viernes, 8 de diciembre de 2017

Las tres tormentas (o "Tres Reinas: segunda parte)

   Aquel reino era sin duda de lo mas provechoso en cuando al comercio, el arte y la viva representación de las buenas gentes era aquel palacio que parecía detallado al milímetro por el cincel de un dios. Ese reino era quizás el mas lejano, algunos decían que solo se podía llegar a el con la imaginación aunque la llegada de gentes de todo tipo demostraba lo contrario. Todo parecía ir en marcha, desde los molineros con el trigo hasta los orfebres con sus cargamentos de joyas en el almacén esperando a ser convertidos en joyas. Las tres reinas gozaban de la admiración y el apoyo de sus súbditos, eran un ejemplo de ética, buen saber y cultura, de fuerza y belleza, elegancia, sutileza y deseos de ver a su pueblo en buen estado. Había entre los súbditos uno muy especial, que gozaba con el favor de aquellas mujeres. Un loco andante que sabía escribir, que gustaba de usar la imaginación para algo mas que ganar dinero, inventar excusas o hacer el mal en el mal en  el mas general de sus aspectos. Redactaba historias de todo tipo y por supuesto aquellas mujeres eran parte de las musas que le llevaban a conciliar todo tipo de escenas en forma de letras. Pero un día algo salió terriblemente mal.

   Saliendo de una taberna, dejando atrás a los amigos para abrazar la cama y quien sabe si algún sueño, con las tres reinas dormidas en sus aposentos en aquel palacio tan magnífico, dos hombres asaltaron a ese hombre, el cual se resistió al principio pero fue llevado totalmente inconsciente fuera de la ciudad. Lo que los secuestradores no sabían era que durante aquel acto contra el bien hubo un testigo; Un solitario mochuelo que voló hacia el castillo. Fuera de los muros de la ciudad, entre los bosques, esperaba un ejército que había aprovechado una noche de bruma para poder acampar y al día siguiente atacar la ciudad. Era un ejército llegado de tierras lejanas que se conformaba por hombres y mujeres malvados, bajo las órdenes de un cruel general que nada mas tomar una ciudad siempre mataba a mucha gente solo por disfrutar.

   -Los tomaremos por sorpresa cuando hayan llegado todos nuestros hombres y no sabrán que les ha golpeado.-Decía el general.-Tú eres el arquitecto de la ciudad.-le dijo a aquel hombre secuestrado.
   -Sí y no te pienso revelar un solo detalle.-Dijo desafiante, lo que e costó una bofetada y un puñetazo.

   Lejos de ahí, entre los muros del castillo, el mochuelo recitaba un secreto a la reina sabia. Esta abrió los ojos y salió de la cama para despertar a las otras dos damas de aquella particular realeza sin reyes. Al momento la guardia de la ciudad se estaba movilizando por orden de las tres reinas, que se encargaban de poner a salvo a toda aquella población de repente arrancada de la cama y asustada por los golpes en la puerta y el aviso de inminente ataque enemigo. Cada perso na y varias de las obras de arte o patrimonio de la ciudad fue llevada al puerto. Ahí varios barcos se preparaban para trasladar a la población, en caso de necesidad, a un área mas segura.

   Mientras la reina mas bella coordinaba acciones de salvaguarda de monumentos y elegía posiciones estratégicas para refugiar a la gente que vivía lejos del puerto y no podrían llegar a tiempo, la reina sabia tenía una pequeña discusión con cuatro generales del mas alto rango.
   -Majestad, con apenas un par de balistas y unos cuantos caballos puedo reducir al grueso de su ejército. Todos los años en el desierto del sur me han servido de mucho.-Dijo el primero de los generales, un hombre de buena familia que tenía la tradición militar en la sangre.
   -Tonterías.-Dijo otro hombre de cabello entrecano, ojos marrones con un atisbo de locura.-Debemos atacar de frente, ser sólidos, estar juntos y darles donde mas les duele.
   -Siempre pensando en destrozar todo lo que tienes por delante, es mejor esperar, ser paiente y ablandarlos con con las máquinas de defensa de los muros.-Dijo un hombrecillo irritante e irritable que poseía esa cualidad autónoma de tener siempre la razón.

   La reina mas fuerte, aquella guerras, encontraba todas las opciones maravillosas aunque estaba mas ocupada pensando que hacer para que no saliera herido aquel hombre que deleitaba a las tres con su visión del mundo.
   -¡SEÑORES!.-Dijo de pronto la reina sabia.- Si no se ponen de acuerdo y proponen opciones tan dispares desde luego que no conseguiremos nada aparte de que hay un hombre nuestro ahí dentro y no vamos a dejarle morir. Gracias a él ustedes tres están aquí.

   Fue entonces que por toda la ciudad se fue haciendo el silencio. Ls tres mujeres se quedaron calladas y escucharon. Gritos. Gritos de un dolor intenso. Gritos que llegaban desde el otro lado de las muradas, desde la dirección exacta de aquel campamento.

   El látigo se estrellaba contra la espalda de ese joven poeta y contador de historias, arquitecto de reinos y mago ocasional. Los gritos salían de su boca como insultos a aquel fragante bosque que ahora había sido ocupado por tan indeseables seres.  Era puñales que taladraban el oído de quien no disfrutara del dolor ajeno. pero el hombre del látigo lo disfrutaba, aquel torturador insaciable de sangre.
   -¡Habla!.-Decía el miserable.-¡Habla antes de que sea tarde, maldita escoria!-Decía el hombre, dándole de latigazos a ese soñador. Entonces sin mas se puso frente por frente y se extrañó.-¿Por que diablos estás sonriendo?.
   Entonces el hombre miró a ese torturador, antes hombre y ahora bestia sin criterio ni casi razón y susurró apenas:
   -Yo que tú me ponía algo de abrigo.-Y sin mas cayó inconsciente.
   -Ha perdido la razón.-Dijo sin mas el torturador, que se contentó con darle un par de puñetazos en el estómago.-Sí, inconsciente. Desatarle y llevarlo a la celda.-Ordenó a unos cuantos ayudantes.

   El general se encontraba mirando un mapa de lo que aproximadamente sabían de la ciudad. Era una obra magnífica con los pocos detalles que conocían. reconocía la genialidad con la que estaba diseñado cada rincón hasta donde sus espías le habían revelado. Todo el estado mayor se encontraba alrededor de aquel hombre infame cuando de pronto entró un soldado.
   -¡General, en las murallas de la ciudad!.-Dijo el mensajero.
El general salió de su tienda y vio que en lo alto de la muralla había tres figuras.
   -¡Ja! vienen a rendirse.-Concluyó el general con una sonrisa triunfal.-Creo que es nuestra conquista mas rápida.

   En lo alto de las murallas las tres reinas miraban hacia el campamento. Sus rostros, desde la distancia a la que se encontraba el general no se podían distinguir pero quien los viera de cerca se plantearía que decir o hacer unas cuantas veces. la reina mas bella ya no tenía en su rostro aquellas dos precisas praderas, a cambio de eso se habían formado dos esferas completamente blancas. El vestido negro que portaba, hasta el momento carente de movimiento, comenzó a agitarse, entonces la reina mas bella tomó un cabello y lo dejó volar con el viento, diciendo una sola palabra.
   -Dolor.-Su voz no era un grito, pero pareció reverberar en los corazones de quienes la lograron escuchar.

De pronto lo que era un cielo despejado se convirtió en un banco de nubes. No tardaron en llegar los relámpagos y las nevadas. En apenas unos pocos segundos todo estaba cubierto de una nieve espesa. Los hombres comenzaron a intentar abrigarse, a buscar una respuesta a aquel evento tan desastroso. El frío era tan intenso que cortaba la piel en un par de segundos de exposición. La dama de cabellos de platino señaló al campamento y los vientos parecieron obedecer y tomar una sola dirección. Era curioso el fenómeno visto desde las propias murallas, porque dentro de la ciudad seguía el mismo cielo despejado, con las estrellas y la luna. las tiendas de campaña comenzaron a volar y los animales tales que caballos o mascotas de los pelotones enemigos comenzaron a correr, huyendo de aquel horror.

   La segunda reina entonces tomó un cabello negro como la noche y lo dejó volar con aquel viento huracanado y susurró una palabra.
   -Locura.-la reina sabía sonrió terriblemente, con ese ácido sarcasmo, esa broma muda que volaba a tanta velocidad hacia las mentes inteligentes.

   De pronto de entre las nubes surgió una bandada de cuervos. Graznaban y cubrieron todo el cielo. Apenas podía verse nada, los fuegos y las velas estaba inservibles por aquel frío, los hombres se tambaleaban mientras buscaban algo que reconocieran. La locura viajó entre ellos, desquiciando las mentes, haciéndoles ver y pensar o creer cosas imposibles. De entre las alas de los cuervos llegaron las pesadillas, que danzaban entre aquellos malvados. Pronto la gran mayoría de aquellos seres inmundos cedieron a la locura. Con un ojo medio abierto y otro cerrado por el moratón que le dejó un puñetazo, el secuestrado vio con sus propios ojos como un hombre del general comenzó a dar vueltas recitando canciones de cuna, otros se pegaban entre ellos, pensándose enemigos acérrimos. Sin embargo pasaba algo curioso. por mucho que se matan entre ellos, por mucho que se cortara, amputaran y atravesaran, la muerte no les sobrevenía. Se veía por todos lados, cada uno de aquellos hombres caminaba con huesos rotos y se retorcía ante los picotazos de los cuervos o el corte del gélido viento, pero no morían. 

   Durante unos cuantos instantes la tercera reina contempló aquel espectáculo. Se escuchaban los gritos desde aquellas distancias. Gritos que suplicaban a todos los dioses que terminara ese tormento. Entonces aquella mujer fuerte, digna de altares y poemas, tomó uno de su cabello y se deshizo con el viento, dejando aquel pequeño hilo volar con el viento.
   Las nubes se deshicieron de pronto cuando la reina mas bella bajó la mano y la mas sabia con un elegante gesto mandó las pesadillas a su reino junto a los cuervos. Cuando el cielo se despejó, sin embargo, no les llegó toda la luz que debiera. 
   -Misericordia.-Dijo entonces la tercera reina, desde los cielos, montada sobre una criatura alada. A su lado, a su alrededor, cientos de jinetes montaban en aquellos seres con cuerpo de león y cabeza de águila. Todos portaban una armadura plateada, a excepción de aquella mujer, que era oscura como la noche y en su casco se adivinaban dos alas a imitación de las de sus compañeros alados.-¡Carga!.-Dijo con decisión y cientos de aquellos hombres y mujeres la siguieron a la batalla. 
   Apenas quedaba nada que pudiera responder a ese ataque entre las filas enemigas. Los enloquecidos heridos cayeron, los hombres sanos apenas pudieron resistir el envite mientras el general daba órdenes desesperado, con heridas profundas en su pecho, por el ataque de uno de sus propios hombres y un corte profundo y quemaduras en la cara. El poeta secuestrado vio aquella gloriosa imagen de los hombres y mujeres del reino al que servía cargando desde los cielos para terminar con la amenaza de la paz. Siguió con la mirada el vuelo de aquella reina guerra, de esa auténtica Valquiria que que no temía a nada ni nadie. 
   
Con el ejército en retirada, aquel humilde servidor de la bondad, la sabiduría y la belleza fue liberado y curado de sus heridas, quedando en deuda con aquellas tres mujeres tan excelsas e inspiradoras para su imaginación, un ejemplo de libertad, fuerza, elegancia y poder. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

Padre e Hija

Las calles eran iluminadas por aquellos nuevos ingenios. Bombillas les llamaban. El bombillero recorría las calles colocando aquellas pequeñas esferas de luz en unos soportes con cables. Iba escoltado de dos guardias, que guardaban la valiosa carga de aquellos extraños y recientes aparatos.  Algunas tiendas, las de mayor éxito, se habían podido permitir aquella iluminación. Electricidad lo llamaban y parecía estar destinada a quedarse en aquel nuevo mundo que abría las puertas a nuevos descubrimientos. Los carruajes llevaban a los mas poderosos de aquí para allá. Otros coches mas humildes transportaban a hombres y mujeres apurados hacia sus destinos. Las calles estaban ligeramente húmedas, producto de la llegada del invierno.
Entre los pocos transeúntes caminaban dos figuras de estatura muy diferente. la mas pequeña iba de la mano del mas mayor. El caballero era de porte elegante, distinguido en las maneras y el proceder. Tenia rasgos finos pero marcados y las mejillas ligeramente hundidas, con muchas angulosidades. La dama tendría unos cinco años, iba bien vestida, con una postura recta, enseñada por su padre para mantener sana la columna vertebral y parecía gustar de probar la resistencia de otro nuevo invento revolucionario: las botas para la lluvia.
-¡papi!.-Dijo de pronto la niña.
Aquel hombre miró a su hija adorada.
-¿Sí, hija?.-Dijo con una pequeña y discreta sonrisa, aun había posibles testigos.
-Me gustó mucho la ópera. Me gustaron los señores disfrazados.
-¿De verdad?.-El hombre se maravilló ante aquello.-¿te gustaría volver? ¿no se te hizo aburrido?
-No, me gustó mucho.-la niña rio.-Yo ayer me disfracé en el colegio.-Dijo la niña dando pequeños saltos en los charcos cada vez que pasaban por uno.
-De árbol bailarín.-Dijo su progenitor, saludando a unos conocidos que pasaron por su lado.
-¡Siiiiii, de árbol bailarín!-a niña comenzó hacer la danza del árbol bailarín.
Aquel hombre, fiel a los principios regios de la paternidad, se sintió embargado de la misma felicidad que su hija sentía al interpretar una danza. Apenas podía disimular la sonrisa cuando la veía tan feliz.
-¡Papi mira, brilla!.-Dijo señalando una de esas novedosas esferas de luz.-¿Por que brilla?¿Tiene luciérnagas dentro?
-No, hija. Se llaman bombillas y sirven para darle luz a las calles.
-¿Y porque no hay velas?.-Preguntó la niña, con los ojos de su madre en el rostro.
-Eso es lo que me estoy preguntando desde hace semanas.-Dijo ese hombre pertrechado con sus mejores galas.
-¡Papi, mira!.-Dijo aquel pequeño ángel.-¡Aun queda una tienda de dulces abierta! ¿podemos ir?
El hombre entonces miró su reloj de bolsillo y el cielo, plomizo que amenazaba lluvia. La tienda estaba situada en la esquina entre una de las calles principales y una calle secundaría.
-Está bien, pero no deberíamos retrasarnos, mañana tienes que ir a la escuela y hay que ir a la cama.-El padre tomó a la niña de la mano con toda delicadeza y solamente la soltó cuando ella, producto de la emoción, trató de abrir la puerta, demasiado pesada para ella.
El hombre de porte distinguido abrió la puerta, haciendo sonar una pequeña campanita que avisaba de la llegada de un cliente. Les salió a atender un hombre entrado en años, muy entrado en años realmente, de baja estatura, seguramente a punto de retirarse de aquel negocio si la pálida dama no se adelantaba antes.
-¡Buenas noches a los últimos clientes del día!, por favor no duden en mirar cuanto gusten, tenemos algunos muestras gratuitas de dulces llegaros de algún país muy exótico.
-Buenas noches tenga usted, buen hombre. Mi hija no ha podido resistir la tentación.-Aquel señor se volvió hacia su hija.- Cariño no deshagas ni rompas nada.
-¡Ja! No se preocupe, señor.-El vendedor tomó una bolsa de papel.-Toma encanto, llénala hasta los topes y tráela.-Y volviéndose de nuevo al padre le informó.-Siempre mis primeros y últimos clientes tienen mitad de precio.
-Una magnífica oferta.-Dijo el hombre mientras no perdía de vista a su hija.
-Una pequeña idea que practico como detalle a los clientes desde hace mas de cuarenta y cinco años.
En todo momento el caballero permanecía de espaldas al anciano vendedor, apoyado en el mostrador, con el sombrero de copa levemente bajado.
-Si no es mucha indiscreción, le veo muy bien vestido ¿vienen de algún evento importante?
-De la ópera.-Dijo aquel padre.
-¿De la ópera? Vaya, una niña con inquietudes culturales.-Dijo ese anciano entrañable, realmente querido por todos los niños del barrio.
-Desde luego. Ella me arrastró a mi por si se lo está preguntando.
El anciano rio ante ese pequeño detalle. Era una risa suave acompañada de alguna que otra tos.
De pronto la niña volvió con la bolsa llena de dulces. El padre muy solícito ayudó a la niña a subir la bolsa al mostrador.
-¡Quiero pagar yo!.-Dijo la niña, extendiendo su inocente manita.
El anciano reía de nuevo con mas tosecillas. El hombre recién llegado de la ópera con su hija llevó la mano a la cartera y le dio unas cuantas monedas a su hija, que a su vez las depositó en el mostrador con una sonrisa.
-Muchas gracias señorita, que tenga buena noche caballero y que disfruten de los dulces.-Los despidió el buen hombre, anciano vendedor e ilustre ciudadano.

Padre e hija caminaron hablando alegremente hasta la casa. Era una casa de buena arquitectura, detallada en el exterior y en el interior reinaba la sobriedad y la humildad para ser aquel barrio de tanta riqueza andante y existente. Casi todo el esfuerzo dentro de aquel hogar estaba puesto en la habitación de ella, la razón de la existencia de aquel hombre atormentado por el pasado. En la entrada les esperaba la señora Amy Clement, ama de llaves, limpiadora, esclarecedora de misterios como calcetines desparejados y cocinera a tiempo casi completo. Una mujer que había tenido una vida difícil en los campos de cultivo, donde mucha gente de piel oscura moría día sí y día también a causa del hambre, las heridas y la falta de esperanza.
-Hola Amy.-Dijo la princesa de la casa mostrando su bolsa de dulces.-¿quieres?.
-No señorita, muchas gracias.-Dijo la señora Clement con un tono de voz cargado de sincera ternura y adoración hacia aquel ser de luz.
-Creo que debería acostarme ya.-Dijo la niña, bostezando ostensiblemente.-Buenas noches papi.-
-Buenas noches, princesa.-Dijo aquel hombre, enternecido por el lento caminar de esa criatura.
-Señor.-Dijo la señora Clement.-¿Puedo hablar con usted?.-Estaba sonriendo pero su voz estaba cargada de algo que no era precisamente una promesa de conversación distendida en temas intelectuales.
Lo que siguió fue un recordatorio de lo que significaba la palabra "horario de sueño" y "horario escolar", todo ello acompañado de palabras en el idioma natal de la señora Clement que aquel hombre tenía algo oxidado pero podía extrapolar su significado a través de la expresión de su rostro, el movimiento de sus manos y la respiración acelerada.

Ya entrada la noche, tres sombras se colaron en aquel barrio de gente adinerada. Tres hombres de vida conflictiva y costumbres violentas, afanados en el chollo del secuestro y otros asuntos realmente turbios. Con las ganancias de sus últimos quehaceres se habían podido comprar un carro, totalmente pintado de negro con una capota, que hacía las veces de tapadera para camuflar sus golpes en forma de transporte para transeúntes.
-¿Es esa la casa?.-Peguntó uno de aquellos maleantes.
-Esa es.-Dijo el otro mientras preparaba el gancho y la cuerda.-Recordar, entramos, secuestramos a la niña y dejamos la nota pidiendo un rescate. Es muy rico ese tipo así que no escatimaré en el precio.-Dijo con una sucia sonrisa el secuestrador.
Uno de los hombres se quedó en el puesto de conductor mientras los otros dos lanzaban un gancho hasta el tejado. Con todo ingenio habían recubierto las puntas de aquel gancho con telas para que no hiciera tanto ruido. Sacrificaban el agarre mas efectivo a cambio de un poco mas de sigilo. Tras unos pocos intento aquella cuerda pudo permanecer tensa mientras los hombres escalaban por ella y abrían la ventana que daba a la habitación del único motivo de cordura para aquel señor de fama incierta.
En cuando agarraron a la niña esta hizo lo obvio y se puso a gritar, mas rápidamente le taparon la boca. Sin embargo parecía que alguien se había despertado.
-Rápido, atranca la puerta.-Dijo el que parecía el líder de aquella banda. Su voz era calmada, denotando mucha profesionalidad en aquellos tejemanejes.
Una pequeña silla donde la niña se sentaba para jugar al te con sus amigas de trapo en los momentos de soledad parecía ser suficiente. Se equivocaban.
De pronto la puerta salto hacia adelante, quedando tumbada y atravesando el dintel entraron ochenta kilos de rabia e instinto maternal hecho mujer. La señora Clement portaba dos cuchillos de longitud respetable y vio tan solo como la niña desparecía por la ventana. En la habitación quedaban ella y el otro secuestrador. Este sacó un cuchillo.
-Créeme, soy lo mejor que te ha pasado esta noche, cariño.- Y con toda determinación casi homicida la señora Clement se abalanzó contra ese hombre, que probablemente no saldría de ahí. No al menos con todos los dedos o las dos orejas.
Mientras esto sucedía, el secuestrador que tenía aquel sueño hecho niña había llevado a la secuestrada al carro y dio dos golpes indicando que se movieran. La niña aun estaba siendo sostenida por aquel hombre, pataleando pero apenas le quedaban ya fuerzas. Sus lágrimas caían amargamente, quería que papi viniera y la abrazara, tenía miedo al no entender que sucedía. El hombre dio dos golpes en el techo para indicar al conductor que se moviera, que tenían que arrancar. No sucedió nada. De nuevo otros dos golpes. Nada. El líder del grupo asomó la cabeza. Su compañero conductor y los caballos parecían paralizados.
La luna incidió sobre una figura en medio de la carretera. Parecía un hombre. Apenas había unos pocos metros de distancia entre él y los caballos que tiraban del carro donde el principal motivo de aquel ser para existir y dejar a la humanidad existir estaba llorando de miedo. la figura avanzó casi como si flotara, sin dejar de mirar a esa comitiva de malhechores. De pronto, como por arte de magia, a un sencillo gesto de la mano, los dos caballos cayeron al suelo, como adormecidos. El demonio poseía unos ojos penetrantes como el golpe de un látigo bien usado por un hombre lleno de crueldad. El conductor se agarró el pecho, donde estaba una cruz regalo de su hermanastra y comenzó a santiguarse. El líder se metió de nuevo dentro del carruaje y cerró las ventanas. La niña apenas tenía ya fuerzas para llorar pero estas se renovaron cuando papi abrió la puerta a pesar de que esta estaba atrancada por dentro.
-¡PAPIIIIIIIIIIIII!.-Lloraba la niña desconsolada, saltando a los brazos de su amado padre y rescatador.-¡Tengo miedo! ¡tengo mucho miedo!.
-Tranquila mi amor, tranquila, papi está aquí, papi no se va a marchar.-Su rostro era el reflejo de un hombre preocupado, de un padre que quería a la luz de sus ojos, abrazó a su hija.-¿Estás bien, tienes alguna herida?.-Dijo, examinando a su hija.
-¡No, pero tengo miedo!-Volvió a llorar la niña.
Apareció entonces la señora Clement. Antes de que pudiera hacer nada, el hombre puso en brazos de la valiente ama de llaves al motivo de su cordura.
-Señora Clemen, por favor, lleve a mi hija a su habitación y dele un poco de chocolate caliente. El chocolate aleja la tristeza.-Dijo con todo encanto y ternura.-Tranquila, mi dulce verso hecho princesa, volveré en seguida.
Mientras el último "tuve mucho miedo" seguido de un "tranquila, cariño, papá va hablar con ese señor malo para que no haga mas cosas malas" se perdía por la puerta de la casa, un hombre de distinguida estampa entraba en el carro y se sentaba frente al líder de aquella banda. Por extraño que parezca, durante toda la breve conversación entre padre, hija y cocinera experta, aquel hombre había sido atenazado por una fuerza que lo había paralizado completamente. La pequeña puerta del carro se cerró.
-Ella es mi vida.-Dijo aquel hombre que hacía unas pocas horas compartía una bella velada de ópera con su hija.-Su madre partió a los brazos de Dios hace dos años. A pesar de que mi sospecha es que el Señor me la arrebató, siempre le dije a mi pequeña que Él la había reclamado porque el mundo no merecía tanta belleza y bondad. Y cada día, dentro de mi negro corazón de piedra, vivo con un miedo sincero a que me arrebaten a mi pequeña.
La luna fue ocultada por unas pocas nubes y se hizo la oscuridad, salvando aquellos revolucionarios artefactos, las bombillas, que pronto comenzaron a titilar y apagarse una a una. Y de pronto la oscuridad, con la salvedad de dos luces rojizas que brillaban en el interior de un carro. Un escalofrío recorrió al espalda del secuestrador.
-Ella es muy inteligente, y no soy el mejor padre del mundo. La señora Clement, nuestra encantadora ama de llaves, me expuso de forma muy vehemente mi error de llevar a mi hija a sesiones de ópera en semana de escuela. No soy perfecto. Y he tenido muy mala suerte en la vida. Pero tú.-Su voz era una cuchilla de acero en el corazón de ese pobre desgraciado. Esas dos brasas infernales parecieron recobrar mas intensidad-Tú trataste de arrebatarme el único remanso de paz que encuentro en toda esta podrida humanidad.
De pronto el carro comenzó a temblar, se escucharon gritos apagados y finalmente, el silencio. La puerta se abrió y aquel padre responsable de vida ocupada se subió y se sentó junto al conductor.
-¿Trabajáis solos o tenéis un jefe por encima de ese patán que os comandaba?.-Dijo con seriedad.
-Trabajábamos solos.-El miedo atenazaba cada músculo de aquel pobre diablo.
-Mas te vale que sea verdad, aunque supongo que con toda la experiencia de tu jefe debía de disponer de un contable, que ahora mismo podría estar emborrachándose en la taberna de turno. -El hombre de elegante porte miró atentamente a su interrogado y vio esa señal de verdad descubierta".-Lo sabía. Dile que lo que hay dentro del carro es el destino de cada uno de ellos como osen siquiera tener la idea de tocarle un pelo a mi hija.
Y de pronto los caballos despertaron y aquel hombre los espoleo, ya solo en su puesto, corriendo calle abajo como alma que no se llevó, al menos ese día, el diablo.

La pequeña princesa de la casa estaba acompañada de la señora Clement. Estaba mucho mas tranquila e incluso se había animad hablar de los señores disfrazados de la ópera. El ama de llaves sonreía y se interesaba por todo lo que la niña le decía. En verdad tenía el aura de un ángel. Cada sorbo de chocolate le devolvía un poco el color a sus mejillas. A los pocos minutos aquel caballero nocturno entrada por la puerta y abrazaba a su hija, sentándose a la mesa. Los ojos rojos de papá estaban cargados de absoluto amor.
-Amo, es hora de irse a la cama.-Dijo aquel padre después de un rato.
-¿Puedo dormir hoy contigo?.-Preguntó la niña, con esos grandes ojos calco de los de su madre.
-Por supuesto que puedes.-Dijo la figura paterna de la casa.
Y padre e hija se metieron en la cama de él, grande y espaciosa, mas vacía que nunca desde hacía tres años desde que la tisis le había arrebatado a uno de los dos únicos motivos de felicidad en toda su larga vida.
-Papá.-Dijo la niña, ya quedándose algo adormilada por el chocolate.-¿Por que no te late el corazón?
Aquel envolvió a su hija, al motivo de su cordura entre sus brazos.
-Porque hace mucho tiempo le di la mitad de mi corazón a tu madre, que se lo llevó a los cielos y la otra mitad te la di a ti, por eso tu corazón sí que late.-ese caballero a la princesa mas bella de todo el reino.
A las pocas semanas aquel momento había pasado a ser un recuerdo nublado en la memoria de esa pequeña princesa de la casa. Una mañana ella se levantó para desayunar con la insistencia de la señora Clement. La cocinera de la casa siempre tenía algunas ideas originales para amenizar el desayuno, y dado que su jefe le daba carta blanca en el uso de ingredientes ella tenía plena disposición de darle sorpresivos y nutritivos desayunos a la mas pequeña. La pequeña tenía entre sus brazos una muñeca de trapo recién comprada por su padre como regalo de cumpleaños. Era una muñeca muy bonita, procedente de uno de los mejores jugueteros de la ciudad. Aquel caballero fue testigo de como la muñeca y la niña tenían un flechazo de amor y absoluta afinidad. Solo por eso al juguetero le llegó de forma anónima un sobre con el doble del precio y en billetes recién salidos de la imprenta.
-¡Papi!.-Dijo de pronto la niña. Se le había ocurrido una magnífica idea.-¿Puedo llevar a Felicia para que juegue con mis amigas? Les hablé de ella el otro día y la quieren conocer.
-Por supuesto mi niña.-Dijo con una pequeña y complaciente sonrisa aquel hombre muy querido por sus vecinos y respetado por superiores y subalternos.
-¡Gracias papi!.-Y se agarró a la mano de la señora Clement que la acompañó hacia la escuela.
Un reconocido ministro había ideado un sistema de transporte para los colegios que permitía una red de diligencias, carros y carruajes para transportar a los niños desde sus casas hasta el colegio de forma segura. El vehículo tirado por caballos tenía dos pisos, nada mas y nada menos. La señorita que atendía a los niños y los recogía siempre se mostraba sonriente.
-Oh ¿muñeca nueva?.-Dijo aquela amable mujer amante de los niños mientras entre ella y la señora Clement ayudaban a la pequeña a subir.
-¡Sí! ¿verdad que es bonita? Se llama Felicia.
-Encantada Felicia.-Dijo la señorita del carromato Mientras este se ponía en movimiento.
-Señor, su hija ya está de camino al colegio, que tenga un buen día en el trabajo.-Dijo la señora Clement a su jefe.
-Muchas gracias por sus buenos deseos, señora Clement pero hay un inconveniente.-Y entonces le mostró su agenda del día.-Hoy tengo el día libre. No hay clientes que recibir ni encargos ni nada.-El hombre se quedó pensando que hacer.-Creo que terminaré esa maqueta de aquel castillo tan famoso.
-Me parece una idea magnífica, señor.-Dijo el ama de llaves mientras recogía el cesto de la ropa sucia.-Iré a lavar y tender la ropa.

Pocas horas después, estando centrado en construir y terminar una torre de homenaje, ese hombre de negocios con el día libre de pronto sintió al advenimiento de uno de esos momentos. Entonces vio una imagen terrible pasando como un relámpago por delante de sus ojos. Su niña lloraba, con Felicia en sus brazos. A la muñeca le faltaba un brazo y una sombra con risa burlona se alejaba. Apenas fue unos segundos pero cuando volvió en si la torre de homenaje estaba destrozada entre sus dedos.
-¡Señora Clement!.-Llamó a través de la ventana.-¡Es urgente!
-¡Enseguida señor!.-Se despidió de otra ama de llaves, empleada de sus vecinos, poderosos banqueros y corrió escaleras arriba.
Cuando llegó se encontró a su señor sentado en el sofá, con los ojos perdidos, mirando lo que quedaba de la maqueta destrozada. Pocas veces su señor era tan poco cuidadoso con la construcción de sus maquetas, uno de las pocas aficiones capaz de abstraerlo lo suficiente.
-Señora Clement, hoy saldré yo a recibir a mi hija. Quiero que usted prepare un chocolate caliente para mi niña.
Momentos después el hombre estaba en la entrada de la casa, con el rostro tenso. Dos calles antes llegaron los sollozos de su hija. Le partía el alma verla llorar. Iba murmurando un nombre masculino y otro femenino. El femenino era "Felicia", el nombre de su bella muñeca.
La niña se bajó llorando.
-Tuvo una pelea con un niño y su muñeca Felicia se rompió. Mire el brazo de la pobre, está colgando de un hilo.-Explicó la cuidadora mientras ponía a la niña en brazos de aquel hombre de rasgos tan perfectos.
-Papi.-Lloraba la niña.-La ha roto ese tonto niño la ha roto.
-Mi princesa.-Susurró el padre a su hija.-¿te ha hecho algo a ti?
-No...-Dijo la niña sorbiéndose los mocos con el pañuelo que papá le ofrecía.-Un niño nuevo que quería quitarme a Felicia. Me la quiso quitar y le pegué y me la quitó y la rompiço.-las lágrimas afloraban de nuevo.
El hombre miró a la preocupada cuidadora.
-Yo me encargo a partir de este punto, señorita. Muchas gracias.-Y hasta se permitió una sonrisa sutil, de medio lado.
Una vez dentro la señora Clement le ofreció un chocolate reciñen hecho. Ambos adultos se sentaron a cada lado y esperaron pacientemente mientras Felicia reposaba en una estantería en la entrada, junto a los documentos y papeles del trabajo de papá.
-¿Se puede curar?.-preguntó finalmente la niña.
El padre miró a la mujer adulta de la casa.
-¿Señora Clement?.-Preguntó el hombre, visiblemente preocupado y triste por la tristeza de su hija.
-Preferiría dejarlo en manos de un profesional.-Dijo, con toda sinceridad, la sabía de los tres.
-Que así sea.-La sombra, el demonio, el asesino despiadado envolvió en sus brazos a su hija y la abrazó suavemente comenzando a tararearle una suave canción de la tierra natal de aquel hombre.
Mientras lo hacía subió a la niña y la dejó dormida en compañía de uno de sus peluches favoritos. Bajó a la entrada de la casa donde la Señora Clement tomaba a la muñeca.
-Parece que está muy rota. Si tira un poco mas se había desgarrado del todo.
-Podría encontrar a los padres de ese pequeño miserable y hacerles la vida imposible durante generaciones enteras.-Dijo el hombre, con los ojos encendidos en maldad.
-Pero no lo hará porque a mi no me da la gana y porque su hija no dejaría de ser desdichada de esa forma.-Dijo la señora Clement.-Y en el fondo usted lo sabe.
El hombre no tuvo mas remedio que bajar la cabeza aceptando aquella verdad.
-Tengo una idea.-Dijo la señora de pronto.-Deme papel y pluma. Enviaré un mensaje a un amigo.

Felicia fue depositada en una pequeña cama al lado de la cama de la princesa de la casa. Esa dulce y bella niña la atendía en lo posible. Aquel demonio en la tierra la miraba todos los días y participaba en las terapias de rehabilitación, las cuales apenas avanzaban.
Sonó el timbre y el buen hombre recibió en su casa a un hombre espigado y de rostro pedante. Por instinto el anfitrión se colocó a la misma altura y adoptó el mismo rostro que el invitado.
-¿En que le puedo ayudar, señor?.-Preguntó el anfitrión.
-Soy el doctor, creo que tengo que atender en esta casa a una muñeca.
Siguieron unas muy formales presentaciones, la felicidad de la señora Clement al ver a su amigo de la infancia y un afectuoso abrazo. El docto fue formalmente presentado a la niña, que abrió los ojos como platos.
-¿Es usted médico de muñecas?.-preguntó, y miró a su padre.
-Y mecánicos de trenes de juguete, y general de soldaditos de plomo, un largo etcétera, señorita ¿donde está mi paciente?
-Aquí.-Dijo la niña toda triste señalando a la muñeca, tendido en la cama y rodeada de otras amigas de trapo que venían siempre a desearle algún bien.
El doctor examinó a su paciente durante unos cuantos minutos.
-Es grave pero puedo hacer algo. Intentaré que sea lo mas rápido posible y no quiero interrupción de ningún tipo.
Padre, hija y ama de llaves salieron mientras las amigas de Felicia se retiraban una a una con ayuda de la niña. La niña se sentó en las rodillas de su progenitor mientras balanceaba las piernas y miraba la puerta de su propia habitación.
-Mi pequeña.-Dijo ese hombre capaz de cualquier cosa por ese pequeño ángel.-¿Ese niño te hizo algo malo aparte de romper a Felicia?
La niña negó con la cabeza. El padre la abrazó mientras esperaban pacientemente a que el doctor de juguetes hiciera su trabajo lo mejor posible. Le asombraba hasta que punto ese niño y él se parecían, capaces de hacer el mal por el mal. Sus recuerdos volaron hasta los momentos en los que él había sido una miserable bestia insaciable.
Mientras tanto, el médico de juguetes estaba encendiendo incienso y recitaba un cántico en palabras antiguas. Convocaba a los espíritus y les hablaba sobre sus deseos de recuperar a esa muñeca de su maltrecho brazo.  Los espíritus le escucharon y acudieron en su ayuda, bailando y cantando con él.
Al otro lado de la puerta, el padre lo escuchaba todo mientras acunaba a su hija. Seguidamente miró a su ama de llaves.
-Señora Clement, no quiero prejuzgar a su amigo pero solamente una vez escuché cosas similares y fue en un ritual de magia negra..-Sus ojos estaban comenzando a incendiarse.
-No no no, no hay de qué preocuparse, jefe, él tiene su método de trabajo. Si se da cuenta no se irradia nada negativo.-Dijo la señora Clement.
Era verdad. Aquel hombre era capaz de identificar a aquellos que se asemejaban y a los que eran contrarios a él. Y esto era algo muy contrario a su naturaleza, contra la que luchaba desde hacía décadas para poder salvaguardar a sus seres queridos. Bueno, mas bien a su ser querido.
Aparentemente la niña no había escuchado ni visto nada, pues trataba de concentrarse en algo que no fuera el dolor de la que se había convertido en su muñeca favorita.
-Antes de que hicieran daño a Felicia estuvimos aprendiendo un baile para la obra de teatro, papi.-Dijo de pronto aquella pequeña bendición de ojos color miel.
-Oh, eso es maravilloso, cariño.-Dijo la señora Clement.-¿Nos lo muestras?
La niña saltó de las piernas de su padre y se puso a bailar. Es probablemente lo que mas le gustaba hacer a su pequeña, bailar. Cada vez que bailaba parecía olvidarse hasta del mas mínimo de sus problemas. Y alegraba el alma verla bailar. De pronto la puerta se abrió.
Apareció aquel hombre de piel oscura con el rostro perlado de sudor, entre una nube de incienso. Ahí dentro pareciera que hubiera estallado una batalla. El hombre finalmente sonrió cuando en su baile, la niña iba hacer el vuelo del colibrí que pasa cerca del río.
-La operación ha sido todo un éxito.-Dijo el doctor y dejó pasar a la niña que abrazó a su recién curada amiga de trapo.
-¡Muchas gracias!-Dijo la niña, abrazando muy fuerte a Felicia.
El padre de aquella criatura miró a su pequeño ángel feliz y llevó la mano al bolsillo para pagar a ese hombre.
-Oh no no, esto es un servicio gratuito, parte de mi hobbie.-Dijo, negándose a aceptar el dinero.
-Pero de alguna manera le tengo que pagar, caballero.-Dijo el hombre.
-Ya me invitarán a algo algún día.-Dijo ese señor y con una inclinación de cabeza se retiró tranquilamente.
Aquella casa volvía a ser, a pesar de su anfitrión de pasado oscuro, un remanso de paz. Sin embargo, por precaución, Felicia se quedó en casa durante unas cuantas semanas. Aquel niño parecía gustar de hacer la vida imposible a las señoritas de la escuela y sus amigas de trapo.

Pasaron unas cuantas semanas mas. Llegó el invierno. La nieve caía por todas partes y lo inundaba todo de blanco. Los muñecos de nieve empezaban a aflorar en aquel barrio pudiente y en los barrios pobres también. Era algo universal, al alcance de cualquier mano, ya estuviera enfundada en guante de piel o desnuda. Los niños se divertían. Algunas amigas de la hija fueron invitadas a esa bella casa para tomar algo y de paso jugar en la nieve del patio trasero, que era realmente amplio. Desde su despacho, aquel hombre de ojos rojizos terminaba parte de su trabajo, con documentos históricos y legales de por medio. Dejó salir un suspiro. Podría hacer eso todos los días, era algo que le gustaba pero realmente tedioso. Miró al otro lado de su despacho donde estaba la maqueta a medio construir de un barco pirata muy famoso en ciertas latitudes tropicales. Por un momento sintió la tentación apoderarse de él. Pero no, debía de terminar aquello. El hombre de la casa había puesto a la señora Clement como improvisada vigilante de las actividades lúdicas de su hija y sus amigas. Igualmente tenía un oído puesto en el patio, con la ventana levemente entreabierta aprovechando que la nieve se había detenido y entraba una brisa invernal que le recordaba a su antiguo hogar.
De vez en cuando escuchaba a la señora Clement riendo, hablando o entreteniéndose con la niñas. Ella era una de las pocas mujeres que podían ponerle en su sitio cuando sus instintos se disparaban o cometía alguna falta de tipo paterno-filial. Ser padre era duro, incluso en una situación de riqueza como aquella. Aquel hombre se dedicaba a escribir a máquina unas copias para cierto ministro cuando de pronto escuchó otra voz femenina, la intervención de la señora Clement y unos pasos hacia la casa. Los dedos dejaron de escribir para quedarse totalmente quietos con una "N" a medio avanzar hasta el papel.
-Señor, tenemos visita.-Dijo la señora Clement cuando entró por la puerta.
Los ojos del señor de la casa miraron la agenda con rapidez. No tenía visitas programadas para esa hora. Entrecerró los ojos, con sospecha, se levantó y bajó las escaleras precedida del ama de llaves. En el salón de invitado se encontraba su pequeña, con un chocolate caliente en las manos y una mujer madura, de unos cuarenta y tantos, con nariz fina, ojos ambarinos y aun conservando un cierto atractivo de épocas pasadas. El hombre miró a su hija, que le sonrió con un bigote de chocolate, señal inequívoca de que no era nada malo.
-Usted debe de ser el padre de esta señorita.-Dijo aquella mujer. Acento de tierras del este.
-Soy yo, sí... ¿en que puedo ayudarla?.-Preguntó el hombre sentándose frente por frente.
-Soy la maestra de teatro y coreógrafa de la escuela de su hija.-Dijo aquella mujer de mirada penetrante.
-Es la que me enseña las danzas papi, como la del árbol feliz y las ardillas sonrientes.
-Oh.-Dijo el buen hombre. No sabía que mas decir.-Hija, ven un momento con papi.-Dojo con una cálida sonrisa. La niña obedeció y tomando las manos de su hija preguntó.-¿te ffias de esta mujer?
-Sí, es bastante seria y pone esa cara que pones cuando algo no te gusta.-Dijo la niña soltando una pequeña risita.
-¿Cual cara?.-Dijo todo serio, alzando levemente una ceja.
-Justo esa.-Dijo e nuevo con otra risita.-A mi me cae bien aunque el resto de niñas le tienen un poco de miedo.
-Mmmmmmmm comprendo.-Invitó a su hija a sentarse de nuevo. y él hizo lo propio mirando de nuevo a aquella mujer.-Creo que viene a proponerme algo.
-Pues sí.-Dijo la mujer, sentándose algo mas derecha.-Quiero que su hija haga una prueba para el ballet nacional.
El hombre miró durante un rato que pareció eterno a aquella mujer, que no había dudado ni vacilado un solo instante en su proposición. A continuación miró a su hija, a su niña, su pequeña. Aquellas palabras de la mujer encendieron su rostro como pocas veces había hecho él.
-Hija.-Dijo la pesadilla de muchos hombres poderosos.-¿quieres hacer esa prueba?
-¡SIIIIIIIIIIIIIIIIII!-Y se puso a saltar de felicidad.
El padre hizo un gesto con la mano hacia la señora
-Adelante pues.-Dijo el caballero.

Pasaron las semanas, y los meses y los años. Durante todo ese tiempo aquel hombre vio crecer a su ángel. Cada día se ponía mas guapa y mas alta. Su cuerpo parecía tener un plan perfectamente estructurado de crecimiento. Aquel hombre se sentía feliz de ver que su niña cumplía su sueño. Vio con dolor como sus pies eran destrozados por las pruebas, los ensayos, vio las lágrimas de aquella princesa de cuento hecha mujer. Secó sus lágrimas y haciendo un esfuerzo titánico limpió sus heridas. Las carnicerías de toda la ciudad recibían a la señora Clement como si fuera la reina del país entero ante las cantidades de dinero que dejaba por riñones y sangre. A veces ese hombre miraba a su niña ensayando, invitada por ella. Le hablaba de las compañeras, de los compañeros, de sus profesores. Un día repitió mas de tres veces en la semana el nombre de un chico. Cuando un día vio el rubor en las mejillas de su niño tras hablar con ese chico se dio cuenta: el primer amor. La señora Clement era una bendición, mas que nunca, cuando atendía los pies de su hija en su lugar porque él tenía que recibir a banqueros, ministros, diplomáticos y demás gente importante. Renegó del club de caballeros ante lo inesperadamente mal visto que era que un hombre se encargara el solo de su hija. "Tienes una criada para algo" le habían dicho.
Trece años pasaron, llenos del primer desamor, restaurantes caros y baratos, épocas buenas y malas, una oleada de asesinatos en la ciudad. Épocas de terror. Su princesa crecía sin ser ajena a todo aquello, su cabeza se llenó de ideas de libertad. Las exponía constantemente en la mesa. Llegó entonces el gran día.

El público entraba por la puerta de forma ordenada. Entre esas personas un hombre distinguido y a su lado una mujer entrada en carnes con la piel negra. La gente los miraba con extrañeza pero era orden absoluta e indiscutible que los dos estuvieran presentes. El gran teatro hacía sido estrenado hacía un par de años y aquel hombre de porte y elegante vestir había sido parte fundamental en los acuerdos de construcción y la elaboración de los planos.
Su rostro era una máscara blanca de impasibilidad pero adquiría los tintes de la cordialidad en persona cuando un amigo o un compañero de trabajo se le acercaba. La mujer se color se sentía algo intimidada por todo ese despliegue de poder.
-Está claro que nunca he estado en un teatro, esto es precioso.-Dijo la señora Clement. Iba muy guapa acorde a la ocasión.-Señor, iré buscando los asientos.
-Adelante señora Clement.
Aquel hombre estaba realmente nervioso a pesar de disimularlo muy bien. pasaron los minutos y los invitados fueron llamados a sentarse. Sus Majestades presenciarían aquel espectáculo en el palco real. Cuando todos estuvieron en sus asientos, los reyes entraron con toda la gala y elegancia. Los espectadores se pusieron en pie y miraron en dirección al palco. Los reyes saludaron, el público saludó, los reyes se sentaron y el público se sentó. La señora Clement se sentó a la izquierda de su jefe. A la derecha un asiento vacío. Se levantó el telón. Comenzó el espectáculo.

Una obra que nunca pasaría de moda comenzó su desarrollo con aquella icónica melodía inicial. El padre miraba como su niña interpretaba, como sentía la música y se convertía en ella. Entraban mas bailarinas y bailarines, entre ellos el tres veces nombrado, el único que había conocido a aquel hombre en una faceta poco amigable y había sobrevivido. El padre de aquella princesa de la casa miró a sus majestades y luego a los palcos superiores. había todo tipo de rostros: alegres, emocionados, aburridos. Miró sus ojos. A pesar de la distancia podía ver varios pares de ojos incendiados como los suyos. Sus intenciones eran desconocidas pero se portaban acorde a lo establecido en la sociedad y esa noche nadie molestaría a su niña en su gran día. Volvió a mirar al escenario, disfrutando de ver a su niña y aquella danza. De árbol feliz a elegante cisne.
-Estoy muy orgulloso de nuestra hija.-Dijo entonces el padre muy bajito.
Un brazo blanco rodeó su brazo derecho y una cabeza se apoyó sobre su hombro.
-Y yo estoy muy orgullosa de ambos, mi amor.-Aquella voz era terciopelo, hecha para cantar. Su aroma era el mismo.-Lo has hecho muy bien en mi ausencia.-Unos labios se posaron en su mejilla.
-Te echo tanto de menos, Petra-Musitó en apenas un susurró.
-Y yo a vosotros, cariño.-Una fantasmagórica mano se deslizó por su rostro.-Él me ha permitido estar hoy aquí como gesto de solemne respeto.

Y juntos, miraron como esa niña, la niña de sus ojos, con los ojos de su madre, cumplía su sueño y nacía como leyenda del ballet ante el mundo.