domingo, 21 de mayo de 2017

El Inquisidor.

   Los cascos del caballo resonaron por el camino, estruendosamente a pesar del terreno húmedo por las lluvias. Era una pequeña estela de tierra por donde circulaban habitualmente los carros y los transeúntes que se movían entre los dos pueblos. Las telas de la túnica del jinete se movían como alas escarlatas. Las pocas personas que lo reconocían en la distancia al momento se apartaban en señal de respeto. El caballo negro devoraba la distancia como si fueran apenas unas pocas briznas de hierba para su boca y se enfocaba en seguir el recorrido obedientemente, veloz como el viento. Su propietario estaba pegado a su compañero de viajes, con la cabeza levemente inclinada, mirando hacia delante, en una postura que le permitía ganar algo mas de velocidad. Los campos se extendían a ambos lados, tanto los ya cultivados como aquellos que esperaban a ser trabajados, pertenecientes a los pastos mas tardíos del año. Los pocos agricultores que estaban arando la tierra lo miraban desde la distancia, con clara curiosidad, mucha extrañeza y algo de temor y miedo. Ver a un Inquisidor no era habitual por esas tierras, pero eso solo significaba que el diablo caminaba cerca.
   A las entrada del pueblo vino a recibirle un pequeño grupo de personas. Según se iba acercando el grupo aumentó y entre sus rostros veía todo tipo de cosas: miedo, curiosidad, ira, fervor, ¿placer?. El hombre de rojo desmontó de su caballo y caminó hacia el grupo. Se adelantó un hombre realmente malgastado por la vida. Aun a pesar de sus ojos claros, estos tenían grandes bolsas debajo delos ojos, poco caballo en la cabeza y le faltaba algún que otro diente. 
   -Bienvenido, señor Inquisidor.-Dijo el hombre.- Soy el alcalde de este pueblo, Nos alegra que haya recibido nuestra llamada pero no le esperábamos tan temprano aquí.
   El juez, hasta el momento ignorando al hombre,  mirando las caras de los demás, se fijó en él. El representante de Dios miró al representando del pueblo desde su altura y con abierta curiosidad, como si le resultara extraño que alguien se le hubiera podido acercar tanto sin él darse cuenta. Miró de nuevo al grupo y avanzó hacia la muchedumbre, que al momento bajó la cabeza en señal de respeto, menos un par de niños. Los observó también durante un rato. Miedo, había miedo en sus rostros. Los ojos del Inquisidor se volvieron hacia el alcalde. 
   -Mi caballo está cansado y yo también.- Dijo sencillamente quien sería reconocido mast  arde como una figura de importancia -Después de descansar trataremos los asuntos que me traen aquí en nombre de Dios.
   -Por supuesto señor.-Dijo el alcalde.-Por favor por aquí. 
   -¿Tienen taberna?-Preguntó de pronto el Inquisidor.
   -¿Disculpe?.-Dijo el alcalde, sorprendido ante esa pregunta- S-sí, por supuesto. Por aquí entonces.
   -Le sigo.- dijo el recién llegado con voz firme pero tranquila.

   La taberna era un lugar humilde, como prácticamente todo el pueblo. Unas pocas lámparas de aceite le daban un toque acogedor al lugar, pero sin duda el ambiente estaba algo cargado de tensión. El Inquisidor aspiró el aire. Trataban de disimular las malas esencias con lavanda. Sin duda los responsables del lugar se esmeraban en hacer sentir cómodo al recién llegado. 
   -Buenos días señor.- Dijo el tabernero junto a la que parecía o su hermana o su esposa.-No le esperábamos tan temprano en nuestra humilde taberna. 
   -Nadie espera encontrarse a la Inquisición española.-Dijo el siervo de Dios, con una pequeña sonrisa.-Tengo sed y hambre pues no he comido ni bebido en todo el día. 
   -Oh Dios mio.-Dijo la mujer.-Eso no se puede permitir.-¿Le apetece algo en concreto?
   -Agua, algo caliente y nada mas. Aunque debo exigirles con todo descaro una cosa.-Dijo aquel hombre que habían consagrado la vida a servirle al Altísimo
   Ambos encargados de la taberna se miraron. Nunca habían atendido a un Inquisidor, y quien sabe que extraño ritual culinario les podía pedir, o favores.
   -Permítanme pagarles. Creo que es lo justo para con Dios y para con ustedes que yo, humildemente, les de buen precio a personas tan honradas y trabajadoras.-Dijo el siervo divino.
   Ambos se relajaron. Suspiraron de alivio. A pesar de que la Inquisición velaba por los buenos cristianos, era verdad que algunos semejantes eran mas propensos a dejarse tentar por el poder de su puesto. Aunque claro, quien denunciaba eso terminaba pagándolo, y no precisamente con dinero. 
   La comida fue humilde. El vaso de agua reposaba sobre la mesa, al lado de un pequeño cuenco de carne con unas pocas verduras. Las intenciones de agradar y hacer sentir cómodo al cliente eran sinceras. Sin duda lo tendría en cuenta para cuando informara a sus superiores. Una pequeña chimenea estaba tratando de abarcar con su luz toda la estancia. Aunque era de día, las nubes estaban flotando en los cielos y aquella chimenea tenía mucho mas trabajo que realizar. Los pocos hombres ahí presentes lo miraban de vez en cuando, atendiendo ocasionalmente a sus bebidas y sus cuencos de comida. Se abrió entonces la puerta y los niños que el Inquisidor había visto a su llegada entraron a la taberna.
   -¡Por favor, no mates a mi hermanita!.-Dijo uno de los niños.
   -¡Niños! ¡Por Dios!.-Dijo la encargada, que como una ventisca se plantó entre el enviado de Dios y los niños, tratando de echarlos.-
   -Mi buena señora.-Dijo el hombre de rojo, levantándose un momento para poner orden.-No importunan lo mas mínimo con su presencia mi deliciosa comida, La cual ha preparado con tanto esmero.-Con lo que parecía una sonrisa tranquilizadora invitó a los niños a sentarse.-Bien, niños. ¿Sabéis quien soy?
   Uno de ellos asintió, el otro mas pequeño sencillamente miraba.
   -¿Tenéis hambre?.-Preguntó el Inquisidor, mirando a ambos fijamente. Estaban claramente algo sucios, con un poco de barro en la cara,ropas sencillas, de trabajo. Muy jóvenes para trabajar. "Los niños tienen que jugar",pensó el hombre escarlata.
   Los niños asintieron ante su pregunta.
   -Bien.-Se giró hacia la mujer, que estaba cerca, con todos los feligreses escuchando.-¿Podrían ponerles un poco de comida a estos valientes? No todos los días un hijo de Dios ve a un Inquisidor y lo encara como él -señaló al mas mayor de los niños, de unos ocho años- ha hecho.
   Después de comer y beber un poco mas de agua, los niños le contaron su historia. Al parecer lo que estaba causando tanto revuelo era la supuesta posesión de su hermana. El demonio se había instalado en aquel pueblo para causar el pánico usando a la pequeña de doce años para sus malévolos fines. Su madre había muerto hacia unos pocos años y su padre se encargaba de todas las tareas del campo y del hogar. Hacía un año que la hermana de su madre, tia de los niños, había decidido hacerse cargo del papel materno y hacía unos meses que habían comenzado todos los problemas.
   El hombre escuchaba. Alternaba la mirada entre el mayor y el mas pequeño,que lo miraba fijamente. era perturbador pero la curiosidad infantil a veces era abrumadora en sus claroscuras intenciones. el metódico análisis de los rostros revelaban algo realmente sorprendente: la absoluta verdad.
   -¿Puedo ver su espada?.-Dijo el mas pequeño de pronto.
   -¿Que espada?.-Dijo entonces el niño mas mayor.-Los hombres de la Iglesia no llevan espada. No seas tonto.
   -Pues yo soy una excepción.-Sonrió el hombre escarlata tras ponerse en pie y apartar un poco la túnica para revelar el pomo de una espada.-Eres observador, hijo.-Dijo el hombre, mirando al mas pequeño.-Ahora os tengo que dar una orden.-Sonrió ante la visible tensión delos infantes.- Decirle a vuestro padre que venga. Y al alcalde.
   Los niños desparecieron como una exhalación tras apurar los últimos restos de sus cuencos.

   Momentos después entraban el alcalde, con su mirada cansada y el padre de las criaturas. No se sabría decir cual ofrecía un espectáculo mas lamentable. Si de por sí el líder de aquella aldea parecía estar en una constante amenaza de caer desmayado, el padre de la acusada y por tanto de los dos niños tenía ese brillo en la mirada de ausencia absoluta. Estaba totalmente destrozado. Esos ojos habían estado llorando. No tenía cansado el cuerpo, tenía cansado el corazón y rota su alma.
   -¿Hay algún lugar donde podamos hablar en privado?.-Preguntó el Inquisidor, dirigiendo una mirada a los curiosos feligreses, alguno mas en los brazos de Baco que otra cosa, pero nunca se sabía quien podía fomentar falsos rumores.
   -Por supuesto señor.-Dijo el alcalde.- Si gusta puedo guiarle a mi casa, Habíamos preparado justo unas pocas horas antes una cama. No esperábamos que se presentara aquí tan temprano.
   -Nadie espera encontrarse a la Inquisición.- Los labios del siervo escarlata se curvaron en una sonrisa. Solamente él parecía entender el chiste.
   Durante el camino, con el propio alcalde abriendo paso, el Inquisidor se dirigió al padre de los niños.
   -Hábleme de su hija.-Dijo tan solo. No había exigencia, a revés, su petición era en tono de sugerencia, y el tono de usted era sincero en todo momentos.
   -No es una mala niña, señor, se lo puedo jurar por lo que mas quiero, que son mi esposa, en paz descanse y mis hijos.-Aquella voz desesperada hizo pararse en seco al interrogador, girarse hacia el y mirarlo fijamente. El hombre titubeó, como si pensara que ha dicho algo malo.-¿He dicho algo malo, señor?.
   -¿Su esposa ha fallecido?.-Preguntó el Inquisidor, con la incipiente melena ondeando al viento.
   -Sí, señor,-Dijo el padre de la niña.-En un invierno enfermó y antes de la primavera se había reunido con Dios.-En su voz había un dolor apenas contenido. Sus puños cerrados y su tensión definían a un hombre que había realizado la gran hazaña de aquellos tiempos tan difíciles: amar.
   -En caso de demostrarse que ha sido una buena sierva de Dios, que ha cumplido con los mandamientos en todo momento y que no ha causado mal alguno a esta honrada comunidad, entonces no tiene nada que temer.-Dijo aquel hombre serio pero tranquilo en su proceder, mirando una última vez al padre antes de indicarle que siguieran caminando hacia la casa del alcalde.
 
   La casa del alcalde era realmente confortable. Estaba construida toda de madera, con un suelo de piedra. La esposa del alcalde los recibió con toda su afabilidad; se trataba una señora agradable, entrada en carnes pero con un aura de gran atractivo y muy despierta, a diferencia de su marido. El Inquisidor observó la habitación a donde le llevaron, donde se hacían las reuniones y las quejas, y que en un futuro podría servir de sala de interrogatorios. No era digna de palacio, pero podía albergar a unas cuantas personas, en su mayoría a los denunciantes y denunciados. Había una gran mesa con sillas. El hombre de rojo observó todo con detenimiento. Sin duda sería un buen sitio. Habría agradecido una puerta un poco mas gruesa, para que no entrara ni saliera ningún sonido del exterior pero no se le podían pedir peras al olmo.
   -Señor.-Dijo el Inquisidor a padre de la niña.- Usted va a ser mi primer testigo, veamos que tan bien funcionan las estancias de esta casa para los procedimientos inquisitoriales..- Se sentó en una silla y señaló la que tenía en frente.
   -Pues usted dispondrá, señor Inquisidor.-Dijo el padre, visiblemente afectado ante la sorprendente invitación a sentarse delante de alguien que tenía el destino del alma de su hija en sus manos.
   -Hábleme de ella dándome todos los detalles de su comportamiento en lo últimos meses.
   Y el padre habló. Habló durante unas cuantas horas, tratando de enhebrar todos los detalles puros y buenos de su hija, pero asombrosamente sin dejarse los defectos que caracterizan a todo ser humano. Al parecer la niña era dulce, pero con carácter, gustaba a casi toda la comunidad. Desde el alcalde hasta la tabernera le tenía aprecio. Cada granjero la conocía de vista como mínimo y habían hablado con ella de cosas varias. Era inteligente pero terca, producto de la joven edad o como rasco natural, quien sabe. A las dos horas de interrogatorio llegó el momento de hablar de los fenómenos extraños: cosechas que se echaban a perder cuando la niña pasaba cerca, vacas que abortaban, agua dulce que se volvía salada. En este punto el interrogador estaba mas serio,atendiendo a todas las explicaciones que le daba el padre de la criatura. Durante esos momentos, ante un sentimiento de impotencia el padre parecía a punto de echarse a llorar. El Inquisidor no movía ni un solo músculo de la cara mientras le escuchaba. Una vez finalizado el testimonio despidió al hombre que debería dormir en su propia casa esa noche.
   -Por cierto.-Dijo el recién llegado cuando el padre estaba a punto de salir.-¿Sus cultivos también se han echado a perder?
   -Sí, señor.-Dijo el padre, algo contrariado por la repentina pregunta.
   -Entonces, sea lo que sea que ronde estos lares, ha de ser realmente maligno como para que ni el amor qué su hija siente hacia usted impida que sus bienes se echen a perder.- El espadachín se dio cuenta a destiempo de lo desafortunado de su comentario, pero no había vuelta atrás.-Traiga a su hija junto a unos cuantos testigos mañana por la mañana. La niña será interrogada por la tarde.
   El padre de la posible bruja se retiró compungido. A veces aquel hombre vestido de rojo no tenía mucho tacto con las personas afectadas en su corazón por la posible pérdida de un ser querido, y mas cuando había lazos tan fuertes de por medio.
   El Inquisidor se acostó en la cama que le habían proporcionado y se sumió en profundos sueños que lo llevaron a tiempos pasados, donde se derramaba la sangre en nombre de Dios, donde todo lo bello estaba prohibido, donde la duda ante la fe era perseguida. Eran aquellos tiempos, y los de ahora era iguales, nada había cambiado. Soñó con las caderas de aquella mujer, con sus ojos,con sus labios. Era la guerra y tuvo que decidir. Mientras dormía lloraba, cuando enterró la espada en su corazón supo que nunca mas las cosas serían igual. Recordaba el olor de la madera quemada, el sentimiento del amor mezclado con la tristeza mas honda. Sintió en su mejilla aquella última caricia, el sabor de sus labios mezclado con el de sus lágrimas. Nadie apreció el cambio. Solamente le juró a Dios que no tomaría parte, siempre que le fuera posible, en esas atrocidades.

   Despertó de golpe, con unas palabras en la cabeza, con ese acento de Oriente, con su voz tan dulce y tan aterciopelada. Era como un espacio en blanco donde la imaginación, la sugestión, lo que fuera, se transformaban, en este caso, en una revelación. Escuchó su voz, sintiendo una mano que acariciaba su rostro en los primeros segundos donde el sueño y la realidad se mezclan, reconocería esa caricia en cualquier sitio y esa voz en cualquier lugar: "La niña es inocente". El hombre miró a la nada, aquella habitación bastante humilde en la que habían colocado una Biblia junto a la espada,apoyada esta sobre contra la pared, acierta distancia. Se vistió, desayunó decentemente abusando por última vez de la hospitalidad de aquel matrimonio de gran importancia política en el pueblo y salió a investigar.
   Al principio había reticencia en lo que a hablar se refiere. Los pueblos eran lugares donde todo se sabía. Que el forastero, aun siendo representante de Dios, lo llegara a descubrir, era otra cosa. Granjeros, ganaderos, un par de canteros, señoras de su casa o incluso otros niños, tenían buen concepto de ella, de la acusada. Durante el interrogatorio habló con las víctimas de sus hechizos, algunos ya estaban hasta el límite de las fuerzas ante tanta desgracia. Aparecían de vez en cuando testimonios de que su existencia era un sin vivir a pesar de todas las ofrendas a santos y todos los rezos a Dios. La situación sin duda era extraña.
   Llegó el momento de hablar con la tía de la niña, la hermana de su madre.
   -Créame, señor Inquisidor, que yo solamente quiero que mi querida sobrina esté realmente feliz, que tenga una vida normal, pero parece atraer la desgracia sobre todos aquellos que pretenden algún bien a esta comunidad. Hago todo lo posible por tratar de llenar el hueco que dejó su madre.Esos niños no pueden crecer sin una madre. Dios creó al hombre ya la mujer para que juntos cuidaran a los retoños que concibieran.
   -¿Considera al padre de la niña incapaz de cuidar el solo a sus hijos?.-preguntó el Inquisidor a la mujer, que al momento pareció ponerse algo nerviosa.
   -No, por supuesto, pero ya sabe, dicen que siempre está bien un pequeño toque femenino en este tipo de asuntos.
   El Inquisidor la miró fijamente a los ojos durante unos segundos.
   -Hábleme de ella. Hábleme de la madre de la niña.-Dijo el Inquisidor con una voz susurrante.
   -Era mi hermana, señor Inquisidor, ¿que mas le podría decir? que nos criamos juntas, que pasamos buenos y malos momentos. Las cosechas se sucedieron y llegaban los amores de verano, que nos peleábamos por chicos o por un par de collares de cuentas. No se que podría hablar de ella que no sea algo común entre las hermanas.
   -¿Que le gusta hacer?.-Preguntó el Inquisidor.-¿Alguna afición en particular?
   La mujer le miró algo desconcertada.
   -¿Montarás un improvisado juicio para investigar mis actividades?-La tía de la niña sonrió y el Inquisidor apreció incluso algo de nerviosismo pero la mujer se lanzó al momento.- Cuando está todo hecho me gusta dar algún que otro paseo por el bosque y sus cercanías. Antes de mudarme a vivir con mi cuñado y sus maravillosos niños vivía en el pueblo. Ellos viven en los alrededores, donde las granjas mas grandes y que requieren mas espacio. A veces ayudo a la anciana que vive en medio del bosque, la cual dicen que es una hechicera pero a mi solo me parece una mujer necesitada de cariño.
   -Ajá... ya veo.-Dijo el Inquisidor anotando unas cosas.-Creo que eso es todo. Muchas gracias por haberme dedicado su tiempo.
   -Todo sea por el bien de la niña, es inocente, dulce y muy cariñosa. El vivo retrato de su madre.-Dijo la mujer, tía de la niña, hermana de aquella pobre cristiana muerta en circunstancias lamentables.

   El hombre de la Iglesia estaba exhausto después de dar tantas vueltas buscando información, aun así llevó a cabo una última acción de investigación. Se dejó llevar por los pies, por las señales que Dios le diera.
   -Señor.-Dijo el hombre de rojo, sujetándose su el sombrero del mismo color que lo protegía de las lluvias torrenciales o del sol infernal.-Se que te he pedido muchas cosas pero sabes que casi soy tan siervo de la Verdad como de ti. Déjame encontrar el camino a la verdad.
   Al momento se hizo el silencio. El viento dejó de soplar, el sol comenzó a iluminar pero no se escuchaba un solo insecto siquiera. Todo se quedó quieto. El hombre se quedó estático, mirando con toda sorpresa aquel lugar,como si lo redescubriera. Una sensación de paz le invadió durante unos segundos hasta que un sonido por encima de su cabeza llamó su atención y una paloma blanca voló hasta las inmediaciones de un bosque.
   El Inquisidor siguió aquella señal y los pies le llevaron hasta donde se alzaba una pequeña casa de madera. Había un pequeño huerto y no sea preciaba la mano del hombre en nada mas, como si la casa pretendiera molestar lo menos posible en el crecimiento de aquel bosque. El Inquisidor se acercó a aquella casa y trató de ver por la única ventana que había. Apenas podía distinguir unas pocas sombras del mobiliario. Las zarzas y hiedras se estaban apoderando cada vez mas de los laterales de la casa. Se acercó a la puerta y llamó un par de veces. Cuando iba a darse por rechazado las puerta se abrió sola.
   El siervo de Dios dudó durante un momento pero se decidió a entrar. Lo que tuviera que ser que fuera ahí y ahora. El interior estaba lleno de ramilletes colgantes de varios tipos de plantas y flores. En el fondo de la estancia un caldero y algunas cabezas de animales muertos y disecados.
   -¿Que ven mis ojos?.-Dijo una voz centenaria.-¿Un demonio que viene a clamar venganza?
   El hombre miró en todas direcciones, sin ver nada que pudiera delatar la presencia de nadie que no fuera él. Su rostro era una máscara de piedra que vigilaba en todas direcciones para poder identificar un posible ataque mientras llevaba la mano al pomo de su espada.
   -No finjas.-Dijo la voz.-No te hagas el asustado. Tu corazón está totalmente tranquilo, apenas te has alterado tras el susto inicial y solamente deseas buscar respuestas.
   Apareció entonces frente a el una mujer anciana, bajita, de cabello grisáceo pero ordenado. Quien usara la imaginación podría adivinar que en tiempos pasados habría atraído mas de una mirada. Los largos dedos se sostenían los unos a los otros y su rostro reflejaba calma pero sus ojos parecían inquietos. Los ojos pequeños estudiaron a la figura roja que tenía delante. Se acercó un poco mas y pareció oler el aire que le rodeaba.
   -Ahhhh amor perdido en la tragedia entre Dios y Alá. Adelante, adelante, pasa.-Dijo con tono burlonamente cálido.
   -¿Que sabes, bruja?.-Preguntó el Inquisidor mientras se acercaba a donde ella le indicaba, cerca del caldero que borboteaba entre aromas variopintos y nunca percibidos por su nariz.
   -La niña es inocente.-Dijo la bruja mientras removía el caldero haciendo que vapores de diversas coloraciones salieran de su interior. Tuve la oportunidad de hablar con ella y supe que era realmente alguien especial pero no para sembrar el caos. Al revés. Cuando salió de mi casa tuve que rociar con sangre de rata toda la casa para que se estabilizara el aura.
   Cierto, había algo en aquel lugar que alteraba los sentidos de una u otra forma que ocultaba las realidades que se extendían mas allá del aspecto extravagante de aquella vivienda. El mal fario, el mal agüero. 
   -Alguien venía a pedirte ayuda. Alguien quería algo que solo tú le podías ofrecer pero tú no eres el mal de este pueblo. Eres una especie de intermediaria de ese mal.-Dijo el hombre acercándose a la bruja, que le había dado la espalda, como si lo ignorara. Cada una de los elementos de aquella casa, si se afinaba la vista, estaban diseñados para todo tipo de males. pero también algún bien. Colgado de una de las paredes había un rosario, un pequeño chillido salió de ninguna parte: ratones.-Estamos en tiempos en los que una sola envidia puede matar a varias personas. 
   -Ahhh el hombre rojo no es tan tonto. Los de tu calaña por lo general primero queman y luego suele hacer las preguntas consecuentes, nunca aceptan sus errores. Me gusta como piensas. seguro que entre las múltiples razones de su amor, ella te amaba con todo su corazón por esa cabecita tan inteligente..-La bruja le miró, esperando su respuesta.
   -Creo que ya tengo la respuesta que ansiaba,-El inquisidor le dio una bolsa llena de monedas, que la bruja cogió al vuelo, con sorprendentes reflejos.-¿Tiene algo para las pesadillas? 
   -Para las pesadillas sí, para causarlas y quitarlas. No quiero presumir pero con mis conocimientos puedo incluso hacer abortar a las vacas. Pero tú no tienes pesadillas, sencillamente es que no te perdonas a ti mismo, demonio español-Dijo la bruja, en clara referencia al pasado de aquel hombre que había consagrado durante unos meses su vida mas al amor que a Dios, y este le había castigado con dureza. 
   -Con gran aflicción me despido entonces, señora.-Dijo el Inquisidor,cerrando la puerts a sus espaldas. 

   -Bueno bueno bueno.-Dijo el Inquisidor, mirando a la niña sospechosa.-Por fin te conozco.-Dijo el Inquisidor sonriendo por primera vez desde que había llegado al pueblo. 
   -¿Me va a llevar a la hoguera?.-Dijo la niña. era una pequeña infanta de apenas unos diez años que no podía llegar con los pies al suelo desde la alta silla.-Me dijeron que los Inquisidores llevan a las niñas malas a las hogueras, que todos los hombres buenos y mujeres de bien no deben temer el fuego de Dios pero yo tengo miedo ¿soy mala?
   -¿Que? No,`por el amor de Dios. Eso lo dice alguna persona que está quemada de la vida.-El Inquisidor pensó eso último.- bueno haremos como que no he dicho eso último.-Entonces el Inquisidor sacó algo de un maletín que había suscitado las sospechas de todo tipo cuando medio pueblo le vio entrar en la habitación con él. Puso sobre la mesa dela improvisada sala de interrogatorios un papel y unos cuantos lápices.-Quiero que dibujes a tu familia. Y te voy a decir algo realmente importante: quiero que la dibujes con el corazón, como los ves tú. Solamente yo veré ese dibujo. 
   -¿Dios no lo verá?.-Preguntó la niña.-A lo mejor dibujo algo que no es de su agrado. 
   -Dios respetará tu intimidad tanto como tu lo desees. Así que ahora estamos tú, yo y Dios, que está mirando a otro lado pero de una forma u otra nos ayudará.-Dijo el Inquisidor. 
   La niña se puso manos a la obra mientras el Inquisidor se dedicaba a leer un libro que sacó de una de las mangas de sus ropajes. Fueron transcurriendo los minutos. 
   -Señor.-Dijo la niña.-Me falta azul.
   El hombre bajó el libro y miró todos aquellos colores desperdigados por la mesa.
   -Oh, perdón.-Dijo, acercándose a la niña, aproximando la mano a su oreja y sacando un lápiz de color azul.-Todo tuyo.- sonrió el Hombre de forma cálida. 
   -¿Como ha hecho eso?.-Dijo la niña toda sorprendida. 
   -Algún día te lo enseñaré.-Aseguró el mago rojo con una risotada. 
   La niña puso pucheros pero se dedicó al dibujo para no contrariar o enfadar a un representante de Dios tan estrambótico para sus compañeros de la Iglesia. 
   De vez en cuando el Inquisidor le preguntaba algunas cosas que iba anotando mientras la niña seguía dibujando.Sin duda lo poco que el hombre de Dios estaba viendo parecía bastante elaborado, con fondo de paisaje y todo. Siguió leyendo su libro sobre un pensar que estaba causando gran revuelo entre sus compañeros. Le gustaba comprender aquello que no entendía y quizás asimilar las ideas del enemigo para futuros debates.
   -Ya está.-Dijo la niña, entregándole el dibujo mientras movía las pequeñas piernas por debajo de la mesa, con su humilde vestido. 
   El Inquisidor miró el dibujo atentamente. Una gran figura masculina estaba en el centro junto a una casa. La niña se había representado a sí misma como mas grande que sus hermanos a pesar de la edad. Era valiente. Había dos figuras femeninas. Una al lado, mas cerca de un bosque hecho con unos pocos árboles que de la familia y otra que parecía observarlo todo desde las alturas. 
   -¿Quienes son estas dos mujeres, encanto?.-preguntó la alta figura. 
   -Esta de aquí.-Dijo la niña señalando la figura que se internaba en el bosque.-es mi tía, que da muchos paseos por el bosque. Y esta es mi mamá, que seguramente está con Dios porque enfermó y se reunió con él para estar mucho mejor. O eso me dijo papá.-Dijo la niña, triste, bajando la mirada.
   -En efecto, ella está bien.- dijo el Inquisidor, poniendo una mano sobre la mano de la niña.-Me mandó una señal Dios y a través de una paloma blanca encontré aquello que necesitaba, para saber la verdad.
   Dijo entonces una voz muy sutil.
   "Siempre será mi princesa de barro"
   -Que siempre serás su princesa de barro.- Dijo el Inquisidor, sintiendo una mano sobre su hombro en el momento en que escuchó las palabras de aquella esposa y madre que había nacido para amar. 
   -¡Así me decía mamá!.-Dijo la niña-¿Entonces es verdad que ella me cuida. 
   "Y siempre lo haré, mi amor,a ti y a tus hermanos"
   -Y siempre lo hará. A ti y a tus hermanos, que te quieren.-Dijo el siervo divino.-Puedes irte, encanto, Gracias por ayudarme y toma.-Dijo tendiéndole el dibujo. 
   -No, señor, quédeselo. Puedo hacer otros dibujos parecidos pero usted no verá uno igual al mio, nunca. Es todo suyo como regalo. 
   -Gracias.- Dijo en apenas un susurro.-Te acompaño, pues he tomado un veredicto. 
   
   -A las claras la niña es inocente.-Dijo el Inquisidor al alcalde ya todos los reunidos alrededor del hombre de rojo.- El mal tiene muchas caras, pero sin duda mis pesquisas han revelado que Dios no hace mas que amar a cada segundo a esa criatura inocente. Lo que me ha traído aquí no es las malas cosechas, no los abortos de animales, ni la leche agria. Lo que me ha traído aquí es un plan maligno para secuestrar la voluntad de un hombre, destruyendo la alegría que había en su corazón. Lo que me ha traído aquí ha sido la envidia hacia una buena mujer que dio todo por hacer feliz a su esposo y por darles todo a sus hijos, que nada les faltara.
   El Inquisidor sacó la espada y la blandió en alto con una sola mano. la bajó y señaló a la tia de la niña, ahí presente. 
   -Eras su hermana. Era tu sobrina la niña a la que querías mandar a la hoguera. 
   -¿Que? ¿yo? No, señor.-Dijo la mujer, visiblemente sorprendida y nerviosa.-No me diga que la niña le ha hechizado a usted. 
   -He hablado con tu amiga de los bosques, mujer. Tú te asegurabas de envenenar el ganado. Curioso es que solamente era el ganado o los cultivos de aquellos con los que disentías. Y ella.-Dijo el Inquisidor señalando con el dedo a la niña,.- Es el vivo retrato de aquella  mujer que fue tu hermana pero odiaste en cuanto conquistó con el corazón al hombre que tú decías amar. La envidia te corrompió, y cuando la madre murió no podías evitar ver a tu hermana y rival en los ojos de esa niña, de esa viva imagen de su madre que te recordaba a cada rato los pecados que habías cometido.

   Lo que siguió fueron gritos, disputas y un par de gestos amenazantes con un martillo y una oz. la mujer confesó. Había estado toda la vida detrás de un hombre que nunca le correspondió y cuando la hermana de aquella pretendienta llegó al pueblo desde la ciudad, todo fue demasiado rápido para que el corazón, espíritu y escrúpulos de aquella mujer pudieran templarse y organizó un plan desmesurado para que la madre no solo muriera sino que la niña iba a seguir por el propio camino. la arrogancia y la vanidad hicieron acto de aparición y ahí la primera equivocación: quería que la niña ardiera y cada uno de los viles actos que la tía organizaba estaban destinados al descrédito y la condena pública. La mujer fue ajusticiada por la espada del Inquisidor, que no quiso quedarse mucho mas en aquel pueblo. El pueblo aclamó la sabiduría del hombre. 

   Por el camino, montado en su caballo, una figura se presentó de la nada. Los mimos ojos que la niña a la que había salvado, pero sin duda mucho mas mayor, mas avejentada por la enfermedad que la había matado hacía un tiempo. Se miraron largo tiempo.Entonces el fantasma alzó la mano, como queriendo ofrecer algo al hombre solitario en el camino.
   -Ella me lo ha dado para ti.-Dijo con voz lejana.
   Al desaparecer la figura fantasmagórica. unos bellos crótalos dorados estaban sobre la palma de su mano. 
   El Inquisidor rompió a llorar.