miércoles, 25 de marzo de 2015

El joyero.

Las nubes desvelaron, 
en lo alto de los cielos, 
una luna llena de recelo 
ante lo que se avecinaba en 
esa calle de maestros joyeros.

Doblaron las campanas, invocando
sacando de una nada brumosa
la figura de una dama o quizás diosa,
envuelta en la oscuridad mas lechosa

Cada paso hacía que la piedra centenaria
dejara de lado su pasado y se sintiera infanta.

Y sonó la pequeña campanilla que anunciaba la llegada de un nuevo cliente. Aquel joyero de gran fama se encontraba inmerso en una obra detallada para un rey o quizás un marqués pudiente. Los grandes y ornamentados blasones a los lados del acceso de aquel humilde local, hablaban de la buena fe de grandes famlias que lo pudieron contratar. Y girose el buen hombre y descubrió ante él una aparición casi fantasmal. Como envuelta en sombras una mujer avanzaba lentamente hacia él, pareciendo que flotaba envuelta en las brumas de una noche clara, como del color de su piel, moribunda señal de estar a punto de pasar a otra vida. 

-Buen día tenga.-Dijo el joyero, un hombre delgado de rostro vulgar pero maneras educadas y de buen hablar.- Dígame ¿que desea la dama de este humilde servidor.
-Vengo por su buena fama de tasador.-Dijo la mujer, y al sutil trazo de una sonrisa blanca sencillamente el hombre observó la muerte misma ante él, pero esto no lo amilanó. Entonces la pálida dama extrajo un anillo de su mano izquierda. Sencillo para toda la pomposa y recargada joyería con la que venían reyes y emperadores a pedirle favores. Era de plata fina, y aunque provisto de siete gemas, estas eran discretas, bastante sencillas. 
Se rozaron entonces los dedos de ambos al llevar a cabo el intercambio y entonces sintió el orfebre la fría garra de la muerte, llevarse parte de su vida, dejando su alma a su suerte. Un escalofrio le recorrió el espinazo pero el dejó de lado ese momento aciago y con declarado y profesional respeto dedicó su mas amable sonrisa y procedió  examinar la joya con todo su acierto. 

-Es mas antiguo que el mas bueno de los vinos.-Dijo el joyero sin dudar, no dándole tiempo a la dama a demandar nada mas.-Pasó por quizás 30 generaciones de honradas mujeres, pero una de ellas se malogró e hirió de muerte la tradición de sus parientes.-Miró entonces el joyero a su última clienta, del día o quizás de la vida.-Desprende un aroma a sangre.- Sentenció aquel hombre valiente, pudiente y carente de todo sentido de superviviente.

-Sin duda vuestra fama no es un engaño de aquellos que se quieren dar importancia.-Dijo la dama y se acercó un poco mas, con inesperada calidez en unos labios rojos, llameantes de una crueldad que se quería desatar.-¿Cual es el precio de vuestros servicios?.
-Que me permitan una larga vida con mis vicios y sacrificios en honra a la profesión que mi familia ha practicado desde hace siglos.-Dijo el hombre.
-Un precio demasiado bajo. Os honraré con esto.-y en gentil y suave acto le dió el mas mortífero y cruel beso. Un beso no solo lento, sino dotado de todo el peso de lo divino, de lo perfecto.
El abrazo de la muerte fue solo doloroso por un instante, con testigos de lujo aposentados en los estantes, presenciado la conversión de su dueño a esos oscuros caminantes. 
Tras aquel ínfimo y eterno momento, los grandes ojos de la dama se dejaron ver como un amanecer de rojizo satén. Siendo llevaba por los instintos, tras una última caricia, dejó tras de sí una sorda melodía. 

Y sin testigos presentes, el joyero marchó al lado dela muerte, sin rumbo hacia una mejor suerte, sin infieno ni cielo que lo quisieran presente.