Los ojos de la bestia estaban clavados en la puerta. Sentía que aquella presencia se acercaba y sabía que pronto daría con él. En medio de aquella noche no se podía sentir mas que una sensación de necesidad, de ansias por la consumación de un alimento que no iba a parar al estómago sino a la propia alma. Dos ojos salvajes permanecían clavados en la humilde hoja de madera que daba paso a aquel lugar casi en sombras, iluminado por unas velas rojas y un incienso que prometía impulsar las sensaciones y las ideas hasta la mas enloquecida de las resoluciones. En aquella habitación la seductora Brisa hizo acto de aparición pero fue desterrada rápidamente dejando una seductora caricia en aquella piel pálida de un cuerpo delgado que se encontraba cubierta por los pantalones, negros como la noche y poco mas, lo demás era estatismo puro y pensamientos llenos de un deseo casi maníaco. Su fino oído detectaba y filtraba cada sonido que procedía del exterior, pruebas intangibles de que había algo mas allá de ese micromundo que pronto ardería y el olfato traía las mas diversas esencias aun bajo el velo de las velas aromáticas y el incienso mas seductor, una fragante invitación en forma de ligera neblina que envolvía los sentidos y los aumentaba acrecentando las sensaciones recibidas. Flanqueando los costados de aquel supuesto caballero se encontraban dos alas, extendidas, uno de los motivos y alicientes que habían impulsado aquel encuentro inminente entre dos seres que se comprendían pero a la vez eran distintos en muchos aspectos. Y eso es lo que gustaba. Las velas arrancaban un brillo animal de su mirada que, pacientemente y a la vez con inquietud, se mantenía firmemente emplazada en dirección a la puerta.
Los sonidos iban de un lado para otro pero finalmente esos pasos se hicieron notar. Aquellos andares que estaba tan acostumbrado a escuchar, aproximándose con una tortuosa cadencia. Unos pasos lentos y tranquilos que guardaban cierta timidez en la actitud y ejecución de cada movimiento, como impulsados a avanzar contra una voluntad que no era propia de la dueña de las piernas que llevaban al resto del cuerpo a cruzar aquel pasillo mas finalmente lo cruzó y abrió la puerta, produciéndose en la estancia un efecto mágico y purificador que no tenía cabida en la mas ilustrada epopeya romana. La esencia de su piel se dejó escanciar por el olfato de ese depredador ansioso de la mas dulce extracto natural que se pudiera catar. En la habitación la iluminación se vio incrementada cuando aquellos ojos recorrieron en una mirada toda la estancia que pronto se llenó de oro y de joyas así como la cama aumentó su tamaño y todo se impregno de sedas, satenes, terciopelos, linos, algodones. Todo ello de un azul muy especial, aquel azul que la definía a ella y a nadie mas ante los juicios de su recuerdo, un azul entremezclado con la blancura de la luna que se colaba por los recién aparecidos ventanales que abiertos de par en par dejaban entrar un poco de brisa creando una temperatura ideal. Con todo, los vapores del incienso se empezaron a cernir suavemente sobre sus cuerpos, creando una tensión en la estancia que se salía de toda fría y calculada medición. Ella se apoyó en el dintel de la puerta en una postura que daba a mostrar de forma sutil cada centímetro de sus curvas. Ella sonrió de forma coqueta cuando sintió esos ojos voraces arrancándoles las vestiduras por lo que decidió acercarse lentamente. El contoneo de sus caderas era hipnótico, un baile constante de avance y conquista en el que el cuerpo del ser que estaba sentado a los pies de la cama ya sentía las primeras tensiones. Por su mente pasaban todo tipo de imágenes en las que las pieles ya estaban sudorosas en medio de un intenso encuentro. Aquel encuentro no se alejaría mucho de su mente tan imaginativa y cargada de deseo hacia aquella criatura perfecta y divina.
Cada paso era un toque sutil de aquellos pies descalzos sobre la madera y los reflejos de la luz en su cabello le hacían parecer una divinidad que fuera a recompensar sus años de adoración a un fiel siervo, aunque en parte eso era él, un siervo que deseaba rebelarse contra esa diosa y a la cual someter con el corazón. La dama sonrió consciente de saberse deseada por unas manos que pronto estarían acariciando su piel no sin antes unos cuantos jugueteos y sin dejar de lado el respeto y mil aspectos mas de aquella relación. A dos pasos de distancia y con movimientos lentos, haciéndose desear y sin quitar los ojos de los de ese deseoso hombre alado, un par de ataduras se soltaron y poco a poco la seda azul se fue deslizando dejando a su paso el susurro de la tela contra la piel, como si la seda lamentara en esa caricia desprenderse de tan excelsa maravilla. Ante la bestia se descubrió un espectáculo digno de retrato en la época de algún reinado de dioses. A los pies yacía muerta y sin vida la túnica de seda que cubría momentos antes un cuerpo lleno de curvas y bien proporcionado. Los ojos del caballero no sabían donde posarse y la suave sonrisa de la mujer que tenía frente a él se hizo mas amplia, sabedora de cuanto le deseaba, algo que en ciertos momentos parecía costarle aceptar. Pero ella era ahora una cazadora y así se lo haría ver. Con suaves pasos avanzó la poca distancia que los separaba y sin dudarlo dos manos se aposentaron en su baja espalda mientras una lengua ávida y lasciva lamía lo primero que se encontraba. El vientre fue la zona de contacto que saboreó de todo aquello que quería probar de ese banquete. El gusto exquisito y frescamente aromatizado de la piel recién bañada en exquisitas esencias y aun algo húmeda le impulsaba, junto a las curvas y las manos de ella enredándose en su cabello, a morder ligeramente, creando suaves sonidos por parte de esos labios que no eran ni muy gruesos ni muy finos, sencillamente perfectos y apetecibles en proporción al resto del cuerpo. Por ese suave y delineado camino fue dejando una cadena de besos, sobrepasando incluso el bajo vientre que daba acceso a un destino propio de leyenda. Suavemente el aliento se fue entremezclando con la poca saliva que esa lengua procedente de una boca seca estaba dejando a su paso y otro mordisco mas, este mas cercano a su precioso ombligo provocó un notable estremecimiento. Con delicadeza y suavidad pero decisión e intenciones similares a las de boca y lengua las manos se deslizaban por su retaguardia y laterales, deleitándose con el tacto y el bello relieve de aquellas caderas que cuando se movían podrían destruir la voluntad del mas casto hombre en la tierra. En aquella piel quería dejar el testimonio de la adoración que sentía por ese cuerpo y la dueña del mismo. Miró aquellos ojos alzando suavemente la cabeza y se los encontró de pronto con aquellas bellas mejillas sonrojadas pero un brillo extraño en la mirada. Aquellos dedos le seguían deleitando con caricias en el cabello y las manos acercaron mas ese cuerpo.
Con suavidad dos preciosas piernas se fueron situando con elegancia para dejar ese portentoso físico frente a él, ofreciendo una vista privilegiada del mismo, pasando los labios del vientre a sus senos redondeados y firmes, con delicadeza fue besando entre estos hasta que la garganta fue el siguiente destino alcanzado y en un suave movimiento las manos de ella, sintiendo la pasión por dentro amoldo sus labios de una forma lenta pero imparable a los de ese caballero que notó la tensión incluso en las plumas. Las pieles se comenzaban a prodigar suaves roces por el acto reflejo de aquellas caderas que se movían a un ritmo marcado, notando que la pelvis entraba en contacto con aquello que aun cubría las pocas prendas que el ser alado portaba. Los labios se amoldaban y bailaban una lenta danza en la que las lenguas posteriormente se encontraron, llenando los alientos de mil matices que enganchaban y llamaban a continuar ese beso hasta que las respiraciones no pudieran dar mas de sí. Corazón contra corazón las palpitaciones estaban a punto de hacer salir estos del pecho y un suave sonido, susurrante y sensual salió de esos labios tentadores, dulces y ardientes, una llamada a los instintos de unas manos que la adosaron mas a un cuerpo sediento y hambriento de aquella dama a la que llevaba deseando desde hacia mas tiempo del que nadie pudiera imaginar. Quizás mas que una vida. Aquella piel besada por el fuego de una tierra llena de pasión e inspiradora de romances milenarios se fue erizando con cada pequeño y notable roce de labios y manos cuando estas se deleitaban en el tacto de sus lugares favoritos. A un acto de pretendida confianza una sonrisa y una teatral mirada inquisitiva se hicieron en el rostro de la dama y la lascivia y deseo en el rostro de aquel supuesto caballero. Con brusquedad las manos de ella agarraron con fiereza pero sin causar daño ese delgado rostro y dieron un salvaje beso que sería capaz de robar almas para después empujarlo dejándolo completamente tumbado en la cama antes de cernirse sobre ese cuerpo que pronto fue cubierto por la luz de la luna y las manos de esa diosa con unos labios que eran acariciados por la propia lengua en un gesto de provocación. Se sentía estremecido por la lentitud y perfección con la que ella parecía deleitar sus propios sentidos a base de tentadores roces en zonas prohibidas a la par que se inclinaba y el beso volvía a iniciarse, intenso y casi suicida, asesino incluso, como si las bocas se quisieran arrancar de los rostros una a la otra. Las caricias de él provocaban esos gestos y ese arqueamiento de espalda que invitaban a recrearse en el movimiento de las caderas con las que estaba causando una verdadera revolución en contra de la cordura. La sensualidad en cada ondulación era tal que un suave suspiro y el susurro de su nombre se hizo perceptible al oído de cualquiera. Las pequeñas llamas de las velas estaban como únicos testigos de ese momento en el que lentamente las únicas prendas de ese ser abyecto desaparecieron. No se hizo esperar ese sudor cálido que era una caricia en si misma cuando las gotas se deslizaban brillantes por obra de las velas y la luna y se entremezclaba como dos gotas en ese bautizo de fuego lúbrico que los consumía.
Las bocas se exploraban y con intensidad se devoraban cuando labios o lenguas coincidían de forma casual por el peregrinaje en cuerpos ajenos batallando intensamente por una supremacía que no tendría ninguno de los dos. Un giro y ahora sería él quien dominara, el que viera aquellos ojos con el brillo de la oscura bestia que latía por salir y que poco a poco fue uniendo aquellos dos cuerpos, una invitación antigua, sencilla pero a la vez cargada de tensión, que unió dos cuerpos en esa noche de incienso y velas, luna y brisa. Un suave sonido se escapó de dos bocas que luego se estaban devorando segundos después de nuevo, embebidas en la droga de la pasión, de lo animal. Sus mentes ignoraban todo aquello que no estuviera estrictamente relacionado con el otro. No existía nada mas que la búsqueda de las miradas y la complicidad del momento en el que los labios poco a poco se fueron volviendo torpes a la hora de coordinar los movimientos de esas bocas voraces, ya nada era cordura o racionalidad, solamente se existía para ese momento donde ambos cuerpos, sudorosos y ansiando el mas brutal de los placeres estallara de forma espontanea en la búsqueda mas fervorosa de un fin a todo aquello que les había hecho volver a él y a ella a sus mas antiguas raíces en donde el color de la piel y la religión o la cultura no suponían diferencia alguna. La neblina de los inciensos se mezclaba con el olor de las pieles ardientes y los rostros reflejando emociones intensas como el fuego, las respiraciones y los corazones agitados y las plumas replegadas cubriendo el cuerpo de ambos.
La luna era testigo, a través de los ventanales, de todo aquello que había acontecido y con sus rayos de plata regalaba unas tiernas caricias junto a los dedos del caballero en el cabello de esa preciosa mujer, iluminada por las representantes terrestres de las estrellas: aquellos cientos de velas que desplegaban luz y tornaban su piel morena un sedoso campo de cultivo de pasiones y roces suaves y tiernos. Una rosa azul fue depositada en un roce suave sobre los labios de ella, que sonrió aun mas al ver la flor, algo que ya era símbolo definitorio de su persona llena de virtudes ante los ojos de quien momentos antes la estaba devorando con la mirada, labios, caricias y la deseaba con locura. Una flor para otra Flor que crecía entre las espinas del mundo. Con sencillez, exhaustos por el esfuerzo pero con la sensación que causa el éxtasis mas animal, unos labios suaves y delicados se amoldaron a una boca impía y llena de blasfemias que fueron contenidas por esa noche, acallados por esas muestras de infinito cariño mutuo, unos besos que fueron seguida e instantaneamente correspondidos con la mas entregada ternura, pues en ese momento no solo se besaban con labios sino también con el corazón
Un texto precioso querido. Como un baile...lleno de seducción.
ResponderEliminarVolveré por aquí.
Besos.
gracias gracias de veras querida Princesa. Es todo un honor tener pruebas de que has pasado por aquí y una gran alegría saber que podrías pasar de nuevo en otra ocasión.
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