Criatura sin par, bella sin igual, inspiración de los suspiros de cualquiera, era una de esas damas en las que uno podía confiar. Dotada con la inteligencia mas aguda y la belleza mas imposible, caminaba la musa por ese castillo. Las ingente cantidades de cuadros miraban su caminar, seguían el movimiento de sus caderas y pretendían atrapar su mirada, que lograban unas veces sí y otras también. La curiosidad la sacudía de arriba abajo y no encontraba momento de estarse moviendo hacia su destino, el que fuera. Recorría ese pasillo iluminado de un castillo oscuro como boca de lobo. Tantos que se habían perdido en tales condiciones y ella caminaba libremente por donde quisiera y se le antojara la gana. Libertad absoluta le daba ese anfitrión atormentado por mil ideas que esa dama le había ofrecido desterrar de su mente pero tercamente el rechazaba tal invitación. No quería interferir en la sonrisa de ella. Las ventanas estaban abiertas para airear el cabello de esa dama de vestimentas tan ricas en las que el anfitrión la embozó. Cómodas y sueltas como la de los elfos, de igual o superior precio, impregnada en todos los colores que ella deseara. Riquezas textiles y joyas inigualables estaban prendidas a su cuerpo, que se movía con total libertad, revelando unos días una figura envidiable y otras veces holgándose toda esa ropa para que el misterio fuera mayor.
Dos ojos la observaban, atentos a cada movimiento, escondiendo de forma evidente una deseo y a la vez un anhelo, cálido anhelo de cernirse sobre ella, arrebatar su libertad de movimiento en un abrazo que con el viento fuera llevado mas allá de una eternidad. Pero eso arruinaría la belleza de verla, contemplarla caminar, seguir el balanceo sutil de esas caderas que tan bien se movían al bailar. El deseo se producía por ello pero también sabía que no era el pretendiente adecuado para un baile. Un salto y de nuevo en la perpendicular de esa figura. mirándola desde las vigas que poco a poco se desgastaban con el paso del tiempo y que pocas batallas podrían aguantar ya. Siguió a esa figura atentamente pensando en aspectos mínimos como el revuelo de sus ropas o detalles tan importantes para él como el brillo de su sonrisa. Increpado por la curiosidad dio otro salto mas y la miró de frente desde las sombras, acariciando la posibilidad de un susto o una pequeña broma pero lo cierto era que no gustaba de intervenir en esa forma en la vida de ella, de su musa, tan fuerte y a la vez tan delicada, fascinante, hipnótica, dulce, sensible. Los credos de las religiones debían de tenerla en cuenta para todos sus dogmas de fe y esas miles de mentiras que pretendían buscar la atención de los creyentes. Ella podría ser su religión. Ella la deidad y la rosa azul su símbolo. Los ojos de ella se elevaron al techo. Oscuridad y nada mas.
Sin mostrar mas interés por el techo siguió su camino la musa, ignorante de un fenómeno que ocurría a su alrededor, mas exactamente a sus espaldas. Cada paso dejaba un rastro de luz en el que una semilla creada por generación espontanea mostraba al mundo una rosa, a veces un pétalo que caía o quizás sencillamente una señal indeleble de su paso. nada era posible de ignorar cuando las piedras se llenaban de esas flores que ya eran suyas, que debían de tener su nombre, mágico nombre, suave y aterciopelado como el mar calmo y la superficie de un lago cuando no hay brisa. Las estatuas reverenciaban casi al momento su paso, causando la sorpresa de esa criatura que no podía ser repetida ni en mil vidas. En cada paso la rosas se multiplicaban y en cada respiración la luz inundaba el corredor con una magia imposible de valorar. Que rápido había cambiado ese castillo desde la llegada de la nueva inquilina y como había sido aceptada por el mismo castillo, sin rechazo, sin desconfianza digna de las tierras del noroeste de un país de infausta historia. Que dichosos eran sus ojos, los de ese anfitrión amparado por la oscuridad, que se iluminaban cuando ella aparecía en esa obra de teatro que era la vida. Nada mas que un secreto dicho a voces era lo único que ocultaba este para ella. Y el anfitrión sonrió y la luz se hizo.
Apareció ante ella una puerta, no tan bella como aquella que custodiaba su habitación pero el ébano era considerado de excelente factura y los clavos de hierro y oro que la reforzaban eran mas que brillantes. Antes de que ella dijera nada unos brazos la sostuvieron abrazándola por detrás y susurrando en su oído unas cuantas palabras que provocaron un sonrojo que provocaban el deseo inevitable de abrazarla y no soltarla por una eternidad. Son delicadeza giró su cuerpo para que viera el maravilloso espectáculo que causaba el simple paseo de ella por ese castillo. Los pétalos emitían un brillo azulado así como las rosas que se colgaban algunas del alto techo. Y ahí a donde no llegaba la luz había la mas fría de las oscuridades, temible y agobiante, claustrofóbica oscuridad. Angustias a cientos para quien se internara en ella, pero la salvación se hacía sentir en el corazón cuando se llegaba a la luz y se permanecía en ella, gracias a esa presencia, la de ella, invencible y a la vez frágil, una rosa azul, valiosa, delicada, bella. única. Suavemente tomó su mano mientras las dos grandes puertas negras se abrían y daban lugar a una sala de baile en la que sus invitados solamente serían dos esa noche. nadie mas podría pisar tal lugar. Solo ella cuando lo deseara.
Antes de entrar él la miró a los ojos y ella lo miró a él. Se miraban mutuamente de una forma distinta y a la vez igual. Mil ideas pasaban por la mente de ese ser negro, oscurecido por las malas experiencias, sabedor de cuanta confianza podría depositar en esa mirada que ahora se encontraba clavada en sus ojos, rindiendo sus ganas de tristeza y oscuridad, exaltando el poder de una mirada que no podía compararse a ninguna otra. Sus ojos no irradiaban la ambición, ni la envidia, no eran malos y siniestros, eran confiables, quizás hasta llegarían a ser seductores y sensuales. No se le comparaba nada a esos ojos oscuros que daban luz en su alma cuando se presentaban en sus sueños, o cuando despertaban al día siguiente en su recuerdo. la luz azul brillaba, y no era una luz fría sino que era una luz casi salvadora de pensamientos que no tendría jamás. Miraba sus ojos, en la eternidad que le gustaría que fuera dos segundos. Un silencio se hizo presente mientras el salón de baile, vacío pues aun no habían entrado en él, esperaba a sus invitados de esa noche de luna bella, ni llena ni nueva, sino bella, pues esta entraba desde los ventanales y daban en sus ojos y no había imagen mas bella en este mundo ni en los demás mundos. universos muchos había. Miradas como la suyas...
...ninguna...
Hermoso, muy sentido, escribes con el amor en tus palabras
ResponderEliminarCariños
Gia
Gracias querida Gia. No se si será el amor de mis palabras pero trato de hacer sentir en el corazón de los que leen lo que yo siento.
ResponderEliminar