lunes, 9 de septiembre de 2019

Tú eres mía.

   Ella era la dama mas deseada del lugar. Los ojos se posaban en ella nada mas aparecer, con un vestido negro que marcaba toda su figura y que hacía despertar el deseo a su paso. Las edades no importaban mucho, desde jóvenes herederos o simples secretarios hasta ricos hombres de negocios o caballeros de extenso historial en guerras o prácticas varias. Todos posaban los ojos sobre ella. La espalda al aire y el pronunciado escote hacían delirar las fantasías de todos los presentes. Su cabello caía a un lado, por encima de su hombro derecho mientras paseaba entre los invitados, consciente de sus miradas, de que podría elegir a cualquiera de ellos.

   -Señorita.-Dijo un valiente hombre de rasgos bellos y muy varoniles.-¿Me permite este baile?
   La mujer le dedicó una sonrisa que encerraba el peligro de la seducción y el veneno de lo oscuro del corazón humano.
   Su cuerpos se juntaron en la próxima pieza, una balada clásica que no pegaba del todo con los tiempos modernos llenos de tecnología. Bailó con aquel hombre, que le habló de sus viajes y experiencias. Ella escuchó con esa sonrisa peligrosa, algo que debilitaba la voluntad de muchos hombres y los hacía perderse pronto en algún rincón solitario de aquella gran mansión para finalmente sucumbir a placeres varios.
   Aun así no siempre era todo pasión, a veces eran pequeños gestos. Uno se atrevió a ser posesivo con ella, poniendo su mano en el lugar indecoroso que solo un hombre había tocado de esa forma. Fue expulsado de la casa con unas cuantas heridas hechas por cortes profundos y una mirada de terror. Nadie se dio cuenta del suceso ni escuchó un solo grito.
   Ella buscaba a alguien. Nadie de aquellos hombres parecía estar a la altura. Su cuerpo ya había sido rozado, acariciado y hasta besado por unos cuantos de aquellos pretendientes. Ella sonreía de esa forma, con el sabor de la sangre de un par de ellos aun en el paladar. la noche fue avanzando y ella se retiró para poder airearse un poco. Salió al balcón, a uno de aquellos que poseía esa casa tan bien decorada.
   Una sombra se recortó contra la luna. Fue solo un segundo pero reconoció esas alas negras al momento. Ella se apartó un poco de aquel lugar.
   -Mi ángel caído.-Susurró ella al aire.-Ven a mi.
   Él apareció frente a ella. Aunque la poca luz presente creaba sombras que tapaban el rostro de aquel al que tanto deseaba, notaba sus ojos puertos en su cuerpo, quitándole la ropa con anticipación. Avanzó hacia ella mientras las puertas de la habitación se cerraban misteriosamente y solo dejaba entrar la luz de la luna. Sus pálidas manos rodearon esa cintura y sus labios ansiosos se amoldaron a aquella diablesa hecha para el pecado carnal mas básico y exquisito.
   -¿Que estoy oliendo y escuchando, mi demonio?.-Preguntó el ángel caído mientras sus manos paseaban por la piel de la espalda desnuda de su presa en esa noche cálida.
   -No lo se mi ángel. ¿Qué hueles y que escuchas?.-preguntó ella, pegando su cuerpo a ese hombre con alas negras y traje a juego.
   -Hombres que te han querido marcar. Pobres estúpidos que no saben como hay que marcarte, como hay que acariciarte, besarte y morderte para que seas de otra persona.
   Las manos blancas agarraron la tela con suavidad y la empezaron a desgarrar en un gesto brusco, con maneras posesivas, como ansiosas. la calma volvió a sus palabras.
   -Tú eres mía...-Susurró suavemente contra ese cuello fino, sin apenas joyas mas allá de una fina cadena de plata.- Que otros te quieran marcar me pone muy celoso.
   -Solo tú sabes como marcarme, mi ángel caído, solo tú puedes hacerme sentir un demonio, una súcubo y una mujer de verdad.-Se acercó a él, desnuda ya con el vestido hecho jirones, desabotonando la chaqueta de aquel hombre y dejándola caer, mientras sus pasos y sus caderas los guiaba a ambos hacia la cama.
   Se besaron largo rato, diciéndose la necesidad que experimentaban, expresando cada deseo y cada secreto arranque de locura carnal que pasaba por sus labios. Ella mordió su cuello, acariciando el cuerpo alado y con un vaivén constante de esas caderas que provocaban y mandaban la cordura a un lugar muy lejano en la mente de aquel hombre. Las manos agarraron ese par de caderas y ambos giraron, con ella totalmente abierta, demostrando la necesidad, el deseo que los recorría.
   -Soy tuya, mi ángel caído, hazme tuya otra vez, borra las marcas débiles de esos hombres y pon tu impronta mas salvaje sobre mi piel, dentro de mi cuerpo.
   Los cuerpo se unieron, él empezó a embestir con ganas, con ansias, gimiendo ese nombre que lo volvía loco, que sacaba su bestia interior y le volvía posesivo, egoísta, egocéntrico, celoso y ansioso por mas de todo aquello. Los dientes de aquel ser alado mordieron el cuello desnudo, saboreando la sangre que manaba de ese cuerpo hecho de deseo y pecado. Aquello era lo que hacía mucho tiempo le había hecho caer del cielo, aquella mujer que le mostraba abiertamente su lado mas oscuro. Unas uñas femeninas arañaron la piel, despertando  instintos aun mas primitivos, redoblando el ansia por conquistar cada centímetro de aquella piel.
   Los sonidos de placer pasaron a ser gruñidos de desesperación por querer llegar algo mas profundo o por desear clavar las uñas mas hondo en la piel de una espalda que batía las alas de vez en cuando cada vez que ella dejaba escapar sus instintos animales mas de la cuenta. En la fiesta mucha gente se preguntaba donde había ido aquella dama oscura de tentador caminar. Ella sin embargo se había olvidado de todos los rostros y los nombres de quienes la habían intentando seducir para entregarse a ese hombre, a ese ser extraño, posesivo y salvaje, sin conmiseración con el uso que le daba a los dientes en su cuello y en el resto de su piel, que se dejaba desgarrar la piel para seguidamente vengarse y ser mas indómito y demostrar mas hambre por la carne ajena. 
   Los brazos y las piernas se entremezclaban con los suspiros y los juramentos de pertenencia eterna. Los movimientos se fueron tornando cada vez mas violentos hasta que ambos llegaron a rozar el cielo desde ese infierno desatado entre las sábanas de esa casa tan ricamente decorada. Él permaneció durante unos momentos en aquel interior cálido que se había rendido a la evidencia del mutuo deseo, besó sus labios y ella se quedó quieta, apreciando el lienzo de placer y dolor que había dejado en la espalda de su amante. Se besaron y durante el resto de la noche se entregaron mutuamente lejos de las mentiras de la sociedad.