lunes, 24 de diciembre de 2018

El relato inacabado.


   El palacio de aquel famoso lord se encontraba atestado de gente. Era un hombre que había servido a su majestad, el rey y que quería mostrar un poco de su poderío desde la buena voluntad y la diversión. Había acudido lo mejor de los mejor de la sociedad, desde los mas distinguidos nobles hasta genios de la ciencia o valientes y condecorados militares. Unos se hacían acompañar de sus sirvientes, otros depositaban su confianza y el ser complacidos en sus deseos por los sirvientes de aquel lord. Había dado instrucciones claras de que cada persona ahí presente no se apeara la máscara en momento alguno, que era todo mas misterioso y mágico cuando el anonimato acompañaba.
   Había entre los invitados una cierta doncella, afamada por su belleza digna de las tierras exóticas de las que había venido a muy temprana edad. Inglaterra se había convertido para ella en un hogar mas digno de su confianza que las tierras americanas, pero no dejó nunca de soñar con volver a aquellos parajes.
   Su vestido había sido elegido de entre una amplia variedad que su modista le había puesto delante. Mil tipos de diseños, encajes, escotes mas o menos escandalosos habían pasado por delante de sus narices. Se había decidido por uno negro y rojo, bordeado en sutiles líneas azules que no parecían tener un patrón fijo. Un diseño extraño, pero fue verlo y enamorarse de él al momento. Así es como se había presentado ante el Lord, que se quedó encandilado por la voz de la joven y su magnífica conversación.
   Le acompañaba una sirvienta que el padre de la joven había designado. Esta iba ataviada con un vestido sin duda mucho mas sencillo, de tonos pardos igual que la máscara, que imitaba a un petirrojo en pico y colores. La de su protegida era una máscara hecha en fina porcelana de color blanco con sutiles líneas azules color claro que asemejaba al rostro de un lobo blanco.
   Por todo el salón principal, de gran amplitud, se había distribuido una serie de tarimas donde había una orquesta y artistas que se iban turnando en sus habilidades circenses. Desde malabaristas hasta entrenadores de pequeños animales, estos deleitaban las fantasías mas variopintas de los presentes, que bebían y reían asiduamente.  La joven, por su parte, aprovechaba ese anonimato para conocer a desconocidos en calidad de personas antes que de banqueros o generales. En los vals no le faltaban parejas para poder perderse entre las notas de la música, disfrutando de las habilidades del propio lord o de muchos otros honrados voluntarios.
   Fue entonces que lo vio.                                                              
   Se cruzó con esa mirada que parecía hecha de puro deseo. Fue solo una décima de segundo y esos ojos negros se perdieron entre la multitud mientras ella bailaba, lo cual provocó que perdiese el pie y pisase a su acompañante, el tercero o cuarto de esa noche.
   -Disculpe caballero.-Dijo la mujer, claramente avergonzada por su equivocación-Me distraje.
   -Por favor señorita, o señora, no tenga la mas mínima preocupación, estos pies que usted ve han recorrido muchos kilómetros descalzos allá por las Indias.-Dijo su interlocutor con una sonrisa que lucía un diente de oro.-Bebamos para celebrar mi nueva herida de guerra.
   -En verdad lo lamento, caballero.-Dijo la mujer, perdida en timidez, con el recuerdo de esa furtiva mirada aun en el corazón. Aceptó la copa de buena gana y tras un breve intercambio de palabras este hombre se perdió entre la multitud con una improvisada amiga.
   Sin mas que hacer, no tardó en encontrar a su protectora cerca de ella, mirándola fijamente. Era una mujer que se había preocupado por su bienestar desde que tenía memoria y que hablaba con quienes la jovencita interpreto que debían de tratarse de otros sirvientes.
   Ella le sonrió y se acercó. Cuando llegó a donde los asistentes de los invitados se encontraban todos los presentes en aquel pequeño grupo hicieron una pequeña inclinación de cabeza. Pero antes de que pudiera contar la anécdota un toquecito en el hombro le hizo darse la vuelta.
   Los ojos negros que había visto estaban delante de ella.
   -Señorita.-Dijo con un extraño acento una voz profunda y envolvente detrás de una máscara en forma de lobo negro.-¿Me concede este baile?
   Palabras sencillas y gestos sencillos, pero aquellos ojos no eran en absoluto sencillos. Irradiaban algo que parecía muy fuera de lo común. Los militares tenían una clara solvencia y resolución, los exploradores eran inquietos y los antropólogos eran ojos que perduraban en el completo y constante análisis de la persona que tenía delante, con mayor o menor interés.
   Pero aquellos ojos, de una profundidad insondable parecían estar en un punto medio entre todas esas características y muchas mas. Cuando se unieron al resto de parejas, la muchacha pudo ver, o mas bien comprobar la fuerza de aquel que era ahora su pareja de baile. Parecía llevarla en todo momento, pero al mismo tiempo, si ella deseaba un cambio de sentido, él no tenía problema en concedérselo. Iba ataviado con un sencillo traje de gala que parecía diseñado para una suerte de militar explorador. Una combinación extraña, incluyendo un toque salvaje, animal, pero sin duda el material de la tela, de un rojo oscuro, le sentaba bien. La mano que ella tenía sobre el hombro de él afirmaba una buena constitución muscular y los pocos rasgos que dejaban ver su máscara oscura eran sin muy varoniles, imposibles de ser confundidos con el género femenino.
   -Por el acento que tiene su voz, diría que no es de esta tierra.-Dijo ella, para romper el hielo.
   -Una observación muy acertada, señorita. Soy de tierras del Este que muy poca gente se atreve a explorar con la naturalidad con que nosotros los hacemos. -Su voz destilaba seguridad, suavidad y profundo mundo interior.
   -Polonia.-Se aventuró a decir ella.
   Él la miró con cierta sorpresa.
   -Indudablemente cerca pero no exacta.-Dijo el caballero con una sonrisa arrebatadoramente blanca, mostrando unos dientes blancos, perfectamente alineados. Incluso aquella dama que tantas atenciones había llamado tenía un cierto defecto.
   -Me inclino por Rusia entonces.-Dijo ella. Se dio cuenta de lo débil que había sonado su voz, pues en su mente solo existía el deseo de mirar sus ojos.
   -Exactamente.-Dijo él en lo que parecía un susurró cuando la música cambio a una pieza mucho mas lenta, donde las parejas, en general, se acercaron mas.
   -Nunca he visitado Rusia.-Dijo ella, dejándose llevar ahora por él.
   -Entonces mi país estará encantado de recibirla con los brazos abiertos. Los mismos Urales se apartarán para no estorbar a su montura.
   Hablaron mas y mas, mientras las piezas se sucedían. Los conocimientos de aquel hombre eran exageradamente amplios mientras el control del cuerpo en el baile parecía no tener punto mas fino de control. Ella le habló de su padre que no había podido asistir por aquella enfermedad, la gota, que ya no le dejaba caminar. Le habló de su vida de estudios y preparación para la vida de una señorita. En ese punto su voz denotó la poca apetencia de aquella vida.
   -No envidio esa vida que os quieren dar.
   -Bueno, es normal, dado que vuestra vida, por lo que me contáis es mucho mas emocionante que lo que pueda experimentar una dama de un señor con tierras, como es mi caso.
   -En absoluto, solo he sabido aprovechar el momento y he sabido que momentos u oportunidades me eran realmente beneficiosas para lo que mas quiero: mi libertad.-Dijo el caballero, como si estuviera perdido en algún punto entre el baile y un recuerdo.-Yo podría haber sido zar o príncipe o algo por el estilo.
   -No me diga.-Dijo ella.-¿Todo este tipo he estado bailando con alguien de sangre azul? Sabía que el baile de esta noche era de gran nivel pero no hasta ese punto.
   Él rió. Era una risa extraña, cavernosa, resonante, como si penetrara hasta lo mas profundo pero sin herir el oído ajeno de quien la escuchara. La dama se asombró de que no se hubieran girado todos a contemplarlos.


   El escritor se inclinó sobre la silla, mirando hacia el techo blanco. La lámpara de aceite iluminaba la estancia parca en riquezas pero rica en detalles, con tapices de guerreros y libros de fantasías o conocimientos. Había alguna ilustración técnica de ingenios militares o proyectos hechos en la infancia. Dejó salir un notable y frustrado suspiro mientras miraba las hojas de papel en su posición desgarbada. La noche era total fuera de aquel lugar donde él vivía desde hacia toda una vida humana.
   Dos manos blancas se posaron sobre sus hombros, y bajaron por estos para rodear su torso. Él sonrió, dejándose envolver por aquella mujer perfecta a los ojos de casi cualquier hombre o mujer. Se dejó envolver por sus brazos y sintió la curvatura de sus pechos en la parte de atrás de la cabeza. Supuso que estaba mirando lo que tenía escrito.
   -Quizás demasiado tópico para ti, amor.-Dijo una voz de terciopelo una vez que los labios de la mujer se fueron deslizando desde el cabello con pequeños besos hasta directamente su oído.- Se ven las intenciones de ese caballero del este para con la inocente damisela.-Y tras esto hizo que sus labios se posaran en el cuello de él, justo donde la sangre circulaba rauda y veloz gracias a su seductora cercanía.
   -Lo se.-Dijo él, hechizado ante las maneras de ella, pero confiado en no correr ningún peligro para con su vida.-Nunca he sido vampiro y no se como, en medio de tanta gente, con una celosa cuidadora, podría nuestro coprotagonista sacar de ahí a su futura víctima.
   Los labios femeninos que tenía en su cuello no pronunciaron palabra, dejando que el silencio supusiera un lienzo de quietud en aquella estancia. Finalmente ella sonrió contra la piel de su amado, tan vulnerable, tan humano y tan simplemente exquisito.
   -Serías un vampiro pésimo.-Dijo ella finalmente, dejando traslucir una sutil sonrisa en una de las comisuras de sus labios.
   Él alzó la ceja, herido en su orgullo como posible vampiro, aunque finalmente lo tomó como de quien venía, y ya era suficiente una crisis con la inspiración.
   -¿Gracias?.-Dijo él, suspirando de nuevo, aunque esta vez no de frustración, mientras esas finas manos de amante o asesina (o ambas) lo estrechaban un poco mas.
   -No me malinterpretes amor,.-Dijo ella, con un tono distendido, dando un beso largo de nuevo en ese punto tan vulnerable para los vivos.- seguramente serías un bello vampiro y tendrías que apartar a todas las mujeres a manos llenas de tu camino aunque solo fuera para ir a la tienda de la esquina a pedir unos riñones de cerdo, pero tu bondad, honestidad y buen corazón te causarían mas de un dilema así tuvieras la yugular de la mujer mas bella del mundo a tu entera disposición, ciegamente entregada para que te alimentaras de ella.
   -¿Se puede saber el motivo por el que es mas sencillo cazar a los hombres que a las mujeres?.-Preguntó el escritor, sabiendo que su sonrojo ante tan dulces palabras había quedado al descubierto, alzando una mano y acariciando el perfecto rostro de su amada inmortal.-Aunque me supongo la respuesta.
   Ella bajó a su hombro y dejó otro beso en este antes de alzarse y apoyarse sobre una de las esquinas del escritorio. Aun él se preguntaba como era tan afortunado de hacerle el amor a esa perfecta diosa de la muerte cuando sus excitaciones congeniaban.
   -Cuando me veía obligada a alimentarme de alguien en una fiesta, los hombres son el mejor objetivo. Nadie les cuida, salvando aquellos que son muy jóvenes, en cuyo caso sí que se les asigna a un miembro del servicio de la mas alta confianza, los cuales a su vez se portan como una extensión de sus progenitores. No,  lo ideal son los adultos hechos y derechos y cuanto mas confiados y pagados de si mismos, mejor. Nadie les cuida, nadie les recuerda que tienen que estar cerca de sus sirvientes o permanecer en grupo para mutua protección ante gorrones y pervertidos pasados de copas.-Su tono era el que emplearía un profesor de ciencia natural para explicar a sus alumnos las diferencias entre las distintas especie de batracios.
   >>Es entonces mucho mas sencillo acercarse. Cuando la noche ha avanzado resulta hasta insultantemente fácil. El alcohol ya se encuentra en sus venas pero no se le pueden pedir peras al olmo. El contacto visual y físico, perfume mediante,  este último ni muy sutil ni muy fuerte, aunque en nuestro caso ya desprendemos un aroma lo suficientemente atractivo. En sus nubladas cabezas ven la oportunidad de oro para recrearse en su masculinidad y simplemente dejarse llevar en medio de unos torpes empujones de caderas. Pero sin duda nunca llegué a ese punto. Para cuando se dan cuenta ya están a punto de soltar el último hálito de vida, entre los matorrales del jardín de cualquier señor y nada importuna mi retirada en sentido contrario.<<
   Ella terminó y le miró, esperando ver asco, repulsa, miedo. No vio nada de eso.
   -¿Alguna vez sentiste remordimientos?.-Dijo el escritor mientras tomaba la mano de su amada y besando sus nudillos fríos y clínicamente inertes.
   -No.-Dijo ella con apenas un susurro.
   El silencio se instaló en aquel lugar. Finalmente él habló.
   -No puedo morder el cuello de la mujer mas bella del mundo. Murió hace tiempo, pero resucitó y ahora está aquí, a mi lado.-Dijo él atrayéndola hacia sí y apoyando la cabeza en el espacio que existe entre el pecho y el vientre.
   Ella sonrió y se sentó con elegancia sobre las piernas de él, tomando ese rostro cálido, con esos ojos tan maravillosamente inocentes y besó sus labios. El calor de la vida contra el frío de la muerte, un contraste imposible pero sin duda hecho realidad en esa maravillosa noche de luna llena.


El hombre y la dama alada.


Mis manos rodeaban la voluptuosidad de su cuerpo destinado al pecado mas carnal. Ella, sonriente, con unos ojos que brillaban de deseo, parecía querer memorizar cada poro de mi piel, a través de la ropa, la cual iba poco a poco desapareciendo, estando mi cabeza centrada en otras cuestiones, aunque las prendas cayeran al suelo echas jirones. Sentía su calor contra mi calor, mucho mas apagado por mi naturaleza humana, mucho mas proclive a ideas mas gráciles, pero incapaz de fijar o asentar otra idea que no fuera aquella anatomía diseñada para la lujuria. Me hablaba con un tono de voz colmado de encantadora sexualidad. Tomó mi rostro y beso mis labios. La carnosidad de su boca se materializó con fuego y deseos de ver mi equilibrio y moralidad quebrados. Acepté su proposición silenciosa. Diría mas, pues tomé la iniciativa en tanto las lenguas se entrelazaban y se iban conociendo mutuamente.
Mi cuerpo reaccionó de forma visible, ella se separó lo justo para mirarme a los ojos, sabedora de su victoria y sus manos deshicieron mi ropa. No fue necesario que yo hiciera lo mismo, pues su desnudez fue mostrada desde el primer momento en que apareció en mi habitación, así había sido su método para cazarme. No sé en qué momento me vi en la cama, con su cuerpo diabólicamente perfecto sobre el mío, con sus senos pegados a la piel desnuda de mi torso. Mis manos delinearon las caderas y la fina cintura, y repitieron ese trayecto varias veces hasta que se hizo insuficiente ese espacio. Me aventuré hacia rincones mas dignos de secretismo. Ella suspiraba de un modo de invitaba incluso al mas humilde a sentirse poderoso y ultraterrenal, con sus ojos brillantes de deseo de mujer, ilusión de niña e intenciones de demonio. Aquellas alas que ella portaba no fueron impedimento para mis manos y sus vaivenes, que fueron al lugar de su donosa retaguardia, que con seguridad muchos había contemplado con abierto deseo. Ella dejó salir un suspiro mas marcado, junto a una sensación de plena aceptación que corrió por todo mi cuerpo hasta quedar ahí, en aquella parte de mi intimidad que la súcubo se había empeñado en reavivar con gentil y decisiva lascivia.
Me miró a los ojos, tomando mis manos, asentadas en aquella parte redondeada de su cuerpo, y haciendo que yo tocara cada una de las zonas que cualquier hombre daría una mano por tocar. Me miraba con abierto deseo, como si fuera ese  ideal de purasangre que muchas damas de alta y aja cuna desearan. Murmuró algo, se relamió ligeramente y condujo una de mis manos hacia el interior de aquel espacio entre sus piernas. Noté calor, mucho calor, y la obvia señal húmeda de que ella estaba preparada desde hacía mucho tiempo para consumar actos condenados por los mas básicos conceptos de la moralidad. Y entonces decidí que dicha moralidad, aquello tan subjetivo, no tenía espacio entre nuestros cuerpos tan apretados el uno contra el otro.
Por mi parte yo la miraba atentamente, con una sonrisa impregnada en deseo y un par de gotas de lujuria. Ella subió un poco su cuerpo y mi boca se encontró con sus aureolas y esa punta excitada por el calor y el roce de las pieles. El sabor era fuerte, la temperatura era cálida, mas de lo que un ser humano puede emitir sin considerarlo febril, revelando la naturaleza de aquella dama venida de un mundo destinado a la lujuria. Saboreé su cuerpo, su piel, mis manos apenas se contenían ya en los límites a explorar, y sentí la imperante necesidad de que ella finalmente abriera su cuerpo a mi. Mas aun.
Por instinto o experiencia, ella advirtió mi urgencia, sonrió de nuevo de esa manera, lasciva y perfecta y unió su cuerpo al mío. Sus manos se apoyaron en mi torso mientras las mías se asentaban en sus caderas, que iniciaron un lento vaivén cargado de erotismo y claras intenciones de complacencia mutua. Ella se movía con ese brillo en los ojos de abierto deseo, como si para sus mas fieles e íntimos objetivos vitales no hubiera nada mas allá de mi rostro, visiblemente alterado por el placer. Sentí sus uñas rasgar levemente mi piel mientras las naturalezas de ambos se expresaban de formas varias. Mis dedos subieron a sus grandes senos, tomando una de esas puntas cálidas y lo apretaron, con la consiguiente nota de placer añadido, lo cual derivó en movimientos mas marcados.
Mis caderas se acompasaban a los movimientos de ella, regocijándome en el espectáculo que ofrecía ver esa ciega entrega, sin juicios ni prejuicios, tan solo viviendo el momento con plena capacidad de satisfacción mutua. Sentía mi rostro sonriente, invitándola a darme mas de aquello que poca gente podría darme en el otro mundo, el de los mortales como yo. Ella se mostró demandante, exigente, con mi cuerpo unido al suyo, moviéndose con decisión. Las preguntas mas racionales se desvanecían, y yo estaba encantado de ello, pues sabía que con esa dama del mas primitivo deseo, no existían las trampas ni las segundas intenciones. No dudé en dejarme llevar, en expresar mi placer abiertamente, con mis manos deslizándose por su piel, suaves pero al mismo tiempo decididas.
Mi tensión fue en aumento, la de todo mi cuerpo mientras mi mente se sumía en una nube de despreocupación cuando finalmente estallé de placer. Mi esencia se entremezcló con la suya, como dos corrientes que se cruzan al abrir un embalse. El último choque de los cuerpos fue tan sentido y entregado que involuntariamente me alcé unos cuantos palmos, acercándome a sus senos, que se posaron en mi cara una vez ella hubo conquistado con su feminidad hasta el último rincón de mi. Me deleité con el sabor de su piel, deslizando las manos por aquellas caderas que habían regalado uno de los bailes mas exquisitos de mi existencia en estos mundos.
Que curioso era todo aquello. Una vida consagrándome al bien y la justicia y fue un ser supuestamente diabólico quien me regaló un sentimiento pleno de libertad.
A la mañana siguiente unos labios se posaron sobre los míos y una lengua invadió mi boca. La tentadora dama demandaba su correspondiente tributo.


miércoles, 21 de noviembre de 2018

Carta de añoranza

   Mi querida CDP:

   He olido de nuevo la sangre, aunque esta vez a través del recuerdo. Vagar entre los árboles y en aquel claro donde se encontraba nuestra cama me hace pensar en los buenos momentos. Te echo en falta, para poder  desahogar el dolor tan profundo que acarreo y que yo trocaba por tus gritos de agonía. Que rabia me da no poder volver en el tiempo, hace que mis zarpas se tensen o que mis instrumentos me recuerden su función de forma bana, arrojándome su brillo con la luz de la luna.
 
   Tengo en la memoria tu rostro, empañado en lágrimas, mostrando el dolor y luego ese cansancio que o provocaba con los amantes que están toda la noche realizando cada una de las mas artificiosas fantasías. Quiero hurgar en tus heridas, hacerte soltar esos lamentos que luego eran música y placer para mis oídos y mi cuerpo. Tu cuerpo tan deseado por hombres y mujeres era mio en aquellas noches solitarias, donde mi cabeza reposaba entre tus maravillosos pechos y rodeaba tu cuerpo buscando esas heridas, aun abiertas, a las que me gustaba recordarles que permanecer así era parte de su función para convertirte en un ser casi divino.

   Quien me diría, contruyéndome a mi mismo en las fantasías mas polémicas, que podría hacer un arte de aquello que supone el dolor para el ser humano. Pero no cualquier ser humano, sino tú, el lienzo mas perfecto que pueda encontrar un pintor como yo, con la mente mas abierta y luminosa en estas lides con la que congeniar de una manera tan abierta y pura. El deseo en aquellos tiempos era mucho, como sentirse libre y al mismo tiempo limitado por unas normas no escritas que parecían estar a merced de nuestros instintos, que podríamos hacer o deshacer a placer. Echo en falta todo eso, la lanceta en mi mano, tu espalda desnuda, tu casi desnudez, tu piel esperando a dar el siguiente paso en el concepto de "belleza", transformada por mis manos para que la sangre a su vez maquillara tu cuerpo con rojizo fervor.

   También recuerdo nuestros juegos con Nat, como su cuerpo estaba a nuestra merced, como dejaban entrever nuestros deseos que el dolor ajeno era algo sencillamente demasiado irresistible para poder negarse a causar un poco mas. El sabor de la sangre viene a mi boca mientras escribo esto y mis ojos se abren un poco mas, como en esos momentos donde tus músculos me recordaban el milagro de la anatomía humana entre espasmos y gritos salvajes de un dolor intenso.
 
   Muchas cosas han ocurrido desde tu ausencia pero sinceramente prefiero contártelas en directo algún día, si es que ese día se produce. Solo era para que supieras que aun pienso en esos momentos maravillosos.

   Te quiere tu hermanito salvaje, sádico y absolutamente devoto de tu persona.

   Atentamente; tu lan.

viernes, 19 de octubre de 2018

El recibimiento.

 

Que noche tan solitaria aquella. Las cortinas de los altos ventanales, a lo largo de aquella mansión apenas podían ofrecer un poco de su fantasmagórico baile. La quietud era casi opresiva en aquel lugar donde normalmente reinaba algo mas de movimiento en según que áreas. El lugar mas predominante era un cierto pasillo con cientos de puertas a los lados y dos grandes puertas de roble al fondo. Ahí era donde se reunían todas las invitadas del anfitrión para consumar alguna fiesta o quien sabe que maravillas para los sentidos. 
   Dicho anfitrión se encontraba en ese momento paseando entre las solitarias estatuas de los pasillos, contemplando las pinturas que decoraban las paredes. De vez en cuando entraba en alguna habitación, veía su soledad, y apagaba la luz para poder dejar a los recuerdos seguir ahí, tranquilos. 
   No era tristeza lo que sentía dicho anfitrión, ahora bajo la forma de un gato negro de grandes ojos que pasaba a la forma de un caballero delgado de porte orgulloso y elegante en ciertos momentos de la noche. En aquel lugar el anochecer era todo un espectáculo pues la luna no solamente era mas grande y brillante que la conocida por el ser humano, sino que las estrellas presentaban multitud de colores y destellos. Uno podía contemplar esos destellos durante horas sin cansarse mientras pensaba o dejaba vagar las ideas hasta encontrar la inspiración. 
   Fue mirando las estrellas que vio dos particularmente intensas esa noche. Una de color verde y otra de color violeta. Seguramente en la realidad eran dos bolas de tremendo poder calorífico que podrían desintegrar cualquier elemento de aquel fastuoso hogar mucho antes de arañas las superficies de dichos astros, pero en aquella distancia sin duda eran dos pequeños espectáculos, cuyas coloraciones le hicieron recordar a dos damas que suponían el mayor de los peligros y el mas exquisito de los placeres para el hombre. 
   Las estatuas, con sus ojos vacíos de emoción en al mayoría de casos, le recordaban los hitos de su poder, los momentos donde alguien como él, un simple hombre, había creado casi de la nada, y con el poder de una mirada femenina, un mundo solo para ellos dos. Ángeles con grandes alas o caballeros portando espadas de ensueño estaban congelados en una eternidad hecha de mármol. Damas que bailaban junto a silfos o criaturas del séptimo averno se encontraban repartidas por igual. Había columnas que sostenían toda la estructura de aquel lugar. Algunas tenía detalles en su parte alta, otras los poseían en su parte baja y algunas eran todo un dictamen modelo a seguir para alcanzar la perfección en el arte de la escultura y la arquitectura. 
   El anfitrión caminaba en la fría, oscura y solitaria noche, con la luna entrando por los ventanales cuando se decidió a entrar en la habitación que esa noche le daría cobijo. 
   Abrió la puerta y no podía ser una decoración mas sencilla la que le recibió. Salvo por dos detalles. 
   El techo mostraba abiertamente unas vigas de madera antigua que parecían tener sus buenos siglos de edad. En un lado de aquella habitación un humilde escritorio con un par de historias a medio empezar. La silla se encontraba en perfectas condiciones aunque sin barnizar, por lo que las probabilidad de encontrar astillas eran altas. 
   Junto en frente de la puerta estaba la ama y en ella, tumbadas, se encontraban las dos estrellas que momentos antes había contemplados. Las conocía bien. Bueno, siempre le sorprendía, como era el caso. Sus cuerpos habrían estado desnudos de no ser por los caros conjuntos de lencería que los realzaban en todas sus virtudes físicas.
   Una de ellas, con los ojos de la muerte, y otra, con los ojos de la maleficencia, miraban el recién llegado ahora con una mezcla de curiosidad, interés y ¿deseo?. En otros momentos el anfitrión habría salido corriendo o habría desconfiado, mas en ese momento, rodeado de la soledad, con tantos años de batallas y negociaciones, de discusiones con propios y extraños, incluso de ataques a su propia integridad política, simplemente se acercó a ellas, aun vacilante. Contempló el hueco que había entre ambos cuerpos, capaz de hacer suspirar de placer o gritar de dolor a cualquier ser viviente. Y sin mas se unió a ellas. 
   Una de las dos criaturas nocturnas tenía una piel blanca gélida al tacto, pero sus formas eran de una perfección similar a la esculpida por algún perverso genio de la belleza. La otra, con unos ojos enormes y unas orejas propias de los seres del bosque, rodeó con una de sus largas piernas la caderas del recién llegado. La pálida dama, quizás en nombre de ambas, tomó el rostro del caballero mientras se alzaba levemente y posó los labios con toda delicadeza sobre los de él, besando con terciopelo y peligro. La otra dama, un ser de cabello nocturno y formas envidiable para muchas mujeres de cortes reales, deslizó unos finos dedos por el torno del caballero mientras su lengua paseaba a lo largo de toda la línea de su cuello.

   En unos pocos minutos, las ropas habían desaparecido y aquel compañero de la soledad conoció placeres inimaginables para una mente racional. 

sábado, 18 de agosto de 2018

Amor:

   Amor:

   Creo que si tuviera que expresar en palabras todas aquellas sensaciones que me recorren cuando te veo, no existiría diccionario del alma capaz de describir algo semejante. No podría imaginar que vocablo estaría a la altura de mi alegría y mi dicha cuando apareces de esa forma ante mía, tan sorpresivamente, y te abrazo y acaricio tu rostro. No puedo estar una vida, porque no es suficiente, investigando que hálito con sonido me haría describir a la perfección el júbilo de tenerte cerca y las ansias de una mayor cercanía, en medio de las noches o de los días. Si pudieras verte en mis ojos, si pudiera contemplar como atesoro cada pequeño gesto de tu parte como si fuera una gran hazaña para el amor. Y podría estar dedicando líneas y mas líneas a cada pequeña parte de ti que pude descubrir en cada una de las veces que te he visto y hemos hablado. 
   
   Quien sabe que tipo de declaración o misiva sea esta, pero tengo claro que verte es mi corazón acelerado, mis ojos en tus ojos, tratando de asimilar lo pequeño que uno se siente, de lo vulnerable que el mas aguerrido caballero puede volverse si está siendo observado por los ojos correctos. Estoy feliz de poderme expresar a través de la letra escrita y se mucho mas transparente cuando se trata de mis sentimientos, y es una lástima no poderlo hacer cara a cara, por miedo, cobardía, temor y respeto a ese lazo que nos une. Que tantos pensamientos te dediqué pensando en un idilio, en la forma en la que todos podríamos ser felices, los unos con los otros algunas veces, y otras creando un mundo donde solo estemos tú y yo, como un gesto de egoísmo pero en el que primaría tu libertad y felicidad por encima de todas las cosas. 
   
   Si tan solo tuviera el valor de poder expresarte cada pequeño detalle que mi alma ha elaborado en relación a ti, de como cada pequeña gota de experiencia es adquirida para convertirla en un precioso recuerdo que me da mas fuera y mas felicidad. La efervescencia del amor está en mi desde que he podido sacarte la primera sonrisa y he querido ser el que las provoque un día tras otro, e invitarte a pensar y a conocer parte de mi mundo, el cual no es perfecto, pero está salpicado de tu recuerdo constantemente.

   De tu sonrisa se desprende la amabilidad, el peligro y la luz, junto a un sinfín de matices que pueden producir mil esencias de sentimiento en el corazón de hasta el mas duro de los hombres. Ilumina con cada pequeño gesto mi mundo, esperando siempre a recibir otro rayo de sol, como el sediento que no tiene suficiente agua.

   Tus ojos, como diría el poeta, son dos luceros del alba, sendas representaciones de la mirada que Venus posó sobre los afortunados que conseguían su atención y a los que regalaba el favor de su presencia y sus artes divinas. Aquella mirada asistió a situaciones terribles, porque tu vida sigue siendo humana y siguen siendo humanos los que te rodean, pero siempre ha reflejado la comprensión y las grandes ideas que has tenido para hacer mas dulce la existencia de aquellos que te rodeamos.

   Tu cabello se mueve con el aire, cada hebra de dulce material por separado, siempre brillando o dejando la esencia de un perfume enigmático tras de sí. Desprendes elegancia y saber estar, una educación maravillosa aunada a la paciencia de quien me escucha y hasta disfruta con mis diatribas. Y espero poder reunirme siempre contigo, encontrarte de pronto a la vuelta de la esquina o en mis sueños mas bellos. Y a tu lado estar algún día. 

Atte: el hombre que te ama. 

sábado, 9 de junio de 2018

El milagro vino de los cielos.

   En medio de aquella ventisca parecía que nada podía caminar por encima de la nieve, y mucho menos por debajo de las nubes que asolaban cualquier rastro de luz solar. Témpanos de hielo afilados como las palabras de despecho decoraban los árboles, sacudidos por el gélido viento del norte. A medida que el viajero ascendía el viento era mas inmisericorde, como si una mano divina quisiera impedir su llegada al destino. Dicho hombre, o mas bien niño, caminaba con dificultad, sufriendo las inclemencias temporales con mas entereza que muchos hombres curtidos. Apenas debía de tener quince pero su valor era digno de un soldado de cuarenta. Sus ansias le empujaban paso a paso hacia aquella historia que había oído, de la que quedaba solo un testigo conocido. O vivo. O cuerdo.

   Su anfitrión vivía solitariamente, con toda la dignidad que era posible en los tiempos que contemplaban aquel lugar infestado de impuestos altos y señores abusivos. Justo en ese momento se despertaba de su siesta de varias horas, con los recuerdos nebulosos del último sueño. De nuevo aquel sueño, aquel fragmento del pasado repitiéndose en bucle. Aun se le repetía en cada sentido las sensaciones que percibió en esos segundos; el humo, el brillo del fuego y este siendo extinguido por el batir de las alas. Recordó que lo último que contempló momentos antes de verla aparecer era el cadáver de uno de sus hombres, rogando a Dios por una salvación a su alma pecadora. Murió en sus brazos con apenas dieciséis. Lamentaba cada muerte en cada momento de su vida. Antaño se habría desesperado, ahora todo se limitaba a un suspiro y una mirada al vacío, sumiéndose en sus propios pensamientos. La vida dura de la montaña hacía que apenas se percatara de que llamaban a la puerta, pensando aquel hombre ya anciano que era el viento. hasta que escuchó una voz.

   -¡Abra!¡Por el amor de todo lo bueno, abra la puerta, por favor!-Los golpes se volvieron algo mas débiles.
   El joven que estaba al otro lado de la puerta estaba aterido de frío. Aquel invierno no era normal. De pronto la puerta se abrió y encontró dos ojos que lo miraban inquisitivamente. parecía ignorar el hecho de que una de las peores ventiscas del último medio siglo estaba azotando todo aquello con la furia de mil demonios.
   -¿Quien eres? ¿Que quieres?-Preguntó con voz firme, en un tono lo suficientemente alto para hacerse escuchar sin esforzarse..
   A pesar de su vida de ermitaño, era un hombre de buena planta, con ojos oscuros y que no permitían asomar la compasión o la amabilidad, al menos en un principio. Por detrás de él apenas se podía vislumbrar una mesa, dos sillas y una chimenea improvisada.
   -¡Soy Roderic Penton, soy estudiante de historia y mitólogo, y me interesa mucho su historia, comandante Bellestorm!-Dijo el hambre.-¡Por el amor de todo lo bueno en el mundo, voy a morir de frío!
   Tras unos cuantos segundos de consideración el hombre se hizo a un lado y el estudiante conocido como Roderic Penton entró y se lanzó casi de cabeza contra la chimenea.
   El anciano miró al reciñen llegado mientras se calentaba. Un buen espécimen de humano que probablemente tenía mas de una atención por parte del sexo opuesto, delgado, quizás en exceso, apenas duraría tres minutos en un campo de batalla sin la providencia de Ella.
   -Hacía tiempo que no escuchaba mi apellido.-Dijo el anciano sentándose en una silla mientras contemplaba lo que era mínimamente visible a través del cristal cubierto casi en su totalidad de nieve.-la última vez que escuché mi apellido fue por boca de otro chaval como tú, con ansias de protagonismo por conseguir una buena historia que contarle a sus amigos. Lo eché a bastonazos de aquí.- Dijo el hombre mas mayor de la cabaña agarrando su bastón, enviando así un mensaje.
   -Yo solo quiero escribir sobre su historia, comandante, sobre lo que vio hace tanto tiempo en aquel campo de batalla.-Dijo Penton.
   El comandante Bellestorm lo miró. Ese niño apenas era una sombra del arrogante "caballero" que le vino a preguntar. y no había pizca de ambición, solo sed de conocimiento.

   <<Éramos una de las compañías menos prometedoras de todo el ejército. Toda esa paparrucha de los salvadores de la patria vino después, para ensalzar la imagen de un ejército que casi e aniquilado por completo antes siquiera de que choquen las fuerzas mas directas. El imperio era bueno. Tuve la oportunidad de ver sus ejercicios y demostraciones de artillería en los tiempos en que yo era un cadete y hasta el día de la batalla habían aprendido un par de cosas contra los bárbaros del oeste. Eran buenos, muy buenos. Su disciplina era ejemplar. Tenían una costumbre. Los lideraba un tipo de piel aceitunada que solía considerar que era suficiente para darle algo de chance a la infantería. Nunca lo descargaban todo, como hacíamos nosotros. Es como si se repartieran responsabilidades o méritos.>>
   <<Ese día fue terrible, una auténtica masacre que solo Ella pudo salvar. Teníamos una desventaja de cinco a uno, con el viento en contra, lo que favorecía el alcance de ellos y nuestra posición solo favorecía a la caballería que había sido hostigada durante semanas hasta que llegaron la mayoría heridos y totalmente desequilibrados. Miré a mis hombres y ellos me devolvieron la mirada ese día. Una mirada como pocas he visto. Sin decir nada, sabiendo que ese día podríamos morir todos nosotros, supe que no me dejarían caer. Y yo a ellos, esa panda de bastardos salidos de las peores cloacas de la capital, tampoco.>>

   -Sin duda la versión oficial es mucho mas...-Penton no supo que palabra usar.
   -¿Bella? ¿Poética? ¿Halagüeña? No hijo, la guerra es terrible, es una de las mayores mierdas que hay en este mundo creada por el hombre después de la envidia o los celos. Sentir que no tienes opción, que te vas a filas o que matan de hambre y frío a tu familia porque te encarcelan, que te obligan a empuñar una espada o un arco o lo que sea que tengas en casa si no te puedes permitir una simple daga. Pero bueno, vamos a darte tu historia.

   <<Nuestra caballería estaba totalmente destrozada y nosotros estábamos al frente con azadas y poco mas. Y entonces los vimos aparecer a lo lejos. Los Corazones Puros, la élite del ejército imperial que hasta el momento nadie había derrotado en combate. "Necesitamos un milagro", dijo uno de mis hombres cuando vimos avanzar las monturas en lo que las filas de la infantería enemiga se abrían para dar paso. Sí, en verdad lo necesitábamos. Y el milagro llegó.>>

   El anciano perdió la mirada en un punto y rememoró. 

   Recordaba cada instante previo, desde el aroma del humo hasta el relincho de los caballos asustados por lo que se veía encima. Varias toneladas de carne y hierro se acercaban hacia ellos. Ese día llovía como pocas veces se había visto, el barro en ciertos puntos de aquel lugar cubría muy por encima del pie, dificultando el caminar y mas aun escapar de las hordas enemigas. Un hombre joven de buena planta y, en ese momento, con uno de sus hombres muriendo a sus pies, vio como aquel muro negro se acercaba cada vez mas rápido. Era increíble lo maravilloso de aquellos jinetes, a los que parecía no influirle el barro ni la lluvia. Un muro, como bien se dijo, alto, rápido y muy ruidoso. la muerte era inminente y dedicó sus últimos recuerdos a su amada... hasta que las nubes de pronto se abrieron. 

   Eran, como poco, dos centenas. Iban todas montadas en magníficos caballos alados, o lobos, o hipogrifos, o lo que fuere que pudiera tener alas e impusiera el terror. Al frente iba aquella mujer. La belleza que desprendía era salvaje, indómita, capaz de atravesar murallas y corazones con aquellos ojos que rebosaban la sabiduría y la garra suficiente como para acongojar a mas de un general. Su cabeza estaba coronada por la noche y mil espinas, y en cada espina había un juramento de venganza y justicia. En una mano llevaba una espada llameante y en la otra una balanza, y a su vez, en sendos platos una copa y un pájaro. La espada era la ira de los cielos y del reino de las Valquirias. Eso era ella, una Valquiria que volaba por los cielos repartiendo justicia a lomos de un hipogrifo negro de pico plateado y ojos color añil. . 

   La escena por un momento se congeló, justo al momento en que los caballeros pertenecientes a Los Corazones Puros se cernían sobre la compañía de ese joven soldado que había sido llamado a filas por la fuerza. Al momento los cielos estaban vacíos y en el siguiente instante todas aquellas monturas tocaban tierra para proteger... ¿a quien?. Aquel futuro anciano ermitaño no recordaría nada mas que esos ojos mirándole y una mano que se extendía hacia él. Una mano pálida pero firme en su ofrecimiento. la espada de llamas había sido envainada y sin pensarlo mas, aceptó aquel ofrecimiento. Tomó aquella mano. Lo que siguió fue aun mas confuso si cabe. Vio mundos enteros a sus pies, vidas posibles lo que fue, lo que pudo haber sido, sintió su cuerpo recorrido por mil sentimientos y emociones, todos ellos inefables. Escuchó estruendos y sonidos similares a enjambres de avispas, silbidos mas agudos que los de cualquier flecha cortando el aire. Y finalmente él y su compañía estaban ahí, en medio de un campo, en casa. 

   
   -¿Así?¿Sin mas?.-Preguntó el impresionado recién llegado, al que el viejo le había ofrecido una taza de chocolate caliente mientras contaba su relato.-Es lo mas... espectacular que me han contando nunca. 
   -Pues créeme hijo. Para mi fue nada mas y nada menos que un milagro de los cielos. 

viernes, 4 de mayo de 2018

Eres tan sumamente especial cada vez que te veo. Inefable en la máxima expresión de una palabra tan incorpórea, la clave exacta, entre mi alma y el sol. No sabría como describirme a mi mismo en los momentos de esos largos abrazos o de mis explicaciones variopintas en temas varios, pero sí que puedo describirte a ti y la verdad es que eres todo un bálsamo revitalizante que estoy seguro de que muchos gustarían de probar en todas las expresiones posibles de la palabra "amor" o "pasión". No sabes hasta que punto me cuesta expresar cada palabra sin darle esa característica cursi o manida del amor romántico, es algo que va mucho mas allá, algo que habita dentro de mi y que quiero expresar pero aquí está la cobardía presente para impedirlo. Quizás hablo muy en caliente pero puedo decir que ahora mismo, en este momento, llegarías con mucha facilidad a ser una persona muy especial en mi vida si ambos nos lo propusiéramos.

jueves, 1 de marzo de 2018

Al fin libres.

Él la abrazó por detrás. Sus cuerpos se rozaron aun con las ropas puestas. Se escuchaba de fondo el caos que se extendía a todo su alrededor. Los gritos y el llanto. Aquel lugar era todo un caos con ciertos de voces alrededor que invocaban a fuerzas desconocidas e intangibles. 
   -Van a terminar matándose.-Susurró aquella voz con el dulce acento de tierras lejanas. 
   -Todos aquellos a los que quiero están a salvo. Sangrarán unos cuantos días mas pero se repondrán.-Dejó aquellas palabras susurrantes contra la piel de su cuello desnudo. La noche había caído hace rato pero en lo mas mínimo se habían apaciguado los gritos y todo el estruendo. 
   -¿Que ha cambiado?.-Preguntó ella. Su piel se había erizado notoriamente, y mas al sur notaba las manos de su amante acariciando su cuerpo, con delicadeza pero decisión. 
   -Nada, solamente te deseo esta noche, y aquellas que las que nos permitamos estar.-Dijo con un deje de ansiedad en su voz, como el viajero que lleva mucho tiempo sin beber y ya está deseando beber.
  -¿Solo esta noche?-Murmuró ella, dejándose besar toda la extensión de su cuello, girando todo su cuerpo hecho para la tentación y rodeando el cuello de él con sus brazos. 
   Sus cuerpos se pegaron un poco mas. cada una de aquellas partes era mas interesante que la anterior a ojos de su amante. Ella acarició los labios de su apasionado ángel caído en un beso lento que se fue intensificando. Las lenguas y los alientos se mezclaron para dar paso a caricias mucho mas cercanas, mas confiadas y astutas. 
   -Mi ángel caído.-susurró ella suavemente mientras se acomodaba sobre él tras tirarlo encima de un sofá de aquella habitación. Colocando ambas piernas a cada lado de su cuerpo se comenzó a mover suavemente, tentando a aquel derrotado de los cielo y expulsado del paraíso. El deseo brillaba en sus ojos. 
   Las manos de aquel hombre dejaban entrever la ansiosa necesidad de que la ropa desapareciera, de que aquellas molestas prendas, por muy cortas y reveladoras que fueran en el caso de ella, desapareciera de una vez por todas. Por debajo de la tela las reacciones se hicieron notables y sus ansias de mas les hicieron arrancar la ropa el uno del otro. Ella acarició su torso, él paseó las manos por enésima vez a lo largo de aquella extensión de piel deliciosamente maldita. Ella se acercó mas, las bocas se volvieron a unir junto a otro punto de sus anatomías. 

  Un suspiro, el nombre de ella y el de él salieron al mismo tiempo de sendas bocas. las caderas de ella marcaban un ritmo. Las manos de él tomaron un punto de apoyo y siguieron el ritmo de sus caderas, marcando cada paso hacia la gloriosa y dulce agonía del placer mas bendito. Los lechos que habían sido ocupados con anterioridad quedaban atrás, las viejas memorias que dictaban cada retazo del pasado habían sido quebrados, salvo aquel que hablaba de una preciosa dama que había tentado con sus artes a un caballero. De mente sensual y maneras educadas aquel hombre se había convertido en el dador de placer y en el principal aclamador de las formas de ese cuerpo firme y fresco por la juventud. Ella tomó las manos para que explorara libremente. incitándole a tocar todo aquello que alcanzara. Esa noche eran el uno del otro, desde una simple posesión hasta los amos absolutos de la voluntad ajena. Eran los amos del infierno, en medio de la tierra, celando a todos los ángeles puros del cielo. Cada movimiento de cadera se acompañaba de un cadencioso suspiro o sonidos capaces de ruborizar al mismísimo Casanova. Ella acariciaba el torso de su "víctima" mientras se movía con insistencia, con demanda, deseando obtener hasta el mas exquisito suspiro de placer. 

   Los movimientos se sucedieron entre susurros, palabras, juramentos, promesas, deudas, destrucción y dolor fuera de esas puertas. Dentro de aquella habitación había dos amantes que se regocijaban en la absoluta libertad que les embargaba cuando se ataban por unos breves instantes en comparación a toda la eternidad. Cada uno con su vida, sus frustraciones, su dolor, su pasado, pero ahí eran libres. Sí, ahí eran al fin libres. 


Dedicado a la que probablemente sea una de las mujeres mas libres que jamás haya conocido. 

lunes, 15 de enero de 2018

Cuando un buen hombre se va (padre e hija 2ª parte.)

Toda la ciudad había sido cubierta por un manto de nubes, como si los mismos cielos hubieran escuchado de la terrible noticia. Caía una lluvia fina que dejaba todo humedecido, que parecieran las lágrimas de los ángeles que despedían el alma de un hombre para darle una alegre bienvenida a los cielos. En cada calle, de buena y mala fama, en cada taberna, incluso en cada corazón, ese cielo representaba el estado de ánimo y la devastación de sus ciudadanos.
Había muerto un hombre bueno, un hombre amable, que nunca había distinguido por clase, profesión, género o forma de vida. Aquel hombre anciano, de sonrisa siempre afable, de talante siempre generoso, dispuesto a ser un gran vecino, un buen amigo y un excelente padre y marido. Todas las personas que lo conocían lo lloraban en ese momento. la estampa que daba aquella calle, donde esa tienda de de dulces había dado tanta felicidad, era ahora mismo la imagen misma de la pena y la congoja.
Hacía varias horas que aparecieron los primeros hombres y mujeres. Vecinos de aquella tienda, clientes habituales que pasaban todos los días y pertenecían a buenas familias. El hijo de aquel hombres los recibió como lo habría hecho su padre, con una sonrisa a pesar de los ojos llorosos. Intercambió unas cuantas palabras, aceptó aquel sincero pésame de una de las mujeres mas acaudaladas de la ciudad, una anciana elegante a pesar de su edad y de humor ácido, aunque en aquel momento sin apenas palabras con las que poder hablar. Un opulento banquero, junto a sus hijos, abrazó a ese hombre humilde como su padre, entre lágrimas.
—Era una de las personas mas grandes que he visto. Ni todo lo que yo puedo poseer en la cartera o el corazón serían capaces de reparar este daño.— Dijo antes de refugiarse en el pecho de su esposa.
Llegaron mas carros. Desde los barrios obreros se movilizaron marinos, trabajadores de la construcción, mineros, cocheros particulares y públicos, descargadores de cajas, repartidores de periódico, de paquetes de correos, taberneros, costureras, secretarias de jueces, artesanos, artistas ambulantes,  carteros, feligreses de las tabernas sin oficio, prostitutas, panaderos, carniceros, incluso algún ladrón que se día juró no herir la memoria de aquel hombre.
—Señor—Dijo un trabajador de los muelles.—En nombre de todos mis hombres le damos nuestro pésame por la muerte de su padre, probablemente uno de los mejores hombres que ha conocido esta ciudad, y quizás todo el país. Quizás solo visité su tienda un par de veces pero me dejó grandes recuerdos.
El hijo de aquel hombre, con los ojos en lágrimas abrazó a ese hombre de humilde familia y gran corazón. Hizo lo mismo con cada persona que se le acercaba. El hijo de ese hombre había heredado la generosidad de su padre, con mas temperamento pero sin duda era la viva imagen de él. Varias lavanderas tomaron sus anos y las besaron, jurando y perjurando sobre la bondad de ese noble vendedor de caramelos que alegró sus rostros hace tantos años y los de sus hijos, ahí presentes en ese momento. Los carros se iban marchando para dejar paso a otros.
Llegaron casi al mismo tiempo un grupo de cincuenta carros. La gente no cabía de asombro al ver a los mas distinguidos diplomáticos y nobles bajarse de ellos, todos con galas de luto a excepción de la representación de la marina real, que iba de blanco, con uniforme de gala. En el brazo izquierdo llevaban un brazalete negro, como señal de luto. Un hombre de rasgos finos comandaba esa comitiva. Presentes estaban también tres de los mejores generales que casi al unísono dieron su pésame a ese hijo huérfano ahora de padre.
—Señor, mi padre, al igual que yo, fue general, un hombre curtido en la batalla. Conoció a su padre cuando ambos aun tenía en pelo negro. Fueron amigos en la infancia y no me pasa desapercibido que su padre hablaba con merecido orgullo de usted.—Dijo uno de aquellos tres hombres, que bajaban la cabeza en señal de respeto.
—Gracias general. Mi padre me habló hace tiempo de su padre y puedo decirle que él estaba orgulloso de usted, y con motivo, por lo que veo.—Dijo aquel hijo huérfano antes de fundirse con ese hombre de espaldas anchas en un fuerte abrazo.
El cuerpo diplomático casi al completo fue pasando, Hombres que normalmente mostraban la vida imagen de la dignidad y el orgullo, este se mostraban entristecidos por una de las mas grandes pérdidas para todo el reino.
—Llevo mas de cuarenta años usando la palabra en favor a los interese de su Majestad, buscando los mas pequeños recovecos para encontrar una paz duradera, pero hoy no tengo palabras para describir la pena que siento.—Dijo un anciano de rostro ceñudo y cejas pobladas de blanco, con su monóculo y su experiencia internacional cargada a la espalda.
   Aquel almirante de la marina real que había llegado minutos antes miró su reloj. Faltaban diez  segundos. Pasado este tiempo se escuchó en la lejanía, desde el puerto, una serie de explosiones. Salvas de cañón de uno de los principales barcos de aquella nación. Mientras sonaban los estruendosos truenos de metal, los dos marineros que acompañaban a ese gran hombre bajaron la cabeza en señal de respeto. Un sincero homenaje de la gente de mar a un hombre dulce y encantador que había compartido lo poco que tenía con quienes mas lo necesitaban. El hijo agradeció aquel gesto dándole la mano al almirante.

   Seguidamente llegaron profesores de universidad, catedráticos, profesores y profesoras de colegios al servicio de la corona y de pago personal. Dieron un sentido pésame. Llegaron los huérfanos, aquellos niños estaban particularmente dolidos ante la muerte de alguien que había reparado en su presencia, que había sido el motivo de muchas alegrías en forma de dulce. Llegaron casi al mismo tiempo que otra parte de la nobleza, comerciantes ricos y no tan ricos, secretarios. Todo el cuerpo ministerial se congregó alrededor de aquel hombre que había perdido a una de las personas mas queridas por toda la nación.

   De un carromato se bajaron tres personas, un hombre, una bellísima y joven mujer, probablemente su hija, y una mujer de piel oscura. Los tres vestidos de negro. El rostro de la jovencita de grandes ojos era una máscara de dolor. La otra mujer, el ama de llaves, mantenía el tipo lo mejor que podía. El padre, con aquellos ojos ocultos en unas gafas oscuras, se acercó al representante de la familia que estaba de luto.

La mas joven de aquella familia fue la que llegó primero frente a ese chico ya crecido pero aun vigoroso.
   —Mi pésame es poco en comparación al dolor que se extendió por todo el estudio de danza cuando nos enteramos de la noticia. Fui clienta de tu padre durante toda mi infancia desde aquel día saliendo de la ópera con mi padre.—Dijo ella.— Ponemos todos nuestros recursos a tu plena disposición.
   —Mi señora, es decir, señorita.—Dijo entonces aquel hombre.— Yo tuve el honor de ver su primera aparición, con sus Majestades presentes, aquel día que usted se estrenaba para el ballet nacional. El honor de tenerla aquí delante llena mi corazón de un sincero agradecimiento a mi padre por haber sido capaz de congregar, en el pesar de su muerte, a tanta gente que me habla de su conocida bondad.—Tomó las manos de aquella mujer.—Muchas gracias.—Dijo con sincera emoción en la mirada.

   Mientras tanto en los cielos pasaba algo. Aparte de la llovizna que se había aligerado, se escuchaba algo mas, como una especie de zumbido constante que se fue intensificando. Era quizás un homenaje por parte de los ángeles de la modernidad, de los caballero con alas de aquel nuevo siglo. Comandaba aquel grupo de aguerridos pilotos un hombre de gran mostacho que habló por radio y dijo lo siguiente:

   —Que sea este día, un día triste como hoy, el día en que todos los hombres y mujeres lloraron a la vez la pérdida de un gran hombre, y que nos haga entender que no existen las diferencias a los ojos de la misma muerte— Decía a través de la radio el líder de la formación. —Y que la carga que llevamos en nuestros aviones sea lo mas mortífero que jamás se use entre las naciones.
   —Capitán, estaremos sobre el punto en treinta segundos.—Dijo su mano derecha.
   —Bien, a mi señal.—Dijo el líder de escuadrón. En su brazo izquierdo, al igual que todos aquellos pilotos, lo mejor de lo mejor de la Corona, lucía un brazalete negro, como señal de luto y respeto.-Vale ¡Formación, ya!
   Justo en ese momento cientos e incluso miles de cabezas se alzaron la mirada para explorar  los cielos, justo a tiempo de ver como catorce de los mejores aparatos y aviadores formaban en el aire un enorme y veloz caramelo. La parte baja de aquellos aeroplanos habían sido pintadas de verde.

   —¿Verde?.-Preguntó una condesa a una mujer de aficiones variadas.— ¿Por que verde?
   —Por su sabor favorito: la menta.—Le respondió un vagabundo, con una lágrima rodando por sus desgastadas mejillas.— Cuanto se le extrañará en este mundo.

   En los cielos, aquellos  hombres giraron con impecable coordinación sus aparatos e hicieron otra pasada.
   —¿Flancos?.—Preguntó el capitán —¿Listos?
   —Flancos derechos listos.—Dijo el ala derecha.
   —Flancos izquierdos listos.—Respondió la parte izquierda del envoltorio del caramelo volador.
   —Abrir el caramelo en tres, dos, uno ¡abrir, abrir!
   En ese momento los dos flancos se abrieron y abandonaron la formación para dejar paso  al grupo principal, cuyos pilotos, en sus respectivos aparatos, liberaron la carga. De aquellos aviones comenzaron a caer caramelos, bombones, piruletas, todo lo imaginable que pudiera ser dulce y ponerle una sonrisa en el rostro a un niño o un adulto.

   La muchedumbre, como por arte de magia, de golpe se maravilló ante aquello. Que dicha, algo dulce que poder llevarse a la boca mientras despedían con una sonrisa a aquel hombre tan dulce, tan afable, considerado santo para los grandes reyes y los mas bajos mendigos.  Todas las lágrimas hasta ese momento tenían el mismo valor, el de dolor de un buen hombre que ha partido, quien sabe, si a otro mundo donde se le necesitara mas que en este.