martes, 25 de agosto de 2020

El sabio y la dríada

 Nada mas verle abrir los ojos, ella supo que en su mente había algo nuevo por hacer ese día. Ella, amante y fiel devota de la tierra y el amor entre hombres y mujeres en direcciones y formas diversas, acarició el rostro barbudo de su amado, que mostraba un rostro circunspecto. 

-Tengo algo que hace.-Dijo el con el ceño fruncido.-Observaremos algún acto humano y reflexionaré sobre la naturaleza misma. Pero antes me gustaría un beso tuyo.-Dijo él, inesperadamente dulce. 

-Todos los que quieras, amor.-Dijo la amada de ese hombre de ciencia. Besó sus labios con delicadeza pero firme convicción de entrega. Su cabello largo y ondulado cubrió ambos rostros cuando se inclinó sobre él y le demostró cuanto quería tener cerca a ese hombre, humano en apariencia pero de mente divina. 

Tras el dulce despertar se asearon por separado, un ritual que ella respetaba. Ella regó unas plantas con un método solamente visto en las gentes del bosque, entre canciones y pequeños bailes, algo que él respetó indudablemente. En su mente siempre analizaba la curvatura de las piernas, el arco de los brazos, el arqueado de su sonrisa y la sonoridad de su voz, de esa voz cristalina. Aun no había hecho ningún descubrimiento y tomar notas se había vuelto un ejercicio vano pues siempre se quedaba secretamente extasiado en aquella danza. 

Los grandes ojos de ella, de una oscuridad insondable, era una de tantas pequeñas señales de sus orígenes y contemplaban a su vez el rostro profundamente meditabundo de su amado. Otra señal, mucho mas sutil si se alejaba de la habitual convivencia, era que nunca comía carne.

-Señor.-Dijo el mayordomo tras servir el ligero desayuno de siempre.-¿leerá el correo después del desayuno?

-Lo dudo.-Dijo sin mas explicaciones.-Hoy saldremos. Puedes tomarte el día libre. 

-Sí, señor.-dijo el mayordomo, ocultando la sorpresa de esa orden.-Gracias señor. 

-Amor.-Dijo ella de pronto, con una sonrisa que mostraba unos dientes perfectos.-¿iremos al bosque?

Entonces el sonrió, algo raro, aunque de forma discreta, eso sí. 

-Solo quiero pasear, pero dicho paseo está sujeto a cambios de rumbo que seguramente te agraden. Por una vez en mucho tiempo, no tengo un plan fijo. 


Él se puso el abrigo y se aseguró de que tenía todo los necesario en los bolsillos. Cartera, monedero, lápiz, bloc de notas, papeles sueltos, cuchillo en miniatura y un pequeño objeto que servía para ver a largas distancias. 

Cuando salieron de la casa, ella iba vestida en un sencillo vestido de colores boscosos, que combinaban con exquisito gusto el otoño y el verano. Las mujeres ricas de la ciudad, cuando los veían pasar, dedicaban murmullos de envidia a ella. Cuando se disponían a salir para caminar, él se paró frente a un pequeño rincón del jardín que estaba sin cultivar e hizo una señal con la cabeza. Ella sonrió y fue casi flotando hasta ese lugar y posó las manos sobre la tierra, hundiendo los dedos en ella. 

Ella lo percibía todo, desde el desarrollo natural de las raíces hasta el arrastrar de lo gusanos y lombrices que tan buena causa cometían al oxigenar la tierra. 

-Dos días, amor.-Dijo ella, con una sonrisa, sin molestarse en limpiarse la tierra de las manos y rodeando el brazo de su amado con toda delicadeza y alegría. 

El hombres asintió y finalmente empezaron el paseo. 

Salieron de casa y se dirigieron a donde el río entraba en la pequeña población. No era una gran ciudad, pero contaba con un número decente de personas que vivían sus vidas apaciblemente entre edificios de tres o cuatro plantas y tenían en las afueras un incipiente lugar donde las fábricas hacían su aparición para no marcharse nunca mas. A los bordes de la cinta de agua cristalina los niños se entretenían jugando en el agua, en un día acalorado, que invitaba mas a la siesta que a la actividad. Contemplaron a los niños, él con cierta simpatía y una pequeña sonrisa, ella con infinito amor. Unos cuantos pasos mas allá se podía ver a un par de estudiantes de la escuela de artes dibujando el paisaje que se extendía ante ellos, con sus casas y un pequeño embarcadero. 

-Amor. Ayer en la plaza del mercado escuché a la señora tan simpática que vende vestidos que llegaría una nueva remesa este día. ¿Podemos ir a verlos?.-Dijo ella mientras, con dulce y melodiosa voz.

No le tomó mucho tiempo al varón de la pareja hasta que se decidió a satisfacer el deseo de su amada, que sonriente (mas aun), demostró su alborozo con un estrechamiento mas fuerte del brazo de su amado. 

La mujer que vendía los vestidos los recibió con un sonrisa y unos potentes besos en cada mejilla. Eran de sus clientes mas habituales. Mientras ellas se ponían a contar todo aquello que había sucedido desde el día anterior, el hombre miró la máquina de coser. "Intrigante instrumento, sin duda". Siempre se quedaba mirando ese aparato que tan bellas obras producía, ahí expuestas sobre rudimentarias tallas de madera realizadas por los jóvenes del aserradero y los carpinteros locales. 

-¿Algún día podré darle clases de costura, señor?.-Dijo la mujer, regordeta y de resultas maneras.- ¿Quizás me haga un competidor en este alegre lugar?

-¿Que? oh, no señora.-Dijo él.-Mis manos son torpes para estas cosas. Cien veces he intentado aprender los rudimentos de la costura y la creación textil y cien veces he fracasado. 

En ese momento, pasando su amada por su lado,esta le susurro:

-Doy fe, pues se te da mejor quitarme la ropa que crearla.-Provocando un sonrojo evidente en ese rostro normalmente resuelto a la calma y el decoro. 

La mujer de los vestidos no pasó por alto ese detalle y rió como reiría en una ópera la soprano.

-Veo que el frío hombre de ciencia tiene sus calideces.

-Su gran corazón lo es..-Dijo ella, examinando el vestido verde de la entrada.-Que delicia. ¿Sería posible pasarlo a recoger mañana?

-Por supuesto, señora.-Dijo la amable dependienta de la tienda. 

Salieron de nuevo a las afueras de aquella pequeña urbe en camino de ser una gran ciudad con el paso de las décadas. Fueron al ansiado y anhelado bosque, donde hacía unos años, un joven y prometedor estudioso de la flora y la fauna se había encontrado lo mágico e imposible. 

Ella se separó entonces del brazo de él y antes de que pudiera decirse nada el vestido que llevada puesto se desprendió del cuerpo mientras ella desaparecía entre los árboles con pasos alegres que al momento dejaron de escucharse, así como de verse el cuerpo que le había cortado la respiración cada vez que lo veía expuesto. 

El hombre se dedicó a caminar y a disfrutar de la flora. Muchas de aquellas plantas las había catalogado él cuando era joven. Algunos de los animales también se habían dejado catalogar cuando estaban por la labor. Las risas a veces se escuchaban a la derecha, otras veces a la izquierda. Sintió de vez en cuando una caricia en diversas partes del cuerpo y risas mas cargadas de intención. El científico no podía evitar recordar como se la había encontrado, él todo torpe y sin gracia alguna, demasiado sesudo en sus explicaciones, y ella simplemente mágica y perfectamente desprovista de vergüenza. 

Tantas habían sido las ocasiones en que había recorrido aquel bosque que hasta juraría que podría recorrerlo con los ojos cerrados. "Dos abedules iguales a la vuelta de la esquina", y ahí estaban. "un ciprés inclinado como en una reverencia por aquí", y ahí estaba el dicho ciprés. "Y ahora un claro con un árbol en medio". Y había árbol pero no claro.

La sorpresa  fue soberbia y los ojos del hombre de ciencia se desencajaron al ver que aquel claro era un lago perfectamente natural y se juraría que aun mas perfectamente redondo, lo cual en sí no era nada natural. En sus aguas se encontraba su amada, nadando felizmente, disfrutando de las aguas cristalinas. Aunque lo mas imponente era quien se encontraba bajo el árbol, aislado del resto del mundo por un montón de tierra.

La Reina de las Dríadas se acercó a él caminando sobre el agua como Cristo había hecho aquella vez. Los pájaros volaban a su alrededor y tenía dos ardillas en cada hombro. Era una mujer alta, con cabello del color exacto de la tierra y porte de una digna emperatriz. Estaba ataviada por unas telas de seda ligera que se agitaban a pesar de que no soplaba una sola brisa. Su cabeza estaba coronada con una tiara de madera de factura aparentemente simple pero que al ojo del carpintero era un trabajo sesudo y muy original. Cuatro joyas de color incierto pero que inevitablemente hacían pensar en las cuatro estaciones eran el motivo principal de atención. 

-Majestad.-Dijo el hombre, haciendo una profunda reverencia.-nos honra con su presencia y yo así de humilde me muestro ante vos.

-Yerno.-Su rostro era una máscara impasible e irradiaba formalidad en su voz.- Me honras con tu saludo. En lo que llegabas, mi hija una vez mas me ha dicho lo feliz que es contigo a pesar de tu presencia de ropa excesiva y tus costumbres puramente humanas. 

-Su majestad sin duda tiene razón una vez mas, mas por una vez he de decir que todo ser vivo tiene extrañas costumbres al compararlas a las propias. 

La Reina de las Dríadas tenía unos ojos que evocaban en ese momento la llegada del Otoño y por tanto al verde del Verano le estaban sustituyendo unas pintas amarillas y pardas, pero ello solamente le confería mas intimidación. 

-Indudablemente, querido.-Dijo la Reina y ofreció su mano. Tras ser honrada con un simple roce de labios y no mas, la alta mujer (mas que su hija, que nadaba aun alegremente), señaló en una dirección.-Debo manifestar mi preocupación por la fauna que en la desembocadura del río se encuentra, pues esas casas grises con altas chimeneas parece que hacen daño a los sirvientes de las náyades. Y a las náyades, todo sea dicho.

-Tendré en cuenta este problema y lo solventaré lo antes posible, mi señora. 

-Bien.-Dijo sin mas la dama mas poderosa de los bosques y se agachó para acariciar el cabello de su hija y besar su frente antes de desaparecer en forma de ráfaga de hojas. 

El hombre tuvo que sentarse para asimilar todo, pues raro era que su suegra se presentara así como así. En la última ocasión casi le hace azotar con un látigo hecho de ortigas por discrepar con ella en unas cuestiones. 

-Ven amor.-Dijo una de las cientos de hijas de aquella figura que se había disuelto en el aire hacía escasos momentos.-Báñate conmigo. 

El científico la miró y recordó el motivo de su desconcierto inicial. 

-¿Como es posible que ayer hubiera aquí un claro con un árbol en medio y ahora ese claro sea un lago?

A la sencilla y perfecta sonrisa le siguió una sencilla y mágica respuesta. 

-Ayer fue ayer, y ayer no es hoy, por lo tanto este claro no es un claro, y es un lago. 

El amado de esa dríada le deleitó con el mas desconcertado de sus rostros, algo que la hizo reír animadamente. A ese tipo de razonamientos él le llamaba "respuestas driáticas", respuestas que encajaban en la realidad pero no en la lógica. Ella le salpicó para sacarlo de su desconcierto y salió del agua, desnuda como estaba. Nunca se acostumbraría a esa visión. Siempre se le cortaba el aliento ante esa perfección casi hiriente. Con habilidosas manos le hizo desprenderse del chaleco tan forma, de la camisa, de los pantalones, de los calzones, botas, calcetines y todo lo que no fuera natural en su cuerpo. 

-Te amo.-Fue todo lo que acertó a decir ella antes de abalanzarse contra sus labios y caer ambos al agua entre chapoteos y risas. 


lunes, 6 de julio de 2020

La dama y el Lobo

   El lobo se acercó a la mujer que leía tranquilamente. Llegaba cansado de intentar cazar a la cierva blanca. A pesar de su excelente forma física, en el movimiento de su negro pelaje se reflejaba las amplias respiraciones para recuperar el aliento. Ni siquiera había un movimiento en su cola. La mujer seguía leyendo, no por miedo o preocupación, al contrario, era perfectamente consciente de la presencia de ese cazador del bosque que podía comerse a una persona de dos bocados y a un buey de cuatro. 

   Se encontraban ambos en un descampado de un bosque cerca del castillo de la reina y era uno de sus lugares favoritos. la enorme bestia pisaba las flores de colores que salían a su paso y que parecían inclinarse ligeramente, con expectación, hacia la mujer que leía tranquilamente un tratado de venenos. Los árboles estaban llenos de pájaros, insectos pequeños y no tan pequeños, y la risa acariciaba las ramas emitiendo una canción tan antigua como mágica. Si se aguzaba bien el oído se podía escuchar el canto de un pequeño riachuelo de agua cristalina y limpia y el chapoteo de algún pez. 

   La mujer, como ya se dijo, leía tranquilamente y no prestaba mucha atención (aparentemente) a lo que le rodeaba. Sintió el temblor del enorme cuerpo que se desplomaba  su lado, la enorme pata que se posaba en la pierna descubierta por el tajo del vestido y se quedaba dormido con un breve pero grave gruñido que contaba toda la emoción y frustración de esa cacería en concreto. Los ojos azules de ella pasaron entonces a su acompañante de ese día. Acarició el pelaje entre las orejas con sus finos dedos y empezó a tararear una canción de cuna. 

   -Oh, mi amor.-Dijo ella, con una sonrisa llena de absoluta ternura, como quien mira a un cachorro de labrador o un gatito recién nacido. Acarició suavemente la mandíbula capaz de romper el mármol blanco.- ¿Esa cierva mala de nuevo se te escapó?.- Su voz tenía cierto tono cálido con algo de chanza. 

   La bestia gruñó en sueños aunque perfectamente se podía tomar como respuesta. Los dientes quedaron al descubierto , con grandes colmillos, peligrosamente cerca de una de las largas piernas de la dama de graciosa figura y similar al color de su madre, la luna. La mujer no temía. Acarició la línea de la mandíbula, subió a su mejilla, y con cada caricia el rostro de la criatura parecía relajarse poco a poco. Se dejo llevar por su instinto y acarició detrás de las orejas. Mas allá de los pies de la dama, una de las enormes y poderosas patas traseras del ser comenzó a moverse involuntariamente. 

   Se escuchó un sonido entre las hojas de unos arbustos cercanos y la cierva blanca apareció. Aquella no era una cierva blanca normal (dentro de lo que pueda considerarse como normal una cierva totalmente blanca). Parecía emitir una luz propia. Era extraño que un ser tan destacable entre la vegetación nunca hubiera sido capturada, ni siquiera rozada con una flecha, haciéndose luz o esfumándose delante de sus captores al mínimo despierte.

   Entretanto la dama había cerrado su libro y lo había dejado dentro de la cesta de comida que había traído para disfrutar con su amado, sumido en el sueño mas profundo gracias a las atenciones de aquellas manos expertas en muchas artes. Vio avanzar a la cierva blanca y acercarse lo suficiente para que se pudiera apreciar cada uno de los pelos de su cuerpo. 

   -Has agotado a mi amado.-Dijo la mujer con terciopelo en la voz y una mirada de infinita adoración a la enorme bestia que emitiría pequeños gruñidos en sueños.-Una carrera ardua, seguramente. Por favor, noble Cierva, la próxima vez no lo canses tanto porque quería disfrutar de un bello picnic con él. 

   La cierva dio un par de saltos sobre sus patas, regocijándose en su poderío y gracilidad capaces de cansar al mas resistentes, fuerte y enorme cazador de todos los tiempos. Entonces la cierva miró al lobo largamente con sus enormes ojos. 

   -Claro que está dormido del todo. No hay trampa alguna en su sueño. 

   Entonces la Cierva Blanca acerco su cabeza a la del lobo y la dejó hay unos segundos, en un gesto de conciliación y respetuoso reconocimiento al adversario. Luego miró a la mujer directamente a los ojos. Ella no hizo gesto alguno de querer tocarla, solamente la miró con ternura y se deleitó en la luz propia que emanaba y la calidez que desprendía solo ver su piel de pelo corto. Y sin mas, esta desapareció.  

martes, 21 de abril de 2020

Lucy y el Señor Smith

El señor Smith abrió los ojos cuando escuchó abrirse la puerta. La pequeña Lucy entró en la habitación, con sus dieciséis años cumplidos hace dos semanas. Los ojos del "monstruo" refulgían en la oscuridad, aunque realmente estos no veían del todo bien. Se asemejaban a los de la mantis marina pero mucho mas grandes de tamaño y menos sofisticados. 
—Señor Smith.—Dijo Lucy, muy bajito, mirando los ojos enormes y luminosos de su amigo invisible.—He aprobado el examen de matemáticas.— Dio unas cuantas palmadas sin apenas emitir sonido. 
El señor Smith dejó entrever una hilera doble de afilados dientes. Sus largos brazos se acercaron a la niña y tantearon los hombros y los brazos para rodear completamente con sus blancos dedos, capaz de rodear al pastor alemán que tenía el señor Fossoway de perro guardián. 
El señor Smith medía mas de cuatro metros de altura y era un problema tenerlo sentado en ángulo recto en aquella habitación tan humilde pero no exenta de detalles dignos de una decoración mas bien adolescente.
—¡Que gran noticia, Lucy! ¡Y era tú la que dudabas!.—Dijo el señor Smith, con una voz entre sibilina y acerada, pero cargada de profundidad ancestral.
La jovencita puso algo de música y se sentó para hacer los deberes. Le gustaba la historia, dudaba en las matemáticas y odiaba la geografía. El señor Smith era un ser curioso que sentía fascinación por esa y muchas otras cosas. 
Al uso, alguien que pudiera verlo diría que era un primo cercano del afamado Slenderman, pero nada mas lejos de las intenciones aterradoras de ese monstruo nacido en Alemania a principios del siglo XVIII. El señor Smith llegó a la vida de Lucy cuando ella, paseando un día de lluvia cerca de un río crecido, padeció las consecuencias habituales de un resbalón. Con un giro del destino, el señor Smith, en aquel momento falto de alguien a quien servir como mayordomo o como ayudante de cámara, decidió rescatar a la pequeña Lucy. Ella, una joven cualquiera de un pueblo cualquiera, se convirtió entonces en su protegida y a su vez protectora. 
—Señor Smith.—Dijo de pronto la pequeña Lucy.— Creo que a Chester le pasa algo. 
El Señor Smith dejó de mirar los deberes de Lucy, prometedoramente divertidos y con sus largos dedos empezó a tantear la Jaula donde Chester, el hamster de la pequeña Lucy habitaba. Ella abrió la puertecita. El amigo invisible de Lucy era ciego pero al mismo tiempo podía ver algunas cosas como emociones o el calor, mas no así otras cuestiones mas banales como las formas de las cosas. Y para ello tenía unos dedos provistos de unas garras afiladas pero extremadamente sensibles a innumerables cosas. 
Los dedos de la criatura se colaron y después de sortear un laberinto de algodón y frutos secos dio con el encantador y siempre activo Chester. 
—Lucy.—Dijo, mientras dos dedos se deslizaban por el pelaje del pequeño roedor. en su voz había cierta pena, incluso sus grandes ojos parecían traslucir cierta emoción— Temo informarte de que Chester probablemente no pase de esta noche. Su reloj de la vida está dando sus últimas campanadas.
Lucy se quedó en silencio. Los dedos de el señor Smith tantearon de nuevo a la joven adolescente normal. Y como es normal, Lucy traslucía pena, tristeza, emociones intensas y contenidas. Levantó el tejado de la pequeña casa de Chester, lo tomó en sus manos y le dedicó mucho rato, dejando a un lado los deberes de química.
—No se marche señor Smith.—Dijo la pequeña Lucy mientras se acostaba en la cama con Chester sobre su pecho.—Tranquilo Chester. No te pienso dejar. 
Chester abrió los ojos. Movía un poco el cuerpo, señal de que aun respiraba. 
El señor Smith callaba y hasta su sonrisa aparentemente amenazadora se había difuminado un poco. Lucy puso una recopilación de las canciones favoritas de Chester cuando este se encontraba en la rueda de su jaula. 
—Señor Smith.—Dijo Lucy mientras acariciaba el cuerpecito peludo de su amigo en los últimos cinco años.— ¿Como es la muerte?
La criatura invisible a los ojos de todos menos de su amiga humana la miró con los ojos y la tanteó con los dedos. Aunque capaces de cortar el granito, estos nunca le había hecho una sola marca al cuerpo o a la ropa de Lucy o de cualquiera de sus enseres.
—Lo mas cerca que estuve de morir fue hace mas de cinco siglos en un ritual de lo que hoy llamaríais "vudú". Hay muchas fuerzas curiosas en la naturaleza y algunas muy poderosas y esta fue una que casi me manda a un lugar que no quería visitar. Me gusta pensar que la muerte es algo mas agradable que simple miedo o negación o lloros desesperados por lo inevitable. Creo que es una fase mas de la vida. 
Se formó otro silencio. Lucy volvió hablar. 
—¿Que hacías en un ritual vudú?
—No era Vudú al uso, era algo parecido pero este desde luego no estaba siendo realizado por charlatanes. Esto era energía muy extraña, ni buena ni mala, pero sin duda no me dejó indiferente. 
—¿Pero que hacías ahí?
—Casualidad. 
—¿Casualidad? ¿Como aquella que hizo que me salvaras la vida?
—Podríamos entrar en debate pero diría que sí, solo que la casualidad de hace cinco siglos casi me mata mientras que la de hace un par de años contigo me hizo sentir feliz. 
Otro nuevo silencio, aunque esta vez Lucy sonreía ante aquello último. Chester intentaba escuchar, sintiendo las vibraciones de la voz en el pecho de Lucy. A su vez le reconfortaba los pequeños tanteos que el señor Smith le aplicaba de vez en cuando. Así es como a las dos treinta y siete de la madrugada Chester pasó a mejor vida. Lucy dejó resbalar amargar lágrimas, sosteniendo en sus manos el cuerpo sin vida de el mejor corredor de rueda de todo aquel pueblo, un campeón de campeones. 
Le siguió un ritual de entierro digno de todo un atleta. El ataúd de Chester fue una caja de zapatos bien rellena de algodón, con comida suficiente para la carrera al otro lado. Lucy lo enterró en el jardín de atrás. Aquí tenemos que hablar de otra característica del señor Smith, quien ahora se encontraba de pie, al lado de la pequeña Lucy, con sus largos dedos sobre los hombros de la joven, prestándole un consuelo mayor que el de cualquier ser humano.
El señor Smith era extraño en su forma de desplazarse y esa era quizás su mayor ventaja. Ya que sería extraño que un ser de cuatro metro no rompiera algo intentando salir de una pequeña habitación de adolescente, él se movía o mas bien se transportaba a voluntad en ciertas ocasiones como aquella. Por lo general caminaba cuando se encontraba en espacio abierto pero para entrar y salir de la habitación de la joven Lucy debía de usar ese recurso. 
—Chester siempre fue una gran compañía en las tediosas horas de estudio.—Dijo Lucy, dejando salir libremente las lágrimas.—Él siempre me recibía el primero, incluso antes que tu, señor Smith. 
—Sin duda era rápido hasta para eso.— dijo el señor Smith sin ápice de resentimiento.
—Nunca olvidaremos, en los registros históricos, su marca de velocidad y sus hitos en el deporte casero. Descanse en paz, Chester, gran corredor, mejor Hamster.
Entonces el señor Smith entonó un canto extraño. Pocas veces se había escuchado al ser de otra dimensión cantando, pero esta era una melodía que, aunque sin una letra distintiva, evocaba el camino, el viaje, el cambio de estado o simplemente el partir a un lugar mejor. 
—Nunca había escuchado esa melodía..—Dijo Lucy cuando estaban de nuevo en la habitación.
—En mi pueblo se le llama "la canción del caminante", aunque tiene un nombre mas largo e intrincado, que ni siquiera pueda traducirse a ningún idioma.—explicó el ser mientras tomaba entre sus garrar un libro y lo metía dentro de la mochila de la joven.— No se como la aprendí pero la aprendí y se que es de mi pueblo. 
—¿Alguna vez me hablarás de tu pueblo? cuando tengas ganas y motivación. 
—Es probable.—Dijo el Señor Smith mientras depositaba otro libro de ciencias y unos cuantos cuadernos.— Me sigue pareciendo inhumano que os carguen a los jóvenes con tanto peso de libros y cuadernos.— Las delicadas y afiladas garras cerraron la mochila de la protegida y protectora.—
Lucy ya estaba en cama, con los ojos aun algo rojos por la lágrimas. Había tomado una taza de chocolate preparado por su madre después de que se le comunicó a tan encantadora señora que Chester había partido a la carrera eterna. La taza estaba apoyada en la mesilla de noche. 
—Buenas noches señor Smith.—Dijo Lucy
—Buenas noches, Lucy.—Dijo con su voz sibilina y su sonrisa algo menos notoria por el luto en esa casa. 

sábado, 11 de enero de 2020

La bella Loba.


Que bello era estar en su presencia, casi tanto como sus ojos. Sus manos finas delineaban el torso de aquel afortunado mientras hacía sentir la calidad de su cuerpo contra el de él. Ella era joven, una noche oscura se prendía en su cabello constantemente, de sus ojos traslucían la raza dulce y gentil. Detrás de esa mirada había una pequeña loba, una exquisita loba que buscaba la cercanía, que deseaba con fuerza tener alguien a quien amar y alguien que la amara. Los brazos de aquel que había sido elegido rodeaban su fino talle y mantenía los ojos cerrados, disfrutando de aquel calor humano que despertaba instintos antiguos como el propio hombre.
Una de sus largas piernas subió ligeramente, afianzando su presa sobre aquel que ahora suspiraba lentamente, deslizando unos blancos dedos hasta donde el muslo terminaba.
-¿Que piensas?.-Preguntó ella, con esa voz de cristal que quería a veces seducir y otras veces no era consciente de su propio hechizo de amor, de una de tantas formas de amar. 
-En lo afortunado que me haces cada vez que estás aquí, cerca de mi, cada vez que dejamos los bosques para abandonarnos a la humanidad mas sencilla. Pienso en el sol que hora nos ilumina, que pronto será luna llena y seremos de nuevo un par de excepciones mas en la aburrida vida del hombre. Pienso en el calor y el color de tu piel, en los prados que recorreremos y en como la hierba complementa el color de tu pelaje.

Ella se alzó apenas lo justo para poder mirarle a los ojos. No tuvo apenas tiempo de decir nada mas aquel hombre sencillo antes de que ella le besara con suavidad, le diera a probar de unos labios. Poco a poco se sentó ahorcajadas encima de el y tomó sus manos, las besó mirando sus ojos en todo momento y las paseo por esa anatomía de mujer. Él suavemente dejó que los dedos hicieran su trabajo, quitando poco a poco la ropa que la envolvía a ella. Su blusa quedó a un lado, luego sus sostén, seguidamente su falda. Ella era una luz en medio de aquella oscuridad creciente que llegaba en la noche. La cama era mudo testigo de lo que aquellos cuerpos se demostraban mutuamente, donde no había mas que palabras hechas gesto.

Él se desprendió de esas capas artificiales y molestas. tomó las caderas de ella y acompasó sus movimientos, en una danza suave y lenta. Ella se entregaba mientras él la miraba con deseo, sin esconder un solo retazo de su pasión.  Hicieron el amo, dejaron a un lado los momentos de duda y simplemente fueron uno por una noche mas.

Entonces al llegar la luna a su cenit, dos lobos, uno grande y otra loba preciosa, fueron vistos entre los bosques con gruñidos que asemejaban risas y una genuina diversión.