El velo de ternura cubría sus ojos, que lentamente se fue corriendo para dejar paso a la realidad. Y esa realidad no cambió nada pues sus ojos eran ciegos. En la medianía de esa aciaga noche nada era mas bello que el contemplar como el tiempo lenta y rápidamente pasaba ante sus ojos, entre ellos, que poco a poco se fueron desperezando. O mas bien ella que le regaló un bostezo. Sus cabello se encontraban desparramados a lo largo de toda su espalda y parte de su pecho como si quisieran cubrir el cuerpo de esa musa con el máximo pudor posible. No miraría su cuerpo con deseo, no era momento de ello y lo cierto es que cuando sus ojos se abrieron poco importaba ya el resto de la humanidad, con sus defectos y sus problemas, con virtudes y bendiciones. Dos milagros ante sus ojos, mirándolo fijamente como una pequeña infanta curiosa por saber o querer descubrir porque él la miraba de ese modo. Cuan maravillosa era la visión de su mirada, reflejos de una realidad que parecía ir mas allá de cualquier imaginación desquiciada de un buscador de miradas que fueran perfectas y maravillosas. Las pestañas perfectas, sus ojos oscuros que eran sinónimo de sinceridad. La luz de ese interior, de esos ojos que buscaba en sueños cada noche cuando dormía y en los rostros de otras personas cuanto salía al mundo exterior.
Sencillamente se miraban en medio de una quietud pasmosa. Una magia imposible relajaba sus musculos, los problemas se olvidaban y nada mas importaba salvo el causar que esa sonrisa continuara viviendo. Esa sonrisa que ascendía de sus labios a su mirada. Cuan bella su mirada cuando sus labios sonreían, una visión imposible de plasmar con palabras y pinturas, mármoles y cerámicas. Nada existía en la noche cuando ella permanecía despierta, ni luna ni estrellas, a excepción de dos en su rostro perfiladamente perfecto, de piel suave y necesariamente coloreada por un leve sonrojo que causó un suspiro interior. Los ojos de ella eran el cuadro perfecto para ese marco carmesí en el que poco a poco se fue celebrando una nueva fiesta en la que unos finos y casi cadavéricos dedos rozaron suavemente su mejilla. Nada mas existía en ese momento, a esa hora tardía que el tiempo hacía pasar rápido por obligación mas que por querencia o deseo. Las suaves caricias se extendieron a su cabello y esa sonrisa se hizo mas grande. No podía ser posible su presencia ante la de él, ser abyecto de la naturaleza, lleno de deseos y frustraciones, traumas, malos recuerdos, demonios, fantasmas. Aunque todo eso era asesinado sin la mas mínima piedad por la mas bella musa que halla tenido el placer de conocer. Suavemente su mechón quedó oculto tras su oreja y la sonrisa se hizo un poco mas grande.
En un repentino gesto ella se acercó mas y mas y se ocultó en su pecho a raíz de una timidez que surgió de pronto de su interior. Los dedos entonces se dedicaron a peinar suavemente su cabello, con paciencia, con la delicadeza mas extrema con la que la brisa acaricia la espuma del mar. Un mar negro como su cabello que suavemente se había apartado para dejar ver entre medias unos ojos que aun, mirando ligeramente hacia arriba le miraban y se volvían a esconder. Su fina mano ascendió por su pecho y la posó en la parte que el progenitor de ese miserable había definido como corazón de caballo. Con el suave gesto de ella ese corazón pasó a pararse un instante cuando de nuevo sus ojos reaparecieron tras esconderse en su huesudo cuerpo. Las formas de ella eran sencillamente armónicas, no existía ningún prejuicio a no ser que a los mismos ángeles ahora se les prohibiera estar en compañía de cadáveres andantes que tenían la capacidad de sentir emociones en demasía. Un brazo se deslizó suavemente por su cabello, negro como la noche que eran los tiempos en los que ella no se encontraba cerca de él. Con lentitud se fue acercando y dejó un sacrílego beso en su cabello. Ella de nuevo se escondió pero después miró de nuevo sus ojos y el mundo se paró por un momento para él. Esa musa de sus sueños, la que salía de sus labios incluso cuando el menos lo esperaba miraba sus ojos, no con asco sino con aceptación, timidez, curiosidad y la luminosidad de la inteligencia en ellos.
No importaban ya tiempos ni espacios, ángeles o demonios, dioses y miserables, solamente importaba el querer que su sonrisa no desapareciera. Las luminosas esferas de su rostro se tornaron mas vívidas a medida que ese sueño se iba afianzando y ella con delicadeza movió sus labios, un susurro apenas audible que nadie mas alcanzó a comprender. Las mano que acariciaba su cabello seguía lentamente su rumbo de arriba abajo. No pudo evitar que los labios de un ser atormentado se posaran en su frente y con la delicadeza mas infinita fuera recorriendo esta rumbo a su sien, en donde yacía la esencia del pensamiento y bajaran, rozando apenas una de sus perfectas orejas, a veces decorada con joyas innecesarias para acentuar su alta belleza, para finalizar ese corto viaje hasta su mejilla, donde esos labios se deleitaron por un segundo con la suavidad de su piel. La noche era cada vez mas clara, símbolo de que el día debía de llegar en cualquier momento y lentamente se fue creando esa nueva atmósfera de renacimiento de la vida en el exterior. Sin embargo, en esa iluminada habitación, un hombre buscaba los ojos de una musa. Los ojos qu encontró cuando ella susurró de nuevo y besó sus párpados. El hombre abrió los ojos y vio sus ojos, y en ellos había luz, mucha luz, una luz que entraba por la mirada y bajaba hasta el mismo infierno interior, dejando que al guerra contra el bien y el mal finalizara dentro de él. Nada importaba, solo ella, y cuando ella aparecía entonces solo el tiempo era único invitado, pesado lastre para hacer eso perfecto. Una perfección basada en la eternidad.
Una eternidad que gustaría de pasar en su mirada. Mirando sus ojos él quedó dormido. Fue lo último antes de despertar en su cama, en su habitación, con el tiempo corriendo...
...Y el deseo de ver sus ojos una vez mas...
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