella estaba cerca y en buen estado de humor y salud. Por ella sentía un cariño, una adoración mas allá de los límites de cualquier realidad observable y medible por la ciencia y la poesía. A ella le había contado mil cosas que habían pintado la preocupación en su rostro pero también otras diez mil que le habían hecho sonreír. Sentía una profunda fascinación por su sonrisa. Por ella sentía ternura. Cuando ese rostro en forma de corazón aparece frente a él, ya nada mas existe que al necesidad de acariciar aquel reflejo de un alma luminosa, de hacerle ver que al calidez de su corazón se transmite a través de sus manos y que con ello pretende que esa sonrisa nunca muera. Y en aquella sonrisa depositaría el único regalo que solamente se le ocurre ofrendar a esa deidad de la danza: besos, caricias, miradas, versos, abrazos. Lo que sea necesario porque esa sonrisa nunca muera pues desde que la hizo sonreír pro primera vez es uno de sus mayores vicios y adicciones.
Con delicadeza, ese caballero alado la envolvió y las pieles y almas se unieron un poco mas. Con ternura se fue elevando en los cielos en un cálido y suave aleteo de aquellas iridiscentes alas hasta salir poco a poco por la ventana, aún mirándose. Ella mostraba sorpresa en la mirada y se aferró mas a él, algo que le hizo sentir la anatomía perfecta de ella contra su piel desnuda y pálida, a esa piel tan sedienta de los roces de su piel en algunas noches cuando se despertaba con el deseo a flor de piel y la idea de yacer con ella como única idea en la mente. Pero en ese momento estaba tranquilo aunque también ansioso por decirle mil cosas en las que había pensado durante mucho tiempo y con las que había soñado no hacía mucho. Con ternura le depositó una caricia a ese rostro y ella hizo otro tanto mientras lentamente las alas los guiaba por los cielos entre las nubes, dejando alguna caricia de la brisa a sus espaldas en medio de esa travesía aérea en la que todo aquel paisaje creado por una mente desquiciada y algunos ignorantes decían que enamorada en la que habitaban animales peligrosos, mortíferos de necesidad y las mas nobles y bellas criaturas. Pero nadie se comparaba a ella ante los ojos de ese viajero que ahora tenía a la mas bella criatura entre sus brazos. El sol les regalaba sus mejores rayos de sol pero que aquellas pieles permanecieran cálidas y confortadas, como si una cobertura de luz les rodeara.
Se internaron en un bosque y los animales los miraban con curiosidad pues raro era ver a dos personas desvestidas abrazados, una de ellas con dos alas y mirando con infinita adoración a esa dama que se encontraba junto a él. Los tiernos roces de los labios en su frente pretendían hacerle ver cuanta ternura inspiraba en su corazón esos grandes ojos que ya había visto y nunca olvidaría. Con un poco mas de brío volaron entre las ramas de ciudades antiguas como el propio hombre y mucho mas, pues aquellas estaban habitadas por los milenarios elfos que tanta admiración sentían por la dama que estaba entre lo brazos de aquella criatura llena de malos pensamientos que se volvían luz cuando ella le regalaba esa sonrisa amable que lo derretía a veces literalmente. Estos alzaron sus manos y poco a poco unas vestiduras livianas pero mas pudorosas cubrieron el cuerpo de ella. A él que le dieran viento fresco, el cual se presentó y los alzó entre las nubes. La noche llegaba y poco a poco fueron apareciendo los primeros destellos de aquellas estrellas que echaban de menos a las hermana emplazadas en el rostro de la Musa, de aquella que había desterrado las espinas de un mundo teñido en sombras y tinieblas por un largo tiempo. Poco a poco se fue creando un nuevo fondo: la luna salía despidiendo los primeros rayos del rey sol y les dedicaba su mas blanca sonrisa y sus mas estruendosos aullidos los lobos ahí abajo, los que rendían culto a la pálida dama de los cielos. Desde una zona mas elevada una cachorro soñaba con volar mientras un gran lobo con alas los contemplaba con dos brillantes ojos rojos.
La noche contempló a aquel siervo suyo que empleaba este tiempo en observar a la Musa dormir, a consolarla cuando estaba triste y a veces, cuando las tornas se volvían en su favor, a poderse permitir una caricia a ese rostro apaciblemente descansado. Aquella noche que tanto quería a su siervo también cayó en la cuenta de la desnudez de este y lentamente las tinieblas crearon a su alrededor un elegante traje que le hizo parecer incluso atractivo si la luminosidad no aumentaba mucho dejando ver aquellos rasgos tan poco agraciados. Ya vestidos ambos y sin dejar de mirarse en ningún momento, los labios de él dejaron de nuevo un beso pero esta vez cerca de la comisura de sus labios. Lo invadía el deseo en las noches pero también las ganas de contenerse eran mayores ya que daría la vida por no perderla nunca de su lado. Desvió la mirada y siguieron volando mientras el sonrojo cubría la máscara de piedra que solo ella rompía y que precisamente ella rompió cuando unos labios cálidos, tiernos, de delicada textura se posaron en el cuello de él, quizás sin mala intención de enloquecerlo en una espiral de placer, pero fue mas que suficiente para que una caída brusca se llevara a cabo, finalizada con el vuelo remontado a base de mucho aletear. Un chillido se había liberado de los labios de ella y un grito jadeante de los labios de él. A continuación estallaron las risas, no se sabe si por la perspectiva de morir o por lo gracioso de la situación y ella apoyó el oído en su corazón. Los latidos eran fuertes aun cuando estaba tranquilo aquel bombeador de sangre que tantas cicatrices tenía.
Con ternura, los labios del caballero, en medio de una noche estrellada, con la luna dando de lleno en sus cuerpos ya vestidos, con los aullidos y los ululatos de fondo, las ramas siendo acariciadas por la brisa creando una excelente sinfonía y las cristalinas aguas de las montañas corriendo como manantiales por el mundo, venas de vida, se movieron formando una única frase en la que depositó una gran verdad.
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