viernes, 18 de agosto de 2017

La ninfa salvadora.

   El bosque estaba realmente tranquilo ese día. Al menos en apariencia. Entre los árboles estaba una gran criatura que dejaba entrever un poderoso físico mezclado con el mas enfático respeto y amor a la naturaleza. la enorme cabeza reposaba sobre las patas delanteras mientras el enorme cuerpo verdoso estaba totalmente relajado, dejándose acariciar por las brisas que descendía de entre las ramas hasta su cuerpo de pelo verde y hojarasca. A sus orejas llegaban todos los sonidos del bosque; desde la brisa misma hasta las ardillas y todas las aves. Escuchaba el chapoteo de los peces o a las osas alimentando a los oseznos con esos mismos pescados. Dejaba escucharse de vez en cuando la pisada del ciervo, que siempre pretende ser sutil, o la veleidosa canción de aquellos pájaros que celebraban su particular festival del amor. Todos estos sonidos estaba a su vez solapando otros mucho mas sutiles. 

   Las potámides chapoteaban tranquilamente entre las pequeñas olas a la vera de sus ríos. Sus cuerpos elegantes y bellos estaban en constante movimiento, al igual que el curso de los ríos que custodiaban. Ente los árboles se escuchaba el canto y las risotadas de las dríades, perseguidas por los silfos. Aquellas criaturas de patas peludas y algo desagradables en el trato al sexo opuesto estaban permanentemente deseosos de prodigar todo tipo de servicios a las ninfas que corrías y reían alegremente. Aquellas grandes orejas podían incluso escuchar el sonido del batir de las alas de una mariposa, con lo cual, en medio de su letargo, se entretuvo a ratos. Hasta que algo le cayó encima de la cabeza. 

   Un enorme ojo se abrió y barrió toda la zona que tenía delante de si antes de mirar hacia arriba. Nada. Un pequeño sonido de desaprobación surgió de su garganta mientras se proponía dormitar de nuevo. Hasta que le cayó otro pequeño objeto de entre las ramas de los árboles. Esta vez el proyectil fue a parar en frente del gran hocico del lobo verde y los grandes ojos observaron lo que parecía un fruto rojizo. Una baya silvestre. Curioso era que el árbol bajo el cual estaba tumbado era un roble y no había ninguna planta de carácter frutal en unos cuantos metros, como bien indicaba su gran olfato. El enorme animal abrió la boca y emitió lo que parecía un bostezo mezclado con un reclamo de tranquilidad a la nada. Le contestó una risotada. De nuevo se abrió uno de aquellos enormes ojos y las orejas se orientaron hacia el tronco de aquel árbol bajo el cual estaba descansando. Desde el fondo de su garganta comenzó a emerger una especie de sonido muy grave que hacía vibrar levemente el suelo. nada ocurrió y parecía que el destino le había dejado de nuevo tranquilo. 

   Hasta que le cayó encima una baya de color negruzco, y eso fue el acabose. 

   El gran lobo abrió la boca y giró su enorme cabeza hacia el tronco. las grandes fauces se cerraron en torno y los dientes se clavaron en lo mas profundo de la corteza para a continuación, haciendo un movimiento de torsión, el enorme árbol comenzó a salir de su lugar. A todo esto le acompañaban gritos de alarma de su atacante.

   -¡No, AAAAAAAAAA!.-Y algo mas pesado cayó sobre el lobo y se abrazó a el. Era una bella criatura de gran sonrisa y que se reía entre las hojas y el pelaje verde de su guardián. Ella extendió todo el cuerpo a lo largo de aquella frondosa mata de hojas verdosas y se dedicó a acariciarle.-Pobrecito que no le dejan dormir.
   -Sí, el mundo es cruel conmigo.-Dijo el enorme lobo con cierta ironía. 
   -¿Que escuchan tus orejas, mi lindo lobo?.-Preguntó la ninfa, paseando los dedos alrededor de su enorme cabeza hasta donde le alcanzaban los brazos. Le encantaba apoyarse encima de él y acariciarle suavemente mientras le deleitaba con su voz y su respiración, meciendo todo su cuerpo con cada bocanada de aire. 
   -Pájaros y ardillas, una cabra en el monte y un rebaño de ovejas cercano. Van hacia el sur llevadas por un par de hombres. No, un hombre y una mujer. Hay mucha carne en esa dirección. -El lobo tenía hambre. hambre de muchas cosas. 
   -No debemos molestar a los hombres, mi dulce guardián.-Dijo el espíritu de los bosques.
   -Pero tengo hambre y...-El guardián se quedó quieto y alzó la cabeza levantando en consecuencia parte del cuerpo de ella.-Dolor. Huelo dolor.-Poniéndose en pie con su protegida encima partió a la carrera.
   La ninfa lo quiso detener pero solamente acertaba a sostenerse a las ramas y las hojas que componían el mixto pelaje de su guardián y amante ocasional. Atravesaron los árboles como una exhalación y vieron por el camino a algunas de aquellas hermanas del bosque y de los ríos mirándolos con cierta confusión y desconcierto. Llegaron entonces, silenciosamente, a donde un hombre se encontraba en el suelo. Se agarraba la pierna y de vez en cuando parecía a punto de lamentarse de un gran dolor. A pesar de la absurda cercanía ambos estaban perfectamente camuflados en la floresta. 
   -Creo que es mejor que te encargues tú, ninfa mia.-Dijo el lobo mientras mirada al ser humano en el suelo. 

   La ninfa se acercó y sucedió casi lo habitual. La mirada del humano pasó de expresar dolor a una gran fascinación. Se quedó absorto mirando a la ninfa mientras ella le preguntaba como se encontraba y que le había pasado. Algunos tardaban en reaccionar pero este fue rápido y mas cuando la ninfa apoyó la mano sobre lo que parecía un tobillo fracturado por una caída. En seguida la atención de hombre se centró en su actual problema y la protegida de aquella bestia se dedicó a sanarlo con paciencia. El lobo observaba el rostro del hombre atentamente, a la espera de que diera algún tipo de señal de bienestar o malestar, de deseo o avaricia. Nada. Fue entonces que oyó una especie de traqueteo en la distancia. Emitió un pequeño gruñido que se escuchó en todo el páramo. Lo ninfa lo entendió al momento y tras un par de chapuzas con unas plantas a la vera del camino se marchó como una ventisca. 
   -Vámonos de aquí, lobito, vienen muchos humanos por lo que has dado a entender. 
   -Sí, bella ninfa, y una cosa es un testigo y otra muy distinta es toda una compañía armada o quien sabe que malhechores.

   Caminaron por entre los árboles, tranquilamente, dejando un rastro de hojas y vida a su paso. la ninfa se dedicaba a jugar con las ramas y hojas de su pelaje, o a veces le acariciaba entre las orejas mientras su improvisada montura esquivaba los árboles mas grandes. Con sus manos, la ninfa iba atrapando algún que otro fruto del bosque pero esta vez, en vez de tirárselos para molestar, se los daba a comer. había sido un día interesante, donde habían interactuado con humanos, algo poco usual al menos en ellos. Entonces el lobo se paró en seco y la mano de la ninfa casi le queda atrapada en las fauces de su guardián. Las orejas de su verdoso guardián se movían y el rostro de ella reflejaba confusión e interrogantes. 
   -Llantos.-Dijo el guardián.-Llantos de angustia. Llantos de dolor. Llantos de no poder dormir.

   A cierta distancia, en un claro, donde el camino normalmente estaba poco transitado por criaturas mágicas y sí por muchos mas humanos, un grupo de hombres y mujeres emigraba a tierras mas cálidas. Entre ellos había unos cuantos niños, bebés, mujeres, ancianos. Era un grupo nutrido. Dio la casualidad de que entre aquellos seres había un bebé, apenas un recién nacido que no parecía conforme con los horarios de la siesta y estaba llorando a pleno pulmón. Los sonidos de aquel bebé llevaron al lobo y a su compañera hacia ese lugar. Observaron la escena durante unos cuantos minutos.
   -Mi dulce ninfa, siempre sentiste fascinación por los humanos. 
   -Sí mi excelso lobo, siempre me parecieron interesantes, y a tí también.
   El lobo la miró durante unos segundos pero no dijo nada. Su bella ninfa le conocía bien. 
   Salieron poco a poco de entre la espesura, ella delante de el, caminando con su paso ligero y elegante. Todos los presentes se quedaron abstraídos en su belleza mientras el gran lobo verdoso se quedaba a cierta distancia observando. Ella se acercó al bebé, que lloraba desconsoladamente. 
   -No le haga caso, señora.-Dijo la madre.-Creo que ha tiene algo de fiebre y trato de calmarlo lo mejor que puedo. 
   -¿Puedo?.-Pregunto sencillamente la ninfa, con su mejor y mas elaborada sonrisa. 
   Había ciertas dudas en el rostro de la mujer pero terminó dejando que el niño fuera a los brazos de aquel ser magnífico, puro, bello y travieso. Fue entonces que la ninfa se puso en pie y soltó un suave silbido de varias notas. Entre la floresta surgió la imponente figura de un lobo de color verde, que iba con la cabeza ligeramente bajada. Los presentes vieron. atónitos, como sobre el lobo de aquel lobo se empezaban a mover ramas y hojas, formando una especie de pequeña cuna. a enorme bestia se tumbó en el suelo, mirando a la madre de la criatura, que contemplaba la escena con una especie de sensación de irrealidad. la ninfa tomó al niño entre su brazos y lo fue a depositas en la cuna-lobo. Fue entonces se el lobo comenzó a emitir un quedo arrullo que a los pocos segundos tenía al bebé sumido en un profundo sueño. Fue entonces que la ninfa examino al bebé. 
   -En efecto, tiene fiebre.-Dijo la ninfa mientras examinaba al niño.-Le daré unas cuantas plantas que tendrás que mezclar con un poco de agua y dárselo de beber cada noche.-Dijo la ninfa con toda resolución.
   Entretanto el lobo se había fijado en un tozo de carne que se asaba lentamente en la hoguera. Uno de los hombres mas mayores se dio cuenta de eso y tomó el trozo de carne para poderlo dar a comer al lobo, que lo devoró con ganas. 
   -Gracias.-Dijo escuetamente el gran y fiel compañero de aquella bella ninfa.
   -No hay de que, todo sea por ayudar a la naturaleza.-Dijo el anciano mientras sonreía amablemente.
   El niño en la improvisada cuna se despertó un par de veces con lloros quedos. Estaba molesto por las sensaciones de al fiebre y algo desconcertado pero aquel lugar lleno de ramas y hojas estaba caliente y el continua arrullo de aquel lobo le tranquilizaba de vez en cuando, invitándole a sonreír y a jugar con el pelo y el follaje. Pronto se volvió a quedar dormido mientras la ninfa preparaba una pequeña receta milenaria de hierbas curativas. 
   -Se lo debe dar siempre su madre, o la persona que mas le quiera en el mundo, para que tenga todo el efecto posible.-La ninfa sacó al niño de la improvisada cuna y lo dejó entre las patas del lobo, que miró al niño y este le miró a su vez antes de sonreír. Una escena preciosa. 
   Con el tiempo, según transcurría el día y la noche se asentaba, los niños y las demás personas se fueron tomando unas mayores confianzas con el enorme animal de pelo y follaje verde. Algunos lo miraban, otros le daban caricias y los dos mas osados trataban de subirse encima de él. Algunos lo conseguían y soltaban risotadas. Otros fueron incluso mas allá y el lobo tuvo que girar su enorme cabeza para sorprender a una infante tirando de su cola, haciéndole gruñir con cierta desaprobación. 
   A la noche, la madre del bebé enfermo se dedicó a darle el remedio de la ninfa a su retoño. Mientras lo hacía tarareaba una canción de su pueblo, de esas que pasan de generación en generación. La ninfa, conociendo todas las canciones pues las musas eran parientes de ella se unió y todos se maravillaron con su voz. El lobo se quedó observándola, e toda su bella estampa, con su vestido y toda su clase. Pronto el niño se quedó de nuevo dormido para despertar al día siguiente perfectamente sano.  
   -Es casi un milagro ¡Gracias!.-Decía la madre.-Llevaba con estas fiebres casi una semana.-La mujer no supo como expresar en palabras su agradecimiento.-¿Que podemos hacer u ofrecer como compensación por su ayuda?.
   -No es necesaria ninguna compensación, sencillamente que la vida siga avanzando.-Dijo la ninfa mientras se montaba en su precioso lobo verde.-Eso y no toquen o rompan nada que pueda molestar a mis hermanas, no todas son tan consideradas como nosotros.-Y dicho esto ambos se marcharon, dejando a la comitiva sorprendida y con una fascinante historia que contar.