Una tranquilidad pasmosa es la que inundaba su alma mientras los peces iban y venían a sus anchas por el amplio lago que le dejó a sus pies el destino y el camino. Todo era de una quietud excelente y maravillosa que invitaba a unirse a ella. Todos los susurros de las hojas parecían llevar la melodía de un músico que era el viento, que expertamente daba los acordes precisos para relajar aun mas el ambiente. La hierba estaba en su punto perfecto de textura y altura, unas finas hojas que salían de un suelo fértil a todo su ancho y largo. En medio de todo eso se encontraba el hombre rodeado por un bosque que se extendía por los cuatro costados. Los pájaros se dedicaban a cantar todas las suaves y alegres notas que daban al territorio el mas delicioso de los aspectos, un lugar de ensueño en donde la tranquilidad y la paz reinaban por siempre. Las armas ahí no importaban y nada le podía tener en ningún tipo de tensión. Cada minuto lo iba adormeciendo mas y eso lo tenía totalmente mas que aceptado, el camino fue largo y se merecía un buen descanso en la única compañía de su caballo que parecía también sufrir lo efectos de la atmósfera sobre su cuerpo. Los músculos poco a poco se iban relajando y los sueños empezaron a sustituir a las sensaciones que le provocaba ese paraje. La tranquilidad fue sustituida por los buenos recuerdos al lado de ese ser que tenía todo el tiempo en mente, por la que emprendía ese largo camino, un camino que algún día terminaría y en cuyo final se encontraba la recompensa de unos labios que se posarían sobre los suyos. Un suspiro se escapó de su verdadero yo, el que se encontraba en medio de esa planicie hecha para el reposo del guerrero. Los vaivenes de la brisa le hacían recordar esas caricias que echaba cada noche de menos cuando se acostaba en medio de algún paraje dejado de la mano de cualquier dios. Con delicadeza las soñadas manos de ella recorrían su rostro y dos ojos muy grandes, vivos, le sostenían la mirada con la ternura y el amor de una madre que desea tener a su hijo entre sus brazos. El recuerdo de su cuerpo no se había perdido ni un ápice, la delgadez y la elegancia en el caminar eran inolvidables y ningún sueño podía distorsionar lo mas mínimo ese recuerdo de sus cuerpos entregándose el uno al oto en medio de la noche o entre sábanas de multitud de tejidos. Los animales de la planicie miraban a ese hombre que iniciaba un camino y lo llegaría a terminar algún día con na curiosidad innata pero de origen conocido: esa sonrisa, el como las hadas de los sueños, atraídas por el corazón de ese humano habían hecho que en el alma de ese hombre se apareciera su amada, el como deseaban que tuviera ese sueño reparador. En sueños el tenía la cintura de ella firme y suavemente rodeada mirando sus ojos. hipnotizándose y bebiendo a su vez de ellos. Ella sonreía con toda felicidad, alzando una mano para que su caricia reconfortara aun mas ese espíritu de fuego sediento de sus besos. Sus párpados en los sueños se fueron cerrando y en la realidad se abrieron al pasar toda una noche y un día en compañía de los animales del bosque y los seres fantásticos creadores de sueños.
Tomó su espada, el escudo y montándose encima de su caballo partió hacia el lejano horizonte y su sueño
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