sábado, 20 de noviembre de 2021

El poeta y la dama Nívea

   El poeta suspiró. No por tristeza, desamor o cualquier otra razón sentimental. Miraba desde su improvisado refugio la ventisca que transcurría delante de su prominente nariz. Que tan frustrante vicisitud le había llevado ahí será ignorado. Solo poseía la compañía de la hoguera que había improvisado, su comida y poco mas. El viento aullaba sin cesar y sacudía las telas de la tienda de campaña que había montado en el interior de una abertura rocosa. La distancia que lo separaba de la civilización era digno de congoja en aquellas circunstancias, por lo que decidió obviar ese hecho y centrarse en cosas mucho mas agradables. La fortuna, junto a un hueco dedicado exclusivamente para ello en su petate de explorador, le permitió tomar un libro y dedicarse a leer tranquilamente. 

   Se centró mas en los dibujos de los planos de batalla antes que en las descripciones pormenorizadas de aquel gran historiador que había conocido hacía unos meses en cierto congreso multidisciplinar (tanto que historiadores, poetas y filósofos naturales se juntaron y ahí se armó una buena marimorena). El fuego seguía crepitando cuando algo pareció llamar su atención. 

   Era realmente sutil, cualquiera que no tuviera los ojos lo suficientemente entrenados no se habría dado cuenta. Los típicos dibujos que la nieve forma en el aire, algo que parece hecho a la suerte y sin pretensión alguna de darle forma concreta, fueron adquiriendo el aspecto de una mujer alta, alargada. Los copos se fueron arremolinando en un torbellino de frío desgarrador y elegante caminar. Una dama surgió de toda esa vorágine y se encaminó hacia el protagonista de esta gélida historia. 

   El hombre al momento se puso en pie y sonrió ampliamente. Unos la habrían tomado por un fantasma, otros por el diablo, otros por alguien de otro mundo. Y en verdad esto último sí era cierto, mas con ciertas sutilezas y matices. Su cuerpo estaba cubierto con un vestido hecho del mismo viento de invierno, en su cabeza había una corona hecha de rosas de cristal con copos de nieve entre sus pétalos. Dicho cristal se movía con la naturalidad de un rosal mecido por el viento. El contrapunto a la blancura de aquella visión eran los ojos verdes dignos de la mas frondosa primavera, que observaban al simple mortal con la misma naturalidad con la que se observa un paisaje recorrido rutinariamente. 

   -No puedo sentirme mas afortunado de contar con tu presencia en este cálido paisaje, querida deidad del invierno y  la belleza.

   La dama sonrió levemente, con una elegante y transparente sinceridad. Tiempo hacía de la última reunión, en circunstancias no muy agradables. La mujer se sentó sobre un pequeño tocón, que se cubrió de una fina escarcha. Su vestido, abierto en un lateral, dejó ver una larga pierna que habría vuelto loco a mas de un hombre con poca contención pasional. Vio que el humilde caballero aun estaba de pie y le invitó a sentarse, lo cual hizo para arrebujarse en las mantas que había traído consigo. 

   -¿Qué trae a un hombre tan cálido como tú a las cercanías de mi humilde morada?.-Preguntó con toda amabilidad y educación ella, probablemente la mujer mas bella que caminaba sobre la faz de la tierra. O al menos hasta donde ese hombre de poco mundo y mucha imaginación sabía. 

   -Justamente buscaba un verso en la nieve, querida dama de la gélida eternidad, pero no consigo nada que no sean simples alegorías al frío. Es como conjuntar la clorofila de tus ojos con la frescura del incipiente invierno. Sucede, sí, pues transición haberla la hay, pero ¿Cómo la describo?

   A esto le siguió una exposición al por mayor de todas las diversas interpretaciones que hombres y mujeres del pasado dieron al invierno, al viento, a las estaciones, a la vida, la muerte, el sentido de la existencia. La dama escuchaba y daba sus apuntes, sus observaciones, las cuales eran pocas pero alegremente recibidas por su interlocutor. 

   Hay hombres que tienen fortuna material, pero son sin duda los hombres que tienen la fortuna de tener a mujeres como aquella en su vida los que son dignos de envidia. Si a quien lea esto se le describiera tal espectáculo de la naturaleza en forma de espíritu de las nieves, nadie creería a quien lo contara, que pudiera caminar sobre la tierra alguien dotada de una elegancia, saber hacer y carácter como ella, un retazo vivo de arte, una mente que crea e imagina tanto como ese hombre que le hablaba desmesuradamente, solo que con mas calidad obviamente.

   Dedicado a la bella Alejandra, una excelente creadora de arte y una modelo sin igual, que ha escuchado mis disertaciones históricas y políticas con gran paciencia y de la que he aprendido mucho.