Las laderas de las montañas dejaban fluir con la mas cristalina fluidez los manantiales de agua pura que en el seno y la cima de la madre montaña se creaban. Este agua era pura, muy buena para dar algo de beber al que pasara cerca de ahí y se encontrara acuciado por la sed. Las pequeñas aves que vivían en las inmediaciones de esos pequeños riachuelos no estaban pendientes en momento alguno de lo que pasaba mas allá de sus necesidades mas básicas, a lo sumo sospechar de cualquier sombra con aspecto de zorro o halcón. La bella serenata de los cantos y los chillidos de algún polluelo era un bello aliciente para que la escena resultara relajante. Los roedores con sus ojos pequeños y negros vigilaban a su vez que nadie rompiera la calma de sus refugios y que no se robaran los alimentos mas preciados que les servirían de sustento en el frío invierno. Huidizos por naturaleza, los ratones iban de aquí para allá, algunos incluso a saltos largos para que nada les pudiera importunar el camino de regreso a casa. Los abejarucos estaban apoyados encima de las ramas, cerca de las colmenas y alrededor de las flores mas bellas jamás rociadas por ese agua de manantial mágico a la espera de algún insecto que llevarse al buche. Algún ciervo saltaba entre los árboles lejanos de un bosque habitado por criaturas de semejante, mejor y peor fama. Lobos, zorros, ardillas, cuervos, grajos, urracas, todos ellos y mas habitaban en ese bello bosque.
Sentada en una roca, disfrutando con la mas cálida de las fascinaciones, una criatura permanecía sentada o mas bien recostada en un árbol tan antiguo como su creadora. Su tronco, grueso y milenario, había resistido miles de tormentas que superaban la imaginación humana e incluso la escasa memoria animal en fuerza y destrucción. Ese árbol, que algunos llamaban tejo y otros rey de los árboles, estaba perfectamente firme, como si declarara al mundo su predisposición a sostener el delicado peso de esa criatura viva, quizás la mas bella del mundo, o asó lo juzgaba el sabio rey de los árboles junto a todos sus discípulos. Los animales se acercaban con curiosidad a ver cuan bella era esa mujer, esa dama de nobles maneras y delicadas formas, con una armonía en el rostro que solamente era posible si un ser humano escuchaba toda una vida y parte de la siguiente los sonidos del bosque. Las flores estaban ligeramente inclinadas en la dirección de esa dama que tenía el color moreno mas dulce del mundo, una porción de esa tierra de la que provenía, fértil y bella como solo esa misma tierra podría serlo. Las canciones de los pájaros eran un regalo de estos para los oídos de esa mujer que siempre tenía a bien de escuchar aquello que mantenía lleno de preocupación los corazones de los demás.
Y lo que sus ojos tocaban no volvía a ser lo mismo. La hierba se volvía mas verde, fresca, sabrosa para los herbívoros, las ansias de matar y comer carne se olvidaba por parte de aquellos que buscaran la carne arrancada del hueso de las presas para rendir compañía y protección a esa doncella salida de un cuento de hadas. El propio rey de los árboles se embebía de fortaleza cuando ella elevaba su vista con esa admiración y fascinación que su vez impulsaba a todo aquello que tocaban sus ojos a mejorar. Las delicadas manos de ella eran suaves como la seda y se paseaban por el pelaje de algún que otro lobo y zorro, quizás una comadreja oportunista o algún lirón que despertara en ese momento o supiera de la presencia de esa entidad mas que divina y revitalizante del alma. El mismo bosque se movía a su alrededor, desde los mas altos árboles hasta las mas delicadas flores querían admirar de cerca esa muestra de perfección en cada uno de sus movimientos para regalarle manzanas los manzanos y peras los perales. Los mas dulces frutos escogidos cuidadosamente para saciar el hambre que pudiera sentir el cuerpo de ella. El bosque cuidaría de ella así como los propios cielos y la tierra. Los ruiseñores le regalaban sus mas estilizadas notas y los pájaros carpintero se afanaba en picotear un pequeño refugio, un balcón privilegiado en el que poder acomodarse y deleitar su vista y búsqueda de esa tranquilidad y paz que ella transmitía. Sin embargo todas esas atenciones no causaban la aparición de la vanidad y la soberbia, al contrario, pues ella en su afán de generosidad y de buena voluntad compartía los banquetes que la naturaleza le ofrecía, saciando su hambre y sed con los manjares mas exquisitos y el agua mas pura así como la miel mas dulce, que compartía sistemáticamente con los poderosos plantígrados.
A la caída del sol, sus hermosos ojos, resucitadores de la vida en cualquier trozo de carne o tierra muerta, se centraron en esa lenta caída del día, en el astro rey que regalaba sus último rayos a esa piel delicada y suave, morena como la tierra de la que venía esa inspiración divinamente humana y a la vez extraterrenal. El poderoso Sol, temido por los mas afamados conquistadores y adorado por las tribus mas antiguas, se tornó mas rojo cuando esa mirada, hechizante, poderosa mirada, ojos oscuros y a la vez brillantes, refulgentes, perfectos, se sonrojó al saber que una Musa, una auténtica musa había centrado su vista en él. Esos ojos nunca lo habían contemplado y ante tal sorpresa el Sol se sonrojó. El sol, enamorado de esa dama, le regaló el último rayo de ese día, que fue directo a deslizarse por su piel para darle calor en la consiguiente noche. Con esa educación y saber estar y a la vez con la mas viva de las alegrías la dama recibió ese rayo, valorando la importancia de tal gesto pues en ocasiones mas de una regalo similar le había llegado por parte de mas de un pretendiente humano, capaces de llegar a límites insospechados con tal de arrancar una sonrisa a ese bello rostro.
Llegó así la noche y los lobos dedicaron un concierto de aullidos para el deleite de la dama. Era el momento de los cuentos y los lobos, en afán de ser superiores, amos de la noche, no se molestaban en ahorrar detalles de sus cacerías de cuan poderosos eran, de lo que hacían cuando peleaban los unos con los otros. Cada aullido era una pincelada a un cuadro que mostraba el salvajismo y la fuerza justas y necesarias para que la presa sucumbiera y los cachorros, algunos de los cuales valientemente se habían acercado a través de los árboles a contemplar a la dama, se posaban perezosos sobre su regazo en ese momento bajo la atenta mirada de alguna madre protectora pero confiada en que ella solamente los cuidaría y mimaría. Las luciérnagas bailaban a su alrededor y se posaban de vez en cuando en su cabello y ropajes negros con pequeñas lineas azules que asimilaban a un fuego color azul rey. Los búhos, sabios de todo el bosque, conocedores de las mas antiguas artes e historias, se hacían escuchar también recitando consejos casi deforma maquinal y a la vez entregada para que ese conocimiento tan profundo de la cultura que poseía la causante de todo ese espectáculo aumentara mas allá del limite humanamente posible. En cada ulular contaban una historia de alguna batalla entre especies, de las miserias que pasan por causa del ser humano, conmoviendo el corazón de esa criatura tan apegada a la vida y a todo lo que suponga la magia y mas el mundo de los elfos que confeccionaron el vestido que ahora tenía puesto sobre su cuerpo, lleno de curvas y deseado por muchos.
La brisa finalmente llenó sus oídos con las mas delicadas y relajantes nanas, canciones de cuna que la madre naturaleza cantaba a sus criaturas cuando era tiempo de dormir. Dejaba fluir a su espíritu, brillante como un diamante que reflejara el sol, las mas diversas historias acompañadas de unas notas discordantes y a la vez eternamente bellas, que nunca nadie podría cansarse de oír. La brisa nocturna acarició su cabello, fascinando al propio aire en movimiento de la belleza de este, negro como la misma noche que la envolvía. Con la máxima delicadeza el rey de los árboles tomó el cuerpo de esa musa, de esa ninfa brillante, de esa criatura que no era humana pues nadie era capaz de mover un mundo como aquel de una forma tan sencilla y mas de forma involuntaria. Los aullidos cesaron poco a poco, el ulular de los búhos también y solamente permaneció la brisa que acariciaba el cabello y la poca piel descubierta por ese vestido finamente tejido de la Musa, de la Bella Doncella Querida Por Todos. Las estrellas aumentaron su brillo para que los miedos no la alcanzaran y las pesadillas no la rozaran o pensaran siquiera en acercarse a perturbar su sueño. Contemplándola estaba la noche, el rey de los árboles, la madre Gaia.
Unas plumas azules caían suavemente sobre el cuerpo de ella entretejiéndose para que su cuerpo permaneciera en la temperatura perfecta. Los ojos tristes del sueño de esas alas sonrieron cuando vio su obra terminada y suavemente descendió con ayuda de la brisa hasta posarse a su lado inclinarse y dejar un beso en su frente un ´´Dulces sueños Bella Doncella´´ en su oído y una rosa azul a su lado antes de marchar y seguir contemplándola en la oscuridad.
Un premio te espera en mi blog querido David, te lo mereces! sigo debiendo la chapa y pintura. Tengo un dolor de encías terrible provocado por la gingivitis, estoy muy fastidiada y sin paciencia y por eso no encuentro momento apropiado para poder hablar bien. Hasta luego ♥
ResponderEliminarGracias querida Mel por tan honorable premio en el que ando implicado junto a otras tantas maravillosas personas escogidas según tu criterio. Espero que te recuperes de tu problema d encías y que pronto nos regales toda tu bonita sonrisa voz y demás.
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