Sus ojos manchaban con oscuridad todo lo que miraban, dándole en su mente una imagen sucia de todo lo que se movía a su alrededor. No paraba de ignorar las ideas que se le pasaban por la mente hasta que chocó contra el motivo de sus disyuntivas y lo impedía avanzar: un muro. Ese maldito muro que no paraba de estrecharse cada día un poco mas y para colmo lo tenía mas que absorbido en sus pensamientos.
Simplemente lo contempló durante un buen rato como siempre hacía. No sabía cuando ese muro apareció en su vida pero si sabe a raíz de que se va empequeñeciendo. Cada día abarcaba menos espacio para el y sus cosas, y la verdad es que esa perspectiva le resultaba de lo mas desagradable, pues con toda probabilidad acabaría enloqueciendo o muriendo aplastado, lo cual no le hacía mucha gracia en ningún momento. Se dedicó un buen rato a seguir contemplando el muro. Era alto y negro y la verdad es que muy oscuro y demás. Las piedras cada día se volvían un poco mas negras y hasta le comenzaban a salir como una especie de abultamientos que el pobre temía que se fueran a convertir en pinchos.
Cada día pasaba mas lento o mas deprisa y no podía parar de contemplar como el muro al día siguiente se había hecho un poco mas pequeño, mas estrecho en torno a el. Y se puso un día por pasar el tiempo y centrarse en algo que no fuera su propia muerte. El tema recurrido fue el pasado. Los viejos tiempos acudieron a su mente y entonces cayó en la cuenta de una cosa y se dirigió a un lago que ya había traspasado el propio muro que pronto lo dejaría sediento. Se miró en el reflejo y vio su oscuridad. Pero había algo que relacionaba la oscuridad del muro con la de sus ojos. Eran el mismo color... negro como la noche, como su alma
-Ahora entiendo todo... me estoy asfixiando porque quiero. El muro me pincha, y me está aprisionando hasta que me vuelva loco. Y el mucho no siente y padece, solo le importa que yo esté bien angustiado pero claro, lo está logrando. ¿que hacer?. -Esa era una buena pregunta y la verdad es que no sabía que hacer. mirara a donde mirara ya se veían los limites del muro por todas partes. Había probado todo y nada rompía esa dura piedra, que para colmo ya asomaba de vez en cuando alguna punta de metal.-Esto es de locos y yo que lo estoy no lo entiendo, ¿que debo hacer? me quedaré con sed y hambre como siga así la cosa.
El pobre diablo, al paso de los días, se sentía mas desesperado por salir de ahí. No quería ser victima de tan simple muerte y aun mas morir joven con su corta edad humana o al menos eso pensaban todos. A veces sentía que si se quedaba en silencio oía el muro comprimirse para apresarlo mas, un sonido bajo que lo estaba cada vez obsesionando mas. Se acordó de algo. Se plantó delante del muro y se puso a pensar en voz alta.
-Veamos, yo estoy aquí... al otro lado debería estar todo lo que el muro me ha quitado que ciertamente es bastante ya a estas alturas. Lo que necesito es ... Excavar- se puso a pensar en la perspectiva. -No, seguramente igual que se contrae por el largo y ancho crece por la profundidad y altura. ¿Yo antes no tenía alas? -Cierto, el antes tenía dos bellas alas que después fueron mas de miles y mas de cientos de miles. Y cayó en la cuenta.
-Me temo que tendré que hacer cosas horribles por sacar de nuevo mis alas y seguramente destroce mas que simple piedra pero de seguro me servirá para que una dama, al menos una sola, no sufra. -Esa fue su resolución. Tras unos minutos se dispuso a desplegar las alas pero estas no aparecieron. Y ahí es donde el terror simplemente se apoderó de el y las lágrimas empezaron a caer como no lo habían hecho nunca. Solamente cedió a la locura y se puso a esperar a que el muro lo aplastara.
En todo momento no paraban de asaltarle delirios de todo tipo, con un montón de voces de por medio, que lo hacían despertarse a las noches con el muro mas cerca y todo mas angustiosamente cerrado. Nada podía ser mas terrible para él. Era toda una pesadilla ver como nada mas que un pequeño retazo que no era ni la infinitesimal parte de lo que había tenido le quedaba ya. Se balanceaba ya cuan loco en medio de su locura un buen día, ya sabedor de que en poco rato estaría muerto o desquiciado del todo, cuando la última alucinación se hizo real lo abrazó y le apoyó la cabeza en el pecho.
Las puntas de metal ya se empezaban a clavar poco a poco en la espalda y no tardarían en llegar al corazón. Sus últimas palabras fueron.
-Te mandaría a la porra y te daría una patada tan fuerte que te sacara de este muro pero morir solo y loco no es lo mío así que me dedicaré a besar tus labios de miel mientras tanto.
Dos ojos enormes lo miraron, dos labios sonrieron y después se besaron hasta el fin.
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