miércoles, 27 de julio de 2011
Instante eterno
Ella estaba entre los brazos de él, cuidadosamente situada encima de su cuerpo, con los ojos clavados en sus ojos. Los de ella en los de él. Los de él en los de ella. Sus miradas eran mas sensaciones compartidas como las acaecidas momentos antes cuando hacían desenfrenadamente el amor. No había tiempo en ese instante, solamente una eternidad comprimido en un segundo tras otro de final incierto en su exactitud. Cada mirada traía como mensajero de felicidad una sonrisa que rápidamente era correspondida por el otro, nada se quedaba sin respuesta, ni siquiera las caricias o las pocas palabras que se pudieran decir. Cada susurro era una caricia, el alma se exaltaba a lo mas alto, a los mas bello, a lo mas sagrado. Los roces de unos labios en un cabello largo y sedoso eran el gesto de tantos otros que revelaban ese mensaje constante de ´´nunca te dejaré´´. Una sonrisa de ella era todo cuanto él necesitaba para poderle hacer feliz y lo mismo pasaba con las exigencias de ella, solamente querían alimentarse de una felicidad plena que era compartida a través de esos pequeños roces, de cada delicado gesto que guardaban el deseo de hacer ese momento eterno. Un suspiro sale de sus labios, y una pregunta sobre su motivo del suspiro. ´´Tu´´ dicen unos labios que se unen a otros labios largo rato, de forma cadente y sutil mientras unos dedos, pinceles de otro mundo, dejan tras de sí una piel estremecida y cálidas sensaciones en un cuerpo que no quiere romper su compromiso de eternidad con la piel que ama con locura. Con delicadeza un movimiento da lugar a un suspiro, único testigo de las caricias y el amor retomado en donde se dejó, que en realidad nunca se dejó sino que se continua cuando ambos están preparados. Unos ojos que no han cesado de encontrarse, de consolarse durante todo ese tiempo ahora se acompañan en medio de una danza lenta, inusitadamente lenta, que no hace mas que quemar las ansias de mas de la pareja. Todo por mas y mas amor que corre por las venas de ambos. La danza dura lo que deba de durar, hasta que en un movimiento final las miradas, intensificadas por las sensaciones de la danza, no cesen de encontrarse y poco a poco, un cuerpo cálido se pone a descansar sobre un cálido pecho que recoge a su veleidosa inspiración entre sus brazos, abrigándola de too frío que la pueda herir. Y cada gesto es nuevo, como si fuera experimentado por primera vez. Así durante un instante guardado en el baúl de la eternidad.
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