Caía una suave llovizna en esa pradera suave y lisa como el mas exquisito suelo de un mármol verde, tela de una lenta evolución natural. Las pequeñas gotas se arremolinaban en la verdosa alfombra y nada mas yacía en ese lecho del color de la esperanza. Con la salvedad de que en medio de esa llanura verde, rica en vida y con el revoloteo de las mariposas, las nubes cubrían el cielo y nada mas que un hombre se encontraba ahí en medio de la pradera. Pecados muchos recorrían sus venas y pensamientos a millones en los que no hacían mas que entrelazarse la idea de dos bellos ojos. pensaba en esos ojos como principio y fin de todo y sonreía ante el recuerdo de su silenciosa sonrisa y de sus ojos, bellas esferas en las que adivinar mil matices y mil detalles que le invitaban a seguir pensando. Miró toda la extensión y la luz que poco a poco se iba apagando en el mundo para que la oscuridad se instalara en corazones y en las mentes de todos aquellos que habitaban el mundo que poco a poco las tinieblas iban devorando. Nada parecía tener ya solución y se necesitaba de aquello que fuera mas allá de lo imaginado por cualquier hombre o mujer, niños o anciano.
Guardando su sonrisa y cambiando su rostro por una máscara de mármol blanco, salió de esa pradera. En su apariencia todo era destacable y a la vez rechazado por los grupos humanos de su gente. Los animales le acompañaban y su primer reto fue un bosque donde las miradas de ojos desconocidos y siniestros eran lo que mas abundaba. mas incluso que los propios árboles . la llovizna no llegaba a través de las copas de los árboles pero si que era la oscuridad y las ramas algo que podían perturbar el pensamiento con la ilusión de atacantes y de depredadores que le pudieran destrozar. Gruñidos lejanos, chillidos, algún grito de socorro lanzado por alimañas e incluso personas no lograron perturbar ni medio milímetro su rostro. mensajes de desesperanza susurrados por aire que se colaba entre las ramas eran lanzados, vertidos como el mas sibelino veneno a su determinación. Las serpientes y los insectos se afanaban en desviar su atención pero él continuaba su camino impasible. Era su propia esencia a lo que se enfrentaba. Las caricias de las ramas tenían el regusto amargo y dejaban heridas en su blanca piel, que como un moribundo, se enfrentaba pasiva a todas las inclemencias que le presentaban.
Se encontró con el final del bosque y ahí podía verse un río en el que las corrientes eran tan poderosas que a lo lejos se vio como un caballero era arrastrado. La llovizna, de nuevo presente, había dejado el suelo lleno de barro y era todo resbaladizo y muy dificultoso en el trayecto. Pero ese gesto de piedra se seguía presentando en su rostro y a una sola mirada de poderosa ira y determinación el suelo se secó y el río se congelo al momento en que sus pies tocaron el agua. Las gritas que abría a su paso no sirvieron para amedrentarle, nada le haría rendirse a aquello que tenía dentro de su cabeza y que hacía latir el corazón. Los tenía grabados a fuego, el fuego de la voluntad humana de encontrar lo que se deseaba, caiga quien caiga. Nada lo haría detenerse. Ni el frío que encrespaba su largo cabello ni los lamentos de los muertos del cementerio que atravesó. Espíritus malignos que tenían por única meta en esa existencia entre dos mundos el de llevar a cabo las peores pesadillas de aquellos que se cruzaban en el camino de sus sádicas intenciones. Mas susurros de agobio, de agonía, una desesperación pútrida que se hacía presente desde dentro de las propias entrañas y las desgarraba en toda clase de formas y figuras, como si mil cuchillos de hielo tatuaran en su piel las mas grotescas e inspiradas pesadillas, ya fuere con palabras o con imágenes.
Llego a la ciudad de los secretos muertos. Mas miradas, de sospecha esta vez, susurros a sus espaldas, al lado, miradas indiscretas. Ahí todo se sabía pero nada se decía. La duda se instalaba en los corazones de cualquiera que consultara a esas gentes, tergiversadoras de la verdad, envenenadoras de las palabras y creadoras de las discordias mas insalvables en las que diplomacia y educación perdían su significado mas banal. No fue suficiente para detenerlo, y los jóvenes rostros de algunas, adoptadas por la hipocresía no fueron suficiente para hacerle dudar en su empeño. Ellas no tenían aquello que él buscaba. No los miró aun escuchando las calamidades mayores del reino. No se dejó enturbiar la mente por muchas palabras contra la idea que hacía que se moviera a su destino que se recitaran. Pero no mirarlos ni escucharlos no significaba dejarlos vivos. Con dos poderosas alas de fuego, bestias ígneas que salían de su espalda, arrasó todo el lugar, sin la mas mínima piedad, ni siquiera de ancianos y niños que estaban destinados a ser tan miserables como los que habían tratado de detenerle en esa ciudad de nombre borrado con dolor y llamas. Ni un músculo de agrado o diversión, tristeza o arrepentimientos movió el ser alado, que desvaneció sus alas con el próximo viento que se le acercó.
Lentamente caminó pero con decisión, sin mostrar cansancio. Divisó la luna, la cual se mostraba pasiva ante la envidia que sentía porque nadie jamás lucharía así por una de sus miradas. siguió mirando al cielo, a las nubes, que lentamente se fueron espesando mas y mas y la lluvia comenzó a caer. Seguía la luna los pasos de uno de sus fieles servidores que largamente había luchado por el favor de la dama mas pálida y bella del mundo, exceptuando la misma muerte. Con delicadeza se fue la luna, de forma discreta y en medio de la nada surgía el nuevo amanecer que con prestancia, se empeñaba en lanzar los nuevos rayos al mundo. Con elegancia se siguió moviendo el caballero no prestando nunca mas la atención debida a esos acontecimientos. Sabía que estaba cerca de su destino. Y entonces surgió el segundo amanecer.
Alcanzando ya la tarde, casi noche, cuando el sol, con un calor abrasador no le hizo abandonar tan peligrosa misión, vio a ese segundo sol salir de la nada, como si de una visión se tratara, de esos espíritus que fascinana los viajeros y los llevan a la perdición y salvación por igual. Ahí estaba ella, con esa sonrisa que hizo resquebrajar en toda la máscara de mármol del caballero oscuro, de esa criatura que no necesitaba de mas que de su presencia. Se acercó a ella y miró sus ojos. Y descubrió la terrible verdad, la mas inmutable de todas. Suavemente sus manos tomaron las de él, el corazón se aceleró, las miradas no se separaban no aunque estallaran mil soles entre ellos. Con discreción la lluvia se marchó dejando paso al día mas maravilloso de la existencia de un ser atormentado que al fin había encontrado la luz. La mujer mas bella que un amanecer se encontraba ante él. Una flor decoraba su cabello. La sonrisa de él se hizo mas grande
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