lunes, 24 de diciembre de 2018

El relato inacabado.


   El palacio de aquel famoso lord se encontraba atestado de gente. Era un hombre que había servido a su majestad, el rey y que quería mostrar un poco de su poderío desde la buena voluntad y la diversión. Había acudido lo mejor de los mejor de la sociedad, desde los mas distinguidos nobles hasta genios de la ciencia o valientes y condecorados militares. Unos se hacían acompañar de sus sirvientes, otros depositaban su confianza y el ser complacidos en sus deseos por los sirvientes de aquel lord. Había dado instrucciones claras de que cada persona ahí presente no se apeara la máscara en momento alguno, que era todo mas misterioso y mágico cuando el anonimato acompañaba.
   Había entre los invitados una cierta doncella, afamada por su belleza digna de las tierras exóticas de las que había venido a muy temprana edad. Inglaterra se había convertido para ella en un hogar mas digno de su confianza que las tierras americanas, pero no dejó nunca de soñar con volver a aquellos parajes.
   Su vestido había sido elegido de entre una amplia variedad que su modista le había puesto delante. Mil tipos de diseños, encajes, escotes mas o menos escandalosos habían pasado por delante de sus narices. Se había decidido por uno negro y rojo, bordeado en sutiles líneas azules que no parecían tener un patrón fijo. Un diseño extraño, pero fue verlo y enamorarse de él al momento. Así es como se había presentado ante el Lord, que se quedó encandilado por la voz de la joven y su magnífica conversación.
   Le acompañaba una sirvienta que el padre de la joven había designado. Esta iba ataviada con un vestido sin duda mucho mas sencillo, de tonos pardos igual que la máscara, que imitaba a un petirrojo en pico y colores. La de su protegida era una máscara hecha en fina porcelana de color blanco con sutiles líneas azules color claro que asemejaba al rostro de un lobo blanco.
   Por todo el salón principal, de gran amplitud, se había distribuido una serie de tarimas donde había una orquesta y artistas que se iban turnando en sus habilidades circenses. Desde malabaristas hasta entrenadores de pequeños animales, estos deleitaban las fantasías mas variopintas de los presentes, que bebían y reían asiduamente.  La joven, por su parte, aprovechaba ese anonimato para conocer a desconocidos en calidad de personas antes que de banqueros o generales. En los vals no le faltaban parejas para poder perderse entre las notas de la música, disfrutando de las habilidades del propio lord o de muchos otros honrados voluntarios.
   Fue entonces que lo vio.                                                              
   Se cruzó con esa mirada que parecía hecha de puro deseo. Fue solo una décima de segundo y esos ojos negros se perdieron entre la multitud mientras ella bailaba, lo cual provocó que perdiese el pie y pisase a su acompañante, el tercero o cuarto de esa noche.
   -Disculpe caballero.-Dijo la mujer, claramente avergonzada por su equivocación-Me distraje.
   -Por favor señorita, o señora, no tenga la mas mínima preocupación, estos pies que usted ve han recorrido muchos kilómetros descalzos allá por las Indias.-Dijo su interlocutor con una sonrisa que lucía un diente de oro.-Bebamos para celebrar mi nueva herida de guerra.
   -En verdad lo lamento, caballero.-Dijo la mujer, perdida en timidez, con el recuerdo de esa furtiva mirada aun en el corazón. Aceptó la copa de buena gana y tras un breve intercambio de palabras este hombre se perdió entre la multitud con una improvisada amiga.
   Sin mas que hacer, no tardó en encontrar a su protectora cerca de ella, mirándola fijamente. Era una mujer que se había preocupado por su bienestar desde que tenía memoria y que hablaba con quienes la jovencita interpreto que debían de tratarse de otros sirvientes.
   Ella le sonrió y se acercó. Cuando llegó a donde los asistentes de los invitados se encontraban todos los presentes en aquel pequeño grupo hicieron una pequeña inclinación de cabeza. Pero antes de que pudiera contar la anécdota un toquecito en el hombro le hizo darse la vuelta.
   Los ojos negros que había visto estaban delante de ella.
   -Señorita.-Dijo con un extraño acento una voz profunda y envolvente detrás de una máscara en forma de lobo negro.-¿Me concede este baile?
   Palabras sencillas y gestos sencillos, pero aquellos ojos no eran en absoluto sencillos. Irradiaban algo que parecía muy fuera de lo común. Los militares tenían una clara solvencia y resolución, los exploradores eran inquietos y los antropólogos eran ojos que perduraban en el completo y constante análisis de la persona que tenía delante, con mayor o menor interés.
   Pero aquellos ojos, de una profundidad insondable parecían estar en un punto medio entre todas esas características y muchas mas. Cuando se unieron al resto de parejas, la muchacha pudo ver, o mas bien comprobar la fuerza de aquel que era ahora su pareja de baile. Parecía llevarla en todo momento, pero al mismo tiempo, si ella deseaba un cambio de sentido, él no tenía problema en concedérselo. Iba ataviado con un sencillo traje de gala que parecía diseñado para una suerte de militar explorador. Una combinación extraña, incluyendo un toque salvaje, animal, pero sin duda el material de la tela, de un rojo oscuro, le sentaba bien. La mano que ella tenía sobre el hombro de él afirmaba una buena constitución muscular y los pocos rasgos que dejaban ver su máscara oscura eran sin muy varoniles, imposibles de ser confundidos con el género femenino.
   -Por el acento que tiene su voz, diría que no es de esta tierra.-Dijo ella, para romper el hielo.
   -Una observación muy acertada, señorita. Soy de tierras del Este que muy poca gente se atreve a explorar con la naturalidad con que nosotros los hacemos. -Su voz destilaba seguridad, suavidad y profundo mundo interior.
   -Polonia.-Se aventuró a decir ella.
   Él la miró con cierta sorpresa.
   -Indudablemente cerca pero no exacta.-Dijo el caballero con una sonrisa arrebatadoramente blanca, mostrando unos dientes blancos, perfectamente alineados. Incluso aquella dama que tantas atenciones había llamado tenía un cierto defecto.
   -Me inclino por Rusia entonces.-Dijo ella. Se dio cuenta de lo débil que había sonado su voz, pues en su mente solo existía el deseo de mirar sus ojos.
   -Exactamente.-Dijo él en lo que parecía un susurró cuando la música cambio a una pieza mucho mas lenta, donde las parejas, en general, se acercaron mas.
   -Nunca he visitado Rusia.-Dijo ella, dejándose llevar ahora por él.
   -Entonces mi país estará encantado de recibirla con los brazos abiertos. Los mismos Urales se apartarán para no estorbar a su montura.
   Hablaron mas y mas, mientras las piezas se sucedían. Los conocimientos de aquel hombre eran exageradamente amplios mientras el control del cuerpo en el baile parecía no tener punto mas fino de control. Ella le habló de su padre que no había podido asistir por aquella enfermedad, la gota, que ya no le dejaba caminar. Le habló de su vida de estudios y preparación para la vida de una señorita. En ese punto su voz denotó la poca apetencia de aquella vida.
   -No envidio esa vida que os quieren dar.
   -Bueno, es normal, dado que vuestra vida, por lo que me contáis es mucho mas emocionante que lo que pueda experimentar una dama de un señor con tierras, como es mi caso.
   -En absoluto, solo he sabido aprovechar el momento y he sabido que momentos u oportunidades me eran realmente beneficiosas para lo que mas quiero: mi libertad.-Dijo el caballero, como si estuviera perdido en algún punto entre el baile y un recuerdo.-Yo podría haber sido zar o príncipe o algo por el estilo.
   -No me diga.-Dijo ella.-¿Todo este tipo he estado bailando con alguien de sangre azul? Sabía que el baile de esta noche era de gran nivel pero no hasta ese punto.
   Él rió. Era una risa extraña, cavernosa, resonante, como si penetrara hasta lo mas profundo pero sin herir el oído ajeno de quien la escuchara. La dama se asombró de que no se hubieran girado todos a contemplarlos.


   El escritor se inclinó sobre la silla, mirando hacia el techo blanco. La lámpara de aceite iluminaba la estancia parca en riquezas pero rica en detalles, con tapices de guerreros y libros de fantasías o conocimientos. Había alguna ilustración técnica de ingenios militares o proyectos hechos en la infancia. Dejó salir un notable y frustrado suspiro mientras miraba las hojas de papel en su posición desgarbada. La noche era total fuera de aquel lugar donde él vivía desde hacia toda una vida humana.
   Dos manos blancas se posaron sobre sus hombros, y bajaron por estos para rodear su torso. Él sonrió, dejándose envolver por aquella mujer perfecta a los ojos de casi cualquier hombre o mujer. Se dejó envolver por sus brazos y sintió la curvatura de sus pechos en la parte de atrás de la cabeza. Supuso que estaba mirando lo que tenía escrito.
   -Quizás demasiado tópico para ti, amor.-Dijo una voz de terciopelo una vez que los labios de la mujer se fueron deslizando desde el cabello con pequeños besos hasta directamente su oído.- Se ven las intenciones de ese caballero del este para con la inocente damisela.-Y tras esto hizo que sus labios se posaran en el cuello de él, justo donde la sangre circulaba rauda y veloz gracias a su seductora cercanía.
   -Lo se.-Dijo él, hechizado ante las maneras de ella, pero confiado en no correr ningún peligro para con su vida.-Nunca he sido vampiro y no se como, en medio de tanta gente, con una celosa cuidadora, podría nuestro coprotagonista sacar de ahí a su futura víctima.
   Los labios femeninos que tenía en su cuello no pronunciaron palabra, dejando que el silencio supusiera un lienzo de quietud en aquella estancia. Finalmente ella sonrió contra la piel de su amado, tan vulnerable, tan humano y tan simplemente exquisito.
   -Serías un vampiro pésimo.-Dijo ella finalmente, dejando traslucir una sutil sonrisa en una de las comisuras de sus labios.
   Él alzó la ceja, herido en su orgullo como posible vampiro, aunque finalmente lo tomó como de quien venía, y ya era suficiente una crisis con la inspiración.
   -¿Gracias?.-Dijo él, suspirando de nuevo, aunque esta vez no de frustración, mientras esas finas manos de amante o asesina (o ambas) lo estrechaban un poco mas.
   -No me malinterpretes amor,.-Dijo ella, con un tono distendido, dando un beso largo de nuevo en ese punto tan vulnerable para los vivos.- seguramente serías un bello vampiro y tendrías que apartar a todas las mujeres a manos llenas de tu camino aunque solo fuera para ir a la tienda de la esquina a pedir unos riñones de cerdo, pero tu bondad, honestidad y buen corazón te causarían mas de un dilema así tuvieras la yugular de la mujer mas bella del mundo a tu entera disposición, ciegamente entregada para que te alimentaras de ella.
   -¿Se puede saber el motivo por el que es mas sencillo cazar a los hombres que a las mujeres?.-Preguntó el escritor, sabiendo que su sonrojo ante tan dulces palabras había quedado al descubierto, alzando una mano y acariciando el perfecto rostro de su amada inmortal.-Aunque me supongo la respuesta.
   Ella bajó a su hombro y dejó otro beso en este antes de alzarse y apoyarse sobre una de las esquinas del escritorio. Aun él se preguntaba como era tan afortunado de hacerle el amor a esa perfecta diosa de la muerte cuando sus excitaciones congeniaban.
   -Cuando me veía obligada a alimentarme de alguien en una fiesta, los hombres son el mejor objetivo. Nadie les cuida, salvando aquellos que son muy jóvenes, en cuyo caso sí que se les asigna a un miembro del servicio de la mas alta confianza, los cuales a su vez se portan como una extensión de sus progenitores. No,  lo ideal son los adultos hechos y derechos y cuanto mas confiados y pagados de si mismos, mejor. Nadie les cuida, nadie les recuerda que tienen que estar cerca de sus sirvientes o permanecer en grupo para mutua protección ante gorrones y pervertidos pasados de copas.-Su tono era el que emplearía un profesor de ciencia natural para explicar a sus alumnos las diferencias entre las distintas especie de batracios.
   >>Es entonces mucho mas sencillo acercarse. Cuando la noche ha avanzado resulta hasta insultantemente fácil. El alcohol ya se encuentra en sus venas pero no se le pueden pedir peras al olmo. El contacto visual y físico, perfume mediante,  este último ni muy sutil ni muy fuerte, aunque en nuestro caso ya desprendemos un aroma lo suficientemente atractivo. En sus nubladas cabezas ven la oportunidad de oro para recrearse en su masculinidad y simplemente dejarse llevar en medio de unos torpes empujones de caderas. Pero sin duda nunca llegué a ese punto. Para cuando se dan cuenta ya están a punto de soltar el último hálito de vida, entre los matorrales del jardín de cualquier señor y nada importuna mi retirada en sentido contrario.<<
   Ella terminó y le miró, esperando ver asco, repulsa, miedo. No vio nada de eso.
   -¿Alguna vez sentiste remordimientos?.-Dijo el escritor mientras tomaba la mano de su amada y besando sus nudillos fríos y clínicamente inertes.
   -No.-Dijo ella con apenas un susurro.
   El silencio se instaló en aquel lugar. Finalmente él habló.
   -No puedo morder el cuello de la mujer mas bella del mundo. Murió hace tiempo, pero resucitó y ahora está aquí, a mi lado.-Dijo él atrayéndola hacia sí y apoyando la cabeza en el espacio que existe entre el pecho y el vientre.
   Ella sonrió y se sentó con elegancia sobre las piernas de él, tomando ese rostro cálido, con esos ojos tan maravillosamente inocentes y besó sus labios. El calor de la vida contra el frío de la muerte, un contraste imposible pero sin duda hecho realidad en esa maravillosa noche de luna llena.


El hombre y la dama alada.


Mis manos rodeaban la voluptuosidad de su cuerpo destinado al pecado mas carnal. Ella, sonriente, con unos ojos que brillaban de deseo, parecía querer memorizar cada poro de mi piel, a través de la ropa, la cual iba poco a poco desapareciendo, estando mi cabeza centrada en otras cuestiones, aunque las prendas cayeran al suelo echas jirones. Sentía su calor contra mi calor, mucho mas apagado por mi naturaleza humana, mucho mas proclive a ideas mas gráciles, pero incapaz de fijar o asentar otra idea que no fuera aquella anatomía diseñada para la lujuria. Me hablaba con un tono de voz colmado de encantadora sexualidad. Tomó mi rostro y beso mis labios. La carnosidad de su boca se materializó con fuego y deseos de ver mi equilibrio y moralidad quebrados. Acepté su proposición silenciosa. Diría mas, pues tomé la iniciativa en tanto las lenguas se entrelazaban y se iban conociendo mutuamente.
Mi cuerpo reaccionó de forma visible, ella se separó lo justo para mirarme a los ojos, sabedora de su victoria y sus manos deshicieron mi ropa. No fue necesario que yo hiciera lo mismo, pues su desnudez fue mostrada desde el primer momento en que apareció en mi habitación, así había sido su método para cazarme. No sé en qué momento me vi en la cama, con su cuerpo diabólicamente perfecto sobre el mío, con sus senos pegados a la piel desnuda de mi torso. Mis manos delinearon las caderas y la fina cintura, y repitieron ese trayecto varias veces hasta que se hizo insuficiente ese espacio. Me aventuré hacia rincones mas dignos de secretismo. Ella suspiraba de un modo de invitaba incluso al mas humilde a sentirse poderoso y ultraterrenal, con sus ojos brillantes de deseo de mujer, ilusión de niña e intenciones de demonio. Aquellas alas que ella portaba no fueron impedimento para mis manos y sus vaivenes, que fueron al lugar de su donosa retaguardia, que con seguridad muchos había contemplado con abierto deseo. Ella dejó salir un suspiro mas marcado, junto a una sensación de plena aceptación que corrió por todo mi cuerpo hasta quedar ahí, en aquella parte de mi intimidad que la súcubo se había empeñado en reavivar con gentil y decisiva lascivia.
Me miró a los ojos, tomando mis manos, asentadas en aquella parte redondeada de su cuerpo, y haciendo que yo tocara cada una de las zonas que cualquier hombre daría una mano por tocar. Me miraba con abierto deseo, como si fuera ese  ideal de purasangre que muchas damas de alta y aja cuna desearan. Murmuró algo, se relamió ligeramente y condujo una de mis manos hacia el interior de aquel espacio entre sus piernas. Noté calor, mucho calor, y la obvia señal húmeda de que ella estaba preparada desde hacía mucho tiempo para consumar actos condenados por los mas básicos conceptos de la moralidad. Y entonces decidí que dicha moralidad, aquello tan subjetivo, no tenía espacio entre nuestros cuerpos tan apretados el uno contra el otro.
Por mi parte yo la miraba atentamente, con una sonrisa impregnada en deseo y un par de gotas de lujuria. Ella subió un poco su cuerpo y mi boca se encontró con sus aureolas y esa punta excitada por el calor y el roce de las pieles. El sabor era fuerte, la temperatura era cálida, mas de lo que un ser humano puede emitir sin considerarlo febril, revelando la naturaleza de aquella dama venida de un mundo destinado a la lujuria. Saboreé su cuerpo, su piel, mis manos apenas se contenían ya en los límites a explorar, y sentí la imperante necesidad de que ella finalmente abriera su cuerpo a mi. Mas aun.
Por instinto o experiencia, ella advirtió mi urgencia, sonrió de nuevo de esa manera, lasciva y perfecta y unió su cuerpo al mío. Sus manos se apoyaron en mi torso mientras las mías se asentaban en sus caderas, que iniciaron un lento vaivén cargado de erotismo y claras intenciones de complacencia mutua. Ella se movía con ese brillo en los ojos de abierto deseo, como si para sus mas fieles e íntimos objetivos vitales no hubiera nada mas allá de mi rostro, visiblemente alterado por el placer. Sentí sus uñas rasgar levemente mi piel mientras las naturalezas de ambos se expresaban de formas varias. Mis dedos subieron a sus grandes senos, tomando una de esas puntas cálidas y lo apretaron, con la consiguiente nota de placer añadido, lo cual derivó en movimientos mas marcados.
Mis caderas se acompasaban a los movimientos de ella, regocijándome en el espectáculo que ofrecía ver esa ciega entrega, sin juicios ni prejuicios, tan solo viviendo el momento con plena capacidad de satisfacción mutua. Sentía mi rostro sonriente, invitándola a darme mas de aquello que poca gente podría darme en el otro mundo, el de los mortales como yo. Ella se mostró demandante, exigente, con mi cuerpo unido al suyo, moviéndose con decisión. Las preguntas mas racionales se desvanecían, y yo estaba encantado de ello, pues sabía que con esa dama del mas primitivo deseo, no existían las trampas ni las segundas intenciones. No dudé en dejarme llevar, en expresar mi placer abiertamente, con mis manos deslizándose por su piel, suaves pero al mismo tiempo decididas.
Mi tensión fue en aumento, la de todo mi cuerpo mientras mi mente se sumía en una nube de despreocupación cuando finalmente estallé de placer. Mi esencia se entremezcló con la suya, como dos corrientes que se cruzan al abrir un embalse. El último choque de los cuerpos fue tan sentido y entregado que involuntariamente me alcé unos cuantos palmos, acercándome a sus senos, que se posaron en mi cara una vez ella hubo conquistado con su feminidad hasta el último rincón de mi. Me deleité con el sabor de su piel, deslizando las manos por aquellas caderas que habían regalado uno de los bailes mas exquisitos de mi existencia en estos mundos.
Que curioso era todo aquello. Una vida consagrándome al bien y la justicia y fue un ser supuestamente diabólico quien me regaló un sentimiento pleno de libertad.
A la mañana siguiente unos labios se posaron sobre los míos y una lengua invadió mi boca. La tentadora dama demandaba su correspondiente tributo.